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Camino como un reo siguiendo de cerca a la señora Pusset. Me ha acompañado hasta mi dormitorio y me ordenó que empacara una mudada de ropa antes de arrastrarme completamente en contra de mi voluntad hacia uno de los edificios más alejados del colegio (No empacar como tal, no me estoy yendo de vacaciones ni nada parecido. Básicamente estoy llevando en las manos una camiseta limpia y unos bóxers nuevos).

Había escuchado que esa era la habitación del Diablo más de una vez, por supuesto. Ese tipo de historias corren por los pasillos del Chadburn. Pero nunca creí que fuera real. ¿Encerrar a un estudiante en un cuarto, con apenas una lámpara que parpadea en sus últimos momentos, una cama más vieja que el mismo colegio y sin comer por no-sé-cuántos días?

Y no a cualquier estudiante, solo a seres oscuros.

Los rumores decían que, en los momentos más concurridos (como si se tratara de un maldito hotel) obligaban a estudiantes a compartir habitaciones.

Esto debía ser una puta broma.

Toca la puerta tres veces, y unos ojos blancos aparecen tras una pequeña rendija. Los ojos me observan con curiosidad, parpadean sin cesar como si estuvieran aguantando las lágrimas, y la persona dice algo en un idioma que no puedo comprender. La señora Pusset asiente con la cabeza, me mira, y se agacha hacia la rendija.

—Jeon Jungkook, estudiante K-05834. Falta de grado intermedio.

Me quedo parado detrás de ella. De verdad están escribiendo mi sentencia justo frente a mí. La persona detrás de la rendija vuelve a balbucear algo, y la señora Pusset le responde con más palabras que no entiendo. ¿Desde cuándo las criaturas mágicas tienen su propio idioma secreto? Esto es una mierda. La última cosa en mi lista de deseos antes de la graduación debería ser quemar el colegio Chadburn.

Por el Serafín —maldice la señora Pusset, frunciendo el entrecejo— ¿No hay habitaciones disponibles?

Por exactamente 0.2 segundos siento un atisbo de esperanza en el interior. No hay habitaciones, ¿quizás tengan piedad y mi castigo máximo sea dormir con los perros? Pero entonces lo recuerdo: esto es una cárcel. En las prisiones no le dan a los reos un cuarto individual con servicio a la habitación. Cruzo los dedos, aprovechando que la señora Pusset no está mirando. Por favor, Gran Demonio, por favor, emparéjame con un chico caliente.

La señora Pusset me mira por sobre el hombro. Le sonrío.

—¿Quién es el estudiante menos... problemático en la habitación del Diablo? —los ojos blancos se entrecierran y miran hacia arriba con aires pensativos antes de balbucear algo más. Pusset abre muchísimo los ojos— ¿K-08564? Él... ¿Kim Taehyung?

Intento hacer memoria, enlazar el nombre con un rostro en mi cabeza, pero nada aparece. El nombre no se me hace para nada familiar. Hay demasiados estudiantes en el Chadburn, pero hay algunos nombres difíciles de olvidar. ¿Será un chico de primer año? ¿Alguien de nuevo ingreso? Si no está en mi registro mental, quiere decir que tienen un rostro promedio y un cuerpo de lo más promedio. Me trago las ganas de soltar un quejido, ¿voy a estar encerrado por las próximas veinticuatro horas con un chico promedio? Preferiría una estaca en el pecho, o en el culo, como dijo Jimin.

A Pusset no le convence la idea, porque se agarra el puente de la nariz con esos dedos huesudos y zapatea contra la madera con la punta de su zapato de bruja, una y otra vez. Está pensando en otra alternativa, pero quien sea que esté detrás de esa puerta continúa diciendo cosas que parecen significar que no hay más opción, y que si realmente me quieren echar a la boca del lobo, solo queda tirarme junto al tal Taehyung.

—Bien, señor Jeon—se da la vuelta por fin, con la vara de madera contra el pecho y la espalda erguida. Se aclara la garganta—. Le explicaré cómo funciona la habitación del Diablo, para que no hayan futuros malentendidos.

También carraspeo.

—Seguro.

—No podrá salir del establecimiento hasta que hayan transcurrido veinticuatro horas completas, ni un segundo menos. La ingesta de alimentos o la utilización de dispositivos electrónicos en la habitación están estrictamente prohibidos. No importa qué tan urgente sea la situación, no podrá salir bajo ningún motivo, ¿está claro?

—Tan claro como la sangre, señora Pusset —respondo, sonriendo. Ella enarca las cejas, probablemente evitando resoplar.

—Dadas las circunstancias, tendrá que compartir espacio con el estudiante Kim. Tenga bastante claro que cualquier altercado o intercambio violento que se dé en la habitación será suficiente para aumentar su castigo, señor Jeon —se queda en silencio por un momento. Alza ambas cejas—. ¿Tiene alguna pregunta?

Me abstengo de preguntarle qué sucedería si (en un caso completamente hipotético) llegara a haber otra clase de intercambios en la habitación del Diablo con mi compañero de celda. Ha mencionado altercados violentos, así que asumo que el uso de dientes con propósitos puramente inocentes no entra en esta categoría.

—Ninguna pregunta. La explicación ha sido más que clara —Pusset no se mueve. Aprieto los labios—. ¿Podría escoltarme a mi habitación, señora Pusset? Estoy impaciente por conocer a... Taehyung.

Me da la espalda y da tres golpes a la puerta con su vara de madera. La rendija por la que sobresalían los ojos blancos se cierra de repente con un golpe metálico. Hay un horroroso estruendo detrás, sonidos de madera y metal y golpes, como si esta casucha se estuviera derrumbando internamente mientras que su exterior luce intacto. Doy un respingo, pero Pusset no luce impresionada.

—No está aquí para hacer nuevos amigos, señor Jeon.

Toma las manijas de la puerta (unos enormes círculos de hierro oxidado) y las hala con todas sus fuerzas. Doy un paso hacia atrás, más por la impresión que por la intención de protegerme. La puerta se abre con tal fuerza que termina impactando las paredes contiguas con tan brusquedad que temo que la madera se rompa por un segundo. Aunque este lugar parece inquebrantable a pesar de su aspecto horroroso.

Observo sobre el hombro de Pusset el interior de la casa. Ella rápidamente se hace a un lado para que pueda pasar. No es una casa, o un recibidor o una sala de estar. Es un cuarto, minúsculo y poco iluminado. Luce como el interior de un cubo hecho con madera vieja y húmeda y musgosa. Hay un solo mueble (una mesilla de noche con una lámpara encendida encima) y una cama de plaza y media con una sola sábana. En una de las paredes hay una puerta que parece a punto de caerse por el mal estado en el que está, y no hay ni una sola ventana.

Pero hay algo que llama mi atención. Las sábanas están desordenadas, y la superficie de la cama está ligeramente hundida. La pantalla de la lámpara, además de tener cientos de agujeros (seguramente cortesía de las polillas) está un poco inclinada hacia la derecha y el cuarto emana un aroma a caucho quemado que solamente un ser oscuro es capaz de percibir: El olor de la oscuridad.

Hay un agradable atisbo de otra cosa también. Algo dulce.

Pusset me da un empujón con su vara en la parte baja de la espalda, haciéndome trastabillar hasta entrar en la habitación. La ropa se me cae de las manos y, cuando me volteo, ella ya está con las manos nuevamente sobre las manijas de la puerta.

—Espero que se comporte —dice, ya halándolas con fuerza. Antes de que se cierren me da una última mirada—. Volveré en veinticuatro horas, señor Jeon. No haga cosas de las que se arrepentirá.

¡Nos leemos luego!

[ Noduru, 2023 ]

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