17
El viejo ático se convirtió en su fortaleza, un escondite seguro detrás de un montón de viejas bolsas que pertenecían a su madre. Con el corazón acelerado, sujetaba con fuerza el hierro de la cocina que servía para mover las brasas del fuego. Su cuerpo temblaba de miedo, preso de un shock que la dejaba inmóvil, rogando fervorosamente que aquellos intrusos que habían irrumpido en su hogar y revolvían cada rincón en busca de algo valioso, desaparecieran cuanto antes.
Adalie cerró los ojos al escuchar los pasos de uno de los asaltantes que se movía justo debajo de su escondite. La cercanía de aquel individuo hizo que su corazón se detuviera momentáneamente, temiendo que el sonido de sus latidos pudiera delatar su presencia.
Sin embargo, halló un fugaz respiro de serenidad en el instante en que los pasos se desvanecieron en la distancia. Suspiró con renovado alivio, dejando que su cabeza se apoyara en la tibia madera de la pared. Su cabello, húmedo por los latidos febriles de sus nervios, se adhería a su cuerpo empapado en sudor, mientras su corazón galopaba sin cesar.
Justo cuando parecía que la calma retornaba, la antigua puerta se abrió de forma abrupta, arrancándole un grito agudo. Encogida en sí misma, Adalie se convirtió en una pequeña bola de temor al encontrarse con la mirada de aquel hombre que la observaba con una sonrisa burlona.
—Esto, sin duda, es un preciado trofeo— murmuró entre dientes, y en ese instante, un escalofrío de temor recorrió el cuerpo de Adalie, presagio de lo peor que estaba por venir.
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Las botas de Beelzebub aplastaban el césped con su inconfundible pesadez, marcando cada paso con un estruendo ominoso. Había llegado tarde, mucho más tarde de lo que había planeado, envuelto en una maraña de distracciones laborales. Ahora, se abría paso entre los árboles y arbustos del bosque, con un mal presentimiento creciendo a medida que se acercaba inexorablemente al hogar de su amiga.
Fue entonces, en medio de esa inquietante marcha, que un aroma peculiar asaltó sus fosas nasales, haciendo que frunciera el ceño en respuesta.
Un olor a humo, sutil pero inconfundible, se infiltró en el aire.
Elevó la mirada y, como temía, sus ojos se encontraron con una espesa nube de humo que surcaba los cielos, emergiendo de la casa de Adalie. Sin titubear, aceleró su paso, dejando atrás los límites del bosque, solo para detenerse en seco al presenciar la escena que se desplegaba ante sus ojos: la antigua casa consumida por las llamas, devorada en su totalidad por el fuego voraz.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente y su cuerpo quedó paralizado ante el horror que se desplegaba ante él.
¿Qué estaba sucediendo? ¿Cómo había ocurrido aquel devastador incendio?
En un instante, emergió de su estupor y sus pies cobraron vida, corriendo a toda velocidad hacia la casa que ardía con ferocidad, su corazón latiendo desbocado de angustia por el destino de su amiga.
—¡Adalie!— su voz se desgarró en un grito desesperado, mientras buscaba desesperadamente una abertura para adentrarse sin ser tocado por las llamas devoradoras.
Finalmente, encontró una posible entrada, pero en ese preciso instante, una explosión repentina hizo que la casa se desmoronara en un estallido de escombros incandescentes. Se cubrió instintivamente, presenciando con un horror indescriptible como todo era consumido por las llamas voraces.
—¡ADALIE!— su voz se desgarró una vez más, ahogada por la desesperación y la impotencia que llenaban el aire.
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Sus pasos vacilaban, tropezando con el terreno irregular a lo largo del camino, mientras sus manos permanecían firmemente atadas, tiradas bruscamente por la cuerda unida al caballo. Había luchado con todas sus fuerzas, incluso logrando conectar un golpe contra el hombre que la descubrió en primer lugar, pero los gritos habían atraído a sus amigos, quienes la sometieron sin piedad. La casa que había sido su hogar fue consumida por las llamas tras ser saqueada, llevándose consigo los escasos tesoros de valor.
Y siendo arrastrada hacia un destino incierto, destinada a ser vendida en algún lejano pueblo.
Ahora, su familia se encontraba en una situación desesperada, desposeída de todo lo que poseían, y estaba convencida de que, al regresar y contemplar las ruinas carbonizadas de su antiguo hogar, la señalarían como la responsable de tan trágico suceso.
Una lágrima solitaria surcó su mejilla, cubierta de suciedad y cenizas, mientras su mente evocaba la imagen de Beelzebub. ¿Acudiría en su búsqueda al percatarse de su ausencia o la daría por muerta? Ni ella misma podía estar segura de ello.
Llena de temor y sin conocimiento de lo que el futuro le reservaba, la incertidumbre la acosaba implacablemente. Dudaba de su supervivencia en esa situación, especialmente debido a su condición, la cual aquellos hombres parecían ignorar por completo.
Parecían no ser partidarios de tales creencias, pues no la tacharon de bruja, sino de una joven desafortunada.
Y, lamentablemente, tenían toda la razón.
—Oye, no te quedes atrás— aquel sujeto repentinamente aceleró su caballo, lo que provocó que ella tropezara violentamente al ser arrastrada con fuerza, cayendo sin contemplaciones en el lodo.
Los hombres rieron a carcajadas ante aquello, mientras ella reprimía el llanto.
Todo lo que anhelaba era regresar a su hogar.
Al inframundo.
Junto a Beelzebub.
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En medio de la devastación, su corazón se debatía entre el desasosiego y la esperanza, mientras escudriñaba entre los escombros. Anhelaba fervientemente que las llamas no hubiesen dejado rastro alguno de Adalie, suplicando en silencio que ella hubiera conseguido escapar de las fauces del fuego. Apartaba los restos con desesperación, explorando entre las brasas aún ardientes, queriendo encontrar algún indicio de que la chica hubiese logrado sobrevivir a la tragedia. Sin embargo, cuando su anhelada esperanza parecía germinar en su interior, se topó con la cruel realidad que tanto temía.
Allí, entre aquel montón de despojos, yacía una bota de la chica, impregnada por completo de las marcas desgarradoras del fuego.
—No puede ser...— susurró con voz temblorosa, negándose a aceptarlo —ella no puede estar... muerta— se dejó caer de rodillas al suelo, sin importarle ensuciar su ropa, aferrándose aún a los restos de la bota.
"Promete que cuidarás a Adalie por mí..."
Cubrió su rostro al recordar aquella promesa, una promesa que acababa de romper. Había descuidado a Adalie por tan solo un instante, un maldito segundo que fue suficiente para desencadenar una tragedia que le había arrebatado la vida.
Y de repente, aquella opresión en el pecho que no había sentido desde la muerte de sus amigos regresó con renovada fuerza, abrumándolo por completo. El peso del arrepentimiento, como un yugo infernal, se clavaba en lo más profundo de su ser, desgarrando su alma y envolviéndolo en un velo de dolor insondable. Cada latido de su corazón resonaba como un triste tambor en el silencio sepulcral de su desesperación. Las lágrimas caían sin cesar, empapando su rostro y fusionándose con el polvo del suelo, como una ofrenda efímera a la pérdida irreparable.
—Si ella realmente falleció, ten por seguro que será bien recibida en el inframundo— la repentina presencia de Hades a su lado llamó su atención y entonces su ceño se frunció, como una sombra de desconfianza que se dibujaba en su rostro.
No aceptaría su muerte hasta no verla en el inframundo con sus propios ojos.
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