Su madre las dejó nada más las vio crecidas. Las recogeré del abandono, salvándolas de otros, pero luego... Destrozaré, romperé sus pieles con mis manos, y tendré el rojo entre los dedos. Con deseo fresco, llevaré sus carnes a mi boca, masticaré con deleite y tragaré gustosa. No podrán huir, no podrán gritar, tan siquiera cuando escupa sus huesos, y las deje atrás. Tiraré sus restos junto a los demás, para que la tierra las cubra y no quede nada.

Comí ciruelas y las planté, ¡a ver si me crece un árbol de sus carozos!