11
Se removió inquieta sobre la fría camilla donde previamente el sueño la había vencido. El gélido ambiente de la habitación traspasaba sus huesos, a pesar de hallarse arropada por una manta. Restregándose los ojos aún somnolientos, recorrió con su mirada los alrededores, topándose con la figura de Beelzebub, dormido profundamente sobre una silla junto a ella.
Horas antes, Beelzebub había dedicado su tiempo a sanar cada contusión que había sufrido. Tan agotada se sentía, que apenas tenía memoria de haber caído bajo los efectos del sueño en cuanto Beelzebub culminó su labor.
Tembló un poco, aferrándose a sí misma para brindarse algo de calor, sin lograr acostumbrarse del todo a la gélida atmósfera que a menudo impregnaba el laboratorio de su compañero.
Con sumo cuidado, se levantó, sofocando los lamentos de dolor que amenazaban con hacerla desfallecer de nuevo. Se abstuvo de ceder ante la debilidad y en cambio, envolvió con esmero al hombre de cabellos oscuros en la manta que le había servido de abrigo.
Beelzebub parecía estár aún más exhausto que ella, lo que se evidenciaba en las ojeras profundas que se marcaban bajo sus ojos. Adalie tomó la mano de su amigo, percatándose de que ésta estaba aún más fría que la suya. Entre suspiros gélidos, se aseguró de arroparlo adecuadamente, procurando que entrara en calor.
Tomó asiento en una silla cercana, sintiendo el frío aferrarse a su piel como una garra implacable. Se frotó los brazos con desesperación, tratando de encontrar algo de calor en medio de todo aquel caos que parecía rodearla. A su alrededor, el ambiente parecía más hostil que nunca, como si incluso el aire se hubiera vuelto más denso y opresivo.
En su mente se agolpaban los pensamientos, cual enjambre de abejas furiosas. Sentía que el tiempo se le escapaba entre los dedos, y que cada segundo que pasaba allí sentada, era un paso más hacia el abismo. Sabía que debía regresar a casa, aunque no sabía si sería bienvenida o si a su familia ya no le interesaba su ausencia.
Recordó con tristeza la mirada acusadora de su padre, quien en un giro súbito de los acontecimientos, la había señalado como una bruja. Había sobrevivido gracias a su protección, pero ahora, era tan vulnerable como una hoja en pleno otoño.
Suspiró con fuerza, dejando que su aliento se confundiera con el aire helado. Cerró los ojos, intentando encontrar un resquicio de paz en medio de la tormenta que la rodeaba.
De pronto, el sonido de la puerta al abrirse hizo que ella girara su cabeza en su dirección. Allí estaba él, el hombre con el cabello plateado y ojos de color amatistas, que recorría el laboratorio con una mirada curiosa, buscando algo o alguien en particular. Cuando Hades se topó con Adalie, ésta señaló en dirección a Beelzebub, quien dormía plácidamente, y Hades comprendió inmediatamente lo que quería decirle.
—Por fin ha conseguido conciliar el sueño...— musitó Hades, acercándose a Adalie y contemplando a Beelzebub sumido en un sueño profundo, ajeno al mundo que lo rodeaba —quizá sea una señal favorable— agregó, llevando su mano a la barbilla en un gesto pensativo.
Adalie se sorprendió ante sus palabras, pero estaba demasiado concentrada en mantenerse caliente como para poder hablar en ese momento.
El gesto de la mujer no pasó desapercibido para Hades, quien estudió cada rincón del laboratorio, hasta que sus ojos se posaron en una vieja estufa a leña en desuso.
—Ven conmigo— indicó el peliplata, acercándose a la estufa con el fin de examinarla más de cerca. Afortunadamente, encontró un poco de leña y fósforos para encenderla —espero que funcione— murmuró en voz baja, esforzándose en encender el fuego.
La llama titilante comenzó a iluminar la estancia y aportar algo de calor, rompiendo el silencio con su crepitar. Hades se acercó a Adalie y le ofreció una silla, invitándola a sentarse junto al fuego.
—Espero que esto te ayude a mantenerte caliente— expresó, tomando asiento junto a ella.
Adalie extendió sus manos hacia la fogata, sintiendo el calor reconfortante acariciar su piel. Una sonrisa se formó en sus labios al ver como el frío se disipaba poco a poco, al mismo tiempo que observaba hipnotizada las llamas que parecían danzar al ritmo de la leña ardiendo.
—Le agradezco mucho— expresó con gratitud, acercándose aún más al calor de la estufa. El fuego iluminaba su rostro, haciéndolo parecer más vivo y radiante.
El sonido de las llamas llenó el hueco de mutismo, creando una atmósfera acogedora y tranquila que envolvía a los dos en un abrazo cálido y protector.
—Puedo preguntarle algo...— Adalie rompió el silencio y Hades asintió en aprobación —¿a qué se refería con lo que dijo antes, sobre que Beelzebub finalmente a logrado dormir?— cuestionó con una voz suave.
Sus ojos azules se desviaron de las llamas para mirar a Hades, que parecía absorto en la nada.
El peliplata suspiró, dejando escapar un poco de humo de entre sus labios.
—Digamos que Beelzebub ha pasado por tiempos un tanto... difíciles— admitió Hades en voz baja. Adalie tarareó suavemente en señal de comprensión —No logra pegar un ojo debido a las pesadillas que lo acosan noche tras noche— continuó — admito que me ha sorprendido un poco que finalmente haya logrado conciliar el sueño—
Los dos se sumieron en un silencio profundo, mientras el fuego seguía ardiendo a su alrededor, iluminando sus rostros con una luz acogedora. Adalie comprendía perfectamente a lo que se refería Hades, y pensó en lo difícil que debía de ser para Beelzebub superar el dolor de haber perdido a sus amigos. El remordimiento seguía acechando al demonio, como una sombra oscura que lo seguía a todas partes, y ella sentía una punzada de tristeza al pensar en su sufrimiento.
Y todo por culpa de esa cosa que se empeñaba en atormentarlo sin descanso.
La pelirroja no dijo nada tras lo relatado, tarareando la melodía que su hermano acostumbraba a cantarle en los momentos difíciles. De repente, una oleada de recuerdos la invadió, haciendo que su cuerpo se estremeciera. El fuego creaba en el aire sombras danzantes de su pasado, y ella, presa de la nostalgia, apartó la mirada con prisa, como si temiera perderse en aquellos momentos que ya no existían.
—La melodía que brota de tus labios me resulta familiar...creo que la escuché esta misma tarde en el río Aqueronte— murmuró Hades, frunciendo el ceño en un esfuerzo por recordar.
Los ojos de Adalie se abrieron con asombro, clavándose en los de Hades con un brillo esperanzador.
—Ah, por supuesto. Un hombre de cabellos rubios y ojos verdes la tarareaba mientras esperaba al barquero— recordó Hades con cansancio, evocando la escena con cierto desdén. Había tenido que intervenir en varias peleas que se habían desatado durante la espera, lo que le había dejado un fuerte dolor de cabeza.
—Él era mi hermano mayor— se apresuró a decir Adalie, con lágrimas cristalinas resbalando por sus mejillas. Hades la miró con extrañeza, pero antes de que pudiera preguntar, la joven agregó con voz temblorosa —Su nombre era Esmond. Falleció esta mañana— confesó, aferrándose a la tela de su desgastado vestido de invierno.
Hades asintió en silencio, percibiendo el dolor que se deslizaba por cada palabra que salía de los labios de Adalie. Cruzó las piernas con elegancia, y echando una ojeada a las llamas que crepitaban frente a él, esperó pacientemente a que ella prosiguiera.
—Él no merecía acabar así...— se lamentó Adalie, cerrando sus ojos con aflicció, como si no soportara contemplar el dolor que se agitaba en su interior.
Hades la escuchó en silencio, dejando que sus palabras se perdieran en el espacio entre ellos y se mezclaran con el crepitar del fuego.
—Suena a que fue un excelente hermano mayor en vida—
La joven sonrió con nostalgia, permitiendo que los recuerdos de su hermano la envolvieran con ternura.
—El mejor—
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