27
Al abrir los ojos y descubrir que Adalie no se encontraba en la cama, Beelzebub emergió apresuradamente de la estancia, impulsado por un presentimiento inquietante. Con ansiedad desbordante, escudriñó cada rincón del laboratorio, pero la chica no estaba en ninguna parte, lo cual solo exacerbó su pánico.
—¡Adalie!— exclamó con desesperación, abandonando el laboratorio y observando en todas las direcciones, su corazón latiendo frenéticamente.
Nada. Sencillamente, ella no estaba.
Aquello empezaba a desencadenar una tormenta de nervios en su interior. Siempre se había considerado un individuo dueño de una mente serena, pero todo eso cambiaba cuando se trataba de Adalie. Sus nervios se agitaban de solo pensar que algo pudiera ocurrirle a la joven mujer, y, aunque se esforzaba por recobrar la calma, le resultaba una tarea ardua y espinosa.
—Adalie...—
Un silencio reverente envolvió el ambiente cuando sus ojos la divisaron en las afueras de su hogar. Allí estaba, sentada en los peldaños de las escaleras, con sus manos descansando en las mejillas, mientras entonaba con suaves murmullos aquella canción que solía cantar con frecuencia.
La aludida giró con parsimonia, desvelando su semblante sombrío y melancólico. Desde que despertó, su mente se vio consumida por la inquietante conversación que había entablado con Satanás, y sobre cómo el alma de Lucifer se encontraba prisionera gracias a esa terrorifica criatura. Un sentimiento de impotencia la embargó al comprender que no había nada que pudiera hacer, optando así por el silencio.
Y en su interior, anidaba el firme propósito de ocultar lo sucedido.
Nadie debía saber lo que había ocurrido.
—No desaparezcas de esa manera— reprendió Beelzebub, y aunque intentó que su voz denotara fastidio y molestia, un atisbo de preocupación se filtró en su tono.
Sin embargo, Adalie no lo percibió, su mente vagaba en otro lugar.
—Lo siento, mi espalda me dolía por haber estado tanto tiempo en reposo. Y al verte dormido, no quise despertarte— se excusó, su voz resonando monótona y casi desprovista de interés.
Beelzebub entrecerró los ojos, como si intuyera algo sospechoso, pero finalmente encogió los hombros.
—Será conveniente que entres— sugirió, lanzándole una larga y oscura gabardina con una capucha, como si fuese un manto protector contra el frío que allí se concentraba para ella.
Y sin añadir una palabra más, se alejó, ajeno al hecho de que Adalie albergaba planes distintos.
Contempló con una mirada inquieta el sendero que se abría ante ella, el sendero que la conduciría hacia la superficie. Un cúmulo de interrogantes y angustias invadieron su mente, y una de ellas resonaba especialmente: ¿sería capaz de sobrevivir en el vasto mundo exterior? La respuesta se le escapaba entre los dedos, pero se aferraría con fuerza a la esperanza de lograrlo.
Si tan solo existiera una alternativa, una opción distinta a todo lo que acontecía, sin duda alguna la tomaría.
Pero tal cosa no existía.
Por supuesto, no anhelaba partir; deseaba permanecer allí hasta exhalar su último aliento. Sin embargo, era plenamente consciente de las consecuencias que ello acarrearía, no solo para sí misma, sino también para Beelzebub.
Sus pulmones se expandieron al inhalar con vehemencia, preparándose para el viaje que estaba por emprender.
Y con paso decidido, comenzó a dejar atrás el inframundo.
No se había atrevido de notificar a Beelzebub ni a Hades de su inminente partida, pues prefería desvanecerse sin dejar rastro alguno.
Como si nunca hubiera existido.
—Gracias por todo...— susurró con melancolía, despidiéndose en silencio de aquel lugar que, durante un tiempo, había sido su refugio y cobijo.
Al alcanzar la superficie rato después, una sensación de angustia se apoderó de ella, pues se encontraba sola y consciente de los desafíos que le aguardaban ahí fuera. Debía armarse de coraje y resistencia para enfrentar cualquier peligro que se interpusiera en su camino.
De su bolsa, extrajo con cautela unas granadas que Hades le había dejado mientras aún yacía inconsciente, y que ella había decidido guardar al momento de despertar. Quizás no era el mejor alimento, pero al menos le proporcionarían un mínimo sustento hasta hallar algo más.
—Vamos, tu puedes con esto Adalie—
Se llenó de valor, adentrándose en el frondoso bosque que antaño había sido testigo de sus encuentros con Beelzebub.
Se había esfumado, como una sombra que se desvanecía en la oscuridad, y que él no logró retener. Rememoró con melancolía el instante en que captó la ausencia de Adalie, y cómo él, desesperado, la buscó incansablemente sin encontrar rastro de ella. La joven supo aprovechar el fugaz momento de oportunidad para escapar sin dejar ni siquiera una pista tras de sí, cuando él la dejó sola.
Sus labios inferiores fueron presa de su propia dentellada, una mordedura cargada de intensidad. Lo que realmente deseaba era estar junto a ella, compartir cada minuto en su compañía y deleitarse de su presencia sin temor a causarle daño, pero eso era sencillamente algo inalcanzable.
Quería expresarle que jamás había sido una carga, que cada instante dedicado a cuidarla y transitar a su lado había sido un deleite, un regalo para su alma. Sin embargo, a pesar de su deseo, su cuerpo permaneció estático en la solitaria morada de su laboratorio.
—Quizá, con un poco de suerte, ella pueda sobrevivir...— susurró en voz baja, con la mirada perdida en el suelo.
No, por supuesto que no. Sabía que duraría poco en el mundo exterior, consciente de la crueldad desmedida que aguardaba a aquellos considerados diferentes al resto.
Pero al mismo tiempo, alejarse parecía ser la mejor opción.
Estaba acostumbrado a vivir en completa soledad, pero de manera inesperada, se vio abrumado por una angustia insoportable que se instaló en su pecho. ¿Qué hizo que esta ocasión fuera diferente?
Escuchó pasos aproximándose sin siquiera voltear, consciente de quién se acercaba.
—¿Adalie ha despertado ya? Traje algunas cosas para ella— pronunció Hades, dejando entrever confusión en su tono de voz.
La mano de Beelzebub reposó sobre su propio pecho, sintiendo el dolor creciente que allí habitaba.
—Ya no serán necesarias—
Hades alzó una ceja, observando con extrañeza al hombre de cabellos oscuros.
—Adalie se ha ido—
Las miradas de ambos se encontraron, sumiendo la habitación en un silencio que pareció eterno. El soberano del inframundo bajó la mirada, mostrando una expresión reflexiva.
De algún modo, esperaba que ese desenlace aconteciera tarde o temprano.
—Comprendo... — murmuró el de cabellos plateados con una amarga sonrisa, sus ojos perdiéndose en algún rincón de la nada.
—Señor Hades... — el aludido de se vio obligado a levantar la mirada al oír su nombre resonar en labios de Beelzebub —siento un dolor bastante profundo en el pecho...—
No había experimentado emociones tan intensas desde el fallecimiento de sus amigos.
O de Lilith.
El mismísimo dios del inframundo, con una expresión de sorpresa en sus ojos, finalmente le dirigió una mirada compasiva, reconociendo el profundo sufrimiento que cargaba consigo.
"Pobre chico"
Susurró en sus pensamientos mientras se acercaba lentamente y depositaba su mano sobre el hombro del joven de cabellos oscuros, ofreciéndole un consuelo silencioso y reconfortante.
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