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Desaparece tras otro estruendo de madera vieja, y el cuarto se sume en una oscuridad parcialmente interrumpida por la lámpara de las polillas. Me quedo paralizado en un inicio, solo mirando la habitación. Me sorbo la nariz y recojo la ropa del suelo, tirándola sobre la cama. Doy unos pasos de aquí hacia allá, y cada pisada resuena sobre las tablas de madera del suelo como si estuvieran lamentándose en voz alta, con un chillido que resulta agonizante. Termino por sentarme sobre la cama. Tiro mis zapatos hacia alguna parte del cuarto y cruzo las piernas.
Chasqueo la lengua, paso las manos sobre las sábanas (están calientes) y empiezo a contar los agujeros de la pantalla. Me acuesto sobre el respaldar con las manos detrás del cuello. Serán unas veinticuatro horas interminables, pero pensé que sería peor. Los rumores decían que, para las faltas más graves, se inducían torturas físicas en la habitación del Diablo. Una versión un poco más leve (más legal, para que no clausuren el colegio) del Tribunal de la Santa Inquisición.
Supongo que se pondrá peor cuando el hambre llegue. Será mejor distraerme hasta entonces, dormir o algo así.
Empiezo a ponerme cómodo cuando la puerta que está frente a la cama se abre, con un chirrido largo de metal oxidado. Logro ver por detrás del chico un retrete antiguo y un lavabo sucio. Así que fueron lo suficientemente piadosos como para poner un baño, gracias al Gran Demonio.
En lugar de concentrarme en el baño, me concentro en el chico.
Vaya.
Kim Taehyung, ¿verdad?
No es promedio.
Lleva puesto un suéter de lana negro que le queda demasiado grande y unos jeans rasgados al nivel de la rodilla. Va descalzo (mierda, ¿entró en ese baño descalzo?), y tiene las uñas de los dedos índice y meñique pintadas con un desgastado esmalte negro. Tiene el cabello castaño oscuro, que le llega hasta un poco más abajo de las orejas y le cae sobre el rostro cubriéndole en su mayoría los ojos. Se queda paralizado al verme, y se acomoda el cabello echándoselo hacia atrás.
Ahora soy yo quien se queda completamente en blanco.
Tiene un (solo un) ojo completamente negro. El otro ojo me mira con una curiosidad fundida con un asombro espasmódico, la pupila en forma de cruz dilatada por la sorpresa, la iris de un dorado parecido al de los ojos de los ángeles (de Jimin), pero mucho más amarillo, mucho más vivo.
Los labios entre-abiertos me dejan ver una parte de sus dientes. Tiene un colmillo, de un tamaño minúsculo en comparación a los míos.
Mierda, ¡mierda! ¿El Gran Demonio escuchó mis plegarias?
Taehyung es un demonio (el más extraño que he visto, pero un demonio al final), y es un chico atractivo. ¿Cómo es que no lo había visto antes? Soy un imán de chicos mágicos y reprimidos y asquerosamente hermosos. Mide, como máximo, un metro setenta. ¿Los demonios pueden ser tan bajitos? Quizás no es un demonio, no tiene cuernos, pero eso no le quita la clavícula marcada que se deja entrever bajo ese suéter. Le sonrío con labios apretados y saludo con mi mano levantada. Él hace una mueca.
—Hola —digo, poniendo una pierna sobre la otra. Él no responde: solo me mira con una expresión que no logro descifrar. ¿Repugnancia contenida o sorpresa inaudita? Me aclaro la garganta, y sonrío, mostrando los colmillos. Taehyung tuerce los labios—. Soy Jungkook.
Aparta la mirada y carraspea, volviendo a desordenar su propio cabello.
—Taehyung.
Camina con pisadas casi inaudibles por la habitación, sus pies descalzos apenas sonando al pisar las tablas de madera. Visiblemente incómodo, hace lo posible por ignorar el hecho de que no despego la mirada de él. Pienso por un momento que se va a sentar en la cama, pero se queda parado junto a ella, como si no supiera bien qué hacer. Se arrodilla sobre la mesilla de noche y abre el único cajón, sacando un lápiz mordido hasta la mitad y un cuaderno bastante usado. Levanta la cabeza para mirarme por exactamente dos segundos, girándola al instante cuando vuelvo a sonreírle.
No parece nervioso, simplemente lo incomodo. No sé si es algo bueno, pero quizás pueda sacar provecho.
Se cuestiona si es buena idea usar la cama, pero se rinde al notar que no estoy dispuesto a levantarme y termina por sentarse en el suelo, con la espalda pegada a la pared, al lado de la mesilla. Abre el cuaderno y lo acomoda sobre sus muslos, empezando a dibujar un círculo con líneas delgadas y limpias sobre el papel.
—Creí que no podías traer objetos personales a la habitación del Diablo.
No se mueve. La mano queda pasmada, flotando sobre la hoja, y la punta del lápiz apenas roza tímidamente el lugar en el que la línea termina. Aprieta los labios, y no me mira.
—No puedes, pero aprendí cómo funciona este lugar —responde, sin más.
El lápiz continua su rumbo, dibujando dos líneas curvas más y dejando ver lo que parecer ser el boceto inicial de un rostro. Tengo que alzar la cabeza para mirarlo. Él se encoje al darse cuenta. El sonido que produce el carbón sobre el papel es agradable, así que cierro los ojos. Ya estaría dormido si no fuera por la luz de la lámpara, pero estoy convencido de que no querrá apagarla.
—Y... —vuelvo a decir, abriendo un solo ojo. Ya ha dibujado los inicios de lo que, supongo, serán los ojos. Esta vez, continúa como si nada— ¿vienes seguido a este lugar?
—De vez en cuando.
—Nunca te he visto allá afuera.
—El Chadburn es un colegio numeroso.
Me siento sobre la cama, con las piernas cruzadas sobre el colchón. Él me observa de reojo, sin dejar de mover su mano. La luz amarillenta de la lámpara barre su rostro, y le da un brillo peculiar a su ojo negro (es el izquierdo, ahora que lo veo bien). El cabello cae hacia adelante, flotando sobre el cuaderno, y la mano pálida se mueve con tal agilidad que resulta ligeramente hipnotizante.
—Luces como alguien que apenas pasaría desapercibido —enarca una ceja (la del ojo negro) y alza la cabeza para mirarme. Señalo mi propio ojo con el dedo índice y le sonrío—. Lo digo por eso.
Hace un esfuerzo increíble para no bufar. Solo se acomoda sobre su puesto y se sorbe la nariz, continuando con el dibujo. Pasa la punta del lápiz una y otra vez con un poco más de fuerza, describiendo arcos oscuros que van hacia abajo y surgen de un punto común. Está dibujando el cabello, y me complace notar que es sospechosamente similar al mío.
—¿Cuántos años tienes? —pregunto.
—Dieciocho.
—¡Ah! Yo tengo diecinueve —ni siquiera me mira, y sé que no podría importarle menos. Pero voy a tener que pasar veinticuatro horas más con este imbécil, así que lo mejor sería llevarme bien con él. Si no logro por lo menos besarlo (que sería el escenario más óptimo), al menos podría establecer una conversación normal con él—. ¿En qué año estás?
—Tercer año.
—Pero tienes dieciocho.
No responde, pero aprieta los labios y veo que presiona con un poco más de fuerza el lápiz sobre el cuaderno, al punto en el que pequeños pedazos de carbón se desprenden de la punta sobre la hoja. Suspira y los barre con la mano.
—Ya veo —me limito a decir, riendo un poco. Así que perdió el año, entendido. No es un buen tema para recabar, así que me apresuro por cambiar el rumbo de la conversación—. ¿Por qué te trajeron aquí?
—¿Esta vez en específico?
—Supongo que sí —me recuesto hacia atrás apoyándome sobre los antebrazos y vuelvo a sonreírle cuando se digna en mirarme—. ¿Las veces anteriores han sido por causas diferentes?
Deja el lápiz y el cuaderno en el suelo y se revuelve el cabello.
—Casi siempre es por lo mismo, pero Pusset es una psicópata —se cruza de brazos sobre sus rodillas, y deja caer el mentón sobre las mangas de su suéter. Bingo. Te haré hablar, chico-demonio, no importa lo que cueste—. A este punto, me traen aquí solo por respirar —me mira de arriba a abajo, y entrecierra los ojos—. ¿Es tu primera vez?
Trago saliva ante la pregunta, y curvo los labios un poco más hacia arriba.
¡Nos leemos luego! ♡
[ Noduru, 2023 ]
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