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13

Ni el ardor de las llamas devorando su carne la contuvo, ni el aguijón del dolor la detuvo.  Su aflicción, colosal, aplacaba cualquier sensación física y condujo sus manos hacia los restos carbonizados de su muñeca. Las lágrimas se agolparon en sus ojos, y un torrente de espasmos sacudió su cuerpo, mientras suplicaba a los cielos que al menos una parte de su juguete amado fuera salvada de las fauces del fuego.

Mientras Adalie luchaba inútilmente contra el cruel destino de su muñeca, sus hermanos contemplaban la escena con los ojos fríos, careciendo de compasión. Lily sonreía triunfal, segura de la derrota de su hermana menor, pues las llamas lo habían devorado todo, dejando apenas un puñado de cenizas humeantes. 

—No, no, no— se repetía una y otra vez, con un nudo en la garganta que oprimía su pecho, mientras las lágrimas caían sin cesar sobre sus manos devastadas.

Aún ciega de dolor, rebuscaba entre los restos carbonizados como si en ellos pudiera encontrar mágicamente intacto lo más preciado que tenía. Pero solo quedaban cenizas. Cenizas de lo que fue su fiel compañera en las largas noches de soledad, su única amiga en la inhóspita morada de la infancia.

El último recuerdo de Lucifer había sido reducido a cenizas.    

—Padre ha sido demasiado indulgente contigo durante años— dijo Lily, avanzando un paso hacia ella.     

Adalie se incorporó de un salto, volviéndose hacia su hermana con una mirada sombría que le heló la sangre. En aquellos ojos, que antes rebosaban inocencia, ahora solo había oscuridad.

Los orbes azules se habían transformado en portales al infierno.

 
—Calla— susurró Adalie con voz helada. 
 


—¿Entonces insinúas que tus manos se quemaron accidentalmente?— inquirió Beelzebub, acabando de envolver con vendas las manos de Adalie, cuyos cabellos rojizos caían sobre su rostro.

Un moretón oscurecía su ojo derecho, fruto de la pelea que había tenido con su hermana luego de que ésta arrojara su muñeca al fuego.

La pelirroja mordisqueaba su labio inferior, evitando la mirada de su amigo. Se había desconocido totalmente en aquel momento, lanzándose sobre su hermana con una furia que había brotado de repente. Dominick y Peyton trataron en vano de separarlas, hasta que sus padres llegaron apenas a tiempo. 

La ira de su madre era incontenible y, por un momento, estuvo decidida a salir y acusarla de brujería ante la iglesia, no obstante, una vez más, su padre se lo impidió con la excusa de que tendrían graves problemas si lo hacía.
 
Y siempre era la misma historia.

—Estoy bien, no es nada— aseguró con voz apagada mientras las sombrías imágenes invadían su mente, reviviendo como las llamas  habían devorado implacablemente cada parte de su más preciada muñeca.

—Adalie, soy todo menos estúpido— habló Beelzebub, con sus ojos fijos en ella, como si quisieran leer su alma.

Adalie suspiró con resignación, incapaz de esconderle la verdad por más tiempo. Tomó asiento en la camilla, con la vista perdida en la nada.  

—Mi hermana redujo a cenizas la  muñeca que Lucifer me había fabricado— confesó y las cejas del azabache se juntaron al oírlo —me enfadé tanto que terminé por atacarla— dijo mientras una lágrima silenciosa rozaba su mejilla.

Beelzebub estaba al tanto de lo valiosa que era aquella muñeca para ella. Él había sido testigo de como Lucifer se había esmerado en fabricarla, inexperto al principio pero poniendo todo su emsero en ello, hasta que finalmente lo logró.

En aquel entonces, la sonrisa radiante de Adalie lo había recompensado por todo su esfuerzo.    
 Decidió entonces que la pelirroja debía despejar su mente y sabía con exactitud cómo lograrlo.     

—¿Sabes? debo devolver estos libros  a Hades ¿te gustaría acompañarme?— propuso, sosteniendo una pila de libros que había solicitado prestados de la biblioteca del griego.     

Adalie sonrió, sintiendo cómo la tristeza comenzaba a desvanecerse ante la oferta.

                               
—Eso de ahí no es una pintura...— expresó con los ojos bien abiertos,  contemplando detenidamente un pequeño cuadro que reposaba sobre un librero, donde Hades se hallaba con sus hermanos.  

Beelzebub le dirigió una mirada efímera, sosteniendo firme los libros  que debía devolver. 


—Correcto, no lo es— aclaró con sencillez.

—Pero entonces cómo...—

—Sencillo, fue tomada por una cámara fotográfica— la aparición repentina de Hades atrajo las miradas de ambos  —Veo que has  terminado tus lecturas, Beelzebub ¿Encontraste lo que buscabas?— preguntó con los brazos cruzados, sonriendo al azabache que sólo se limitó a entregarle los numerosos tomos con un simple gracias.     

—No— respondió con un ápice de decepción.

—Disculpe, señor Hades, pero ¿qué es esa cámara que ha mencionado? — preguntó Adalie sin poder contener su curiosidad, extasiada ante el pequeño cuadro que ahora sostenía en sus manos.  

—Es un dispositivo utilizado para capturar imágenes o fotografías— explicó. 

La expresión de la pelirroja dejaba entrever el asombro más puro, incapaz de creer que existiera semejante artefacto. Sus ojos se posaron en Beelzebub, quien alzó una ceja perplejo.   

—¿Acaso tú estabas al corriente de esto?— preguntó con la cabeza ladeada.  

—Por supuesto que sí, solo que no cuento con una— se encogió de hombros con un gesto de despreocupación. 

El rostro de Adalie mostró entonces una mueca de decepción, pues había albergado la esperanza de poder contemplar con sus propios ojos una cámara.

—Bueno, estás de suerte. Yo poseo una— los ojos de Adalie centellearon ante las palabras de Hades —es un modelo antiguo, pero sigue funcional —aclaró, adentrándose más en la biblioteca, mirando por encima del hombro a sus acompañantes —Siganme— les invitó.

Adalie nunca hubiera imaginado que aquel artefacto del que hablaba Hades se tratara de una cajita tan peculiar. Mientras el de cabellos plateados comprobaba que la cámara seguía funcionando, la pelirroja observaba con curiosidad infantil por encima del hombro de Hades cómo manipulaba el pequeño aparato.  
 

  Beelzebub, por su parte, guardaba silencio, sin culpar el asombro de la fémina. Después de todo, la tecnología de los dioses siempre había sido mucho más avanzada que la limitada de los humanos.  

—Creo que ya está— murmuró Hades, emocionando a Adalie— debes apretar este botón de aquí, apuntando la lente hacia el objeto o persona que quieras inmortalizar y... — oprimió el botón hacia él mismo y la luz que emitió fue suficiente para deslumbrar a la pelirroja —listo— la cámara expelió la fotografía.


En ella podía verse una aturdida Adalie a espaldas de Hades, y éste  mirándola de reojos.

—Increíble...mira Beelzebub— llamó la chica, absolutamente fascinada por lo que acababa de presenciar —es como magia— murmuró con los ojos centelleantes.  

—En realidad es ciencia...— Beelzebub se asomó por sobre su hombro, dándole un vistazo a la fotografía que lo hizo hacer una mueca bastante extraña

Le resultaba un tanto divertida.

—Muy bien, es su turno— anunció Hades, esta vez dirigiendo la cámara hacia Beelzebub y Adalie.

El demonio abrió los ojos con sorpresa ante la repentina atención.

—¿Espera, qué?— balbuceó Beelzebub, pero antes de que pudiera siquiera articular una protesta, Adalie se acercó a su lado, dando su mejor sonrisa.

Un destello brillante los envolvió a ambos, cegando por completo a Beelzebub y dejándolo momentáneamente desorientado.

Hades examinó con atención la fotografía antes de soltar una risotada, la expresión aturdida de Beelzebub no tenía precio. Entregó la imagen a Adalie, quien la sostuvo con ternura y emoción en sus manos.

Quizás no era la foto más perfecta, pero era la primera que tenía con su amigo, y eso era lo que la hacía especial.

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