∆ᶜᵃᵖᶤᵗᵘˡᵒ ᵛᵉᶤᶰᵗᶤᵗʳᵉˢ∆
"𝔏𝔞 𝔦𝔯𝔞 𝔢𝔰 𝔣𝔯𝔲𝔰𝔱𝔯𝔞𝔠𝔦ó𝔫 𝔯𝔢𝔭𝔯𝔦𝔪𝔦𝔡𝔞
𝔮𝔲𝔢 𝔫𝔬 𝔭𝔲𝔡𝔬 𝔰𝔢𝔯 𝔡𝔯𝔢𝔫𝔞𝔡𝔞 𝔞 𝔱𝔦𝔢𝔪𝔭𝔬"
ᶜᵃᵖᶤᵗᵘˡᵒ ᵛᵉᶤᶰᵗᶤᵗʳᵉˢ: 𝔼ℕ𝔽ℝ𝔼ℕ𝕋𝔸𝕄𝕀𝔼ℕ𝕋𝕆
El agua parecía cobrar vida, moviéndose con tal violencia que mantener el equilibrio no era posible para ningún marinero sobre la cubierta.
El olor a sal, a océano, podía incluso saborearse en la garganta, esos destellos de desesperanza para cada hombre vivo que serían devorados por sus profundidades.
La presencia que sobresalía por encima del líquido era imponente, bestial y serena a la vez. No serena de paz, sino de acecho, de muerte y destrucción. Impiedad y vacío.
Sus brazos fibrosos y fuertes al igual que su pecho descubierto, con sectores negros y el resto de su piel con un color azulado hasta su cadera. La sección inferior, cerca de los tentáculos que conformaban dónde debían estar sus piernas, eran de un implacable negro en el exterior y azul Prusia en el interior donde estaban sus ventosas. Poseía rasgos esbeltos y a su vez marinos, como si fuese una criatura completamente singular y nunca antes vista.
Sus cabellos oscuros y húmedos igual que el resto de su cuerpo, ondeaba de manera antinatural, como si continuara debajo del agua.
Parecía que no emitiría palabra alguna, como si su único objetivo fuese aniquilar lo que sea que tuviese en frente y no tuviera la necesidad de rebajarse a deleitar el oído humano con su voz.
Pero entonces la presencia del demonio del orgullo fue percibida con claridad, Calliel se encogió ante aquello, peor aún cuando se creyó observado por esos ojos negros como el fondo del océano... Pero en realidad Leviatán miraba sobre él:
—Belial, el caótico —lo nombró con cierto recelo y los humanos cayeron de rodillas, realmente era una voz fuera de este mundo.
—Leviatán, el despiadado —le devolvió el saludo con la misma poca emoción en su voz.
—¿Qué haces en el mar? Los mares me pertenecen —susurró casi inaudible, no por timidez o suavidad, era más bien un susurro carente de vida.
Hasta que repentinamente notó algo:
—¿Por qué estás con...? —cuestionaba con su tono cada vez más y más consumido, viendo cómo los brazos del demonio sujetaban a lo que parecía ser un pequeño humano y una bestia.
—Bueno, pasaron cosas —contestó como si fuese lo más normal del planeta tierra, viendo a Leviatán fruncir sus entrecejo.
—Vete —ordenó implacable.
Ahora el que perdía su paciencia era Belial.
—Tú no me das órdenes.
El desprecio era casi tangible en el momento que los ojos del recién nombrado se encontraron con Calliel, no solo con él, sino al recorrer de proa a popa con sus pupilas, viendo a los humanos como si fuesen la peor peste que jamás haya presenciado.
—Eres... —masculló empuñando sus manos, casi mostrando sus bestiales colmillos al hablar—. Un príncipe del infierno, tienes tanto poder como cualquiera de tus hermanos príncipes, pero aquí estás, desafiándome con la mirada como si fuese tu enemigo ¿Y por qué? Por escoria humana. Por esa aberración que cargas entre tus manos.
Eso sí sobrepasó la calma de Belial, porque no podía igualar a su precioso pichón con la inmundicia humana.
—Me desagrada tanto tu puta aura melancólica, siempre sermonendo a todos, como si fueses un puto ejemplo... ni siquiera eres un demonio —soltó eso último y Calliel se sorprendió.
Había escuchado sobre Leviatán tan poco, que no sabía bien quién o qué era, qué deseaba o hacía, absolutamente nada, ya que Rafael no lo mencionaba y Gabriel parecía entristecer cada vez que ese nombre surgía en alguna conversación lejana.
La confusión se plantó en el rostro de Calliel y examinó al monstruo ante sus ojos.
No era humano. Indiscutiblemente no era un ángel ¿Acaso no era eso un demonio?
Leviatán percibió la manera en la que ese humano no caía ante los encantos de su voz, como el resto de ellos, que solo al oírlo se paralizaban por el pánico y dejaban de razonar lo que sucedía a su alrededor con claridad.
—¿Esa cosa sobre ti se pregunta qué soy? Que irónico —pensó en alto casi riendo sin un ápice de gracia, regresando sus ojos hacia Belial—. Un demonio desterrado cómo tú no puede siquiera opinar al respecto.
—Como si eso me importara.
—Sé cuánto odias que te impongan cosas. Así que mientras yo permanezco en la tierra por propia voluntad, tú estás aquí como castigo impuesto por Lucifer. Y por lo que veo, no has aprendido nada, solo cambiaste un pecado por otro, involucrándote con humanos.
El ángel miró a Belial y tomó sus prendas, haciéndolo ver en su dirección. Éste suspiró y acarició su espalda discretamente.
—Calma. Solo es una pequeña discusión, ahora nos dejará en paz y le joderá la vida al próximo barco que vea —aseguró en alto, procurando ser escuchado por el otro demonio.
El descaro de ignorarlo para así hablar con ese humano le genero repulsión a Leviatán y el agua a su alrededor comenzó a moverse a medida que criaturas salían de ella, trepando por las maderas del exterior, acercándose a la superficie del navío lentamente, sin apuro alguno.
—Demasiado impertinente —susurró sin cambiar su expresión de enfado, aparentando control con su respiración suave—. Los mares son míos, no tienes derecho a interponerte, solo vete, mi problema no es contigo.
—¿Hablas en serio? Creí que querías sangre, pareces ansioso por ello... Por matar a cada ser vivo aquí.
Leviatán asintió.
—Eso no te incluye, jamás te he odiado. Los demonios no son poseedores de mi desprecio, incluso la mayoría de los ángeles no me interesan, solo quiero... —siseó con cierta locura en sus iris— humanos.
Calliel tragó con dificultad la saliva que se acumuló en su boca y se puso de pie.
—No puedes hacer eso.
Eso crispó la piel del monstruo marino y finalmente sus ojos se encontraron, donde además de ver miedo en Calliel, también detectó una fuerte convicción.
—No te atrevas a dirigirme la palabra, parásito de la tierra —aseveró mientras sus garras y colmillos se volvían más y más amenazadores.
—Sí él habla, es como si yo hablara. Su palabra tiene el mismo peso y valor que la mía y ese hecho jamás será cuestionado mientras yo viva —amenazó Belial, con una voz infernal tan imponente que provocaba pequeñas olas en la superficie del agua.
Calliel parecía listo a defender a los hombres presentes, aunque eso le atemorizaba, no era una opción dejarlos.
Pero Belial no lo veía así, de hecho, el mar como tal era indiscutiblemente de Leviatán, eran sus tierras, invadirlas había sido una falta de respeto y entendía eso. Que Leviatán no quisiera pelear era una ventaja y hasta un milagro, porque estaba en su derecho.
Sin mencionar que a pesar de no llevarse bien con Leviatán, tampoco tenían un rencor pasado más allá de simples rivalidades y diferencias de carácter, siendo en realidad bastantes cercanos.
Así que se encogió de hombros, aferrando su agarre en la cadera del ángel y viéndolo de frente.
—Pichón, nos vamos.
—¿Qué? —tartamudeó.
—No estoy cediendo, pero en tu condición, evitar alterarte es lo mejor y una pelea sin duda te podría en peligro.
—Pero... Ellos no tienen la culpa, solo estaban viajando pacíficamente, por favor, no quiero. No es justo, solo... —sollozaba en dirección a los humanos que parecían hipnotizados oyendo la voz de Leviatán.
El recién nombrado elevó una ceja y habló nuevamente:
—La condición es que dejes a cada humano. No puedes conservar a ninguno... ni a ese —señaló a Calliel—. No puedo creer que tú, quien creí entendía mi odio hacia ellos, ahora mantenga a uno como mascota tan recelosasmente.
Eso hizo reír a Belial.
—Lo inconveniente aquí es que es mi pareja, por eso cuida tu puto vocabulario en su presencia —dijo con un tono más que amenazante, recuperando la compostura—: somos uno a tus ojos como a los de cualquiera.
Eso tomó desprevenido a Leviatán y el agua a su alrededor se embraveció, delatando lo enfurecido que estaba a pesar de no verse en sus facciones a simple vista.
—No iré sin él. Nada sin él.
Los ojos enteramente negros de Leviatán se afinaron en una mueca de incredulidad.
—Tampoco podrás impedirlo, siquiera tienes tu espada infernal, mientras yo sí mi tridente —admitió moviendo su mano y dicha arma se elevó hasta él.
En eso tenía ventaja, ya que los principados en el infierno poseían armas especialmente diseñadas para la batalla, sobre todo contra criaturas celestiales, pero también entre ellos, siendo sumamente dañinas para todo tipo de ser que osara desafiarlos.
Belial, como parte de su castigo, no tenía su destructiva espada forjada en el mismo infierno, la cual blandía y azotaba pueblos por simple ocio.
A la distancia que se encontraba Leviatán, consiguió distinguir las manos de Belial acariciando el rostro del supuesto humano y le recordó a otro demonio familiar:
—Terminarás como Asmodeus.
Belial casi hizo una arcada ante tal acusación.
—No me compares con ese libertino.
Leviatán frunció su entrecejo y se dio cuenta de algo.
—¿Acaso no sabes lo que pasó con los humanos y él? —inquirió y Belial sin darle importancia rodó los ojos.
—Claro que sí, sé de sus gustos, todos lo saben —afirmó y clavó su mirada en las personas a su alrededor—. Pero yo desprecio a los humanos, no soporto su hedor, su mediocridad, su existencia patética... Tampoco pienso involucrarme con cada pervertido que se acerque en busca de refugio y mucho menos follarlos, como hace mi aberrante amigo —se defendió casi asqueado por las palabras de Leviatán.
Que fuese tan cercano a Asmodeus, no significaba que pensara como él, no se involucraba constantemente en la vida de humanos y los recogía de las calles como su amigo.
—¿En serio no sabes...? —calló al notar lo cambiado que estaba Belial con respecto a lo que era antes, a pesar de ser su hermano de nombre, al ser ambos principes infernales por decreto de Lucifer, antes no hubiera dudado en darle pelea si lo ofendía.
Nunca se hubiese contenido de atacar cegado por el orgullo y deseo de caos, ahora parecía querer evitarlo.
—Te respeto, por eso te pido que desistas... —intentó una vez más, cerró unos leves segundos sus ojos y los abrió fijos en ese dorado infernal—. Sabes lo que me hicieron. Soy el único de mi especie. Lo único que me queda es esto, no existe nada más, ninguna otra razón por la cual vivir.
La voz casi herida de Leviatán llamó la atención de Calliel y Belial estuvo por ceder, ya que realmente era indiferente a los humanos, no por compasión.
—¿Qué le hicieron? —cuestionó Calliel, viendo cómo a su alrededor algunos humanos parecían perder la conciencia y recobrarla esporádicamente, similar a estar intoxicados por alguna sustancia.
Leviatán apretó su quijada.
—No fueron ellos como tal —contestó el demonio.
—¡Por supuesto que sí! —enfureció la criatura del mar.
—Ella murió a manos de un maldito ángel —contraatacó.
—¡¿Y en beneficio de quién!? ¡No le dieron la oportunidad! ¡No hizo nada castigable! Solo... Su existencia y la mía... Entonces... Ella no... —balbuceaba a medida que sus dientes parecían rechinar frenéticamente, un sonido ensordecedor y los gritos agónicos de los hombres no se hicieron esperar.
Calliel miró cómo de los oídos de los marineros parecía salir sangre y fue detenido por sus muñecas cuando quiso ir en su dirección. Belial no le permitiría alejarse, menos al ver la locura en el rostro de ese peligroso intento de demonio.
—Quise ser piadoso contigo, lamento que estés involucrado... Pero se acabó mi tolerancia —decretó y el mar enloqueció de repente— Lo peligroso nunca fue el mar, sino las criaturas que lo habitan.
El barco comenzó a girar en un remolino que agrandaba su tamaño con cada segundo transcurrido, el sabor a la sal se instaló en los labios de Belial y frunció su boca en una mueca de completo enfado, enseñando sus filosos dientes.
Cualquier rastro de falsa apariencia humana en él se esfumó y sus imponentes alas se hicieron presentes.
Sabía que sería difícil, no era un demonio cualquiera, Leviatán estaba a su mismo nivel y poseía capacidad destructiva y resistencia digna de un príncipe infernal, sabiendo que cortar su piel siquiera sería un desafío digno de su grandeza... La humildad nunca estuvo en su vocabulario.
Pelear ya no era una opción, era un hecho.
Tomó a Gigil de la nuca y lo dejó frente al ángel.
—Cuídalo con tu vida... —sus ojos descendieron hasta su vientre y apretó los labios, susurrando una última palabra antes de emprender su vuelo directo hacia Leviatán—: Cuídalos.
Sus pequeños dientes comenzaron a crecer dentro de su hocico, volviéndose bestial, igual que sus múltiples colas y garras que asomaban a medida que el pelo de su lomo se crispaba ante la presencia de criaturas marinas subiendo a la embarcación.
Calliel vio a su amado demonio ascender en un pestañear, impactando contra Leviatán de un modo tan brusco que el choque dividió el agua en un estallido.
El caos se había desatado.
Mientras el cielo y el mar se estremecían, sobre el barco los humanos corrían un gran peligro, cayendo uno de ellos en manos de esas criaturas de voces hipnóticas, arrastrándolo hasta las profundidades.
Eso calentó la sangre del ángel a su punto máximo, ordenándole a Gigil socorrer a las personas, pero la bestia infernal no se apartó de su lado, arremetiendo contra la garganta de un demonio que saltó detrás del ángel.
Sangre, agua salada, ráfagas de viento, el barco perdiendo el control y girando hacia un remolino marino tan amplio que fácilmente iba a tragarse el barco.
Miró hacia arriba cuando el color negro de la sangre de ambas criaturas tiñó parte de las velas, sus fuerzas eran similares, uno guiado por amor y otro por odio, impactaban una y otra vez en estallidos de energía oscura.
La ventaja de Leviatán era su tridente, estar en sus dominios y el poder que aumentaba al recuperar energía gracias al mar. Mientras Belial contaba con su propia fuerza y determinación, decidido a matar a su viejo conocido por el bien de su ángel.
—Ríndete —susurró por última vez, al acertar su arma en la unión del brazo y hombro de Belial.
Éste sonrió monstruosamente y presionó sus músculos, sujetando el tridente con los músculos alrededor de su herida, enterrando simultáneamente sus garras en el costado izquierdo de su oponente, sintiendo sus tentáculos rodearlo, girando ambos en el cielo gracias a las gigantescas alas del demonio.
Cuando logró aferrarse por completo, lo arrastró a las profundidades del océano, contando con que la presión se encargaría de inmovilizadorlo lo suficiente para así acabar con ese traidor que ahora prefería a la escoria humana.
Una vez estuvieron bastante lejos de la superficie, Belial sonrió a medida que su sangre salía de entre sus colmillos y dejaba un rastro oscuro hacia el abismo. Miró fijamente esos ojos tan peculiares y abrió su boca de modo tan bestial, mostrándole por primera vez su forma más destructiva a Leviatán, asombrándolo cuando enterró sus dientes en su hombro y cuello.
Si el amo del mar hubiese soltado su agarre aunque fuese unos centímetros, permitiéndole a Belial mover su barbilla, le hubiese arrancado la cabeza con columna vertebral incluída, sintiendo que el mar se estremecía.
«Ahora puedo ser todo lo destructivo que desee» pensó el demonio del orgullo, rompiendo sus huesos al aumentar de tamaño a una criatura difícil de poner en palabras, salida de las peores pesadillas que pudiesen tener los más temidos angeles, ya que la mente humana no tenía el alcance suficiente para recrear en sus subconscientes algo tan aberrante.
Leviatán perdió su ventaja estratégica y se dió cuenta que debía usar también todo su poder si quería vencerlo.
Iban en serio a matar o morir.
De repente la oscuridad envolvía a ambos, desencadenando furiosos estallidos de agua que rompían la superficie, dónde milagrosamente el barco no fue derribado por ello.
Mismo barco que había sido invadido casi en su totalidad, sabiendo Calliel que los humanos no sobrevivirían a tal descontrol y caos, viendo a unos ser atacados por demonios de mar, a otros tambalear e intentar huir, otros desmayados con sus cuerpos siendo arrastrados de un lado a otro por la violencia con la que el barco giraba.
—¿No puedo hacer nada realmente? —se preguntó con sus ojos de un lado a otro, no solo los demonios marinos eran el problema, sino que el movimiento del agua elevó viejos navíos hundidos, amenazando con colisionar con esas maderas filosas como garras y arrastrar esas almas a su terrible final.
La muerte golpeaba sus puertas y los primeros en abrirla serían los indefensos humanos, que a diferencia de Calliel, no podrían volar y huir del mar.
«Por lo que bajo a la tierra regularmente e intervengo, es porque deseo salvar sus almas, extender sus vidas y darles esperanza en el bien...» recordó las palabras de Gabriel y vio que a su alrededor no había un gramo de esperanza.
—Si la muerte intenta abrir sus puertas por la fuerza... —susurró tomando los pergaminos, cortando su propio dedo y deshaciéndose lentamente de su apariencia humana a medida que caminaba en medio del lugar y escribía en el papel, deteniéndose en el centro con sus cuatro alas deslumbrantes como sus ojos— ¡Yo la cerraré!
Dicho aquello los pergaminos se extendieron a cada esquina de la embarcación, Calliel se elevó con ambos brazos extendidos y el barco se desprendió de la superficie marina, elevándose lentamente mientras el mar a su alrededor rugía, los demonios caían y aquellos barcos naufragados se destruían en colisiones estridentes.
Estaba usando demasiado poder, pero a diferencia de lo que pensó, que el ser en su vientre absorbería su poder y se desgastaría más rápido, fue lo opuesto, sintiéndose menos fatigado gracias a la increíble fuerza que habitaba su interior.
—¡Que caigan! —le ordenó a Gigil y obedientemente comenzó a atacar a las llamadas burdamente sirenas, recibiendo muchas heridas en el proceso, pero consiguiendo que las restantes regresaran a la seguridad del mar, cayendo desde esa gran altura al embravecido océano.
Un fuerte quejido escapó de sus labios cuando escribió su último pergamino, sabiendo que se desmayaría si mantenía al barco más de veinte minutos en el aire, por lo que pasado ese tiempo descenderían.
Pero ver a Belial pelear con tanto vigor, saliendo y entrando del agua casi completamente negra bajo sus cuerpos heridos a una velocidad inhumana, lo pesado que era el aire por su despliegue de poder, la forma en la que la realidad parecía fisurarse en cada impacto... llenó de convicción al ángel que no iba a desperdiciar el esfuerzo de su demonio.
—Calma —ordenó y el pergamino destinado a calmar una pequeña porción de agua bajo su presencia brilló con tal intensidad que Leviatán y Belial vieron por medio segundo en su dirección, casi dejando en shock al dueño de los océanos por esa blanquecina criatura que había elevado un barco entero.
—Ese es un... ángel —soltó esa afirmación con un tono barítono y neutro, sin emociones visibles, pero sus ojos delataban la locura que estalló en él por un instante.
Cuando Belial se percató de las intenciones de Leviatán, se decidió a destruirlo finalmente, cosa que Calliel pudo ver claramente:
El cuerpo de Leviatán ennegrecido abalanzándose sobre él, con una figura monstruosa y gigantesca, Belial a sus espaldas con una presencia tan demoníaca que el mismo ángel se alteró, pero lo que más lo desconcertó, fue por un milisegundo la expresión de Leviatán.
Parecía despreciar el simple hecho de existir, un sufrimiento difícil de poner en palabras, de trasmitir o hacer entender al resto. Tan profundo, destructivo y personal que lo estaba consumiendo vivo.
«No podía estar bien matar a esta criatura, mucho menos si parece jamás haber vivido realmente»
Todo pasó tan rápido que no supo en qué momento le gritó a Belial "¡Detente!" apareciendo las benditas cadenas doradas alrededor de todo su cuerpo, arrastrándolo hacia abajo, alejándolo de su cometido.
—¡Calliel! —recriminó con su voz tan profunda que el agua se alejó por las potentes vibraciones.
Leviatán apareció frente a su cuerpo y todo el resentimiento reprimido podía palparse en su expresión deformada al extremo, deteniéndose en una incógnita y asombro de repente, como si hubiese chocado contra un muro milímetros antes de arremeter contra el ángel... él mismo se detuvo.
En vez de acabar con él, lo sujeto por sus hombros y ambos desaparecieron en el vasto océano.
Belial por su parte, casi se convierte en un cadáver viviente en el instante que las cadenas amenazaron con romperse. Ese contrato era inquebrantable, algo imposible de evadir para cualquier demonio que lo jurase, pero su mente se nubló cuando Calliel desapareció en ese profundo azúl.
En el instante que eso sucedió, todo se apaciguó, el agua se detuvo, los monstruos se alejaron, las nubes se disiparon, los barcos naufragados regresaron a su letargo eterno gracias a la quietud, el pergamino de Calliel comenzó a perder efecto ya que lo hizo temporal y la embarcación reposó en las aguas nuevamente, como si todo lo sucedido hubiese sido un sueño o alucinación.
Pero no lo era, porque su ángel ya no estaba.
Leviatán lo había llevado tan profundo que era imposible distinguir arriba de abajo, todo era oscuridad.
El ángel abrió sus ojos, viendo hacia todos lados, mejor dicho, buscando ver algo, sin saber bien qué sucedía, pero consciente de que estaba junto a Leviatán por el fuerte olor a mar allí «¿Y a todo esto, dónde estoy?» pensó.
Su vista se guio a un punto azul fluorescente, seguido de muchos más, uno junto al otro como en fila se encendieron, percatándose que eran ventosas que conformaban un tentáculo, seguido de otros y así hasta que todo se iluminó, notando que era el cuerpo fornido y amenazante de Leviatán.
El lugar pasó a tener una excelente visibilidad gracias a más y más criaturas marinas luminecentes que comenzaron a rodearlos, dejándole ver a Calliel que estaba en una especie de esfera con oxígeno, en las profundidades.
—Eres un ángel —habló la criatura que de cerca se veía incluso más magestuosa, donde llamarlo el rey del océano le hacía bastante justicia.
Tenía miedo, el aura a su alrededor delataba lo descomunalmente peligroso que era, pero intentó no temblar demasiado.
Leviatán por su parte era curioso, demasiado, sintiendo sus ansias de conocimiento burbujeando desde lo profundo de su tórax en el momento que percibió esa presencia particular.
El pequeño movió nerviosamente sus alas, como un pajarito enjaulado, calmándose al pensar racionalmente el hecho de que no parecía lógico arrastrarlo a esa peculiar capsula submarina provista de aire puro, cuando fácilmente pudo haberlo ahogado o asesinado de un golpe, ya que la presencia de Leviatán era tan contundente y demoníaca, que le costaba creer que no era un demonio.
Haberlos visto pelear fue una prueba irrefutable del desorbitante despliegue de poder de esta criatura, su aura y postura no daban lugar a siquiera verlo demasiado tiempo, temiendo en cada instante perder la vida en manos de algo tan inestable que exudaba poder en cada mínima respiración.
—Tú eres... —se llenó de coraje para preguntar, después de todo, debía haber un motivo por el cual lo dejó vivir.
Intentó adivinar la especie, pero no lo consiguió.
—Lo que ves —contestó contundente y sin expresión alguna.
Calliel frunció sus cejas y apretó el bolso que todavía conservaba consigo.
—No tengo una especie como tal, porque fui el primero y el último de lo que pudo ser.
No comprendió del todo.
—¿Cómo?
Leviatán ni sé dignó a mirarlo, simplemente se mantenía atento al frente, enfocándose en varias criaturas marinas que a Calliel le parecieron aterradoras a primera vista.
—El arcangel Gabriel asesinó a mi compañera.
Calliel sintió la sangre abandonar su rostro.
—P-Pero...
—Se dice que fue porque mi descendencia pura sería muy peligrosa, la humanidad no hubiera sobrevivido a muchas seres como yo... Eso dicen, eso dijo cuando la mató frente a mis ojos... No logré evitarlo, no entendía qué sucedía, no pude protegerla.
Calliel no conseguía hablar por el nudo en su garganta y sintió muchas ganas de romper en llanto.
—Ese ángel poseía una mirada vacía, casi rota, sé que no quería hacerlo, pero lo hizo... no puedo culparlo del todo, fue su sádico dios el responsable principal... Los odio, yo amaba a Dios, yo realmente creía en él... Lo que hizo Gabriel me abrió los ojos, lo detesto por lo que hizo y en parte también lo odio por perdonarme la vida, pero mi verdadero rencor recae en los humanos ¿Por qué son más importantes que mi especie? ¿Por qué son tan superiores a todo ser viviente? ¿Por qué el resto somos los deshechables? Ellos extinguen a un sinfín de especies y el cielo no hace nada, pero cuando ellos son los que están en peligro ahí sí interfieren.
Calliel respiró hondo y llevando una manl a su vientre, habló:
—Comprendo tu forma de pensar, pero no la comparto... No odio a los humanos, no es la forma de vivir que deseo o me hará feliz ¿Tú eres feliz con la vida que llevas?
—¿Feliz? —siseó con tanta oscuridad que sus dientes rechinaron, haciendo gemir de dolor al ángel y tapar sus oídos al encorvarse.
—B-Basta...
—No lo soy ¿Cómo podría? Ella era mi compañera, ni siquiera tuvo la oportunidad de vivir ¿Y quieres que yo lo haga como si nada?
—¿Ella querría que pases tu eternidad lleno de odio? ¿Ese es un buen propósito de vida? Si ella sobrevivía en tu lugar ¿Querrías verla sufrir hasta el fin de los tiempos? Eso no es amor.
—¿Qué sabes de amor, esclavo de dios?
—Estoy aprendiendo —contestó contundente— ¿Era tu amante? ¿Tu amiga? ¿La querías?
—Claro que la hacía, desde el momento que nos crearon supe que sería quien más me entendía, la única igual a mí que compartía mi misma situación.
—Eso no es amor, es comodidad... No amas a alguien por ser igual a ti, incluso la criatura más opuesta a ti puede ser receptora de tu afecto.
—¿Crees que no noté la criatura que crece en ti? —habló de repente— Por eso me detuve, porque fue impactante sentir a un ser nunca antes siquiera mencionado y quise saber la historia detrás de algo así.
Calliel contuvo el aliento y no supo si ese bebé sería motivo de ira o indiferencia, rogando que en el mejor de los casos fuese la segunda.
—Saber el por qué arriesgarías tu vida y la de tu hijo mestizo al salvarme... —continuó ese gran sujeto a su lado—: Percibí la muerte a mis espaldas cuando me dirigía a ti, lo supe, Belial iba a dar mi sentencia final y tú dijiste "detente".
«Es más observador de lo que pensé» afirmó el ángel y apretando su agarre en el bolso, contestó:
—Porque eres especial, como dijiste, el único de tu especie... Y este bebé también será el único de su clase ¿Por qué tu vida sería menos importante que la de mi hijo? Ambos merecen vivir. No podía permitir que desaparecieras de la tierra.
Leviatán sintió una fuerte presión en su pecho y fijó sus ojos en el ángel por primera vez desde que bajaron: pequeño, parecía frágil, delgado excepto por una muy mínima curva insignificante en su vientre, ropa suelta, alas bancas y brillantes, postura determinada mientras sus ojos dejaban de temer a las criaturas y comenzaron a admirar a esos seres con luces neon y grandes colmillos que nadaban a su alrededor como danzando.
—¿Y si te asesinaba en ese instante?
Calliel contempló esa posibilidad, pero:
—Tenía una corazonada —aseguró al recordar la mirada de Leviatán justo antes de ser destruido por la ferocidad de Belial, se vio hasta aliviado ante su inminente final y, paralelamente, aversivo a ello.
—¿Y crees que saldrán vivos de aquí solo por ser amable? Te metiste al territorio personal de una criatura muy similar a un demonio.
Calliel giró su rostro en su dirección y sonrió, una sonrisa tan amplia e ingenua que deslumbró a Leviatán.
—La naturaleza no nos define, he conocido a demonios razonables y tú me recuerdas a ellos. Intentaste hablar con Belial insistentemente porque lo aprecias, porque tu voz bajó unos tonos cuando dijiste "tus hermanos príncipes" porque quieres hermanos, una familia, ser parte de algo y yo no quería ser la razón por la que ustedes rompieran ese lazo. Conozco a Belial y aunque no lo admita, te aprecia, por eso hizo lo posible por una tregua... Bueno, por eso y por mí bienestar.
«Es débil e inferior, pero... inteligente, muy inteligente y aprende rápido» pensó el ser del mar sin dar crédito a sus palabras.
Estaba atónito, admirando las facciones suaves y decididas del ángel que estaba siendo arrasadoramente honesto, tratándolo como su igual, a diferencia de las veces anteriores donde los ángeles se posicionaban cómo superiores o ejecutores, esta vez se sentía hasta familiar su voz gentil.
—Belial dijo que se pertenecían de alguna manera ¿Es cierto?
El rostro de Calliel enrojeció y asintió.
—¿A la fuerza? —inquirió frunciendo sus fríos labios.
El ángel esta vez negó repetidas veces.
—Vaya... Jamás oi algo similar... Tal vez he pasado mucho tiempo en el mar y no estoy al día con las costumbres ajenas a mí.
—No, este tipo de relación sigue siendo extraña en general, incluso para los que habitan el cielo sería difícil de creer.
El rey del mar apretó sus labios cuando mencionó dicho lugar.
—¿Le diste la espalda a tu dios? No pareces un ángel caído.
—No, lo amo. Le soy fiel como el primer día y lo seré hasta el último con la misma intensidad.
Leviatán formó una mueca de disgusto y hastío.
—Aborrezco a ese cruel e inentendible ser.
—No lo es.
—¡¿Entonces por qué diablos me creó?! ¿¡Cuál es su maldito motivo de formarme para simplemente arrojarme al sufrimiento!? ¿¡Diversión personal!? ¿¡Aburrimiento!? ¿¡Un maldito error!?
Estalló en cólera y el ángel tembló, pero no vaciló.
—No lo sé, pero de lo único que estoy seguro es de su bondad.
Los gruesos tentáculos de Leviatán parecían inquietos y el cabello largo a su alrededor ondeaba como si estuviera bajo el agua, mostrando en la oscuridad de su rostro su ira.
—¡Cierra la boca, fanático! Si es un dios bueno, entonces no es omnisciente, omnipresente y omnipotente. Y si lo es, definitivamente es malvado.
—¿Cómo puedes saber eso?
—Porque soy la prueba viviente de ello, yo pago las consecuencias de haber venido al mundo en un contexto donde ni siquiera debí existir... es una locura, no lo entiendo.
—Tampoco comprendo varias de sus acciones o creaciones.
La paciencia con la que se expresaba Calliel estaba acribillando la calma de Levitan, como si no estuviese siendo serio al respecto o lo viera como idiota.
—Y que no lo entienda, no quiere decir que esté equivocado o sea cruel.
—¿Qué intentas decir, ángel insignificante?
—Exactamente —contestó calmado—. Para entender completamente a dios y sus acciones, tendría que ser dios ¿Acaso tienes el ego así de distorsionado? —soltó con una valentía que solo había obtenido después de tantos años conviviendo con demonios—. No tengo esa capacidad, es como si una hormiga quisiera comprender los pensamientos de un humano, jamás podrá hacerlo porque escapa a su razonamiento, por mucho que lo intentara.
El contrario frunció sus cejas, confundido por la ferviente convicción de esa criatura celestial.
—En este plano de mi existencia me es imposible entender por completo la complejidad de la existencia de dios, pero sería ególatra de mi parte negar sus palabras a causa de mis limitaciones ¿Quién soy para hacerlo? ¿Dios? Claro que no y no quiero serlo. No necesito entenderlo para aceptar su existencia o confiar en él, porque a pesar de yo ser insignificante, aquí poseo mi libre albedrío y con ello elijo creer y permanecer bajo su luz, es así de simple.
Leviatán no pudo alegar ante ello y se acercó determinante hacia él, haciendo al ángel retroceder y colocar ambas manos en su abdomen.
—Sigo sin aceptar tu forma de pensar, simplemente no puedo hacerlo, porque nunca confiaré en un ser que dice ser bueno y paralelamente permite que las injusticias ocurran. Jamás creeré en él o lo perdonaré.
—L-Las criaturas más sabias son las que entienden la opinión de los demás, sin la necesidad de compartir dichos pensamientos... —aseguró, usando todo su arsenal de escasa sabiduría adquirida en tantos siglos de vida, sobre todo este último junto a su demonio—. M-Mi intención no es convertirte en creyente o que lo perdones, solo respondí a tus preguntas con honestidad y eso es lo que yo creo, pero respeto tus creencias opuestas.
—Eres... un tipo muy extraño de ángel.
«Siento que Belial dijo algo parecido apenas comencé a conocerlo, pero con un tono despectivo e irónico» rememoró el menor.
—No soy único y especial, nadie lo es... pero, a su vez, todos lo somos, porque nadie más podría ser nosotros mismos, vivir nuestras vidas o suplantarnos, eso demuestra que todos tenemos algo en común y eso mismo es lo que nos diferencia.
Leviatán extendió una de sus manos oscuras, con leves escamas en algunos sectores, la cual se iba aclarando y sus garras disminuyendo a medida que acortaba la distancia.
—Quiero tocarlo.
Calliel tragó duro.
—¿P-Por dentro? —cuestionó seriamente y Leviatán sonrió divertido, como no recordaba haber hecho.
«Vaya, que sonrisa agradable» ese pensamiento fugaz atravesó la mente del emplumado.
—No, solo tocarlo sobre tu piel.
—Oh, ya veo —suspiró fuerte y se recompuso—. Sí, claro.
La gélida mano de la criatura se posó en su vientre y su corazón bombeó con fuerza, estremeciendo a ambos, ya que Calliel sintió frío y Leviatán calor, donde el ángel sonrió luego del asombro.
—Sin duda hay algo aquí.
—Sip, todavía es diminuto, pudiste notarlo porque eres muy fuerte.
Leviatán no oyó sarcasmo, engaño o miedo en su voz, ese ángel estaba dándole cumplidos por pura voluntad.
—Oh, vaya... Te lastimó demasiado ¿Belial esta bien? ¿Estaba muy herido? —inquirió con evidente nerviosismo, frotando sus propias manos.
—Sí, pero sobrevivirá, igual que yo.
Calliel apretó sus labios, afligido por semejante despliegue de violencia y destrucción, recorriendo con sus pupilas descaradamente el cuerpo de esa criatura y percatándose de que estaba malherido, pero sanando lentamente.
Mientras más fuerte sea el demonio, más tardará esa herida en sanar. Este par que equiparaba sus fuerzas, resultaron gravemente heridos por igual, sanando con la misma lentitud.
—No tengo la suficiente fuerza para curarlos, realmente lamento esto... pero... —aseguró y con cautela levantó su mano derecha, deslizando suavemente su dígito por su ceja derecha donde podía verse un gigantesco corte que iniciaba sobre su ojo y culminaba en su cuero cabelludo.
Sus dedos brillaron y por primera vez vio a un ángel sanador, sintiendo el ardor desvanecerse.
Estaba lleno de heridas que se camuflaban gracias a la oscuridad de su piel, pero verlo hacer un esfuerzo por evitarle aunque sea ese pequeño dolor, fue refrescante.
«Me gusta esta criatura» llegó a esa conclusión y se percató de que sus dedos seguían sobre él, ambos a una muy corta distancia, percibiendo el agradable aroma que desprendía ese ser divino.
—Te regresaré arriba —alegó con calma y Calliel asintió paciente, percibiendo las pequeñas caricias que dejó en su vientre antes de alejar su mano—, subiremos despacio.
«¿Se preocupa por mí? ¿Y esa fachada de ser un monstruo todo impiadoso? Cada día estoy más convencido de que no se debe juzgar a los demás por su primera impresión»
—Belial debe estar furioso...
—Esta cápsula evita que cualquiera note nuestra presencia desde afuera, por eso no debe poder localizarnos bajo ningún punto. También el tiempo corre ligeramente más lento por alguna razón. No suelo usarla ya que casi nunca recibo visitas en el agua y puedo respirar dentro o fuera de ella.
—¡Eso es genial! —admitió tocando el suelo y despidiéndose con ambas manos de las criaturas marinas que iban quedando atrás a medida que subían—. No, podrías secuestrar a alguien fácilmente, es malo, genial, pero malo... Aunque hayan pasado segundos en la superficie, realmente quiero volver junto a mi... —calló al darse cuenta de la forma en la que se estaba refiriendo al "demonio del caos y el orgullo" con tan poco respeto y elegancia frente a su compañero.
Leviatán de a poco comenzó a sentirse a gusto en su presencia, aunque era demasiado deslumbrante, sintió que podría acostumbrarse.
—¿No te asustan?
Éste negó.
—Al inicio sí, pero con el tiempo me gustaron, como la mayoría de las cosas, siempre da miedo al inicio —aseguró gentil y Leviatán se sintió orgulloso de sus bellas criaturas.
Después de un breve silencio, Calliel lo cortó con otra pregunta:
—¿Nunca... deseaste algo? Además de asesinar humanos.
—No.
—¿Por qué no?
—No tendría sentido, porque no tengo un propósito como ser vivo, soy una falla errante que vaga por la superficie.
—Eso quiere decir que no estás atado a ningún propósito predeterminado impuesto en ti, en otras palabras, eres la criatura más libre que existe, puedes crear tu propia naturaleza o motivación de vida sin luchar contra una ya impuesta previamente —aseguró sonriente.
Leviatán pensó seriamente en mandar a Belial al carajo y quedarse con el ángel una temporada, enseñándole el océano y sus maravillas mientras compartían más de esas interesantes charlas.
—¿Existe algo que ames o atesores? —habló, bajándolo de su absurda imaginación.
La profunda y reflexiva mirada de Leviatán, llamó la atención de Calliel, deseando poder interactuar más con esta criatura rebosante de pensamientos atípicos para él.
—Mi única devoción es hacia Lucifer. Me dio una utilidad aquí, me obsequió el mar, por respeto a él es que no desaté una masacre humana, solo lo tengo a él, ya que mi propio creador me aborreció. No tenía posibilidad de habitar el cielo, tampoco la tierra, era repudiado donde fuese y no hice nada para merecerlo más que existir... No había sitio para mí en ningún lugar.
Calliel cerró sus ojos con cierto dolor perforando su pecho y se lamentó ante su agonía.
Era una presencia diferente a Belial, Asmodeus, Keanu, Maurí o cualquier ángel que haya conocido.
Su forma de ver el mundo variaba entre ser radical a extremos preocupantes con respecto a lo humanos y, a su vez, sumamente respetuoso con los deseos de Lucifer por no arrasar con la humanidad.
Incluso así, percibía un atisbo de esperanza en su desesperación, como si rogara en silencio que alguien le dijera que merecía ser feliz.
—En medio de mi tormento el único que me dió un lugar al cual pertenecer fue Lucifer. Me aceptó, permitió que fuese un igual en sus dominios e incluso conseguí volverme tan fuerte para ser llamado uno de los principados infernales, sin siquiera ser un demonio. Lucifer lo es todo para mí.
—Tu amor por él es... wow —soltó con mucho interés en esa inusual interacción—. No creo que te haya dicho que vinieras al mar para que pases tus días en la miseria, probablemente lo hizo con la intención de que hicieras algo que te hiciera feliz... tal vez pensó que matar humanos era lo que deseabas. Bueno, no entiendo realmente su forma de pensar, todavía hay mucho que no entiendo del mundo.
—En eso coincidimos —afirmó Leviatán y ambos se sobresaltaron por el gran calor que empezaba a hacer, como si hirviera algo a su alrededor y el estruendo arriba los alertó.
—¿Qué es?
—No puede ser...
—¿Belial?
—Esta destruyendo el océano, arden sin cesar ríos de llamas y el agua se consume a gran velocidad. No ha pasado el suficiente tiempo arriba y, ¿enloqueció tan rápido? —se dijo en voz alta, viendo hacia la nada, casi en pánico por la locura que estaba cometiendo ese demonio—. Algo tan drástico alteraría el orden natural de la vida humana, el ecosistema, todo colapsaría y sería su final... Lucifer va a subir si no se detiene, jamás lo permitirá, por todos los infiernos, Belial enloqueció y si no se calma antes del punto irreversible la ira de Lucifer caerá sobre él.
—Cielos, no, no, no —balbuceaba con terror en su tono—. No puedo dejar que eso suceda, por favor, llévame rápido con él, e-estaré bien, pero por favor... —rogó y se aferró con ambas manos en su antebrazo, haciendo pestañear varias veces a Leviatán.
—En su estado, sería peligroso salir tanto como no hacerlo.
—Pero si no lo hago, él morirá a manos de Lucifer y no puedo permitir eso —alegó con autoridad absoluta—. Belial es mío, no se lo entregaré a nadie, ni siquiera al soberano del infierno.
Cσƞtiƞuɑɾɑ́...
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