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20

Sentada en una vieja silla, reposaba adormilada en el rincón de la habitación, víctima del agotamiento. La jornada le había resultado implacable, viéndose obligada a tener que cargar pesadas bolsas de comida y realizar la gran mayoría de las tareas por su cuenta. Sus miembros temblaban sin cesar y un rugido proveniente de su estómago desgastado se hacía eco en el aire, pero su fatiga era tal que no contaba con ánimos de ir por algo de comer.

Lo único que avivaba su espíritu para continuar era la certeza de que Beelzebub arribaría prontamente y, al fin, se encontrarían de nuevo.

Su ausencia se hacía sentir con cada latido del reloj, tanto en el resplandor del día como en la penumbra de la noche.

Echaba de menos su presencia sigilosa, como una sombra misteriosa que se desplazaba entre los confines de su morada. Echaba de menos contemplarlo, absorta, mientras llevaba a cabo sus extraños  experimentos, trascendiendo los límites de su propia comprensión. Y en sus oídos aún perduraba el eco de su voz serena, cuyo timbre acariciaba su alma con delicadeza .

Cada fibra de su ser ansiaba su regreso. Extrañaba cada aspecto de él, desde lo más sutil hasta lo más profundo.

—Adalie, ¿puedes ir en busca de agua? Mary está vomitando una vez más...— Susan interrumpió los pensamientos de la pelirroja, cuya mirada desconcertada se posó en la joven mujer de cabellos azabaches y ojos azules, quien se encontraba doblegada, arrojando lo que había ingerido en el día en una cubeta mientras el resto intentaba brindarle ayuda.

A pesar de su agotamiento, Adalie no se negó a la petición.

Se levantó, tambaleándose mientras sus piernas flaqueaban y las náuseas la invadían, producto del mismo cansancio que la embargaba. Le dedicó una última mirada a Mary y sin pronunciar palabra alguna, se encaminó hacia el exterior con el propósito de hallar el agua que tanto necesitaba.

Bajo los últimos destellos del sol, salió al jardín trasero, avanzando con paso pausado hacia el pozo con el propósito de extraer el agua con una cubeta. Sin embargo, todo a su alrededor pareció girar vertiginosamente de un momento a otro, desafiando su estabilidad y arrastrándola con desdén hacia el suelo, dejándola aturdida y confundida en su caída.

Su cuerpo abatido por la fatigae exigía descanso y respiro. Aun así, luchó contra la opresión que la consumía y se alzó con lentitud, dispuesta a cumplir su encomienda.

—No sirves ni para una simple tarea—

El ceño de Adalie se frunció con una mezcla de indignación y reconocimiento al oír aquella voz masculina que resonaba desde la puerta que daba hacia el patio trasero. Giró con gesto hosco, sumergida en la desdicha de encontrarse de frente con aquel hombre la había arrastrado sin piedad hacia la taberna en complicidad con sus amigos.

—¿Qué quieres?— inquirió con  frialdad, avanzando decidida hacia el antiguo pozo.

—Bueno, el viejo no ha cumplido su parte del trato al no entregarme el pago prometido por haberte traído hasta aquí. Por tanto, he decidido reclamarlo por mi cuenta— musitó, dejando escapar una sonrisa siniestra que se dibujó en sus labios como una sombra maligna.

Adalie tragó saliva con dificultad, sintiendo cómo un nudo de temor se apretaba en su garganta.

—¿Cuánto más tardaremos en llegar?— Beelzebub empezaba a impacientarse, deseando llegar a la taberna y liberar a Adalie de aquel lugar.

Habían caminado desde la mañana hasta la tarde, y ahora la noche los envolvía, mientras la luz de la luna guiaba su camino.

—Estamos cerca— respondió Hermes con serenidad, luchando por contener la sonrisa que amenazaba con asomarse a sus labios —Parece que la señorita tiene una importancia especial para usted—añadió, dejando entrever su intención de bromear y molestar.

Beelzebub permaneció en silencio, sumergido en sus pensamientos, mientras sus ojos se posaban en el suelo con pesadez.

Hermes dejó escapar una risa juguetona, lo cual provocó que Beelzebub alzara la vista, enfrentándolo con una expresión seria.

—Bueno...supongo que me quedaré a ver el desenlace de todo esto— murmuró en voz baja, borrando su sonrisa del rostro.

El semblante de Beelzebub se mantuvo impasible frente al comentario del griego y suspiró, resignado.

Lo único que quería era llegar y encontrar a salvo a su amiga.

—Oh, hemos llegado— Hermes detuvo su paso mientras las primeras viviendas asomaban en el horizonte —La taberna se ubica a la salida— prosiguió su camino.

—¡No me toques!— advirtió vehementemente, propinando un contundente golpe en la cabeza de aquel hombre con la cubeta vacía, provocandole un grito ensordecedor.

Desconocía de dónde había obtenido la fuerza necesaria para ejecutar ese golpe, pero se sentía aliviada por ello. Retrocedió con la respiración agitada y el cuerpo tembloroso, sin intenciones de permanecer allí para descubrir las intenciones de aquel individuo. En consecuencia, se apresuró a adentrarse nuevamente en la taberna, antes de que el hombre se recuperase del impacto recibido.

Desde fuera, sus oídos captaron las maldiciones del hombre, pero se regocijó al constatar que él no había decidido seguirla dentro. Con paso veloz, se internó por los corredores, percibiendo el agitado murmullo de hombres y mujeres concentrados en la cantina ubicada en la estancia principal. Un escalofrío recorrió su cuerpo y, presa de un malestar que amenazaba con desbordarla, llevó la mano temblorosa a su boca, en un intento por sofocar las náuseas que la asediaban. Sus piernas flaquearon y se apoyó en la fría solidez de la pared, buscando recuperar el aliento y aplacar el torbellino de sensaciones que asaltaban su cuerpo.

Deslizándose con suavidad por la superficie rugosa de la pared, finalmente se dejó caer en el suelo, sus piernas cediendo ante la opresión del instante. Sujetó su cabeza entre las palmas de sus manos, como si así pudiera contener el torrente de sensaciones que amenazaba con derrumbarla. Con voz apenas perceptible, comenzó a tararear aquella canción que tantas veces había sido su refugio en momentos de angustia, esforzándose por contener las lágrimas que deseaban brotar.

—¡Adalie!— se oyó a Susan, acercándose apresurada hacia la aludida. Adalie se frotó los ojos y pretendió que nada había sucedido —¿Qué te ocurrió? ¿Y el agua? No importa, iré a buscarla. Por cierto, La señora Amelia te espera en la habitación tres de manera urgente. Parece que aquel hombre de la última vez ha regresado para requerir tus servicios una vez más. Eres toda una conquistadora— le guiñó un ojo antes de partir en busca del agua para su compañera.

La pelirroja procesó la información, mientras que el vértigo de aquellos pensamientos la envolvía como un remolino, zarandeando su mente con fuerza.

—El señor Hermes...— susurró con un tono de agotamiento que se desvaneció en el aire. De repente, como si un interruptor invisible se accionara en su mente, hizo clic — ¡Beelzebub!— se puso en pie de manera apresurada, tambaleándose como un barco azotado por las olas del mareo que la asaltó.

Ignorando cualquier rastro de malestar que pudiera invadir su cuerpo, se precipitó hacia la habitación donde la señora Amelia la esperaba en compañía de un misterioso individuo envuelto en una capa negra. Detuvo su paso abruptamente al vislumbrar el rostro del desconocido oculto bajo el velo de la capucha, y en ese instante, sintió cómo todo el malestar se evaporaba, dando paso a una explosión de alegría.

—Aquí la tienes, es novata, pero si tu amigo la recomendó... asumo que hizo bien su trabajo— la voz de la mujer resonó con un tono irritado, revelando su desprecio hacia Adalie. La joven pelirroja solo pudo tragar saliva, sintiendo un nudo en la garganta —ahora la paga— exigió, extendiendo su mano con impaciencia, esperando que Beelzebub cumpliera con su parte.

—Es ella la que recibirá el pago— y sin decir una palabra más, tomó a Adalie del brazo con determinación, como si se tratara de un objeto valioso, y la condujo hacia la habitación, cerrando la puerta con un seguro.

Finalmente, liberó su rostro de la sombría capucha, girando hacia la chica con una mirada cargada de inquietud.

—Adal...— su voz se vio interrumpida por el abrazo apretado de la pelirroja, que lo tomó desprevenido —ie...—

Sus oídos captaron sus sollozos, y con una caricia delicada, sus dedos acariciaron su espalda, mientras le otorgaba suaves palmaditas para apaciguarla. No obstante, a medida que los segundos transcurrían, sentía cómo su propio cuerpo se relajaba y, finalmente, la envolvió entre sus brazos en un fuerte abrazo.

—Sabía que vendrías, lo sabía—susurró sollozando mientras lo abrazaba con renovada fuerza.

—Lamento la tardanza— una fugaz sonrisa iluminó los labios del hombre de cabello negro.

—Lo noto preocupado, Señor Hades. ¿Qué sucede?— inquirió el guardia al percatarse del gesto contraído que adornaba el rostro del dios, quien, reposado en su trono, se deleitaba con un sorbo de vino —¿Acaso se trata del señor Beelzebub? ¿Teme que cause problemas y llame mucho la atención?— inclinó la cabeza, curioso.

El de cabellos plateados negó, apartando la copa que sostenía.

—No es eso, pero si hay algo que me atormenta... es solo un mal presentimiento con respecto a Beelzebub y Adalie— se puso en pie, clavando su mirada en los ojos del hombre, quien se mostró sorprendido.

—¿Se refiere a... su maldición?—susurró en voz baja, como si temiera que sus palabras fueran captadas por entidades invisibles.

La mano de Hades reposó en su barbilla, en un gesto pensativo, suspirando resignado al cabo de unos instantes. Y sin decir palabra alguna, comenzó a caminar, alejándose del lugar.

—Señor, ¿a dónde se dirige? —inquirió el guardia, su semblante teñido de preocupación.

—A aguardar su llegada, por supuesto... si es que Adalie llega con vida— volvió el rostro hacia el hombre con seriedad y desviando la mirada hacia el suelo segundos después— Espero que así sea, es una buena chica después de todo— suspiró, continuando su camino con serenidad.

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