12
—¿Adalie?— susurró con voz entrecortada, mientras se incorporaba de un salto, sobresaltado y maldiciéndose a sí mismo por haberse quedado dormido.
Sus ojos se abrieron de par en par, buscando desesperadamente a la pelirroja en medio de la penumbra. Su corazón latía con fuerza, como si quisiera salirse del pecho, mientras el sudor perlaba su frente. Era la primera vez que sentía un miedo tan intenso, la sensación de que algo terrible había sucedido cuando él se había sumido en los brazos de Morfeo.
—¡Adalie!— su llamado retumbó en la oscuridad, resonando en las paredes de su laboratorio.
—Estoy aquí— un rayo de esperanza iluminó su corazón al escuchar la voz de la chica, cuya presencia calmó sus músculos tensos y alivió su mente preocupada —parece que descansaste bien— añadió con dulzura.
Beelzebub exhaló profundamente, dejando caer su cuerpo en la silla con un suspiro de alivio. La tensión acumulada en su cuerpo se había desvanecido, dejando en su lugar una sensación de debilidad que lo hacía temblar.
—¿Cuántas horas he dormido?— se preguntó, frotando su rostro con las manos en un intento de despejar su mente y hacer memoria.
—Hm...me atrevería a decir que no más de cuatro horas— dedujo Adalie, con una expresión pensativa en su rostro —el Señor Hades estuvo aquí, pero al notar que dormías, decidió retirarse y volver en otra ocasión— anunció, señalando en dirección a la estufa que emanaba un cálido fuego a lo lejos —fue muy amable y encendió la estufa— agregó.
Beelzebub desvió su mirada hacia el fuego ardiente y parpadeó varias veces. Había olvidado por completo que tenía aquel objeto en su hogar. Se levantó de su asiento, bostezando mientras lo hacía, para luego comprobar la hora en el reloj que había estado reparando.
—Supongo que ha llegado el momento de volver, ¿no es así?— suspiró, desanimada ante la perspectiva de lo que le aguardaba.
Beelzebub se mostraba incrédulo ante las palabras de su compañera, observándola con gesto de extrañeza.
—¿De verdad deseas regresar allí después de lo que ocurrió?— preguntó.
—No me queda otra opción, encontraré la manera de arreglármelas, además— su sonrisa se desvaneció de sus labios —tengo un asunto pendiente que resolver—
El azabache suspiró profundamente, rascando su nuca con cierta inseguridad.
—Ya es muy tarde, no es prudente que te lleve a estas horas. Puedes quedarte aquí a pasar la noche y mañana te escoltaré a casa— aseguró, encaminándose hacia su habitación.
Adalie guardó silencio y lo siguió desde atrás, observando con atención cada uno de sus movimientos. Al llegar a la habitación, se detuvo en la entrada y contempló cómo él retiraba el colchón de su cama con un gesto decidido.
Sin pensarlo dos veces, la joven se ofreció a ayudar.
—Permíteme ayudarte, no parece muy pesado— dijo acercándose a él con determinación.
Beelzebub aceptó su oferta y le indicó que tomara las mantas. Juntos, salieron de la recámara, cargando el colchón y las mantas en brazos. Una vez fuera, el demonio acomodó el colchón cerca del fuego con el fin de que Adalie pudiera pasar la noche caliente y cómoda.
Cuando todo estuvo listo, la pelirroja se sentó en el suave colchón y se envolvió en una manta que le proporcionaba calor. Beelzebub tomó asiento a su lado, con los ojos fijos en el fuego que ardía en la chimenea, reflejándose en sus orbes como llamas danzantes.
—Ven aquí— invitó Adalie, extendiendo la manta con la intención de cubrir también a Beelzebub —Hace frío esta noche—
El demonio la miró con indiferencia, tratando de ocultar su incomodidad.
—Las bajas temperaturas no me afectan— respondió con monotonía, desviando la mirada hacia otro lado.
No obstante, se exaltó al sentir que la manta lo cubría de un momento a otro, generándole un calor que hacía mucho tiempo no experimentaba.
Miró a su amiga con sorpresa, quien le dedicó una amable sonrisa al mismo tiempo que lo arropaba como era debido.
—Que las bajas temperaturas no te afecten, no significa que debas pasar frío— explicó Adalie con delicadeza, asegurándose de que la tela lo cubriera adecuadamente.
Beelzebub suspiró profundamente, dejando que su mirada se desvaneciera en el vacío, mientras su mente se perdía en un laberinto de pensamientos oscuros. Él sabía que no merecía tal trato después de todos los horrores que había cometido en sus múltiples experimentos, utilizando a criaturas indefensas como conejillos de indias. Incluso había cultivado la semilla de los restos de Hajun, el Señor Demonio del Sexto Cielo y el Berserker Legendario del Inframundo, para sembrarla en alguien inocente. Todo eso en un intento desesperado de alcanzar la muerte, una obsesión que lo había consumido desde hace mucho tiempo.
—¡Cielo Santo!— exclamó Adalie, acercándo sus manos a la calidez del fuego —la llegada de la primavera es lo único que espero con ansias en todo el año— sus labios se humedecieron con la punta de su lengua, mientras sus ojos azules se clavaban en las llamas naranjas, admirando la danza de las chispas, como si fueran pequeñas hadas bailando al son de una melodía desconocida.
Beelzebub la examinó de reojo, sin decir una palabra. Sus ojos recorrieron los moretones esparcidos por su piel, las cicatrices que atestiguaban los abusos físicos que había sufrido. Su cabello pelirrojo, ondulado y mal cortado, recogido en un moño, y sus adorables pecas adornando su rostro. Adalie había soportado demasiado dolor desde su nacimiento, condenada al rechazo incluso de su propia familia. Sin embargo, sus ojos siempre resplandecían con intensidad, y su espíritu rebosaba de vida.
A pesar de las adversidades que enfrentaba, ella se había aferrado a la vida con una fuerza admirable. En su corazón no había lugar para el odio ni la maldad, solo un amor inquebrantable por todo lo que la rodeaba. Irradiaba bondad y ternura, como la primavera que florece en un mundo cada vez más oscuro y hostil.
"Jamás, en todos los siglos de mi existencia, había visto una mirada tan desolada y, al mismo tiempo, tan llena de esperanza y voluntad de vivir"
Recordó las palabras que Hades había utilizado para referirse a ella unos días atrás, y Beelzebub no pudo evitar darle la razón. Pues él también había visto exactamente lo mismo que el rey del inframundo.
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—¡Sueltenme!— clamó con una desesperación que parecía ahogarla, mientras forcejeaba por liberarse del férreo agarre de Lily y Peyton.
Desde que había puesto un pie en su casa, había sido recibida con una infinidad de crueldades por parte de sus hermanos.
—No te liberaremos hasta que te arrepientas de haber arrebatado la vida de nuestro hermano, ¡bruja asquerosa!— la mayor la empujó con fuerza contra la pared, y la pelirroja soltó un quejido doloroso.
—¡Yo no he matado a Esmond!— con desesperación en los ojos, Adalie hizo su defensa por enésima vez, intentando recuperarse del golpe que le había propinado su hermana, sólo para recibir una bofetada aún más fuerte.
Intentó huir, pero su camino fue bloqueado por su hermano menor, Dominick, quien con la ayuda de su gemelo, la sujetó con fuerza por ambos brazos. Lily sonrió triunfante y se dirigió a la habitación de Adalie, regresando con lo que ella más amaba: la muñeca que Lucifer le había obsequiado.
Los ojos de Adalie se dilataron ante la desesperación, como si quisieran escapar de su órbita. Dejó de forcejear por unos segundos, atónita ante la crueldad de Lily. Esta se acercó a ella con un andar burlón, meneando la muñeca frente a su rostro.
—Esta muñeca siempre ha sido especial para tí, ¿no es así?— canturreó con voz aguda y mordaz, dándole una mirada de desprecio al juguete que ahora sostenía con mano firme.
—No...no te atrevas— susurró, su voz temblorosa y llena de miedo, mientras sus labios sufrían leves espasmos ante la impotencia que sentía.
Lily, en cambio, sonrió con una inocencia perversa, echándole un vistazo a la estufa que ardía con fervor a pocos metros de distancia. La llama crepitante parecía tener una extraña fascinación sobre ella, y el corazón de Adalie amenazaba con salir expulsado de su pecho al ver la mirada fija de su hermana en la fuente de calor ardiente.
—Es tan horrible, al igual que tú— se burló Lily con un gesto maquiavelico, haciendo amagos de arrojar lo único más cercano que tenía de Lucifer directo al fuego.
Adalie sintió un nudo en el estómago al ver la escena.
—No debiste regresar, Adalie— susurró con rabia, acercándose poco a poco a la estufa.
La joven se sintió atrapada, acorralada por sus propios hermanos y por la amenaza latente del fuego.
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