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Segunda parte

Pareja: Bakugou Katsuki x Kirishima Eijirou.

Advertencias: angst, muerte de un personaje, universo alternativo.

Duración: dos partes (two-shot).

Deslizó sus rodillas hasta hundirse completamente en la gran masa de nieve, abrazándose a sí mismo con el objetivo de conseguir algo de calor corporal. Las lágrimas inundaban sus ojos escarlatas hasta impedirle la visión, vislumbrando solo manchas blanquecinas en la lejanía, y sus extremidades no paraban de temblar, producto del frío y de la embargadora tristeza. A pesar del tiempo, lo seguía extrañando tanto como el primer momento.

Ya habían pasado cinco años desde que había visto por última vez a Kirishima Eijirou. Ya habían pasado cinco años desde que había conocido por primera vez el verdadero dolor y la desesperación real, y ya habían pasado cinco años desde que había dejado de estar seguro acerca de lo que quería hacer en su vida.

Antes de conocerlo, no habría tenido problema alguno en asegurar a cualquiera que se lo preguntara que deseaba ser un chef, o mejor dicho, el mejor chef del mundo.

Esa había sido su aspiración desde que había aprendido a utilizar los utensilios de cocina y a preparar platillos por cuenta propia, y ese sueño se intensificó todavía más cuando conoció a un peculiar pelinegro en la preparatoria.

En un principio, ese pelinegro fue alguien irrelevante para él, y a duras penas recordaba su nombre. Pero entonces, sus clases comenzaron a coincidir, y por algún motivo que no lograba descifrar (suerte, quizás) acabaron emparejados en una cantidad incontable de trabajos grupales, por lo que no tuvo más remedio que comenzar a hablar con él.

A día de hoy, seguía sin saber si eso fue una bendición o una maldición, porque, si no le hubiese hablado en primer lugar, ahora continuaría sonriendo, orgulloso de su sueño y, probablemente, él continuaría con vida. Pero ya no había nada más que hacer, no había vuelta atrás, a menos que lograra construir una máquina del tiempo y evitar que todo aquello se hubiese desarrollado. Y eso, lógicamente, era imposible de conseguir.

Con el tiempo, las conversaciones fueron saliendo del ámbito escolar, y, antes de que se dieran cuenta, se volvieron mejores amigos. Allí donde fuera Bakugou, detrás estaba Kirishima, siguiendo sus pasos, habiéndose vuelto el pilar emocional primordial del rubio, y, con el tiempo, acabaron por volverse inseparables. Juntos, comenzaron a vivir las etapas más felices de sus vidas, y entre ellas, la primera navidad alegre de Bakugou.

Katsuki Bakugou siempre había repudiado navidad. Tampoco la consideraba una pérdida de tiempo, después de todo habían muchos platillos diversos que podía elaborar gracias a las fechas navideñas, pero no tenía ningún significado en especial para él. O por lo menos, no lo tuvo hasta que Kirishima se ofreció a pasar la noche en su casa por la víspera de nochebuena.

Esa noche, ambos rieron sin control, disfrutaron de la comida que Bakugou preparó especialmente para el pelirrojo (quien tiñó su cabello meses antes de la primera navidad que pasaron juntos), viendo los fuegos artificiales a través del balcón del departamento del rubio y sintiendo sus corazones repletos de felicidad y emoción, sabiendo que finalmente estaban disfrutando de una verdadera navidad como debían.

¿Qué importaba si estaban festejando solo ellos dos? Tampoco había necesidad de invitar a sus padres, juntos, tenían de sobra, y lo comprobaron cuando, en mitad del festejo, tomaron sus manos y sintieron sus corazones completarse, como si estuviesen hechos el uno para el otro.

Y Bakugou no dudaba de ello. Amaba sentir la textura de las suaves manos de Kirishima tomar sus dedos, amaba poder ver la sonrisa de Kirishima, poderlo escuchar reír, porque le hacía sentir que él no era tan mala persona como todos le describían.

Porque, ante los ojos de Kirishima, él era un ejemplo a seguir, y fue por ese pelirrojo que continuó con su sueño de volverse un chef capaz de conquistar el corazón de todos con sus platillos. En cambio, fue el pelirrojo quien continuó alentándolo, y juntos, se volvieron invencibles.

Mientras que Bakugou se encargaba de proteger a Kirishima de todos aquellos incautos que se atrevieran a insultarlo, Kirishima se encargaba de endulzar el corazón de Bakugou con sus sonrisas, alabándolo y diciéndole lo mucho que le quería, pero, con el paso del tiempo, ese simple querer se volvió en algo mucho más profundo que ambos atesoraban en sus corazones, temiendo arruinar su amistad al revelar sus sentimientos más ocultos, y así se mantuvieron durante un año más, ocultando miradas obvias, roces de manos involuntarios y muchos más abrazos y contacto físico que el que compartieron en su primer año de amistad, y no fue hasta la siguiente navidad, la segunda que vivirían juntos, que no decidieron confesar finalmente sus sentimientos.

Bakugou podría decir que ese fue el día más feliz de su vida, pero junto a Kirishima, todos los días eran igual de hermosos y únicos, así que no se podía decidir por ninguno en específico.

Por algún azar del destino, aquel día ambos habían decidido confesarse a la vez, aprovechando el momento en que los cohetes artificiales estaban en su máximo esplendor por si eran rechazados poder decir otra tontería para excusarse.

Al parecer, ambos eran igual de cobardes en aquel sentido, pero nada más confesaron sus sentimientos mutuamente, supieron que sus vidas habían sido coloreadas de golpe, iluminadas por las mejillas rojizas del contrario y caldeadas por la sesión de besos que comenzaron a darse a la luz multicolor de los petardos y la incandescencia de las luces navideñas que decoraban el hogar de Bakugou.

Desde aquel momento, tal como habían supuesto, sus vidas habían mejorado considerablemente. Bakugou, inspirado por los ánimos de su finalmente novio, había comenzado a aumentar su producción culinaria, llegando a conseguir un puesto como cocinero en un pequeño y acogedor restaurante, el cual también le brindó a Kirishima la posibilidad de trabajar como camarero.

Así, ambos podían ganar dinero juntos, apoyándose en el trabajo y sin llegar a aburrirse en sus puestos laborales gracias a poderse hablar en casi todo momento, pues Kirishima era el encargado de ir a dar las órdenes y recoger los platillos en la cocina, y, con el paso del tiempo, tras ahorrar bastante dinero, lograron comprar una pequeña casa en las afueras de la ciudad.

Allí, vivieron hasta que completaron los estudios, finalmente logrando cumplir sus sueños desde la juventud ayudándose mutuamente: Bakugou se convirtió en uno de los chefs mejor reconocido del país y Kirishima logró montar un gimnasio propio que lentamente fue consiguiendo popularidad y gran renombre.

Por supuesto que Katsuki solía ir a ejercitarse en el gimnasio de su novio —aunque algunas veces las sesiones de entrenamiento se convertían en algo más íntimo cuando ya todos los demás clientes se habían marchado del gimnasio— y Eijirou solía asistir al restaurante del rubio para degustar sus comidas.

Eran, por decirlo así, un matrimonio que no había llegado a casarse, pero eso cambiaría pronto, o por lo menos eso era lo que pensó Katsuki, quien decidió que por la sexta navidad que vivirían juntos, le pediría la mano a su novio nada más llegaran a la cabaña en el bosque que había alquilado para pasar las vacaciones navideñas.

Tenía todo preparado: la cena romántica que prepararía aprovechando el tiempo en el que Kirishima estuviese jugando con la nieve (ya planearía algo para lograr mantenerlo fuera de la cabaña durante un rato), el anillo con el que le propondría matrimonio, anillo en el cual gastó la mitad de los ahorros de toda su vida, y lo más importante de todo, su amor por él, el cual, por más tiempo que pasara, no se desvanecía, sino que se iba fortaleciendo cada vez más, habiéndose vuelto casi irrompible.

Muy pocas veces discutían, y cuando lo hacían, siempre se pedían disculpas en pocas horas, lamentando las acciones o palabras que se hubiesen podido dirigir en el período que duraba aquel enfado.

Porque no soportaban la idea de ignorarse durante tanto tiempo, porque para ellos, lo eran todo el uno para el otro, manteniendo una relación sana que muchos a su alrededor envidiaban: los celos casi no existían gracias a la confianza mutua que se tenían, lo que les permitía tener la privacidad que toda persona desearía tener, los besos suaves y tiernos no faltaban, además de que ambos se satisfacían a la perfección en la cama, amándose todo lo que desearan, disfrutando de cada segundo que podían pasar juntos.

Kirishima lograba hacer sentir completo a Bakugou, quien durante muchos años estuvo consumido en profunda tristeza y soledad que camuflaba con sonrisas altaneras y orgullo, cuando, en realidad, se sentía el peor humano del mundo. Pero entonces llegó aquel chico, aquel hermoso pelinegro que a pesar de sus arrebatos de ira, continuó hablándole, continuó insistiendo para ser su amigo, y tras ser su amigo, continuó esforzándose para lograr aumentar sus lazos, convertirse en algo más que simple pareja: convertirse en almas gemelas que pudieran confiar entre ellos, contarse sus problemas, ayudarse cada vez que tuvieran alguna dificultad con algún amigo y servir como punto de apoyo para cualquier decisión que quisieran tomar.

Era esa perseverancia, ese optimismo, lo que llamaron en primer lugar la atención de Bakugou. Él jamás había experimentado lo que era una verdadera amistad, aunque muchos intentaron volverse su amigo y fracasaron en el intento, por lo que, cuando llegó Kirishima Eijirou, finalmente supo lo que era sentirse vivo, lo que era sentir esas ganas de poder levantarse cada mañana para ver a alguien y disfrutar de hacerle reír.

La idea de una relación romántica llegó por sorpresa, y costó el aceptar que Eijirou le interesaba más que como mejor amigo, pero tras una serie de consejos dados por sus padres, acabó por confesarse a sí mismo que sí, amaba a Kirishima Eijirou y daría su vida por él si era necesario, y sabía que el pelirrojo haría lo mismo.

Por eso, ahora, quería casarse con él, aunque no fuera totalmente necesario, porque ambos se pertenecían, ambos se amaban, y un papel con firmas no haría realmente un gran cambio en su relación, pero deseaba darle a Eijirou un día perfecto, un recuerdo tan maravilloso como lo era un matrimonio, y se mantuvo meses esperando con ansias a que llegara navidad para poder marcharse a la tranquilidad del bosque junto a su amado.

Al principio, Eijirou estuvo entusiasmado con la idea de poder pasar un par de semanas en paz junto a Katsuki, pero el problema llegó la tarde de navidad en la que el rubio decidió proponer matrimonio al pelirrojo.

Aquella tarde, Katsuki se las había ingeniado para repetir la misma cotidianidad que habían mantenido cada vez que eran épocas navideñas: la petición para ir a jugar en la nieve, sus besos y caricias y finalmente el salir de la cabaña, pero ese día hubo un pequeño cambio en su rutina, un pequeño gran cambio que provocaría un intenso dolor en el corazón de Bakugou.

Nada más ambos estuvieron vestidos con la ropa necesaria para salir a la nieve, Bakugou le pidió expresamente que le esperara un par de minutos fuera, pues debía preparar la mesa y los platos en los que en la noche depositaría la más exquisita comida que pudiese ofrecerle a su hermoso Eijirou, y al inicio, todo fue bien, anocheciendo poco a poco y con los copos de nieve cayendo por el cielo, esparciéndose sobre los cabellos de Eijirou y haciendo que Katsuki se burlara de él por eso, notablemente emocionado por lo que sucedería en un par de horas.

Un par de horas de juego después, cuando el rostro de Eijirou estaba completamente rojo por el frío y lleno de nieve que Katsuki le había lanzado en broma, decidieron separarse por distintos caminos para buscar leña con la cual encender la chimenea de su habitación por la noche, pero lo que ninguno de los dos se esperaba era que la pequeña nevada que caía se intensificara a una velocidad exorbitante hasta convertirse en una tormenta de nieve increíblemente fuerte que, combinada con la oscuridad de la noche, impidió a Katsuki localizar a Eijirou.

Aun, en el presente, Bakugou recordaba sus gritos desesperados y desgarradores para poder encontrar a Eijirou, refugiándose de la nieve como podía, notando cómo sus pies se movían de forma lenta entre la nieve acumulada y notando cómo el frío comenzaba a hacer efecto en su cuerpo, tensando sus músculos e impidiéndole el poder caminar bien.

Pero en ese entonces, no podía rendirse, debía reencontrarse con su novio, debía pedirle la mano, debía poder escuchar de sus labios que todo estaba bien, que no había ningún problema, pero aun con el pasar de las horas, cuando la tormenta ya estaba en su máximo apogeo, seguía sin encontrándolo, o al menos eso era lo que había pensado cuando, con lágrimas en sus ojos (producto del terror de haberse separado de Eijirou) notó cómo sus pies chocaban con una superficie dura.

Jamás había sentido tanto pánico como cuando poco a poco fue bajando su mirada, notando a duras penas una silueta tumbada en el suelo, inmóvil y encogida sobre sí misma, pero el miedo aumentó cuando se agachó hasta la altura de tal silueta, notando entre la oscuridad a la cual sus ojos ya se habían acostumbrado cómo Kirishima estaba tendido en el suelo, respirando de forma lenta y demasiado pausada, rodeado de un gran manto de nieve que había cubierto parte de su cuerpo.

—Eijirou, bebé, resiste —recordaba haberle dicho una y otra vez con desesperación mientras veía cómo los ojos opacos de Kirishima comenzaban a parpadear de forma lenta, observándolo fijamente sin demostrar emoción alguna más que la tristeza.

Poco a poco, Bakugou había ido deshaciéndose de su chaqueta para poder cubrir el cuerpo de su amado, observando su terrible aspecto. La piel de Eijirou había adquirido un tono azul enfermizo, y lo único que conservaba algo de color eran sus labios, que habían palidecido de forma extrema. Sus ojos, habían perdido todo rastro de vida, y parpadeaban de forma lenta, con dificultad desesperante, mientras que sus músculos parecían haber perdido todo atisbo de movilidad. ¿Cuánto tiempo llevaba allí, cubierto de nieve y sin posibilidad alguna de moverse?

Pero, entonces, cuando iba a cubrir el cuerpo de Eijirou para poderlo llevar con él a la cabaña, este alzó con lentitud su mano, dirigiéndola a la mejilla de Bakugou mientras esbozaba una sonrisa falsa que hizo temer a Bakugou, quien rápidamente acercó el cuerpo de Kirishima al suyo, abrazándolo para intentar traspasarle algo de calor corporal.

—Kirishima, por favor, dime que esto es una broma de mal gusto —suplicó el rubio con desesperación.

Fue ahí cuando notó que el agarre de los dedos de Kirishima en su mejilla iba debilitándose y que su cuerpo había comenzado a perder fuerza, comenzando a perder la vida.

—Blasty, te amo...

Esas fueron las últimas palabras que Katsuki pudo escuchar salir de los labios pálidos de Eijirou, junto al apodo que durante tanto tiempo se le había dicho con tanta energía y que ahora había salido de Kirishima como el susurro de la muerte, desvaneciéndose en el aire junto al último latido del corazón de Kirishima Eijirou, muerto congelado y sin haber podido resistir el glacial frío, el glacial frío que se había encargado de separar sus caminos.

Y, mientras daba un beso al cuerpo sin vida de quien fue el hombre de su vida, Bakugou Katsuki supo que él también había muerto junto a Eijirou. No literalmente, sino espiritualmente, y las lágrimas ya ni siquiera lograban caer por su mejilla, congeladas en el mitad de la trayectoria. Junto al alma de Kirishima, también se había ido la de Bakugou.

¿Por qué? ¿Qué había hecho él para merecer eso? Kirishima jamás había hecho nada malo, no merecía haber muerto de esa manera, congelándose poco a poco.

Entonces, sus mismas palabras comenzaron a rememorarse en su memoria, dándose cuenta de que había permitido que su Eijirou muriese cuando este confiaba en él para protegerlo.

—Eijirou, lo siento, mi amor, nunca quise que esto sucediera... —sollozó junto al cuerpo gélido de Kirishima, aferrándose a él sabiendo que era lo único carnal que le quedaba de su amado, de la persona con la que había compartido la mitad de su vida y con la que planeaba casarse. Pero, ahora, por culpa de ese estúpido descuido, jamás podría continuar haciendo feliz a Eijirou, jamás podría volver a escuchar su voz llamándolo para ir a jugar con la nieve.

Ese día de navidad, Katsuki supo lo que era el experimentar el dolor más profundo, la tristeza más desgarradora. Esa navidad, Katsuki supo lo que era el perder a la persona más importante de su vida, y supo lo que era notar su corazón como el alma de un muerto viviente, siendo incapaz de expresar ninguna emoción mientras cargaba el cadáver de su amado hacia la cabaña, y nada más llegó ahí, sintió sus piernas desfallecer nada más entró en el salón donde estaban dispuestos todos los platos y cubiertos con los que había planeado la tan importante cena para pedirle matrimonio. Pero ahora, jamás podría casarse con él, nunca más podría volverlo a besar y a sentir la felicidad que lo abrumaba cada vez que lo veía.

Al día siguiente, Katsuki enterró el cuerpo de Eijirou por cuenta propia en el lugar donde había dado su último suspiro de vida, vistiendo su cadáver con las prendas más hermosas pertenecientes a quien podría haber sido su esposo y colocándole en el dedo índice el hermoso anillo de oro y diamantes que había conseguido para él hacía meses, torturando su mente con todos los recuerdos que conservaba de ellos dos juntos, sollozando sin parar hasta desgarrar su voz, gritando de la furia y del dolor.

Después de tantos años experimentando la felicidad, su corazón no estaba preparado para volver a ser abrumado por la tristeza.

Ahora, cinco años después, regresaba a la tumba de la persona que se encargó de hacerle feliz, la persona con la que vivió las etapas más felices de su vida y la persona que, tras irse, se había llevado con ella su corazón, para sollozar, lamentarse y explicarle al alma de su amado todo lo que había experimentado a lo largo de aquel año, porque no tenía nada más que hacer para poder deshacerse del remordimiento que sentía por sí mismo.

Pues, allí en mitad del bosque, puede recordar el por qué su corazón está hecho añicos, y así, intentar cargar con su dolor, pero eso es simplemente imposible, porque sin Kirishima, todo lo que alguna vez le pareció tan tangible, ahora es una simple molestia en su camino, ya que, sin lugar a dudas, Kirishima fue el motivo por el cual durante tanto tiempo luchó por conseguir un futuro brillante.

Y ahora, siquiera valía la pena mantenerse en pie, porque, sin Kirishima, lo único que había en su futuro, era un oscuro abismo de tristeza del cual no podría salir por un simple motivo: él ya no era nada más que un cascarón vacío sin capacidad de sentir nada más que una amarga aflicción y profunda pesadumbre.

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