Capítulo séptimo
VII
Anna sintió que su pecho se apretaba cuando la puerta de la habitación fue cerrada detrás del cuerpo del Padre Jungkook. Sentía un hormigueo que le recorría la piel de todo el cuerpo y su corazón saltaba en una mezcla de emoción y terror. Sabía que tan sólo habían pasado un par de horas desde que el párroco le había dado su primera lección en el confesionario, pero sintió que llevaba una eternidad esperando el desenlace que él mismo le había prometido.
Se quedó de pie en medio de la habitación, que no consistía más que de una cama, una mesa de madera arrimada a la pared contraria y una silla. Era prácticamente idéntica a la habitación de Anna, aunque la del Padre parecía nunca haber sido utilizada, pues la cama estaba perfectamente tendida, a pesar de que ya estaba entrando la madrugada.
Pegó un salto cuando sintió aquella presencia en su espalda que no llegaba siquiera a rozarla. Cerró los ojos, esperando algo, algún tipo de contacto que nunca llegó. El Padre Jungkook simplemente estaba allí, detrás de su cuerpo, sin tocarla y poniéndola todavía más nerviosa.
—Ponte de rodillas.
Anna dudó un segundo, sin entender la razón de esa orden. Ella ya había hecho sus oraciones nocturnas cuando se fue a su habitación luego de haber estado en el confesionario. La mano fría del párroco se posó en su hombro y la empujó suavemente hasta el piso, poniéndola en la posición que se le había pedido con rapidez.
La muchacha desde su lugar observó cómo él rodeó su cuerpo hasta situarse frente a ella y sus ojos se encontraron cuando ella temerosamente levantó la vista. La observaba desde arriba, con una expresión que Anna no supo descifrar.
Aunque lo cierto era que jamás podía saber qué era lo que pasaba por la cabeza del Padre.
Su mano se tendió hacia ella, casi como si estuviera invitándola a ponerse de pie nuevamente y Anna la aceptó con cierta duda sólo para luego darse cuenta de que no se trataba de eso. Su delicada mano fue llevada a su abdomen, puesta con seguridad sobre los músculos fibrosos, justo por encima del ombligo escondido por el pijama, y la dejó allí mientras la seguía observando.
—Voy a enseñarte que puedes arrodillarte para hacer otras cosas aparte de rezar.
La boca de la muchacha se secó, sin saber por qué esa frase había provocado la exquisita sensación de cosquilleo en su vientre. No sabía qué más podría hacer arrodillada, pero parecía estar relacionado con lo que le había enseñado el párroco en el confesionario momentos antes.
Su mano bajó lentamente, bajando por su vientre y llegando hasta aquel bulto que, por primera vez, veía ante sus ojos. Ya lo había sentido, él se había encargado de mostrárselo con el tacto, pero no llegó a verlo. Se preguntó si era lo correcto, aunque había algo dentro de ella que le decía qué era lo que debía hacer.
Un instinto.
Si aquella era la prueba de que estaba haciendo las cosas bien dentro de la habitación, sin duda esa era la zona que debía atender.
Finalmente, su mano llegó sobre el bulto y pudo sentirlo duro y caliente. Dudó un instante, pero se animó a apretarlo ligeramente, logrando que un jadeo escapara de la boca del párroco.
Sus mejillas enrojecieron del golpe.
¿Por qué todo se sentía tan prohibido? ¿Por qué estaba haciendo ese tipo de cosas con un hombre de Dios?
Y lo que más le impresionó fue darse cuenta de que no le importaba, que estaba dispuesta a seguir adelante. El voto de castidad que había hecho el Padre Jungkook para convertirse en religioso estaba siendo quebrantado por ambos y ninguno parecía arrepentido.
Las manos masculinas irrumpieron su acto para desatar el nudo que sostenía el pantalón en su lugar y el pijama cayó al piso, permitiéndole a Anna ver por primera vez un miembro masculino. El falo se alzó frente a ella, curvado ligeramente hacia arriba, sosteniendo una cabeza rosa brillante con fluidos que no entendía de dónde habían salido, pero que allí estaban, reflejando la tenue luz que los envolvía. Levantó la vista hacia sus ojos, pidiendo ayuda para saber cuál sería el próximo paso.
—Abre la boca.
Ella obedeció. Sus labios rosados se abrieron, mostrándole el húmedo interior de su boca. Las manos frías le acariciaron la mejilla, luego se trasladaron lentamente hacia su nuca y Anna pudo ver cómo el miembro que tenía enfrente se acercaba a su rostro, precisamente a su boca.
Algo le dijo que aquel lugar del Padre Jungkook era extremadamente sensible, que debía proteger sus dientes con sus mismos labios para no lastimarle, así fue cómo terminó con la boca completamente llena, abarcando la longitud que solamente se detuvo cuando le dio una arcada. Levantó la vista, encontrándose con aquella mirada profunda y una boca entreabierta que dejaba pasar su acelerada respiración.
En esa posición, de rodillas frente a él, engullendo su miembro hasta más no poder, no pudo evitar sentirse vulnerable. Estaba a a la merced del Padre, aunque siempre se había encontrado a la merced de alguien más, de sus padres y próximamente de Taehyung. Pero la situación se sentía completamente diferente.
Ella quería estar a su merced.
Y se preguntó si es que le ocurriría lo mismo cuando se casara.
El jadeo que el párroco soltó la sacó inmediatamente de sus pensamientos. Su cuerpo estaba reaccionando de manera extraordinaria a los sonidos que él emitía para ella, arrastrándola nuevamente hacia aquella sensación tan placentera que había experimentado en el confesionario.
—Esto se llama placer —aclaró el párroco, como si pudiese leer sus pensamientos— y el simple hecho de sentirlo es un pecado.
Un pecado...
Los labios de la chica se afirmaron más en el miembro que lentamente le penetraba la boca y su acción fue premiada con un gemido que le revolvió la entrañas una vez más. Sentía que le ardían las mejillas, más allá por el esfuerzo que estaba haciendo con ellas al succionar, era porque de pronto la temperatura de su cuerpo se había elevado de golpe. Tanto que se hubiese quitado toda la ropa.
Los dedos del Padre Jungkook se aferraron a su cabeza, jalándole un poco el cabello y sujetándola con fuerza mientras su miembro comenzaba a temblar y un líquido espeso y caliente inundaba la boca de Anna.
—Y esto —continuó en medio de su respiración acelerada— es la semilla que permite tener hijos. Todo hombre la tiene.
La boca de Anna se entreabrió por la sorpresa. ¿Acaso eso significaba que tendría un hijo con el Padre? ¿Estaba eso permitido? Por reflejo tragó todo el líquido blanquecino que inundaba su boca y por un instante sintió que la desesperación se apoderaría de ella.
No podía permitirse tener un hijo con el Padre Jungkook, de otra manera jamás podría casarse.
—Pero no te preocupes —la tranquilizó mientras se agachaba para ayudarla a ponerse de pie—, no estamos utilizándola como corresponde..., y eso también es un pecado.
¿Cuántos pecados estaba dispuesta a cometer Anna en solo una noche?
Se puso de pie lentamente con ayuda del Padre, sus piernas temblaban y el cuerpo le cosquilleaba hasta en el punto más recóndito. Sus manos frías la recorrieron lentamente, posándose primero en su espalda alta y bajando con cautela hasta su cintura.
Anna sintió que enloquecería. Nadie jamás la había tocado de esa manera.
Cerró los ojos cuando sintió que los botones de su camisón comenzaban a abrirse, uno a uno a un ritmo que le pareció tortuoso. El aire frío de la madrugada se metía dentro de su ropa, abrazando su piel sensible y logrando que sus pezones se endurecieran.
Su ropa cayó al piso, pero los ojos del Padre Jungkook se quedaron fijos en su rostro y ella estaba hipnotizada viendo sus ojos oscuros y las facciones varoniles.
Entonces supo que le daría lo que fuera con tal de complacerlo.
—Recuéstate de estómago —habló con voz profunda mientras señalaba la cama.
Las manos frías la recorrieron nuevamente cuando yacía recostada, con la diferencia de que ya no había nada que impidiera el contacto de su piel con el de las yemas de los dedos de párroco. Se había puesto detrás de ella, soportando el peso de su cuerpo en sus rodillas, arrodillado en el piso, y se estaba dando el tiempo de disfrutar la vista.
O eso parecía.
Le separó las piernas con cuidado, completamente opuesto a cómo se había comportado con ella frente a imagen de Jesucristo, y Anna se dejó tocar por él. Dejó que sus dedos se pasearan por sus labios ya húmedos y tocaran vagamente el punto de nervios que anteriormente la había vuelto loca. Soltó un quejido, deseando todavía más, pero lo único que obtuvo fue que él se apartara.
Quiso llorar por la frustración que la abrumó tan violentamente. No sabía cómo comunicarle sus deseos. ¿Acaso eso estaba permitido siendo Anna una mujer? Pues si algo había aprendido en sus pocos años de vida era que su género no tenía derecho a absolutamente nada, al contrario de los hombres.
De pronto las manos del Padre la tomaron por los muslos y la posicionaron con las rodillas sobre el colchón, dejándola completamente indefensa ante la intensa mirada oscura. La mano fría tomó una de sus muñecas y tiró de ella hasta posar sus propios dedos sobre el lugar donde sus piernas se juntaban.
—No tienes idea de cuánto estoy conteniéndome, Anna —susurró, acariciándole la espalda desde la cintura hasta el inicio de sus glúteos.
Su boca de entreabrió para soltar un jadeo cuando sintió el aliento cálido del párroco en su zona sensible. Su cuerpo seguía temblando y su interior ya comenzaba a palpitar en busca de un poco de atención.
—Tócate, Anna. Tócate de la misma manera en la que hiciste en el confesionario —la chica soltó un gemido al sentir la calidez contra su humedad—. Quiero arruinarte, pero no de esta manera. Así que tócate.
No llegó a entender lo que el Padre Jungkook quería decir con eso ni tampoco tuvo tiempo de darle muchas vueltas porque una oleada de placer nubló su mente y apenas fue capaz de mirar por encima de su hombro para encontrarse con el rostro masculino hundido entre sus glúteos. Por un momento olvidó todo, quién era ella, quién era él y hasta dónde se encontraba, pues la lengua del párroco había comenzado a moverse lentamente desde su punto más sensible hacia arriba, pasando entremedio de sus labios hinchados e introduciéndose apenas en aquella abertura que tan prohibida le parecía.
Su espalda se arqueó al ya no ser capaz de contenerse a sí misma y de su boca comenzaron a salir jadeos, y todo fue incluso mejor cuando él la incitó a tocarse a sí misma, tal como se lo había pedido. El cosquilleo en su vientre la llevó al límite y por un instante creyó haber llegado al cielo.
O quizás al infierno, donde iban los pecadores como ella.
—Estoy seguro de que jamás te llegarás a sentir de esta manera con tu futuro esposo —soltó él de pronto, alejándose de su entrepierna— y sé que volverás a mí.
Quizás fue el imaginar estar de nuevo en aquella situación con el Padre lo que la hizo llegar al extremo. Sus piernas volvieron a temblar, moviendo todo su cuerpo junto a ellas, y no pudo hacer más que soltar un quejido mientras se dejaba arrastrar por el placer.
Y había sido incluso mejor que la primera vez.
Su cuerpo se sintió pesado y al cabo de un momento se desplomó sobre la cama. Estaba completamente sudada, a pesar de estar desnuda, y su respiración estaba tan agitada que se había mareado. El Padre Jungkook se sentó a su lado, observando cómo lentamente lograba reponerse, y cuando ya estaba lo suficientemente calmada le dijo:
—Cuando ya estés casada podremos hacer más cosas. Ahora ve a tu habitación a dormir.
Holis, perdonen si salió muy kk la escena y las decepcionó, pero aquí estamos con un nuevo capítulo.
Sé que me han pedido mucho que actualice esta historia y lo agradezco muchísimo, pero me encantaría que me entendieran un poquito a mí, pues últimamente mi vida ha estado muy, muy complicada y no tengo ni el tiempo ni el ánimo de sentarme a escribir (y la idea es disfrutarlo, no?). Así que si me demoro en actualizar, las invito a pasarse por mis otras historias, la mayoría tiene contenido +18/+21 y quizás puedan entretenerse un poco.
Agradecería mucho que me dejaran un voto y al menos un comentario diciendo si es que les gustó el capítulo o diciéndome qué es lo que piensan que sucederá más adelante (no les toma ni un minuto y me pondría muy feliz) 🩷🩷🩷🩷🩷
PD: Muchas gracias por su apoyo
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