15
Las últimas brasas agonizaban en la fría chimenea en aquella noche oscura y cruel, incapaces ya de brindar el calor necesario. Adalie se acurrucaba junto a la vieja estufa, envuelta en una delgada manta que apenas mitigaba la helada que calaba sus huesos. Su cuarto era un cubo congelado y las mejores mantas las tenían sus hermanos.
Suspiró con tristeza, acercándose aún más al fogón para absorber la escasa calidez que aún desprendían las brasas, deseando con fervor encontrarse en ese momento junto a Beelzebub. Junto al cálido fuego que él siempre mantenía ardiendo sólo para ella, conformándose tan solo con su presencia a su lado en esa noche helada.
—Dicen que una bruja acecha en el bosque— la voz de su padre se oyó desde la habitación cercana, atrayendo su atención —Un leñador la vió hace unos días en la espesura, no iba sola: un sujeto vestido completamente de negro la acompañaba—
Los ojos de Adalie se abrieron de par en par al escuchar aquello. Seguramente alguien la había visto con Beelzebub caminando hacia una de las entradas del inframundo.
—¿Crees que sea Adalie?— preguntó la voz de su madre.
—Lo dudo— respondió él —La única vez que escapó fue el día en que le golpeaste con aquel fierro...—
—Debimos deshacernos de ella cuando tuvimos ocasión, William—expresó Jane con angustia —Señor, ten piedad de nosotros—
—Ya basta, Jane— replicó él hombre —Seguramente era alguien más. Este pueblo siempre ha sido tierra de brujas—
—Mi bisabuela fue acusada de brujería— contó Jane —Según mi madre, desde pequeña me ha dicho que la historia corría en la familia. Adalie seguramente ha heredado algo suyo: decían que su cabello era rojo como las llamas del infierno.. y que por las noches bailaba con el mismísimo diablo—
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Adalie al oír aquello, tragando saliva y mordiéndose el labio. A menudo había oído a su madre hablar del tema, sobre su bisabuela, de quien había heredado su problemático aspecto.
Tomó un mechón de su cabello, sin cortárselo todavía. Había pensado hacerlo, pero entonces la voz de sus seres queridos resonó en su mente.
Lucifer.
Esmond.
Incluso Beelzebub.
Adalie cayó en cuenta de que no había nada malo en ella, a pesar de que el resto del mundo no fuera capaz de comprender eso.
Ella no era una bruja, solo una joven de veinte años, solitaria. Una joven que anhelaba descubrir las maravillas del mundo sin temor, sin miradas o juicios que la condenaran.
Una joven que había sido víctima de abusos inimaginables por parte de su propia familia, sufriendo la pérdida de seres queridos que eran irreemplazables. No obstante, su corazón seguía latiendo con fuerza, latiendo por aquellos que aún estaban a su lado y que la aceptaron tal y como era.
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—No te muevas— ordenó Beelzebub con frialdad, tomando las tijeras con delicadeza.
—¿Estás seguro de lo que haces?— la pelirroja tragó saliva, inquieta en su asiento.
El demonio arqueó una ceja y se inclinó un poco.
—¿Sabes con quién estás hablando? —inquirió.
—¿Con la pesadilla de mis padres y de la iglesia?— ella bromeó.
A pesar del incontrolable deseo de echar la cabeza hacia atrás y estallar en sonoras carcajadas, Beelzebub reprimió su impulso y aclaró su garganta con tosecillas, haciendo lo posible por conservar su expresión más seria.
Tras una breve pausa, miró fijamente sus dedos que se deslizaron con cuidado sobre las onduladas hebras rojizas del pelo de Adalie.
—Aunque no tenga experiencia en cortar el cabello , sé usar tijeras. Déjame intentarlo, estoy seguro de que será pan comido— se detuvo para medir con sus manos el largo deseado y terminó encogiéndose de hombros con fingida despreocupación, convencido de que sus habilidades manuales podrían suplir su inexperiencia en la materia.
Sin embargo, los ojos azules de Adalie, que lo observaban con recelo sobre su hombro, no parecían completamente convencidos de su capacidad.
—Me lleva el demonio— exclamó nerviosa ante lo que estaba sucediendo, dejando escapar la expresión sin pensar.
—Todos los domingos— replicó Beelzebub con sarcasmo, dedicándole una sonrisa burlona antes de atreverse por fin a tomar entre sus dedos uno de los mechones maltratados del cabello de Adalie y dirigir las tijeras hacia el.
Adalie cerró los ojos con temor, respiró profundo y decidió confiar en las habilidades de su amigo, a pesar de sus dudas.
Beelzebub cortó el mechón sin pensarlo dos veces y sin hacer mucho caso de la longitud. Adalie contuvo la respiración por un instante.
Así comenzó un trabajo arduo y tedioso que se prolongó por varias horas. Beelzebub cortaba, peinaba y vuelta a empezar, tratando de arreglar los desastrosos resultados de sus primeros intentos.
Finalmente, después de mucha paciencia y esfuerzo, dejó las tijeras a un lado y dió un paso atrás para contemplar su obra. Contempló el peinado de Adalie con ojo crítico, sintiendo una mezcla de orgullo y alivio al ver que el resultado, aunque quizás no perfecto, al menos era aceptable.
—Ya está— anunció — Ve al baño y mírate en el espejo. Dime qué te parece—
Adalie se levantó lentamente de la silla, aún con cierta aprensión. A pesar de las horas que Beelzebub había dedicado a arreglar el desastre inicial, no podía evitar temer lo peor.
Caminó despacio hacia el baño y se detuvo frente al espejo, apreciando su reflejo durante varios segundos, inmóvil. Beelzebub la observaba desde la puerta, conteniendo la respiración.
Finalmente, Adalie se volvió hacia él con una sonrisa luminosa.
—Me encanta— dijo mientras se tocaba el cabello cortado en capas, cayendo en forma graciosa sobre sus hombros —Gracias, ha quedado perfecto—
Beelzebub soltó el aire, aliviado. El trabajo había costado, pero ver la felicidad en el rostro de su amiga lo había valido.
—Me alegro que te guste— respondió, devolviéndole la sonrisa.
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"Lo que mas amas, perecerá"
Adalie se acercó preocupada cuando vió a su amigo despertarse sobresaltado de la silla donde había estado dormitando.
—¿Beelzebub, estás bien?—preguntó con suavidad
Él la miró con ojos desorbitados, respirando agitadamente. Su corazón latía acelerado y el sudor le recorría la frente y el cuerpo.
—Solo fue una pesadilla— murmuró, pasándose una mano por el rostro en un intento de calmarse.
Adalie sabía que existía algo más detrás de esa simple pesadilla, podía verlo en la expresión atormentada de su rostro. Recordó entonces lo que Hades le reveló una vez, la dificultad de Beelzebub para conciliar el sueño debido a su oscuro pasado y aquella criatura que habitaba en su interior.
La misma que lo acosaba cada noche al cerrar los ojos.
Su corazón se llenó de comprensión y compasión por el sufrimiento silencioso del contrario y entonces, con delicadeza, se sentó a su lado y colocó su mano sobre el hombro tenso de su compañero.
—Tranquilo, ya pasó. Estoy aquí a tu lado— expresó dulcemente, esperando que sus palabras sirvieran para tranquilizarlo—
Beelzebub fue apaciguando su dolor lentamente, inclinándose hacia adelante con la mirada afligida y la impotencia recorriendo cada rincón de su ser. Jaloneó sus cabellos, cerrando sus ojos con fuerza y maldiciendo su suerte en voz baja.
—Soy culpable de la ausencia de Lucifer, culpable de la de mis amigos— susurró con amargura —no soy capaz de dormir, porque él siempre está ahí...deseoso de recordarmelo...y tal vez lo merezco—
—No fue culpa tuya, sino de esa cosa que llevas dentro— afirmó la pelirroja con certeza —Estoy convencida de que ellos lo comprenderían— agregó,
dibujando una sonrisa dulce en su rostro.
El de cabellos azabaches suspiró, agotado, reclinándose en el respaldo de la silla con cansancio. Su cabeza daba vueltas y el anhelo de volver a dormir lo consumía.
Pero el miedo lo invadía.
Adalie lo comprendió, y entonces, envolviéndolo suavemente en un abrazo, entonó aquella melodía que le brindaba consuelo en sus días grises.
—Sólo cierra los ojos
El sol está bajando
Estarás bien
Nadie puede hacerte daño ahora
Ven luz de la mañana
Tú y Yo estaremos sanos y salvos—
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