23
"𝘙𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰 𝘭𝘢𝘨𝘳𝘪𝘮𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘳𝘳𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘵𝘶 𝘤𝘢𝘳𝘢
𝘊𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘥𝘪𝘫𝘦: 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘵𝘦 𝘥𝘦𝘫𝘢𝘳é 𝘪𝘳
𝘊𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘵𝘰𝘥𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘢𝘴 𝘴𝘰𝘮𝘣𝘳𝘢𝘴 𝘤𝘢𝘴𝘪 𝘮𝘢𝘵𝘢𝘯 𝘵𝘶 𝘭𝘶𝘻"
Aquello debía de ser una broma, una burla despiadada del universo. Quizá se trataba de un mal sueño, uno de esos que se desvanecen con el primer destello del amanecer, y al abrir los ojos, allí estaría ella, contemplándolo mientras él trabajaba, o simplemente compartiendo algunas conversaciones. Lamentablemente, comprendió que no era un sueño, ni siquiera una pesadilla fugaz. La agonía en su pecho era demasiado intensa para ser meramente ilusoria, y las lágrimas que rodaban por sus mejillas le acariciaban con su aliento helado.
Sus labios se humedecieron con una tímida pasada de lengua, queriendo encontrar las palabras adecuadas, pero parecían empeñadas en resistirse, como si se hubieran atascado en lo más profundo de su garganta. Cada intento de articular sonidos se convertía en un susurro ahogado, en una lucha desesperada por liberar las palabras retenidas en su interior.
—¿Esto es por Satanás?— con la voz quebrada, Adalie finalmente consiguió hablar —¿Por eso es que...?—
Su serenidad fue violentamente interrumpida y su frágil corazón se congeló en un instante, cuando la mano de Beelzebub se aferró al cuello de sus vestiduras, elevándola en el aire y aprisionándola implacablemente contra la fría pared cercana. Un leve quejido escapó de sus labios, víctima del impacto que la dejó postrada de dolor, mientras sus ojos, repletos de terror, se encontraban con la mirada sombría de Beelzebub.
—¿Realmente lo crees?— susurró él y la seriedad en sus palabras se arraigó en los huesos de Adalie, como si fueran raíces de un árbol siniestro —He malgastado mi tiempo cuidando de ti, cuando podría haber invertido esos absurdos momentos en algo verdaderamente provechoso—
La imponente mano del hombre se cerró alrededor del cuello de Adalie, ejerciendo una presión implacable que sofocó su respiración, obligándola a luchar desesperadamente por liberarse de su asfixiante agarre.
Y en ese instante, sus ojos se encontraron con los de él, devastada y con el alma hecha añicos. Un abrumador miedo la embargó al darse cuenta de que en el rostro de Beelzebub no había rastro alguno de emoción, solo una presencia gélida y despiadada.
—Siempre has sido tan lamentablemente ingenua. ¿De verdad creíste que podrías importarle a alguien? ¿Importarme a mí?— pronunció Beelzebub, ejerciendo una presión cada vez más intensa en el cuello de la fémina —Yo solo cumplí con lo que Lucifer me solicitó, pero me he cansado. Ya no eres una estúpida niña— su ceño se frunció abruptamente, mientras la miraba con desdén.
Adalie inhaló una bocanada de aire cuando finalmente Beelzebub la liberó, permitiendo que el aliento fluyera de nuevo hacia sus pulmones.
El hombre la observó en silencio, una sonrisa despectiva dibujada en su rostro, mientras los ojos azules de la joven lo miraban con una tristeza y desilusión tan profundas como el océano.
—Pobrecita, ¿qué tan sola debías sentirte para acabar confiando y encariñarte de alguien como yo?— ladeó su cabeza con una expresión divertida.
Adalie, por su parte, no pudo evitar bajar la mirada, con los puños cerrados de impotencia.
—Marchate y aprende a defenderte. No me importa a dónde vayas, solo deseo que desaparezcas de mi vista— exigió, rodeado de un aura densa y sombría que solo incrementaba el temor en el corazón de la joven.
Beelzebub dio un paso hacia adelante, intentando acercarse aún más, pero en ese preciso instante, Adalie pareció reaccionar. Lo empujó con fuerza, retrocediendo violentamente.
—¡No te me acerques!— gritó ella con voz temblorosa, su respiración agitada revelando el miedo que aún la dominaba —Si realmente deseas que me marche, entonces te dejo el camino despejado— susurró con un nudo en la garganta, abandonando rápidamente aquel lúgubre laboratorio.
Dejando a Beelzebub completamente solo.
Permanecía erguido, sus ojos fijos en el vacío que había dejado tras de sí la partida de la joven. Aunque su instinto le incitaba a seguirla, la razón le susurraba que no debía hacerlo.
Alejarla de su presencia sería crucial para preservar su vida, ya que lo que más deseaba era evitar que Adalie también pereciera a causa de su propia culpa.
"𝘙𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘪𝘫𝘪𝘴𝘵𝘦: 𝘕𝘰 𝘮𝘦 𝘥𝘦𝘫𝘦𝘴 𝘢𝘲𝘶í 𝘴𝘰𝘭𝘰
𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘦𝘴𝘰 𝘦𝘴𝘵á 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘰 𝘺 𝘴𝘦 𝘧𝘶𝘦 𝘺 𝘱𝘢𝘴ó 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦"
Recorrer aquellos caminos sombríos, por fortuna ya conocidos de memoria, despertaba en ella un cierto temor. Estaba sola y la posibilidad de que alguna criatura surgiera para atacarla amenazaba con un desenlace desfavorable. Por suerte, había alcanzado el camino principal que conducía a la salida del inframundo.
¿A dónde iría ahora? No podía saberlo.
Sin embargo, de alguna manera, encontraría la manera de sobrellevarlo.
Con angustia en la mirada, sus mejillas se empapaban con lágrimas y la tristeza desgarraba su corazón en pedazos. Todo había ocurrido tan rápidamente para ella, y nunca esperó un desenlace tan inesperado.
El recuerdo de las palabras de Beelzebub se convertía en una tortura, y por más que intentara apartarlas de su mente, siempre encontraban la manera de regresar para atormentarla.
—Supongo que ya no hay vuelta atrás— murmuró para sí misma, sonriendo amargamente.
Sus ojos azules se fijaron en el frente, preparada para seguir adelante.
—¿Te vas tan pronto?—
Una voz familiar resonó en sus oídos, obligándola a girarse hacia la persona con un visible desconcierto.
—Señor Hades...— susurró sorprendida, limpiando rápidamente los restos de lágrimas que aún permanecían en sus ojos.
El hombre guardó silencio, pero su rostro se iluminó con una sonrisa enigmática. Con sumo cuidado, extrajo un objeto de su gabardina, captando la atención de la pelirroja, quien se sobresaltó ligeramente al ver cómo Hades lanzaba con delicadeza aquel artefacto en su dirección, haciendo que éste cayera a centímetros de sus pies.
Adalie dirigió una mirada fugaz al objeto y se sintió perpleja al percatarse de que se trataba de una daga. Su ceño se frunció en una mueca de desconcierto.
Sus manos temblorosas se inclinaron para recogerla en un gesto casi temeroso, examinando la hoja plateada y afilada con una mezcla de confusión y curiosidad.
Sus ojos se alzaron hacia él en busca de respuestas, pero solo encontraron más interrogantes.
—¿Una daga?— susurró, sin lograr comprender el propósito de aquel regalo inusual.
—Es un lugar cruel a donde te diriges— sus palabras resonaron en el aire con suavidad y Adalie lo miró con ojos abiertos de asombro, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda —Aunque espero que nunca tengas que utilizarla— añadió.
Las lágrimas inundaron los ojos de la pelirroja, mientras una delicada sonrisa se asomaba en sus labios por un fugaz instante. Con su mano libre, se apresuró a secar las lágrimas, como si quisiera borrar cualquier rastro de tristeza.
—Gracias—
—Hay algo más— Hades escudriñó en el bolsillo de su elegante gabardina y extrajo con cuidado una diminuta bolsa de arpillera, cuyo contenido permanecía oculto en su interior.
Con un gesto rápido, lanzó la bolsa a la chica, quien la recibió torpemente y, con curiosidad, la abrió para descubrir su contenido.
—Semillas de granada— pronunció apresuradamente el hombre de cabellos plateados, esbozando una serena sonrisa —por si te apetece comerlas o cultivarlas—
Adalie las observó detenidamente durante unos segundos adicionales, inmersa en sus pensamientos antes de elevar la mirada hacia el dios del inframundo.
—Si las como ahora... ¿quedaré atrapada en el inframundo para siempre?—
Su inocente pregunta provocó una risotada en Hades, quien negó con la cabeza una vez que su risa se apagó.
Adalie simplemente esbozó una sonrisa forzada, consciente de que eso no era cierto, aunque conservaba la esperanza de que lo fuera.
—Sí realmente deseas quedarte aquí, supongo que puedo darte una mano en eso—
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