∆ᶜᵃᵖᶤ́ᵗᵘˡᵒ ᵒᶰᶜᵉ∆
"ᴸᵃ ᵗᵘᵐᵇᵃ ᵈᵉ ˡᵃˢ ᶠˡᵒʳᵉˢ ᵐᵃʳᶜʰᶤᵗᵃˢˑ"
ᶜᵃᵖᶤ́ᵗᵘˡᵒ ᵒᶰᶜᵉ: ᑎIᕮᐯᕮ
Bᴇʟɪᴀʟ﹕
Los días pasaban y la nieve caía en mi territorio. Los pueblos vecinos también, los vendedores ambulantes comenzaron a encender esas grandes antorchas para obtener algo de calor y loa pueblerinos de esta zona del reino colgaban luces flotantes en todo el lugar.
Por el largo y ancho de los cuatro pueblos vecinos siempre hacían eso, las calles de tierra, plazas y casas modestas, absolutamente todo, que se veía cubierto de un pulcro blanco, brillaba a contraste con las luces y en medio del tercer pueblo había algo novedoso, una gran fogata en la plazas central.
Al verlo antes, no me hubiese llamado la atención, pero ahora pensé "a Calliel le encantará esta mierda".
Negué con la cabeza y llegando a casa lo encontré casi en las lágrimas sentado en el pórtico. Me acerqué en un parpadeo y mis sentidos se agudizaron.
—¿Qué sucedió? —demandé tajante.
—No pude... mantenerlas vivas —Sollozó y tuve que ver todo el panorama para entender.
—¿Llorar por unas jodidas flores? ¿En serio? —Me quejé y eso hizo que se encogiera en su sitio.
«Maldición...»
—Yo las vi crecer... —sollozó.
—Son puta vegetación, algo insuficiente e insignificante —sentencié.
—Lo siento —«¡Joder! Es exasperante cuando hace esa cara dolida por mis comentarios» maldije para mis adentros.
—Parece que no estás de humor para hablar sobre las tradiciones humanas entonces, que lástima, iré a dormir unas horas y... —Tomó mi manga cuando quise pasar a su lado y sus lastimeros ojos se enterraron en mí.
—Sí quiero —susurró limpiando su rostro.
—Supéralo. Cuando llegue la primavera podrás plantar nuevas, o quizá resurjan y florezcan otra vez, es estúpido llorar por ellas.
—Si algo muere y nadie en la tierra llora por él, siento que su existencia no fue tan apreciada. Sé que es vegetación, lo entiendo, pero me dieron alegría.
—Las plantas, a diferencia de los animales, no tienen alma. Por eso los demonios no pueden poseer plantas. No valen tu tiempo o lágrimas —aclaré pensando que era muy estúpido de su parte no saber eso.
—Sé que no tienen alma, por eso es más triste, todo ser con alma irá a algún lugar, ya sea el cielo o el infierno, pero las plantas... no sé qué será de ellas, nunca lo pensé antes. Pero estoy seguro que sí tienen vida y su vida me hizo feliz. Por eso no quería simplemente dejarlas ir sin despedirme. Si me despido y las lloro, ya no estarán atadas a mí y seré feliz con sus recuerdos.
—No puedes encariñarte tanto con una miserable flor. Es hasta preocupante. ¿Así lloras cuando traigo carne? —puntualicé y se paró a mi lado.
—Las almas de los animales son recogidas por Jerathel, no recuerdo a qué cielo los llevaba, ya que yo estaba en una sección del segundo y tampoco hablé nunca con él, pero su amor por las almas de los animales es reconfortante. Ningún animal vivió en vano ya que él vela por sus almas.
—Quizá haya un ángel de la tierra y vegetación —dije al azar, casi bromeando, pero sonrió enormemente.
—¡Podría ser! Sería hermoso, claro, es factible. —Tomó mi mano y se alegró.
Es tan fácil de engañar que ya no es gracioso.
—Siento que eres más honesto, no tanto como cuando pasó lo de los hongos y-. —Cubrí su boca impdiendole continuar.
—Nunca más vuelvas a hablar de eso. Terminantemente prohibido. Denegado. Jamás en tu jodida eternidad lo menciones.
Con sus dos manitos sacó la mía, tomó una bocanada de aire y elevó una ceja.
—¿Por qué? Fuiste tan lindo —dijo con ilusión.
Sentí que mi orgullo como demonio estaba siendo pisoteado hasta la muerte y agonizaba internamente.
—Vuelve a decirme lindo una vez más... —Lo amenacé con la mandíbula trabada y una mano cubriendo mi propia boca llena de colmillos.
—Lindo —dijo esperando ser felicitado por mí.
El imbécil lo tomó literalmente, me quiero matar, me voy a exorcizar solo o algo.
—Ya, solo olvídalo. —Froté mis sienes de manera circular y supe cómo desviar el tema fácilmente—. ¿Viste la nieve? Los humanos hacen cosas curiosas cuando nieva.
Entre charlas, anécdotas y cuentos que según Calliel eran información valiosa y según yo eran idioteces que he visto en el mundo humano, llegó un punto donde su sonrisa se borró.
Estábamos hablando del pueblo, le conté lo que hicieron y cómo se ingeniaron para soportar mejor las heladas y no sé qué causó su repentino cambio de ánimo.
—Si tienes algo que decir dilo —ordené impaciente.
—O-Oh... Pues... cuando me hablaste de la nieve en las montañas y los pueblos yo... tuve muchas ganas de verlo. No es nada, en algún momento iré y lo veré, quizá unas décadas y... —Me levanté y fui a la cocina.
Busqué pan, queso y los metí en una bolsa.
—¿Te irás? —inquirió tomando con fuerza la túnica de piel que traía puesta.
—Sí —afirmé e intentó sonreír
Es pésimo ocultando lo que siente, últimamente no quiere que lo deje solo, no sé si es por el frío o que sus amiguitos del pueblo no vienen tan seguido por las heladas, o si simplemente estaba volviéndose posesivo conmigo.
La última opción me hizo sonreír sin razón y lo miré fijamente.
—Vendrás conmigo. Los humanos son cambiantes, como habrás notado, con el avance de su tecnología y no será el mismo paisaje, en unos años quizá todo se vea diferente.
Sus ojos brillaron tanto que casi sonrío.
—¿Quieres volar? Desde que llegaste no lo has hecho ¿Verdad?
Sin previo aviso estampó su rostro contra mi pecho.
—¡Sí quiero! Mucho quiero. Vamos, vamos —parloteó emocionado y su reacción llenó todo mi pecho de un inusual orgullo.
Ya estando más abrigado, Calliel, corrió afuera y sus pies a través de sus sandalias tocaron directamente la nieve, dándole escalofríos, pero estaba tan efusivo y emocionado que lo ignoró.
Caminé hasta una habitación, la más polvosa y que siempre esta cerrada, donde guardo el oro, reliquias y objetos de valor, encontando lo que buscaba.
Eran zapatos hechos en una zona hacia el oeste, lejos de este reino, donde abunda la nieve o el frío en todas las estaciones, prácticamente. Eran de un príncipe y cuando robé su cofre estaban dentro, no supe qué hacer con ellos ya que no eran de mi talla y los tiré a un rincón.
—Ponte esto, tus patitas de pichón se congelarán.
—Gracias —dijo obedeciendo mi orden y se acercó a mí, levantó su mano apaciblemente y quedé estático por la tranquilidad en su cara.
Acarició mi rostro, pasó el dorso de su mano hasta llegar a mi mejilla y con suma delicadeza recorrió mi piel hasta la mitad de mi cuello.
—Listo, como nuevo —comentó y me mostró una tela de araña entre sus dedos.
Mi corazón latía inmediatamente rápido, por algo supuestamente irrelevante. A este paso mi estadía en la tierra iba a terminar matándome.
—Vamos. —Desplegué mis alas y me causó gracia la manera boba en la que se quedó viéndome, ese chico sin duda quería más estas alas que al resto de mí.
Hizo lo mismo con sus cuatro alas blancas puras en su totalidad, las miró sobre su hombro poniéndose de puntitas y se balanceó de adelante hacia atrás infantilmente.
—No te quedes atrás —advertí y asintió— Ve junto a mí o delante. Tampoco hagas algo irracional.
—¿Como huir? —Eso me hizo reír.
—No podrías huir de mí. —No esperaba su confiada sonrisa y cerró sus ojos con paciencia.
—Sí, podría —aclaró y flexionando sus piernas se impulsó, volando en un instante hacia arriba.
Mi instinto cazador movió mi cuerpo por acto reflejo y lo perseguí, pero él se había detenido en el aire, abriendo sus manos y con sus ojos cerrados todavía respiró profundamente.
—El aire en lo alto es tan reconfortante —dijo y me sonrió.
Solté un bufido y tomé su mano.
—El tercer pueblo no queda cerca, así que apresurate y en la tarde estaremos de regreso. —Asintió.
Luego de varios metros solté su mano, la cual todavía sostenía sin darme cuenta, ya que mis alas le hacían difícil a él volar con normalidad. No lo había notado hasta que chocó contra mí su ala y se disculpó apacible.
Ambos pasamos varios lugares que a Calliel le fascinaron, parecía embobado viéndolo todo y preguntándome hasta el más mínimo detalle.
—¿Por qué se tiran en la nieve y abren y cierran los brazos y piernas? —inquirió tomando dos de mis dedos, cautivando mi atención por su suave tacto.
—Ellos les dicen ángeles de nieve, presta atención —informé, los niños se levantaron y Calliel vio esa figura insulsa en la nieve, a lo que ellos les dicen ángeles.
—¡Wow! Es tan ocurrente, son tan ingeniosos —felicitó dulcemente a esos seres y ni siquiera intenté contradecirlo.
Calliel ama a los humanos, no puedo cambiarlo, siempre va a amarlos y esperar lo mejor de ellos, es parte de su encanto esa curiosidad y buena fe en esta especie que aborrezco.
Continuamos nuestro camino y en medio vuelo su voz llamó mi atención otra vez:
—¡Flores! ¡Mira, Belial! ¡Muchas flores amarillas! —gritó efusivo un enorme y extenso campo de flores rodeado por árboles, a lo que negué con la cabeza y humedecí mis labios.
Bajé abruptamente y me siguió, confundido y atento, dando unos saltitos mientras apoyaba sus pies en tierra firme y descendía la velocidad.
Este ángel y su delicadeza al hacer algo simple como aterrizar me dejó admirando su cuerpo y rostro involuntariamente.
—¿Estás bien?, ¿ocurrió algo? —preguntó preocupado.
—¿No querías verlas? —dije tosco.
—¿Mmh? ¡Sí! —ladeó su rostro y recorrió el lugar con la mirada—. Que hermosas, este lugar es hermoso —dijo refiriéndose al bosque que rodeaba el pastizal con flores y que ahora era una vista cubierta por esa nieve inmaculada y deslumbrante por la luz del sol.
Su rostro, esa pálida piel, su planteado cabello, blancas alar y grisáceos ojos, parecían brillar y formar parte del mismísimo paisaje.
Todo era armonioso y delicado, todo se veía puro y fuera de este mundo corrompido. Quizá porque ese "todo" que cautivaba mis ojos, era simplemente Calliel.
—Se hará tarde. Arranca algunas, llévalas y vamos. —Negó con la cabeza, tomando sus manos detrás de su espalda y girando en mi dirección— ¿No amas esas mierdas?
—Si las arrancase morirían. Si las sacase de raíz, aún así morirían, por el tiempo que tardaríamos en llegar a casa y el viento al volar. No quiero arriesgarlas. Dañar algo preciado solo porque es hermoso y decir que es por amor, me parece una contradicción extraña —finalizó sonriéndome algo confuso.
Instantáneamente pesé en él.
Soy esa clase de criatura, ahora mismo siento que estoy arrancando y reteniendo a la flor más hermosa del cielo. No quiero devolverlo. No quiero herirlo tampoco. No quiero volver a lo que era antes de conocerlo.
Lo quiero a él, pero no encuentro cómo hacerlo bien, sin imponerle mis abrumadoras emociones nuevas a Calliel. La forma que tengo para retenerlo lo terminará dañando, como a una marchita flor que a la que se le niega la luz del sol. Sin su libertad nunca será feliz, sin importar cuantos paseos demos o lo mucho que desee mantenerlo conmigo.
Necesito tomar una decisión, misma que estuve evitando todos estos meses.
—¿Mmh? —murmuró con una ceja levantada y negué con la cabeza.
—Vamos, no estamos tan lejos. —Retomamos vuelo y finalmente llegamos.
Sobrevolamos bajo, para no llamar la atención de nadie, sobre el tercer pueblo. Divisamos la enorme fogata, la gente caminando, un día normal de pueblerinos que a mí no me importaba, para Calliel parecía estar viendo oro y joyas invaluables.
Sonreí y luego de charlas, demasiado largas para mi gusto, retomamos el camino a la cabaña. No sin antes oír una última pregunta:
—¿Por qué hay flores cortadas en el suelo? —cuestionó y miré una tumba.
—Cuando muere un humano, los entierran, sabes eso. —Asintió— Pues, les dejan flores a veces.
—Entonces... ¿Sacrifican a hermosas flores por la tristeza que les causa perder a un ser querido? —Me encogí de hombros.
—Creo que es un obsequio —comenté y abrió grande sus ojos.
—Sería mejor plantar allí las flores. Así el regalo viviría en ese lugar, opacando a la muerte con sus hermosos colores y aromas ¿No lo crees? —No sabía que la bondad de un ángel podía ser tan explícita e inocente.
—Quizá —susurré y tomé vuelo.
Me siguió y avanzamos con normalidad varios metros, cuando de repente el ángel empezó a hacer algo realmente infantil para mi gusto: giraba, se movía y hacía piruetas a media que volvamos.
—Patético —dije sorepredido y arrogante.
Se puso debajo de mí, viendo mi cara pícaramente y mientras volaba boca arriba tomó mis manos.
No podría encontrar explicación lógica del porqué lo hice, pero comencé a sincronizar mi vuelo con el suyo y a girar con él. Era una sensación de libertad que nunca antes había experimentado, hacer algo solo por querer hacerlo, sin importar nada más.
Hacerlo con él y verlo sonreír junto al viento a nuestro alrededor envolviéndonos, fue adictivo. Y ser feliz con algo tan absurdo y simple, no podía ser normal.
Quería que durara para siempre, pero eso no iba a pasar.
Mis pupilas se volvieron extremadamente finas y mis músculos se tensaron al momento percibir un aroma extraño acercarse con ímpetu hacia donde estaba con mi pequeño ángel. Mis colmillos crecieron instantáneamente y mi rostro se desfiguró de manera demoníaca.
Fuimos el blanco de un ataque directo, que tomó lugar en menos de diez segundos mientras esa criatura atravesaba una espesa nube y para el momento que vi su espada y alas desplegadas, ya estaba demasiado cerca.
—Malditos ángeles —siseé ardiendo, el caos iba a comenzar.
C⊕η†ïηuαrά...
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