19
Contempló el danzar de las gotas de lluvia deslizándose con gracia por el cristal de su recámara, mientras se envolvía en el abrazo reconfortante de sus propias rodillas. A lo lejos, las risas melodiosas de sus compañeras de cuarto se entrelazaban en el aire, compartiendo las anécdotas de un día en el que apenas hubo trabajo. Adalie, como siempre, permanecía al margen de aquella conversación, apartada en su propio mundo.
Dos semanas más transcurrieron, y aún no había rastro alguno de Beelzebub. En lo más profundo de su ser, persistía la certeza de que él la buscaba incansablemente o, quizás, la había dado por perdida en un triste adiós. No resultaba descabellado, considerando que su hogar quedó reducido a escombros despuésde los sucesos acontecidos que la llevaron hasta donde ahora estaba.
No, definitivamente no.
Encontraría una salida de ese lugar, sin importar el precio que tuviera que pagar.
La puerta se abrió de golpe, rompiendo el bullicio festivo que llenaba la estancia. Todas las voces se extinguieron al unísono, dirigiendo sus miradas expectantes hacia la figura que había irrumpido en la habitación. Era la propietaria de la taberna, cuyos ojos escrutadores se posaron sobre cada una de ellas con una determinación inquebrantable.
—Un cliente ha llegado y está dispuesto a pagar una buena cantidad de dinero por una de ustedes. Así que, de pie y a trabajar— ordenó, provocando un intercambio de miradas confusas entre las jóvenes. Sin embargo, obedecieron al instante, poniéndose en pie como marionetas manipuladas por hilos invisibles.
Adalie, por su parte, restó importancia al revuelo y continuó deleitándose con la contemplación de la lluvia. Después de todo, su papel se limitaba a la limpieza, siendo una mera espectadora en la trama que se desenvolvía a su alrededor.
Los pasos del hombre resonaron en los oídos de la pelirroja, quien aún mantenía su mirada perdida en la ventana. No obstante, cuando finalmente el cliente cruzó el umbral de la habitación, se vió compelida a volverse y enfrentar la sorpresa que había contagiado a sus compañeras.
Y vaya sorpresa fue para ella al contemplarlo.
Era un hombre joven, esbelto y de elevada estatura. Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás con elegancia, revelando una fisonomía cuidadosamente esculpida. Sin embargo, lo que capturó de inmediato la atención de Adalie fueron sus ojos color guindo, en los cuales reposaban dos tatuajes rojizos. Uno se extendía sobre su ojo izquierdo, mientras que el otro se encontraba debajo del ojo derecho. Estos tatuajes despertaron en ella cierta conexión con un hombre de cabellos platinados, el cual gobernaba el inframundo.
—Señor Hades...— susurró Adalie, entrecerrando los ojos mientras el nombre escapaba de sus labios como un susurro cargado de significado.
—Muy bien, elija a quien más le plazca— declaró la mujer, emocionada ante la perspectiva de la suma de dinero que obtendría de aquel hombre el cual parecía ser uno de esos aristócratas que frecuentaban las tabernas en la oscuridad, ocultos a los ojos del resto del mundo.
El joven escrutó en silencio a cada una de las mujeres presentes, lanzando una mirada penetrante a cada una de ellas. De repente, sus ojos se fijaron en los de Adalie, lo que provocó que el corazón de la chica se acelerara ante aquel gesto inesperado. Un escalofrío recorrió su espalda mientras el misterioso hombre le dedicaba una sonrisa enigmática.
Y justo como Adalie temía, sus peores sospechas se hicieron realidad.
—Ella— declaró el extraño, señalandola.
Todas las miradas se volvieron hacia ella, llenas de confusión y asombro ante la elección inesperada. El aire se impregnó de un silencio tenso, mientras Adalie luchaba por ocultar el miedo que amenazaba con apoderarse de ella.
—Oh no, Adalie se ocupa únicamente de las tareas de limpieza. Usted merece a alguien más versada en estos asuntos, permítame recomendarle a... — la mujer intentó intervenir, pero fue rápidamente acallada.
—Es ella o nadie más— le espetó el extraño, esbozando una sonrisa cargada de burla en su mirada.
El desafío resonó en sus palabras, dejando claro que no aceptaría ninguna alternativa.
La mujer reflexionó por un momento, frunciendo el ceño y lanzando una mirada de molestia a Adalie. No estaba dispuesta a dejar escapar semejante suma de dinero, por lo que finalmente cedió.
—Si así lo desea...— murmuró resignada.
Se acercó a Adalie, quien abrió los ojos desmesuradamente, intentando negarse a la situación que se estaba desplegando frente a ella.
Sin embargo, la mujer la tomó bruscamente del brazo, arrastrándola hacia el hombre misterioso. Adalie luchó por soltarse, pero sus esfuerzos resultaban inútiles ante la fuerza de la mayor.
—No arruines esto...— susurró al oído de Adalie, en un tono que transmitía advertencia, antes de entregarla al joven.
El hombre entregó el dinero en una bolsa, satisfaciendo así los deseos de la propietaria. Cortésmente, agradeció el pago y tomó la mano de Adalie, guiándola fuera de la habitación.
La fémina temblaba, tratando de convencerse a sí misma de que todo era solo una pesadilla de la cual despertaría pronto. Sin embargo, una pequeña voz en su interior le decía que confiara, por extraño que pareciera.
A pesar de ello, se mantuvo en estado de alerta en todo momento.
El extraño de elegante apariencia se adentró en una de las habitaciones y Adalie se vio en la necesidad de retroceder cuando el cerrojo se deslizó en su lugar. Sus cejas se contrajeron en un gesto de descontento, intentando conferir una apariencia intimidante que mantuviera al sujeto a raya, pero en realidad no lograba infundir ningún temor.
—Aquí podremos hablar con tranquilidad— pronunció el hombre al fin, girándose hacia ella con una sonrisa enigmática que iluminaba su rostro —Permítame presentarme—realizó una reverencia, desconcertando por completo a la chica —Soy Hermes... sobrino del señor Hades—
Los orbes de la joven se ensancharon en asombro y su pecho se llenó de una exaltada felicidad ante aquella revelación.
—¿Sobrino del señor Hades?—susurró, apenas capaz de contener la emoción que bullía en su interior —Eso significa que...—
—Así es, el señor Beelzebub ha estado buscándola desde su desaparición. El señor Hades me ha encomendado la misión de buscarla en el mundo humano; después de todo, poseo experiencia en estas tierras— pronunció con una elegancia y cortesía que lo envolvían por completo —Seguramente se alegrará al recibir esta noticia—
Una sonrisa radiante se dibujó en los labios de Adalie al ser consciente de que, por fin, abandonaría aquel sitio y regresaría a su hogar.
A su auténtico hogar.
—Le agradezco sinceramente, de corazón— expresó la joven, conteniendo la euforia que amenazaba con hacerla saltar y reír de alegría —pero me pregunto, ¿cómo saldremos de este lugar?— su rostro se transformó en una interrogante mientras observaba a Hermes, esperando una explicación.
—No seré yo quien la saque de aquí — carraspeó, manteniendo una expresión neutral —el señor Beelzebub me ha pedido que le indique su paradero, él desea llevarla personalmente—
Adalie asintió, comprendiendo en parte a lo que Hermes se refería.
—Pero, ¿cómo es que usted logró reconocerme? Nunca nos hemos visto antes...— estaba llena de inquietudes y anhelaba respuestas.
—Es sencillo, con esto— Hermes sacó de su traje una fotografía que Hades les había tomado a ella y a Beelzebub hace algún tiempo, provocando una dulce sonrisa en Adalie al recordar aquel día.
—Necesito que aguarde la llegada de Beelzebub, ¿piensa que podrá hacerlo?— el dios mensajero guardó cuidadosamente la fotografía en el bolsillo de su traje, aguardando la respuesta de la joven para poder marcharse y dar aviso a Beelzebub.
—Sí, haré todo lo necesario para esperar aquí hasta que él llegue—aseguró con una determinación inquebrantable.
Muy pronto, volvería a reunirse con él.
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—¿Qué ella qué?— sus labios temblaron al recibir la noticia, un golpe inesperado que hizo tambalear su mundo. Como un relámpago en la noche, se levantó de un salto, despidiendo la silla con violencia hacia atrás.
En medio del turbio escenario, Hades permaneció imperturbable, sus ojos amatistas fijos en él. Su mano extendida acariciaba con delicadeza a la cacatúa, cuyos plumajes vibrantes parecían exigir atención, como si fueran destellos de luz en la sombría estancia.
Beelzebub había anhelado ansiosamente noticias de Hermes desde su partida en busca de Adalie, impulsado por las órdenes de Hades. Según las palabras mismas del rey del inframundo, "si había un dios capaz de hallar a Adalie, ese era Hermes". Cada día transcurrido había sido una agonía, un interminable compás de espera, mientras su corazón se debatía entre la esperanza y la desesperación.
—La encontré en una taberna ubicada en las afueras de un pueblo, no demasiado lejano al suyo— reiteró Hermes con aplomo, manteniendo una postura firme —Por el momento, su labor se limita a mantener el lugar impecable, pero no albergo dudas de que esa mujer sería capaz de venderla por una suma considerable de dinero...o cualquier cosa— añadió encogiéndose de hombros.
Aquella fue la gota que colmó el vaso de Beelzebub, un torrente de emociones que azotó su ser y lo impulsó a avanzar a pasos acelerados en dirección a la taberna, decidido a llevarse a Adalie de aquel lugar.
—¿Qué crees que estás haciendo? — resonó la severa voz de Hades, deteniendo al demonio en seco, quien se volvió hacia el griego con el ceño fruncido —Ni siquiera sabes dónde se encuentra, ¿acaso piensas irrumpir allí como un demente y segar vidas a diestra y siniestra?— El dios del inframundo entrelazó sus piernas y cruzó los brazos, arqueando una ceja con gesto inquisitivo.
—Si es necesario, así será— respondió Beelzebub con frialdad, sin titubear.
Hades suspiró pesadamente, consciente de que no podría persuadir a Beelzebub. Con resignación, negó con la cabeza y le hizo un gesto para que continuara su trayecto.
—Deja que Hermes te guíe— fueron las últimas palabras del dios del inframundo.
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