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Capítulo quinto

V

¿Cuál era la razón por la que el Padre Jungkook se la había llevado? Anna no lograba entenderlo completamente, pues había dado una vaga explicación acerca de los asesinatos que se habían desencadenado en el pueblo durante los últimos días y que su deber era proteger al resto de los habitantes.

De todas maneras, Anna había obedecido. No lograba entender la conexión entre los eventos ocurridos en el pueblo y ella, ¿acaso era culpa suya? ¿Acaso el Padre Jungkook estaba insinuando que Anna había matado a esas personas? Eso no podía ser cierto, pues ella pasaba todo el día junto a Olivia, su madre jamás la perdía de vista a excepción de lo que acababa de suceder en el bosque, algo que había pasado a segundo plano en el momento en el que se encontraron con el párroco afuera de su casa.

El Padre había insistido que hacía eso por el bien de Anna y de su futuro matrimonio.

La pequeña iglesia del pueblo constaba del sector en el que se realizaban las misas dominicales y un sector anexado a la parte de atrás que incluía un par de habitaciones y una cocina, lo indispensable para vivir allí. Las pocas pertenencias que Anna se había llevado fueron acomodadas por el Padre en una pequeña habitación, justo al lado de la suya. Le había dicho que se pusiera cómoda y que a las siete la buscaría para cenar.

Luego la muchacha quedó completamente sola entre las cuatro paredes de la habitación, por primera vez en su vida. Por un momento se sintió intimidada por la soledad, siempre había estado acompañada de su madre que miraba cada uno de sus movimientos, y se sintió abochornada al no saber qué hacer.

No había nadie observándola, como de costumbre, ni tampoco había ningún quehacer por cumplir, simplemente era ella en la habitación. Se sentó sobre la cama rellena de paja y observó la pared frente suyo durante un momento, perdiéndose en los anhelos que tenía de finalmente concretar su matrimonio y marcharse de casa.

Se tocó el pecho al encontrarse a sí misma deseando no volver a ver a su madre a diario. No podía creer a lo que sus propios pensamientos la habían llevado y finalmente entendió por qué su madre no permitía que pasara tiempo sola, pues la mente era demasiado poderosa y probablemente a Anna comenzaría a cuestionarse muchas cosas, como en ese mismo momento.

Le tomó un instante darse cuenta de por qué no quería volver a ver a su madre, al menos en harto tiempo. No era que la odiara, esa palabra no estaba dentro del diccionario de la chica, simplemente se sentía abrumada por su presencia, siempre haciéndole creer que hacía las cosas mal o que los dejaría en vergüenza a ella y a su padre.

La puerta de la habitación sonó. Tres golpes que la hicieron sobresaltar y la sacaron de golpe de sus pensamientos, volviéndola al mundo real. Seguía estando en esa habitación a solas y la puerta se abría lentamente, dejando ver al Padre Jungkook vestido con ropas normales.

Se había quitado el hábito y Anna sintió que el aire abandonaba sus pulmones al verlo de esa manera.

Inmediatamente se sintió culpable por pensar de esa manera de un párroco, un hombre que representaba la grandeza de Dios en la Tierra, pero no pudo evitar desear por un instante que él fuera un hombre común y corriente. No tenía dudas de que se habría enamorado a primera vista y, aunque finalmente no se casaran, podría admirarlo desde lejos sin sentir la culpabilidad carcomiéndola.

—¿Estás bien? —Le preguntó al verla con la respiración acelerada.

La chica asintió con la cabeza y se puso de pie, pues consideró que era de mala educación quedarse sentada.

—La cena ya está lista.

Esperó a que ella se moviera, por lo que Anna se vio obligada a caminar y pasar por su lado al atravesar el umbral de la puerta. Sus piernas tiritaban y su corazón pegó un salto al sentir su cuerpo tan cerca del suyo, su calor irradiándose y tocando su piel de manera prohibida. Caminó en silencio por el pequeño pasillo en dirección a la cocina siendo seguida por la delgada del párroco, sabiendo que sus ojos oscuros estaban pegados en su espalda, o quizás en algún otro lugar de su cuerpo.

La cocina era un espacio pequeño que constaba de una hoguera y un par de muebles, entre ellos, la mesa. Anna observó el único plato que había sobre la superficie gastada de madera y miró un instante al Padre, quien le hizo una seña para que tomara asiento. Ese plato de guisado era para solamente para ella y era el doble de lo que había comido durante toda la semana anterior. Él no comería, no había un segundo plato, pero de todas maneras tomó asiento al otro lado del mueble.

Su mente estaba inundada de preguntas, partiendo por el por qué se encontraba en ese lugar y qué tenía que ver con los últimos sucesos que habían tomado lugar en el pueblo. También se preguntaba por qué el Padre Jungkook no comía nada si ya era hora de la cena y si él mismo había cocinado aquel guisado que tan buena pinta tenía.

La curiosidad estaba nuevamente consumiéndola, logrando que se sintiera culpable otra vez.

—Provecho —le dijo él.

—¿Usted... no comerá, Padre?

Aquella pregunta había salido casi sin permiso de su boca, aunque ciertamente había dudado de terminarla al momento que había comenzado a hablar. Un amago de sonrisa apareció en los labios del párroco, haciéndole cosquillear el estómago, y finalmente negó con la cabeza.

—He comido antes de ir a buscarte.

El silencio nuevamente se formó y Anna decidió de que debía comenzar a comer. No pudo esconder su expresión al llevarse la primera cucharada de guiso a la boca, era lo más rico que había probado en su vida y los sabores parecían haber comenzado una guerra en sus papilas gustativas, logrando una explosión de diferentes sensaciones que la dejaron sin palabras.

—¿Está bueno?

Ella asintió inmediatamente con la cabeza.

—Es lo mejor que he comido en mi vida.

La sonrisa terminó por extenderse por sus labios y Anna tuvo que aguantar la respiración al verlo de esa manera, luciendo tan juvenil, como cualquier otro muchacho de por allí. Sintió algo removiéndose en su interior, algo que no supo identificar ni describir, pero que la dejó sin aliento y con el corazón acelerado.

—Me alegro mucho, me gusta consentir a mis visitas.

—¿Ha tenido más visitas como yo?

Si la primera pregunta había salido sin permiso, la segunda había sido tan rápida como una flecha persiguiendo una presa. Su rostro enrojeció al sentirse avergonzada, sin entender por qué se estaba comportando de esa manera tan inapropiada.

Quizás había sido que el Padre Jungkook ya había plantado la semilla de la curiosidad en su cabeza y aquellos simplemente eran los frutos.

El rostro del hombre frente suyo se oscureció, casi de manera imperceptible, pero a Anna le temblaron las piernas.

—Tu curiosidad está volviéndose un problema, pero qué bueno que estás aquí, podemos corregirlo a tiempo.

Anna dejó la cuchara sobre el plato medio lleno, el apetito de pronto la había abandonado y se había formado un nudo en su estómago. Lo que acababa de escuchar había sonado oscuro, más de lo que hubiese pensado que escucharía de alguien religioso.

¿Cómo sería que él podría corregir aquello?

—Te veré en el confesionario en diez minutos.

La dejó sola, con el corazón alborotado y la mente desbordándose de preguntas. Recogió lo que acababa de usar para comer y lo limpió lo más rápido que su estómago lleno le permitió. Corrió por el pasillo para llegar a la parroquia que lucía completamente diferente a lo usual al estar ya bañada por la oscuridad incipiente del ocaso. Todo estaba silencioso, tanto que podía casi escuchar sus propios pies impactando con el suelo de piedra y su propia respiración entrecortada, mostrando lo ansiosa que se había puesto de pronto.

Entró al confesionario, envolviéndose en la oscuridad absoluta cuando cerró la pequeña puerta. Su corazón saltaba como loco, como si no hubiese entrado allí cientos de veces desde que había hecho la primera comunión, como si no fuese ya un hábito para ella. Cerró los ojos, intentando imaginar cómo se vería el Padre Jungkook al otro lado, con su rostro ensombrecido por culpa de su curiosidad y aquellos ojos que lograban hipnotizarla cada vez que los miraba.

—Este será nuestro lugar, Anna.

Aquello había sido lo primero que él le dijo, dejándola impresionada, pues al parecer había olvidado cómo se partía el sacramento de la confirmación.

No, no lo había olvidado, lo había hecho a propósito.

—Sé que las preguntas están volviéndote loca —continuó— y eso está corrompiéndote poco a poco.

Su estómago cosquilleó y aquella sensación bajó lentamente hacia su vientre. Anna apretó sus muslos, intentando conservar ese cosquilleo el mayor tiempo posible. Era agradable, aunque no lo entendía del todo. Y apenas abandonó su cuerpo, supo que quería volver a sentirlo.

Había algo en el hecho de estar dentro del confesionario que la envalentonaba un poco. Quizás se trataba del hecho de que no podía ver el rostro del párroco y que, por un instante, parecía como si estuviese hablando sola y pudiese dar rienda suelta a sus pensamientos. Y aquello hacía que pudiese decir cosas que jamás podría siquiera pensar en decir en voz alta estando fuera de él.

—¿Por qué estoy aquí, Padre?

—Ya se lo expliqué a tus padres, Anna.

—Sé que hay algo más que eso.

Se formó un momento de silencio en el que la chica comenzó a sentirse culpable por hablar más de la cuenta. Si su padre hubiese estado allí para escucharla le hubiese dado una buena golpiza a modo de castigo.

Pero él no estaba allí, estaba con el Padre Jungkook y todavía no podía decidir si eso era mejor o peor.

—Hoy me preguntaste por esto —dijo finalmente, su voz se había puesto ronca, logrando que Anna se estremeciera—. Dijiste que la curiosidad estaba carcomiéndote y simplemente estoy cumpliendo mi palabra.

—¿Finalmente me dará esas enseñanzas?

—Sí, Anna, y también voy a quitar ese demonio que llevas dentro y te convertiré en la esposa perfecta para Kim.

La respiración abandonó su cuerpo. No sabía cómo lo haría, pero de todas maneras sintió que su vientre volvía a cosquillear, dándole un anticipo de lo que podría llegar a ser.

¿Por qué sentía que no estaba entendiendo absolutamente nada de lo que ocurría? ¿Por qué su cuerpo reaccionaba de esa manera tan extraña?

Desde que había conocido al Padre Jungkook no había dejado de sentirse de esa manera.

—Ahora tendremos la primera lección.

Los ojos de Anna se abrieron sorprendidos en la oscuridad, encontrándose con la negrura que la envolvía. No veía nada, no entendía cómo podría él enseñarle algo en ese momento.

—¿Aquí? —Cuestionó.

—Sí, ahora mismo —hizo una pausa y de pronto su voz se volvió profunda—. Quiero que hagas todo lo que te diré a continuación, ¿entiendes?

—Sí, Padre.

Escuchó cómo ahogaba un suspiro, algo que si no hubiesen estado tan a solas jamás hubiese logrado oír, y quiso hacer lo mismo. La piel de sus mejillas quemaba por el sonrojo que se había apoderado de ellas y su cuerpo comenzó a temblar levemente, aunque no de miedo.

—Siéntate con las piernas abiertas y súbete la falda hasta los muslos.

Aquella primera orden la sorprendió, aunque no tardó en obedecer y avisar que ya estaba lista.

—Hay algo que hacen los matrimonios cuando se encuentran a solas en la habitación. ¿Alguna vez te has preguntado cómo se hacen los bebés? Es algo bastante íntimo y que puede ser muy satisfactorio cuando lo haces bien.

—No sé cómo se hacen los bebés, Padre.

—No te preocupes, te lo enseñaré más adelante.

Anna tragó saliva, no dijo nada porque no fue capaz de siquiera imaginarlo.

—Lo que haremos hoy es un pecado, Anna —continuó él—, pero estás conmigo, no pasará nada.

Y ella jamás se hubiese atrevido a cuestionar aquella afirmación, pues el Padre Jungkook era un hombre de Dios, pero no logró entender por qué estaría pecando. La curiosidad comenzaba a volverla loca, se sentía como una ignorante al no tener ninguna noción de lo que pasaría más adelante.

—Quiero que cierres los ojos y te concentres en mi voz, ¿sí? Acaricia tus labios con la yema de tus dedos, apenas en un toque que te haga cosquillear. Concéntrate en tu respiración, está acelerada y pesada y eso está bien, eso es lo que quieres. Baja un poco tu mano, acaricia tu cuello, tus clavículas, siempre con suavidad. ¿No sientes cómo tienes un poco más de calor que antes?

Era cierto, sus mejillas seguían ardiendo y sentía que ese ardor comenzaba a expandirse por el resto de su piel, calentando su cuerpo un poco más de lo normal hasta el punto de que le diera un poco de calor.

—Baja un poco más tu mano, Anna, por entremedio de tus pechos. Sé que sientes un cosquilleo allí y que tu cuerpo está reaccionando de maneras extrañas. Mete tu mano dentro del vestido y toca uno de tus pechos, ¿puedes decirme cómo está?

Dejándose llevar por las órdenes que recibía, metió su mano tal cual le había dicho el Padre y sus dedos se encontraron con su pezón endurecido. Pegó un salto al sentirlo así e inmediatamente se avergonzó al no saber si es que esa era la manera en la que debía estar.

—¿Cómo está, Anna? —Insistió él al no recibir respuesta.

—Duro.

—Tómalo entre tus dedos y apriétalo con suavidad.

Soltó un jadeo cuando lo hizo y escuchó un suspiro que nuevamente logró aquella sensación tan placentera en su vientre. ¿Eso significaba que estaba haciendo las cosas bien?

—Sigue haciéndolo y con la otra mano levanta más tu falda. Acaricia suavemente tus muslos, de arriba hacia abajo, mueve tus dedos hacia el interior de ellos y sube lentamente.

Suspiró, encontrándose con un sector caliente entre sus piernas que jamás había sentido antes.

—Quiero que abras tus piernas lo más que puedas y con tus dedos acaricies ese espacio que hay entre ellas. Apuesto a que está caliente y húmedo.

—Lo está —afirmó la muchacha con la voz ronca.

—Buena chica. Acaricia de abajo hacia arriba, lentamente, deja que tus dedos resbalen con esa humedad.

Un gemido tembloroso escapó de los labios de Anna. De pronto aquella sensación en su vientre había vuelto junto con las caricias que el Padre le había ordenado que se diera a sí misma. Tal y como dijo, sus dedos resbalaron con la humedad de su entrepierna y se situaron sobre un punto que le hizo pegar un salto.

—¡Oh! —Exclamó él—. Ya lo encontraste por ti misma. Acaricia ahí, con cuidado. Si te duele, hazlo más suave. Siente ese cosquilleo apoderarse de tu cuerpo, así sabrás que estás haciéndolo bien.

Anna gimió nuevamente, sus dedos acariciaban en un roce aquel punto que la había hecho sobresaltar al mismo tiempo que su otra mano seguía dándole atención a su pecho. Su cuerpo comenzaba a tener espasmos, pero no podía parar de hacer lo que hacía.

Se sentía demasiado bien.

¿Aquel era el pecado que el Padre había mencionado antes? Si así era, estaba segura de que no se arrepentía de pecar y que volvería a hacerlo un montón de veces más.

—Anna, quítate el pañuelo del cabello —escuchó la voz del hombre mezclada con su respiración acelerada.

La mano que atendía su pecho viajó hacia su cabeza. No lo pensó mucho, simplemente jaló del pañuelo y lo lanzó al piso.

No tenerlo era como sentirse desnuda.

Sus piernas querían cerrarse, pero su mano dándose atención se lo impedía. No se detuvo y eso le hizo sentir que comenzaba a elevarse hacia el cielo. Quizás hacia Dios. Como había dicho el Padre Jungkook, el cosquilleo de su vientre comenzaba a expandirse por su cuerpo, apoderándose de él y de su cordura. Sus dedos aumentaron el ritmo de las caricias y de pronto sus caderas temblaron, levantándose hacia ellos para conseguir todavía más contacto.

Era como si estuviera a punto de finalizar algo.

Aquella sensación explotó dentro de su ser, acompañada de una serie de gemidos que jamás hubiese creído que soltaría, y por un segundo creyó que finalmente había llegado al paraíso junto a Dios.

Sus dedos se detuvieron, no porque el Padre se lo hubiese ordenado, sino porque supo que debía detenerse. Hubo un momento de silencio en el que sólo se podía escuchar su respiración acelerada intentando normalizarse.

—Lo has hecho bien.

Se sobresaltó al escuchar un sonido repentino al otro lado del confesionario. El Padre había salido y no supo si debía hacer lo mismo, pero pronto la puerta de su cubículo se abrió, mostrando al hombre de cabellos negros y piel pálida vistiendo su hábito, luciendo imponente.

—Dame tu mano —le ordenó.

Anna obedeció inmediatamente y su delgada muñeca fue sujetada por la mano del Padre, quien la guio hacia el sector de su vientre, un lugar cercano al que ella había estado acariciándose anteriormente.

Sus dedos se encontraron con un bulto duro, largo y caliente que descansaba pegado al estómago bajo del Padre. No supo qué era, pero de todas maneras se quedó sin aliento, pues entendía que era algo similar a lo que acababa de pasarle a ella.

—Si tu esposo está así es porque estás haciendo un buen trabajo —dijo, refiriéndose a lo que Anna tocaba con la palma de su mano. Luego soltó su mano y se dio media vuelta para comenzar a alejarse de ella—. Ahora vete a dormir. 

Y yo sólo quiero saber qué otras enseñanzas tiene el Padre, que me enseñe a mí también jjjjj

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