∆ᶜᵃᵖᶤᵗᵘˡᵒ ᵛᵉᶤᶰᵗᶤᶜᵘᵃᵗʳᵒ∆
"𝔔𝔲𝔢 𝔱𝔲 𝔷𝔬𝔫𝔞 𝔡𝔢 𝔠𝔬𝔫𝔣𝔬𝔯𝔱 𝔫𝔬 𝔰𝔢 𝔠𝔬𝔫𝔳𝔦𝔢𝔯𝔱𝔞
𝔢𝔫 𝔩𝔞 𝔱𝔲𝔪𝔟𝔞 𝔡𝔢 𝔱𝔲𝔰 𝔰𝔲𝔢𝔫̃𝔬𝔰"
ᶜᵃᵖᶤᵗᵘˡᵒ ᵛᵉᶤᶰᵗᶤᶜᵘᵃᵗʳᵒ: ℂ𝔸𝕃𝕄𝔸
El calor fue tanto que el ángel comenzó a sofocarse, alejándose de los bordes de la cápsula que parecían burbujear por la temperatura extraordinaria.
Subieron a la velocidad óptima para no lastimarlo por la descompresión, pero Leviatán jamás imaginó lo que encontraría en la superficie y cómo en tan poco tiempo Belial estaba por quebrantar cada límite y regla impuesta por Lucifer.
La magnitud de tal destrucción, todo por recuperar a su ángel.
En el momento que se rompió la tensión del agua cuando la cápsula de aire la atravesó y con ello Calliel se hizo presente.
Pudo ver el infierno y el infierno le devolvió la mirada reflejada en ese vasto océano en llamas.
Quizá no era el verdadero infierno, pero sí lo más cercano a las peores secciones de este: el agua ardía, el vapor quemaba a cualquier criatura cercana ya sea sobre o debajo de éste y el calor abrasador se extendía con cada segundo que transcurría. Metros y metros del interminable purgatorio de llamas, muerte, asfixia y caos.
En medio de tal escena, una criatura ennegrecida, alas gigantescas como su cuerpo, cuernos, garras y colmillos afiliados al punto de poder cortar un cabello por la mitad desde un extremo al otro.
El aire a su alrededor se rompía, chispas negras se extendían como si fuese un veneno emanando de su alma corroída y el mundo parecía fracturarse frente a semejante muestra de poder.
Pánico. Temor. El fin de los tiempos. Esos sentimientos estallaban en el corazón de los humanos que yacían inconscientes en el barco flotante a varios metros.
Su poder era tal que los pergaminos del ángel comenzaban a arder y si perdían tal protección, todos los humanos morirían al instante.
Si Calliel por un segundo olvidó cuán aterradores y poderosos podían ser los demonios, Belial se encargó de recordárselo abruptamente.
Verlo quitaba el aliento, estremecía, rompía la lógica de cuánto pavor podía experimentar un ser vivo.
Sus iris dorados se clavaron en el par con un simple y súbito movimiento de su cuello en su dirección. Era la encarnación del caos, poder inconmensurable de un principado infernal, la esencia más primitiva y mortífera de un dominio incontrolable.
Leviatán saboreó el beso de la muerte en sus húmedos labios, una sensación paralizante difícil de materializar, pero supo que era su final.
En un parpadeo apareció frente a ellos y milagrosamente Leviatán consiguió repeler su ataque letal, viendo su brazo izquierdo casi ser arrancado y se manifestó en su última forma, la más grande y monstruosa, temiendo que ante el descontrol de Belial pudiese matar a Calliel y ese pequeño bebé único en su especie.
Sacó fuerzas de donde no existían y maniobró ágilmente su tridente, como si ambos danzarán en una batalla que estremecía la tierra. Leviatán era fuerte, a la altura de Belial, no obstante la motivación de Belial era mil veces más fuerte que la de Leviatán.
No quería matarlo, hasta que apartó a su ángel de su vista no deseaba acabar con él, pero ahora era odio puro manifestándose.
Aunque fuesen leves segundos dónde imaginó lo peor, bastó para descontrolar su energía demoníaca y pensar en hacer arder el mundo por su amor.
Cada golpe provocaba dolor en los tímpanos y el pecho de los seres presentes, incluyendo a Calliel.
El aire parecía tronar, chispeando cada molecula, desestabilizando el equilibrio en la tierra. Si no se detenían, habría irreversibles consecuencias en la atmósfera terrestre.
Calliel observó cómo Leviatán descendía de un golpe en lo profundo del hirviente mar y al mismo tiempo el barco lleno de personas amenazaba con caer al agua una vez su pergamino cediera. Gigil podría resistir el aura demoníaca y las calamidades, los humanos sin duda morirían.
Tosió y contuvo el aliento.
Miró a ambos: Belial, luego el barco y de nuevo al demonio.
No podría salvar a todos, tenía que elegir, Belial o humanos. Detener a Belial antes que Lucifer subiera a someterlo o ir tras los humanos que no resistirían la atmósfera viciada de brea y oscuridad sin otro pergamino.
Sin siquiera pensarlo usó la velocidad que tanto presumía al volar y en menos de un pestañeo estaba frente a frente con ese inmenso demonio.
—¡Detente! —ordenó y las cadenas aparecieron, pero siquiera eso lograba contener el aire pesado a su alrededor y la gravedad que sometía al ángel hacia abajo, luchando por volar correctamente y no caer al agua en llamas.
Sin importar cuán desequilibrado estuviera Belial, su racionalidad no desaparecía, sabía exactamente lo que hacía. Un demonio de alta categoría no enloquece y se vuelve un animal sediento de sangre sin control de sí mismo, como pasaría con un simple sirviente.
Él ya era un ser sediento de sangre sin la necesidad de perder la cabeza.
—No puedo perderte, a este paso Lucifer... por favor, no hagas que él te aparte de mí —dicho esto se acercó hasta casi tocar su gigantesca garra—. Acabará con ambos, porque yo daré mi vida defendiendo la tuya.
El príncipe infernal divisó tal imagen: la oscuridad del mar y el cielo ennegrecidos, contrastando con el rojo intenso de las llamas, los alaridos de las criaturas marinas agonizando, el vapor, la desesperación humana, el sabor particular de la aniquilación indiscriminada de animales marinos y en medio de tal caos una blanca, pura y esbelta figura se alzaba con sus cuatro alas, resplandeciendo.
Como si fuese una obra de arte hecha específicamente para deleitar sus ojos, para eclipsar la destrucción y robar su atención, su todo.
Su ángel. Calliel. Estaba ahí.
En cuestión de segundos el cuerpo del demonio comenzó a disminuir su tamaño y todavía sin llegar a tomar su figura habitual sujetó a Calliel con una sola de sus manos y la diferencia de tamaños era tan abismal que el ángel se contrajo en su firme agarre, sin llegar a ser lo suficientemente duro como para herirlo, pero sí para impedirle huir de sus garras.
Mientras recobraba su forma y sus huesos tronaban, acercó al ángel por completo a su cuerpo y abrió su gigantesca boca, parecía que quería devorarlo. Deslizó su lengua por la linea de su espalda y se detuvo en su cuello y hombro, pudiendo fácilmente arrancarle la mitad del cuerpo si presionaba su quijada.
—Estoy bien. Todo esta bien. Estamos juntos. Por favor, para. No puedo respirar, el aire es pesado —suplicó y abrazó su demoníaco y enorme rostro, sin un apice de temor a pesar de estar a su merced.
Eso fue suficiente para que el caos cesara.
Se detuvo como el pasar de un tornado: en un segundo está frente a tus ojos arrastrando la vida a su paso y al siguiente todo es silencio.
El silencio proveniente del caos es uno muy particular. Expectante e incierto.
Fue roto con la sepulcral voz del principado del infierno en dirección al ángel, estremeciendo su organismo por las vibraciones tan potentes y duras:
—Tienes prohibido hacer algo semejante, esta será la única vez que te lo perdonaré —no fue un pedido, tampoco una sugerencia, era una demanda absoluta.
No había lugar a vacilaciones u objeciones por parte de Calliel, no con esa tenebrosa mirada lista a acabar con la existencia del mundo en respuesta.
—Lo siento, Belial. Perdóname —imploró con arrepentimiento real, creer que su demonio le sería arrancado de su lado lo aterró hasta la médula dentro de sus huesos.
Una caricia en su mejilla y cuello bastó para que sus ojos se humedecieran y fuese abrazado con dureza, enfrentando sus rostros, deleitándose con la presencia del otro, verse a salvo y compartiendo su calor.
Leviatán simplemente no daba crédito a lo que veía, sonaba a locura presenciar cómo el ser más orgulloso que existía entrelazaba sus brazos alrededor de la cadera y cintura de un simple querubín y hundía su rostro en el hueco de su pequeño cuello como si allí se hallara el oxígeno que necesitaba para vivir.
No era debilidad, era necesidad. Una más allá de lo físico, intangible y compleja de poner en palabras, pero de certeza indiscutible como el día y la noche.
Tampoco entendió la manera sumisa y entregada en la que Calliel se aferraba a una criatura que segundos atrás pudo causar la destrucción parcial de la humanidad y la suya misma.
La fe ciega que un ingenuo ángel poseía hacia un demonio. La devoción absoluta de un sanguinario demonio hacia un ángel.
Recordó el momento exacto en el que Belial fue desterrado a la tierra para cumplir su castigo y el modo en el que se negaba a arrepentirse por sus faltas contra Lucifer y la humanidad. Su fiereza, su gesto inamovible, sería exterminado antes de ceder.
Del mismo modo, viendolo ahora, tuvo la certeza de que si ese dulce ser celestial le pedía que se arrodillara, Belial no solo lo haría, sino que besaría sus pies, luego sus piernas, una a una, con calma, con placer y gusto, para luego continuar con cada porción de su cuerpo.
Adoración. Ambos se veían el uno al otro como si el mundo entero sobrase y esa magnitud de emociones sobrepasó todo lo conocido por Leviatán hasta entonces.
Se replanteó seriamente cuál era el significado real de tal palabra y hubiera seguido reflexionando si no fuese por el barco que amenazó con caer sobre él.
Se hizo a un lado, listo a dejarlo caer a las profundidades de su inmenso océano. De repente lo detuvo elevando una gran cantidad de agua y se reprochó su acción ¿Por qué lo hizo? Iba en contra de sus propios deseos de aniquilación. En contra de su nula piedad hacia los humanos.
Seguía sin aceptar su existencia, eso no había cambiado. Pero... solo por un instante, pensó en la mirada triste que haría Calliel y no quiso eso.
Deseaba agradarle a un ángel. Era algo inédito.
Sin embargo, era mucho mejor que sentir simpatía hacia la humanidad, como Asmodeus. Peor aún, terminar como Asmodeus luego de involucrarse demasiado con esa especie. Ellos solo traían desgracia.
Suspiró sin entender bien cómo organizar sus pensamientos y heridas, simultáneamente Belial clavó su mirada en él, percatándose de su existencia. Su osadía al alejar a Calliel de sus manos.
Calliel le abrazó sobre sus hombros y le susurró que no era necesario continuar esa guerra, Leviatán había sido respetuoso y cuidado de él.
Belial frunció sus cejas.
—¿Qué fue exactamente lo que sucedió? —inquirió con su voz profunda y consumida, no conseguía apaciguar los escasos segundos donde creyó que todo lo que atesoraba había desaparecido.
—Me... ¿quería conocer? ¿Creo?
El enojo en Belial no disminuyó.
—También sabe de nuestro hijo y no le desea mal ¿No es eso increíble? Tengo la sensación de que el mundo no recibirá amablemente su nacimiento, por eso, que Leviatán lo haga es casi un milagro —afirmó y Belial no apartó su mirada del regente del océano.
Oírlo nombrarlo apretó la quijada de Belial y sus filosos dientes relucieron, oscureciendo sus facciones.
—Debería morir —aseguró y el cuerpo de Calliel se estremeció. Había pasado por mucho y ya no quería sobrecargarlo con más caos, posponiendo sus impulsos asesinos—. Lo único que salvó su vida en este instante fue haber aceptado esto —finalizó al poner su mano sobre su vientre— y no haberte herido.
El ángel finalmente soltó el aire de sus pulmones y abrazó con todas sus fuerzas al demonio.
—Estoy agotado, no puedo seguir volando siquiera —confesó y se aferró a su cuello, ya que sus alas dejaron de moverse.
Belial lo tomó con uno de sus brazos y fue suficiente para cargar todo el peso de su cuerpo angelical, dejándolo descansar escondiendo su pálido rostro contra su hombro y cuello.
Miró el barco con muchos humanos inconscientes, heridos e incluso muertos.
—Viniste por mí en vez de correr hacia ellos —recapacitó y miró su dulce rostro—. Fuiste contra tu instinto y creencias por mí ¿Eso no te duele? ¿No te hace odiarme?
Calliel sonrió con sus ojos cerrados.
—¿Tú me odias?
Belial entrecerró sus ojos y frunció sus cejas, viéndose letal, mostrando cuánto le ofendió tal pregunta.
—Porque vas contra tus instintos constantemente por mi bien. Soy un poco lento, pero no estúpido.
Belial elevó ambas cejas y quitó un mechón de cabello que cubría la frente de Calliel, divisando con más precisión su armoniosa cara. Se veía cansado en extremo y aliviado en partes iguales.
—Y no creo que eso te haga odiarme, sino... Es cuestión de equilibrio, el bien del otro... prioridades, tú eres la mía. Eres mío. Siempre estarás por delante de todo lo demás, porque puede faltarme cada parte de mi cuerpo si fuese necesario, pero no tú. No deseo nada más que protegerte y si me dieran a elegir entre el mundo y tú, no dudaría en salvarte a ti.
Abrió un poco sus ojos y tomó la mano del demonio entre la suya.
—Pero agradecería que procuraras no ponerme en esa situación, no vuelvas a enloquecer y controlate, no provoques la ira del cielo y el infierno, sin importar lo que suceda, porque todavía nos quedan muchas cosas por vivir juntos ¿Podrías hacerlo?
Belial delineó el contorno de su rostro y disfrutó cómo se derretía ante su simple toque.
—Si no quieres que enloquezca, prioriza tu vida y cuídate como si el mundo dependiera de ello, porque mi mundo lo hace, ángel.
El menor asintió, entendiendo perfectamente a qué se refería al haber experimentado de primera mano la desesperación de creer que Lucifer acabaría con Belial minutos atrás.
Con calma descendió hasta la proa del barco y las maderas todavía crujían y rechinaban, el daño había sido grave, no obstante no se hundiría gracias al leve poder del único talismán que quedó medianamente en pie.
—Te llevaré a la costa ahora mismo si...
Calliel negó.
—Estoy bien, solo quiero descansar un poco, ya estabamos cerca de todos modos.
—La batalla alejó significativamente la embarcación de tierra firme —informó Leviatán apareciendo por el costado del mismo, enervando la sangre de Belial con su presencia.
—Eres muy atrevido al aparecer frente a mí.
Leviatán realizó una leve reverencia y cerró sus ojos escasos segundos.
—Lamento el malentendido, creí que tu compañero era humano y perdí la razón.
Se irguió y levantó su barbilla, firme.
—Además, tú invadiste mi territorio sin autorización y te negaste a marchar, así que eres en parte responsable por el altercado anterior.
—No estamos rindiendo cuentas frente a Lucifer, deja de parlotear jusfuticaciones a tus actos, porque a mí me importa un carajo la ley. Si un demonio, humano o ángel ataca: yo lo eliminaré. Así de simple. Lucifer no castiga por batallas que no afecten a la supervivencia humana como especie.
Leviatán elevó una ceja, casi divertido, un gesto poco común en su inexpresivo rostro.
—El océano bajó varios centímetros por tu causa, un poco más, solo unos minutos, y la historia sería diferente. Casi provocas un desastre mundial al alterar su ecosistema.
Belial rodó los ojos.
—Bien que eso te hubiera gustado.
El ser con tentáculos no pudo negarlo, aunque él no rompería las reglas de su adorado Lucifer y acabaría con tal especie, en el fondo de su mente era obvio que le hubiera gustado que alguien más lo hiciera.
—Aunque ahora comencé a dudarlo, ya que salvaste el estúpido barco y a su gente.
Esa afirmación le dió asco a Leviatán y frunció sus cejas, casi mostrando sus hileras de colmillos. Así señaló a Calliel con su mano abierta.
—Como disculpa para el ángel. No por placer. No seas impertinente.
Belial resopló, odiaba el lado extremadamente riguroso a la ley que caracterizaba a Leviatán.
—No debería caerte bien, es un ángel.
Calliel lo oyó y se ofendió, despertando de repente.
—¡Oye!
—No es lo que quise decir, sabes a qué me refiero. Que deje de fingir bondad aquí, ha matado a más humanos que la peste.
—Quien más humanos ha matado en la historia, son los mismos humanos.
Belial rodó los ojos, nada le importaba menos que esa especie.
—Ajá. Ahora vete al carajo.
—¿Acaso el barco es tuyo?
—¿Qué? —preguntó Calliel con su expresión de confusión.
—No es su territorio ni su propiedad, por lo que echarme no tiene ningún valor —afirmó Leviatán, sabiendo que no rompía ninguna ley estando allí.
—Eres. Malditamente. Insoportable.
Calliel casi sonrió por la forma en la que el par discutía, a pesar de hablarse mal, Belial no estaba en guardia constante como con todos a lo largo del viaje, sabiendo que si Leviatán dio su palabra de no herir a Calliel, sería un hecho que no atentaría contra su seguridad.
Gigil corrió hacia su amo y estaba empapado, con una especie de pulpo en su hocico.
Leviatán frunció su entrecejo y le quitó al animal de un movimiento con su tridente, regresandolo al mar.
El monstruo gruñó y movió sus colas en señal de alerta, listo a atacar.
—Gigil, no, ven aquí. Ya acabó —aseguró la tenue voz de Calliel y el zorro sin confiarse se acercó, de repente fue sujeto por su cuello con un brazo y recibió un abrazo—. Estaba preocupado por ti, confiaba en tu fuerza, pero temí que te ahogaras. Eres tan buen chico, te quiero tanto —continuó hasta que el pequeño volvió a su tamaño compacto, acurrucándose en su pecho.
Leviatán le lanzó una mirada al demonio, claramente no entendía cómo o por qué un ángel apreciaba a un zorro del infierno y Belial simplemente se encogió de hombros, ya rendido a buscarle lógica a sus acciones.
Calliel estaba contento con la presencia de Leviatán y este quería seguir observándolo unos minutos más antes de despedirse, así que para estar de pie a su lado tomó forma medianamente humana, y digo "medianamente", porque sus ojos eran totalmente oscuros y sus escamas parecían tatuajes sobre su piel. Además, la ropa que vistió simulaba una túnica oscura y gastada, como un adivino errante.
Belial caminó con el angel en brazos hasta sentarse sobre la barandilla, recibiendo una pequeña brisa que relajó el cuerpo de Calliel a tal punto que cayó dormido, no resistió el agotamiento.
—Ahora dime ¿Qué pretendes con esto? ¿Le dirás a Lucifer? ¿A Dios? Sino no me explico por qué no acabaste con Calliel allí abajo.
Leviatán simplemente ignoró dichas acusaciones y miró al albino.
—Dijo que mi existencia era igual de importante que la de su propio hijo —admitió con su voz baja y profunda, sin entender del todo lo que eso significaba.
Belial pudo imaginar a la perfección al inconsciente pichón soltando tal declaración absurda.
—También por el ser que crece en él, pero, sobre todo... Sus ojos.
El demonio ahora humanizado, recuperándose de su intensa batalla, lo miró con recelo.
—La forma en la que él vio a las criaturas marinas, esa fascinación por algo insignificante, la honestidad ante la adversidad y esa... manera de ver este asqueroso mundo. Anhelo por la vida.
Sonrió bajo y sorprendió al demonio del caos.
—No poseo eso. No entiendo por qué sigo vivo, morir es simplemente algo que espero, pero tampoco es como si tuviera motivación real para dejar de vivir, existo en un limbo dentro de mi mente y me cuesta sentir plenitud. Pero ese ángel irradia luz, inunda la oscuridad de paz, pensé "hay que proteger su forma de ver la vida, que nunca descubra lo horrible que es el mundo".
—Lo mantengo alejado del mal, sin embargo, Calliel sabe de las atrocidades de la humanidad. La devastación de la naturaleza. La maldad en los demonios. La vanidad en los angeles —enumeraba mirando al horizonte donde el sol se ocultaba y la tranquilidad del mar parecía irreal después de tal batalla.
—¿Entonces esta en negación?
Belial movió su cabeza de izquierda a derecha sin apuro.
—Él simplemente tiene la capacidad de buscar lo bueno en ello. Su felicidad yace dentro de él, por eso sin importar los horrores que azoten, logra anteponerse y disfrutar cada respiro —sonrió irónico—. Te juro que era desesperante al inicio, pero... es divertido ¿Sabes? Es tan diferente a mí que nunca sé con qué cosa saldrá, aunque pasen los años, él no deja de hacerme sentir... —calló al darse cuenta que estaba hablando de más.
Como siempre el aire melancólico y sereno de Leviatán conseguía hacer a los demás soltar lo que guardaban en sus mentes.
—Ya no te reconozco, has cambiado mucho.
De algún modo no sonó del todo agresivo tal comentario y Belial rio bajo, con sorna y superioridad.
—Mientras tú sigues igual que siempre, la incapacidad de cambio es bastante tediosa. Malditamente limitante.
Leviatán elevó la comisura de su lado izquierdo.
—Y tú odias los límites, ahora tiene sentido.
—¿Sentido? No, esto claramente no tiene sentido alguno —afirmó viendo a su ángel y apretando un poco su agarre, disfrutando de cómo se acurrucaba contra su pecho—. Deberías romper un poco las reglas ¿Quién sabe? Tal vez encuentres algo interesante una vez dejes de sentir autocompasión.
Leviatán sonrió y los quejidos humanos hicieron a ambos gruñir hastiados. El desagrado era un sentimiento compartido.
—Me despido, hermano —aseguró Leviatán, refiriéndose a ser un príncipe del infierno como Belial y la expresión suave que portó en dirección a Calliel hizo al demonio ponerse serio—. Aunque la tierra entera rechace a esa criatura que nacerá, siempre será bienvenido en mi océano, es un juramento.
Tal promesa tomó desprevenido a Belial y llevó una de sus manos a la barbilla de Leviatán, acercándolo a sí y examinando su rostro todavía sanando por los ataques, sin contar su brazo casi amputado que estaba regenerándose.
—Es lo menos que merezco después de que me dieras una batalla tan mediocre —soltó orgulloso y Leviatán le lanzó una mirada indescifrable.
Con calma se soltó de su agarre, el cual para cualquiera sería poca cosa, pero viniendo de Belial era un gran gesto el iniciar cualquier tipo de contacto ya que no era de tocar a otros demonios o principados.
Se posó en el borde y le dió la espalda al mar, mirando al par a su lado.
—Cuando nazca tráelo. Por favor, preséntamelo. Quiero ver cómo será, qué especie dominará, deseo tanto... —«ser parte de tal milagro» pensó con un nudo en su garganta al sentir la ilusión de ver un nacimiento como los que a él le negaron experimentar con su pareja.
Belial le dedicó una orgullosa sonrisa.
—Ve tú, puedes hacerlo cuando lo desees —ofreció su hospitalidad, algo que había hecho únicamente con Asmodeus en todo el tiempo que pasó en tierra humana.
Eso le bastó a la criatura para sonreír y dejarse caer hacia atrás, siendo absorbido por esa masa de agua y desaparecer en tal inmensidad.
Horas más tarde y de a poco, humano tras humano fue despertando.
—Vaya tormenta, tuve pesadillas horribles sobre sirenas y demonios, el mar es verdaderamente aterrador —aseguró el pequeño marinero hacia el capitán.
Ya arriba y con todos los vivos despiertos se acercaron a Belial que relucía su forma femenina con Calliel sobre su rechazo, cubierto por cobijas, cubriendo todo su cuerpo como si fuese una oruga gigante.
—¿T-Tú quién...?
—Mi barco naufragó y este jóven me rescató —no dió más explicaciones.
A todos les recordó al hombre que acompañaba a Calliel, pero era sin duda una mujer voluptuosa y aceptaron su llegada.
—Las ventajas de ser atractiva —recapacitó el demonio con sorna.
—Lo eres —susurró Calliel ya despierto y besó sus labios con delicadeza.
Hizo pergaminos para verse humano otra vez y se desarropó de las cobijas. Buscó a Leviatán con la mirada y al ni hallarlo comprendió que se había marchado. Giró su rostro y ahora sí que le prestó mucha atención a Belial.
—¿Por qué eres mujer? —preguntó curioso.
—Mientras tú buscabas plantas en el puerto anterior, yo compré esto —habló y sacó del interior de su boca dos anillos—. Sé cuánto odias mentir al respecto, cuando dices que estamos casados y no es así, ya no tendrás que hacerlo.
Calliel estaba más que confundido.
—¿Me faltó oxígeno debajo del agua? No, respiraba bien —recalculó—. ¿Me habré golpeado la cabeza?
—¡Pichón!
—Es que, no entiendo ¿Cómo...?
Belial se incó sobre una de sus rodillas por primera vez en su vida frente a alguien que no fuese Lucifer y tomó la mano del ángel.
—Tú solo responde: ¿Te casarías conmigo?
Los ojos de Calliel casi brillaron ante la propuesta y se contuvo para no dejar salir sus alas de golpe.
—¡Por supuesto!
Se abalanzó sobre esos fuertes hombros y los suaves pechos de Belial recibieron el calor del cuerpo del ángel por el contacto.
—¡Oi! No pierdes el tiempo, chico —gritó el capitán, limpiando la herida de uno de los marineros.
—¡Lo ayudaré! —se ofreció y Belial tomó su mano con serveridad—. Sin mis dones, prácticamente no los usaré ¿Sí? Más que nada medicina o hierbas ¿Por favor?
Belial aceptó de mala gana, pero sabía que Calliel necesitaba ayudar a los que podía y no peleó por ello, pero lo observó todo el trayecto.
—Cambiaste un guardaespaldas por otro —dijo cómico el jóven amigo de Calliel y este rio algo nervioso.
—Presta atención, si no lavas la herida: se infecta. Si no sacas todas las astillas: se infecta. Y si no usas un trapo limpio para vendar...
—Se infecta —repitió regañado y Calliel le regaló una dulce sonrisa, acelerando su pulso.
Todos se sentían cómodos con el ángel, su conexión con esa especie era innata y por rsa razón el capitán no se negó cuando Belial le pidió auspiciar la boda. Creían que era un amor jóven y espontáneo, de esos que surgen de las tragedias.
Además el capitán lo vió como un momento de relajación para todos los hombres que agradecían sobrevivir a semejante tormenta y vivir otro día.
Fue un momento especial para ambos, mirándose el uno al otro a los ojos, en el único momento de la ceremonia donde Calliel casi se desmaya fue en el momento donde los bendecían en el nombre del señor. Belial no pudo evitar reír dos segundos y apretó sus carnosos labios, llamando la atención de Calliel a su rostro otra vez.
Fue algo más que nada simbólico, pero la felicidad que le generó a Calliel fue contagiosa para Belial y los humanos vitorearon al momento del beso.
Bebidas para los heridos, porque según ellos todo se curaba con un trago y un buen descanso. Baldes de comida que se había salvado de caer por la borda y el calor de una tranquila noche.
—En la madrugada estaremos arribando, creo que el barco resistirá, pero estará en mantenimiento mucho tiempo esta vez —les informó a sus hombres, el susto fue tal que no tuvieron tiempo para lamentar las pocas, pero significativas, perdidas—. Bueno, ya sabemos cómo es el mar, cada viaje es un peligro por afrontar y hay que vivir plenamente por los que ya no pueden.
Se acercó a la jóven pareja de recién casados y le ofreció su camarote por esa noche de bodas.
Calliel agradeció bastante curioso y ya en el lugar enrojeció hasta la frente cuando Belial le explicó el porqué todos lo felicitaban tan efusivos a medida que se dirigían a la habitación.
—¡Qué vergüenza!
—Es un poco tarde para estarte inhibiendo —dijo jocoso y el ángel lo miró mal, haciéndolo reír.
—Belial... Yo en serio no creo hoy poder... —susurró apenado y cansado.
Éste se acercó y tomando su nuca acortó la distancia restante, besando su frente.
—Tenemos mucho tiempo para consumarlo, una y otra vez, de muchas formas —susurró lascivo cerca de su oído y lo sujetó con ambas manos en la cadera—. Pero hoy, justo ahora, me conformo con abrazarte.
—También quiero dormir contigo —contestó bajo y deseoso.
Belial sonrió sin bondad alguna, recordando las primeras noches que durmieron juntos.
—¿Sabes lo que significa invitar a un demonio bajo tus sábanas? Muy mala decisión —siseó chocando su aliento contra sus labios y las manos del ángel se plantaron en su cuello.
—He tomado decisiones incorrectas a lo largo de mi vida, pero esa no es una de ellas —dijo desbordando cariño, más fuerte que sus palabras, necesitando más contacto.
Se elevó sobre sus pies y besó esos calientes labios, arrancando pequeños jadeos de ambos, degustando el placer en ese encuentro.
—Bien, vamos a la cama o no seré responsable de mis actos —advirtió el mayor con su voz era profunda y vibrante.
Una vez listos para dormir, en el instante que el rostro de Calliel halló comodidad sobre el brazo de Belial y este lo abrazó por la cintura, la paz tomó lugar en la habitación.
El sexo era increíble, pero estos esporádicos momentos de absoluta felicidad en medio de la quietud, también eran increíbles.
Acariciando su cabello, su rostro, trazando sus cejas con la punta de sus dedos. Respirando ese exquisito aroma. Percibiendo el latir constante y armónico de su corazón.
Las palabras sobraban y en medio de pequeñas caricias cayeron profundamente dormidos.
Continuará...
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