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28

—Parte de mí desearía nunca haber nacido—


—Tal vez pueda protegerte de todo, Adalie, pero llegará un momento en el que no podré protegerte de lo que más temo, de mí mismo. Decidiste permanecer a mi lado, y por lo tanto, es posible que salgas lastimada—

—Siento ser siempre un dolor de cabeza—

—Eres un dolor de cabeza tolerable—

—Siempre has sido tan lamentablemente ingenua. ¿De verdad creíste que podrías importarle a alguien? ¿Importarme a mí?—

"𝙀𝙨𝙩𝙖𝙧á𝙨 𝙗𝙞𝙚𝙣
𝙉𝙖𝙙𝙞𝙚 𝙥𝙪𝙚𝙙𝙚 𝙝𝙖𝙘𝙚𝙧𝙩𝙚 𝙙𝙖ñ𝙤 𝙖𝙝𝙤𝙧𝙖"

—Oye Hades, ¿qué ha pasado con esa extraña amiga tuya, la mujer pelirroja?—

Beelzebub detuvo su paso abruptamente al escuchar la voz de Zeus resonando desde el interior de la oficina de Hades. Su cuerpo se crispó por completo al escuchar el nombre de la chica.

—¿Adalie?—

—Sí, ella—

Beelzebub tragó saliva, pendiente de la conversación.

Hacía mucho tiempo que no escuchaba ese nombre y solo evocaba recuerdos que prefería dejar atrás.


—Ella está muy lejos de aquí—respondió Hades con seriedad, sus palabras resonaron con pensamientos profundos. Beelzebub lo notó.

Con calma y serenidad, se distanció de la puerta y regresó sigilosamente hacia su laboratorio. Ya no deseaba permanecer en aquel lugar.

Había transcurrido un largo tiempo desde la última vez que la vió, y una parte de él se resistía a indagar sobre su condición, temiendo que hubiese sucumbido como tantas otras almas. ¿Cuánto había pasado? ¿Un año, acaso? Posiblemente, y Beelzebub deseaba con todas sus fuerzas que ella se encontrase sana  y a salvo en algún rincón del mundo.

Fue una verdadera tortura para él adaptarse a su ausencia, ya que sus sentimientos hacia ella eran intensos y se reprochaba por ello, sabiendo que esa conexión estaba destinada a terminar en dolor.

El dolor parecía ser el destino inevitable en todas las facetas de su vida.

Su cuerpo se desplomó con un suspiro fatigado sobre su silla tan pronto llegó a su laboratorio, como si la carga del mundo entero se hubiera precipitado sobre sus cansados hombros. Y sus ojos, opacos y desprovistos de brillo, se perdieron en la contemplación del techo. La imagen de Adalie, con su rostro radiante y gentil, emergió como un destello fugaz en los recovecos de su mente, desencadenando una danza melancólica en él. Una sonrisa amarga y nostálgica se trazó con delicadeza en sus labios.

Jamás imaginó que se pudiera extrañar tanto a alguien.

Contempló su semblante en la hoja de plata perteneciente a la daga, cuyos destellos irradiaban una luminosidad etérea. En ese instante, sus ojos, profundos y velados por sombras, se encontraron reflejados en la superficie reluciente, destellando un matiz azul intenso. Ajena al torbellino de caos que asolaba aquella casa, se sumergió en su propia introspección, como si el mundo entero se desvaneciera a su alrededor.

El tiempo había transcurrido, pero los rostros de Beelzebub y el Señor Hades permanecían vívidos en su mente, como si el pasado se resistiera a desvanecerse.

Pero era Beelzebub quien ocupaba un rincón especial en sus pensamientos. El recuerdo del demonio provocaba en ella un dolor agudo en el pecho, rememorando cómo habían llegado a su inevitable separación. Las imágenes de su partida se entrelazaban con la incertidumbre y la tristeza que aún persistían en su alma.

Quizás, tras su partida, Beelzebub había continuado con sus oscuros experimentos en la búsqueda de su muerte. Tal vez, en su afán por liberarse de su tormento, había dejado atrás cualquier vínculo, olvidando por completo a Adalie y los momentos compartidos.

El pensamiento de que ella se hubiera desvanecido en la memoria de Beelzebub, como una sombra desechada, le producía una punzada de desolación.

—Adalie, querida ¿Crees que puedas cargar a Samuel un momento?—

La voz turbada de la señora Buckley, quien junto a su esposo la había encontrado deambulando por el camino bordeado de frondosos árboles tres meses atrás, hambrienta  y exhauata, alcanzó los oídos de Adalie. En ese instante, ella guardó la daga rapidamente, sosteniendo en sus brazos al bebé que lloraba sin cesar.

Observó a su alrededor, mientras los tres hermanos menores se enfrascaban en una acalorada disputa por un juego que había salido mal. Los perros ladraban en el exterior, los dos hermanos del medio se desplazaban de un lado a otro, quejándose de algo ajeno al conocimiento de Adalie, mientras los mayores regresaban de sus quehaceres.

Seis hermanos en total conformaban aquella familia, compuesta por tres mujeres y tres hombres.

No se dejaron llevar por juicios o prejuicios superficiales, no hubo rastro alguno de desconfianza hacia Adalie. La trataron con una amabilidad sincera, como si fuera una pieza más de aquel entorno familiar. A pesar de todo, a ella le  resultaba arduo asimilar tanto aprecio y consideración hacia su persona.

—Hoy es un día bastante cálido y agradable, ¿por qué no sales con Samuel? Le vendría bien algo de aire— sugirió la mujer mientras se adentraba de nuevo en sus quehaceres, su semblante fatigado evidenciando el peso de sus labores.

—Por supuesto— respondió Adalie con una sonrisa antes de abandonar la estancia.

El sol resplandecía en todo su esplendor, llenando el ambiente de una calidez reconfortante. Mientras salía de la casa, Adalie se dejó envolver por la suave brisa que acariciaba su piel, permitiendo que el pequeño infante también disfrutara de la vitalidad del aire fresco. Después de todo el alboroto que se desataba en el interior, era un alivio poder respirar y desvanecerse en la serenidad que el entorno le ofrecía. Había llegado a acostumbrarse tanto al silencio del inframundo, que los ruidos cotidianos del mundo exterior ahora le resultaban abrumadores.

—Honestamente no sé cómo mis padres pueden confiar en tí, son demasiado buenos o demasiado tontos—

Detrás de ella, se hizo eco una voz masculina que reconoció al instante. Al girar con una expresión ligeramente fruncida, se encontró cara a cara con el hermano mayor, Damian, un joven de veintitrés años. No era una persona agradable; con su actitud engreída y arrogante, parecía deleitarse en molestar a Adalie.

—Si tuviera malas intenciones, ¿no crees que ya se habrían percatado? —arqueó una ceja con evidente obviedad, mientras acariciaba suavemente la espalda del pequeño Samuel, cuyo llanto había cesado.

Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, su gesto de ternura se vio interrumpido abruptamente. Damian le arrebató al bebé de los brazos, mirándola con desprecio absoluto.

—No toques a mi hermano, bruja—

Y ahí estaba de nuevo, aunque entendía perfectamente su desconfianza hacia ella. Era una extraña después de todo, al menos lo seguiría siendo frente a los ojos de ese hombre.

—He oído decir que las brujas como tú danzan con el diablo en las profundidades del bosque, que persuaden a las personas para después sembrar desgracias a su vida— las miradas juzgadoras de los ojos café del hombre se encontraron con la serenidad de los ojos azules de Adalie, quien se mantuvo imperturbable en todo momento — No confío en ti—

—Dudo mucho que al diablo le agrade bailar— Adalie respondió con calma.

imaginarse a Satanás intentando algo semejante o incluso a Beelzebub, provocó una leve sonrisa que amenazaba con asomarse en sus labios.

El comentario, sin duda, no fue bien recibido por Damian, quien se aproximó peligrosamente al rostro de Adalie.

—Sigue bromeando— advirtió con voz amenazante —y terminarás arrepintiéndote—

Con rapidez, tomó nota en su libreta mientras observaba cómo los compuestos químicos reaccionaban en el experimento. Sin embargo, sin importar cuánto intentara, los resultados seguían siendo decepcionantes. Últimamente, sus experimentos parecían fracasar con mayor frecuencia de lo habitual, y no lograba comprender qué estaba sucediendo.

Se planteó la posibilidad de que fuera agotamiento mental, pero lo dudaba.

Exhalando un suspiro de frustración, abandonó su experimento y se frotó el rostro con desesperación. Cada vez que intentaba avanzar, parecía que las cosas se volvían más difíciles.

—¿Está todo bien?—

Al oír la voz de Hades detrás de él, se volteó y encontró al griego con una de sus manos apoyada sobre su hombro.

—Podría estar mejor—  apartó la mirada con monotonía. La desilusión y el cansancio se reflejaban en su tono de voz.

Fue entonces que el sonido de la puerta abriéndose llamó la atención de ambos, y tanto Beelzebub como Hades palidecieron al ver a quien menos esperaban.

—¿A... Adalie?— tartamudeó Beelzebub, con incredulidad en su voz.

Adalie respondió con una sonrisa, sin decir una palabra.

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