Capítulo cuarto
IV
Las palabras del Padre Jungkook habían quedado dando vueltas en la cabeza de Anna durante todo lo que restó del día. Tal y como su madre le había ordenado, se quedó esperándola en las puertas de la parroquia hasta que llegara a recogerla. Aunque no entendía la razón por la que no podía volver sola a casa, pues cuando realizaba los mandados que su propia madre le encargaba, hacía todo por sí misma.
Pero no se atrevió a cuestionar ni a desobedecer.
El Padre Jungkook había dado por finalizada la lección del día luego de asegurarse de que ella hubiese aprendido las vocales correctamente, aunque aquella proposición tan curiosa no había quedado en el aire, pues él dio por hecho la respuesta afirmativa que Anna jamás pronunció al ver cómo le brillaban los ojos.
Lo cierto era que Anna no había llegado a comprender del todo la propuesta. Su cabeza no lograba imaginar siquiera qué otras cosas podrían ser enseñadas por el Padre Jungkook, aparte de leer y escribir. La chica estaba segura de que su madre la había criado y enseñado bien con respecto a las labores domésticas.
¿A qué más podría referirse?
Sin embargo, no se sintió capaz de comentarle a nadie cuando llegó a casa. Había algo en el tono de voz del Padre Jungkook y en la manera en la que la había mirado que le advertía que nadie más debía enterarse. Todo debía quedarse como un secreto entre ambos, por más prohibido que aquello fuese.
La siguiente vez que fue procuró poner atención en sus enseñanzas. Había vuelto a hablarle de las vocales como un recordatorio, pero Anna dio lo mejor de sí para responder bien a todas las preguntas del Padre. Por otra parte, aquella misma sesión había comenzado a enseñarle parte de las consonantes.
Pero nada se había mencionado acerca de las enseñanzas que él le había mencionado en la lección anterior. Ni siquiera una señal para que ella entendiera que sí le ayudaría. Simplemente nada. Y aquello provocó una mezcla de inquietud y curiosidad en Anna, pues no lograba entender por qué se lo había propuesto si no pensaba en cumplirlo.
Quizás se había arrepentido.
Así fue como, el día que su madre y ella iban juntas al confesionario, la idea no dejaba de darle vueltas en la cabeza. Mientras su madre se confesaba, se quedó sentada en una de las tantas bancas que conformaban la pequeña parroquia del pueblo contemplando la imagen de Cristo crucificado.
¿Acaso su dolor era comparable con el que había sufrido Cristo durante sus últimos días?
Anna se encontraba sufriendo, eso podía asegurarlo, pero si lo veía de esa manera, era insignificante. Tanto que no supo si es que siquiera debía mencionarlo cuando ingresara al confesionario o si simplemente debía dejárselo para sí misma.
—Bendígame, Padre, porque he pecado —dijo cuando se encontró ya dentro del cubículo.
Entre ella y el párroco había una rejilla que le impedía la vista a ambos, pero Anna sabía que al otro lado se encontraba el Padre Jungkook, y de la misma manera sabía que él tenía la certeza de que se trataba de ella.
—Habla, hija mía —escuchó a modo de respuesta y no pudo evitar estremecerse—. Cuéntame, ¿qué pesa sobre tu conciencia?
Anna aguantó la respiración por un momento, intentando de convencerse de que aquello le serviría para alivianar el sufrimiento y la culpa que sentía.
—Últimamente la curiosidad está carcomiéndome, Padre.
—La curiosidad es una fuerza poderosa que puede llevarnos tanto a la luz como a la oscuridad. ¿Crees que está llevándote por el camino del conocimiento divino o está alejando tu alma de la virtud?
La chica tragó saliva. Jamás lo había escuchado hablar de esa manera, era como si estuviera conversando con un hombre completamente diferente. Se llevó la mano hacia el pecho para sentir su corazón acelerado queriendo salirse de su cuerpo, estaba tan nerviosa por lo que diría a continuación.
Sabía que era la única oportunidad para hacerlo, de otra manera jamás se atrevería a decirlo frente a frente.
Y es que ya no podía aguantarlo más, sentía que iba a estallar.
—Sin duda, está desvirtuando tanto mi alma como mi cuerpo... —Guardó silencio un momento, esperando una respuesta que jamás llegó. Supuso entonces que el Padre se encontraba expectante a su explicación—. Padre, yo... estoy avergonzada de admitir que he pensado a diario en la pregunta que me hizo al final de nuestra primera lección.
No hubo una respuesta inmediata, lo que incrementó todavía más el pulso de la chica. Quizás había sido demasiado insolente y lo había ofendido. Negó con la cabeza, olvidando que el Padre no podía verla, y quiso retractarse, pedir perdón, pero cuando estuvo a punto de abrir la boca, escuchó su voz masculina como la caricia de una seda.
—Oh, Anna, no creas que lo he olvidado. Sólo estoy esperando el momento indicado.
Algo tembló dentro de su interior, aquella extraña y placentera sensación fue acompañada de un estremecimiento. Sus muslos se apretaron con fuerza en un acto reflejo que no llegó a comprender, pero que todavía le causó más deleite.
—Pero, Padre, ¿cuándo ocurrirá? —Preguntó apresuradamente, olvidando de repente todas las enseñanzas que su madre le había impartido durante los cortos años de su vida—. No puedo dejar de preguntarme qué es lo que puede enseñarme...
—No seas curiosa, Anna —la interrumpió—, no arruines tu virtud de esa manera.
Sus labios se entreabrieron ante el gran cambio que había tenido su voz y se imaginó al Padre Jungkook que se había acercado a ella para preguntarle si asistía a la escuela parroquial comparado con el Padre Jungkook que le había dado su primera lección de lectura. Eran dos personas completamente diferentes en un mismo cuerpo, o así lo había visto Anna.
Se quedó inmóvil, sin saber qué más debía hacer, pese a que la confesión era un sacramento que recibía bastante seguido y se sabía el rito de memoria. Había quedado descolocada con lo que el párroco le había dicho.
—Recuerda que el arrepentimiento verdadero es el primer paso hacia la redención —continuó él después de unos segundos de absoluto silencio—. Como tu guía espiritual, te encomiendo que reces tres Avemarías y reflexiones sobre los caminos hacia los que te lleva tu mente. Que la paz del Señor te acompañe, Anna, puedes ir en paz. Amén.
—Amén —finalizó ella.
Se puso de pie, llevándose consigo todavía más dudas de las que tenía cuando había llegado, y con las rodillas temblorosas salió del confesionario. No quiso mirar atrás, hacia donde salía el Padre Jungkook, pues no tenía el valor de mirarlo a la cara luego de la conversación que habían tenido.
¿Y cómo podría hacerlo si su cuerpo temblaba de esa manera tan extraña?
Luego de ajustarle con fuerza el pañuelo que le cubría el cabello, su madre la llevó hacia el mercado del pueblo, de la misma manera en la que hacían cada vez que iban a confesarse. Necesitaban reponer un par de cosas ya que la comida estaba acabándose en casa.
El dinero no les sobraba, de hecho, les faltaba como nunca les había faltado. Todo porque todavía su padre se encontraba ahorrando para comprar la dichosa vaca que sería la dote de Anna en su matrimonio con la familia Kim y eso era algo que la entristecía, pues se daba cuenta de que los tres se aguantaban el hambre cada día, pero también la llenaba de esperanzas que se esparcían por su pecho como una cálida sensación.
No veía la hora de estar casada y probablemente esa era la razón por la que le urgía tanto obtener las enseñanzas del Padre Jungkook.
El mercado se encontraba relativamente lleno, por lo que en cada puesto que su madre se detenía optaba por quedarse un poco apartada y así no molestar al resto de los compradores. Fue allí cuando su cuerpo se estremeció, alguien estaba observándola desde la distancia. Se giró discretamente, intentando encontrar al portador de aquellos ojos que tan insistentemente la miraban, y su estómago cosquilleó al toparse con el muchacho que la desposaría.
Taehyung caminaba lentamente hacia ella con una sonrisa en los labios, como si se encontrara feliz de verla. Y sólo imaginar esa posibilidad, provocó revuelo en el interior de Anna, logrando que las mariposas se descontrolaran todavía más.
Miró a su madre, quien todavía se encontraba haciendo una larga fila en el puesto del pescador, y se decidió a acortar la distancia entre ella y su prometido, alejándose un par de pasos de Olivia.
—¡Mi día acaba de alegrarse! —Exclamó él cuando estuvieron lo suficientemente cerca como para oírse.
Anna bajó el rostro, con las mejillas poniéndosele rosadas.
—Hola —musitó, sin saber cómo responder.
—He estado pensando mucho en ti últimamente —le confesó e hizo una seña con la mano para que le acompañara a caminar— y me preguntaba si te gustan los caballos.
Ella soltó un suspiro que no llegó a escucharse. Había estado pensando en ella y lo había admitido con tanta facilidad que ni siquiera se había puesto nervioso. Caminó a su lado, sosteniendo con fuerza la cesta de mimbre en la que llevaba algunas rebanadas de pan, intentando gestionar de alguna manera la felicidad y los nervios que se juntaban en su interior.
—Nunca he tenido un caballo, pero creo que son lindos —respondió.
Taehyung levantó las cejas, sorprendido de haber escuchado algo más que monosílabos por parte de Anna.
—Estaba pesando en uno como regalo de bodas. ¿O preferirías un cerdo?
Por una fracción de segundo, Anna fantaseó con un caballo al que le acariciaría el lomo y la cabeza y luego con un cerdo que alimentaría a diario para tener el cerdo más grande del pueblo. Fue esa la razón por la que no le importó que su camino se desviara del pueblo y se introdujeran lentamente en el bosque.
Sabía que no debía estar a solas con Taehyung, su madre se lo había repetido hasta el cansancio, pero solo en esa ocasión se permitió descuidarse y desobedecer.
—Yo estaré feliz con cualquier cosa que decidas darme —dijo.
—¿Y si te doy una roca?
—Pues la aceptaría feliz y la pondría en un lugar donde todos pudiesen verla.
Taehyung detuvo sus pasos, sintiéndose más impresionado todavía. No podía creer lo que escuchaba y que precisamente esas palabras hubiesen salido de la boca de Anna, aquella muchacha no dejaba de sorprenderlo.
¿Siempre era así cuando sus padres no estaban cerca? Pues si así era, procuraría casarse con ella lo más rápido posible, incluso si eso significaba aportar monetariamente para su dote.
—Eres increíble, Anna —susurró.
Vio cómo las mejillas de la chica se pusieron todavía más rojas y sintió la necesidad de tocarla como un impulso que podía contener. Dio un paso hacia ella, traspasando todos los límites de su espacio personal y levantó la mano con lentitud, temiendo ser rechazado, pero deseando con fuerzas poder acariciarle la mejilla.
Un sonido los detuvo. No era alguien que se acercaba, ni tampoco un animal que pasaba por allí, sino una especie de jadeo. Un quejido adolorido acompañado de una súplica silenciosa que podía percibirse en cada respiración de su dueño. Taehyung se giró inmediatamente hacia la fuente de aquel sonido y le pidió a Anna que se quedara en su lugar.
Sus pies avanzaron lentamente, como si tuviera miedo de descubrir al ser con el que se habían encontrado por casualidad. Se dio vuelta para verificar que la chica siguiera en el lugar que le había indicado y cuando se aseguró de que le había obedecido, terminó por acortar la distancia.
Detrás de un árbol había un cuerpo que luchaba por dar su último aliento, pero Dios todavía no parecía apiadarse de él, pues a continuación de cada exhalo volvía a inhalar. El rostro trigueño de Taehyung palideció al darse cuenta de que se trataba de una persona y no de un animal, una persona que, por supuesto, conocía. La sangre todavía brotaba de la apertura que tenía en el cuello, ensuciando la piel desnuda de su cuerpo.
Tuvo que sostenerse de un árbol para no caer al sentirse repentinamente mareado. Se trataba de uno de los tantos empleados de su padre que precisamente aquella mañana no se había presentado a trabajar.
Eso no podría haber sido un accidente.
Volvió corriendo sobre sus pasos para avisarle a Anna que debían marcharse inmediatamente y lo más rápido posible. La chica obedeció sin cuestionar, pues la expresión que su prometido tenía en el rostro no podía indicar nada bueno y cuando estuvieron de vuelta en el mercado Taehyung le avisó que iría donde los guardias reales a reportar lo que acababa de ver.
¿Qué había sido como para que lo dejara de esa manera?
Se sobresaltó cuando sintió que le agarraban el brazo con fuerza.
—¡¿Dónde estabas?! —La voz de su madre la hizo encogerse en su lugar.
La arrastró de vuelta a casa mientras no paraba de toser y murmuraba que ya se las vería cuando su padre volviera del trabajo, pero grande fue su sorpresa cuando se encontraron con el Padre Jungkook parado a un lado de la puerta de la casa de los Martin junto a Samuel.
Anna se quedó detrás de su madre, sin entender el motivo por el que ambos se encontraban allí a esa hora ni el por qué su padre lucía tan sombrío. Pero creyó tener aquella sensación de volver a vivir algo que ya había ocurrido, recordando la tarde en la que el Padre Jungkook había ido personalmente a su casa para convencer a su padre de instruir a Anna con las clases de la escuela parroquial.
—Señora Martin —saludó el párroco con una cálida sonrisa—, qué bueno encontrarla tan pronto.
Olivia frunció el ceño, entendiendo absolutamente nada de lo que ocurría, aunque de todas maneras se apresuró en invitarlo a entrar y servirse una taza de té.
—¡No será necesario! —La interrumpió él entonces, haciendo un gesto con la mano—. Pero aprecio mucho su hospitalidad.
—Olivia —habló Samuel por primera vez, su voz se escuchaba apagada, complementando perfectamente su expresión—, el Padre Jungkook vino a discutir conmigo un tema muy importante.
La mujer no dijo nada, sino que únicamente centró su completa atención en el párroco, que continuó hablando:
—He venido para llevarme a Anna, es necesario que pase un tiempo aislada en la parroquia.
Oh Dios mío, pero queeeeeee
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