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Δᶜᵃᵖᶤ́ᵗᵘˡᵒ ᶜᵘᵃᵗʳᵒΔ


ᴵᶰᶜˡᵘˢᵒ ᵉᶰ ˡᵃˢ ᶰᵒᶜʰᵉˢ ᵐᵃ́ˢ ᵒˢᶜᵘʳᵃˢ˒
ˡᵃˢ ᵉˢᵗʳᵉˡˡᵃˢ ᶰᵒ ᵈᵉʲᵃᶰ ᵈᵉ ᵇʳᶤˡˡᵃʳˑ

ᶜᵃᵖᶤ́ᵗᵘˡᵒ ᶜᵘᵃᵗʳᵒ: IᑎᖴᕮᑕᑕIÓᑎ


Pᴏᴠ. Bᴇʟɪᴀʟ:

Los días pasaban y cada vez sentía que estar cerca del ángel era, aunque sonase ilógico, muy natural.

Empecé a permanecer más tiempo, por propia voluntad, a su alrededor.

Era como una lenta pero letal infección, esparciéndose por cada rincón, afectando hasta el mínimo espacio de mi vida cotidiana con su presencia.

Pero no significaba que iba a ceder tan rápido a esas situaciones nuevas e irracionales, por ello, igual que día por medio, me camuflé, tomé una gran bolsa de oro y emprendí mi ruta hacia mi lugar habitual.

Luego de tocar esa puerta de madera unos ojos demacrados me observaron por la abertura, cerró, quitó los seguros y me escoltó con una sonrisa perdida.

Caminé hasta mi sitio, sentándome en una silla de roble con una especie de tapizado rojo. Una mujer me trajo un tarro de cerveza y los dos concursantes de hoy aparecieron en el círculo frente a mí.

—Esta noche serán... —siseé mientras todos hacían silencio, oyendo mi voz con cuidado— 76 monedas de oro, caballeros —jugué con una entre mis dedos.

Mí mirada prácticamente ardiendo se encendió mientras veía la codicia incrementar en uno y la desesperación en el otro, iba a ser una pelea interesante.

Y así lo fue, ambos estaban matándose, literalmente. Contaban con un cuchillo cada uno, atacando al otro con todas sus fuerzas. El pánico de ambos, la emoción de los que los rodeaban y mi diversión llenaban este lugar clandestino de peleas y apuestas. Entre cuchilladas y golpes furiosos, salpicó sangre en mi dirección y podía jurar que si me ensuciaban iba a matarlos yo mismo.

El desesperado enterró su cuchillo, prácticamente llorando, en el estómago del contrario y ese fue el final para el señor codicia.

En medio del charco de sangre le arrojé la bolsa y sonreí oscuramente.

—Ahí tienes, asesino. —Lo felicité y parecía en shock.

—N-No soy e-eso señor, mi hija esta enferma... —sollozó abrazando la bolsa— Necesitaba comprarle medicina.

—¿Mataste a otro ser humano? —pregunté sin piedad y asintió atormentado.

—Entonces eres un asesino, deja tus excusas para el día del juicio, a mí no me interesan. —Moví mi mano en señal de que saliese de mi vista y practicamente corrió del lugar.

Por el rabillo de mi ojo divisé a dos hombres que se levantaron simultáneamente en el momento que el llorón ganador de esta pelea salía del lugar. Bueno, al parecer su hijita no iba a recibir su medicina... ni ver su padre otra vez.

Me encogí de hombros con una sonrisa y divisé mi alrededor, nada ni nadie interesante: gente ebria, mujerzuelas sobre sus piernas, mesas individuales con grupos de tres o cuatro, alguien limpiando la sangre del piso, lo usual.

O eso pensé hasta que al fondo, en una esquina oscura, reconocí otros dos demonios camuflándose entre los humanos.

El despiadado de Lucifugo y su jodidamente fiel lacayo, Marbas.

Desde el lugar donde yo estaba podía verlo todo, por ende todos podían verme. Ladeé mi rostro y elevé una ceja interrogativo cuando nuestras miradas se cruzaron. Con sus ojos señaló la silla, invitándome con una sonrisa fría a sentarme frente a él y bufé con gracia.

Si será descarado.

Ya aburrido me levanté y caminé hacia él, después de todo me sentía recuperado como para otra pelea, aunque esos dos no serían fáciles.

—¿Qué haces en mi territorio? —cuestioné seriamente.

Levantó su rostro, clavando su gélida y oscura mirada en mí, seguido tocó uno de sus tres cuernos con calma y apoyó su codo sobre la mesa.

«Esa maldita costumbre de tocar uno de sus tres cuernos me fastidia.»

—He oído que le robaste a Balaam —susurró tranquilo—, quería saber si seguías vivo. —Fingió preocupación y reí al sentarme de repente.

—No jodas, querías ver mi cadáver y robarte lo que tuviese en mi disposición, maldito tesorero de la tierra. —Sonrió cínicamente y miré a Marbas, inamovible en su sitio, como siempre esperando órdenes de su amo.

Maldito idiota sometido como perra, me sorprende lo estrictamente obediente que puede ser con Lucifugo.

—No era muy difícil de adivinar, siendo que yo extendí los tesoros para volver este lugar más divertido. —Sonreí desafiante cuando terminó su frase.

—Oh bien, que poderoso eres mi amigo —escupí y levanté una ceja— ¿Por que no viniste en la madrugada cuando ocurrió el incidente? Hubiese amado tu visita. —Frunció sus cejas y Marbas mostró sus dientes.

—Mar, quieto —ordenó con su mano y respiró hondo.

Lucifugo es un demonio de la oscuridad, no puede tener un cuerpo cuando hay luz, de hecho eso es lo que más detesta en el universo. Su mismo nombre lo dice.

—Siempre tan ocurrente. —Se levantó e hice lo mismo, no nos daríamos la espalda— Solo por eso me gusta que sigas vivo, jamás me aburro de tu maldito sarcasmo —dijo con asco.

La tensión cuando varios demonios estamos cerca es más que notoria. Bajar la guardia no es una opción.

—Si no metes tu nariz en mis porquerías yo no lo haré con las tuyas. No me interesan los diamantes, joyas o esa mierda. —Le recordé.

—Lo sé. —Pasó por mi lado— Además, tampoco te quedas con el oro mucho tiempo, no creas que no sé lo que haces, devorador de brea. —Sonreí enormemente y Marbas me miró serio.

—Y la paz sea con vosotros, buenos hombres —solté con sarcasmo y negó con la cabeza, antes de salir del lugar con su perra detrás.

No nos llevamos bien ni mal, hasta ahora no hemos peleado y mantenemos un delgado respetuo mutuo.

Por lo general somos criaturas territoriales, una visita repentina sin dar la cara sería motivo de un enfrentamiento, pero él vino directamente a mí.

Bueno, vino a profanar mi cadáver y pertenencias pensando que fallecí, pero yo le hubiese robado a él si moría, es algo entendible.

Me aburrí del lugar una vez se fueron y para mi sorpresa tampoco tenía ganas de iniciar algo sangriento o problemático. Solo pensaba en qué podría estar haciendo aquél pajarito enjaulado y con curiosidad empecé mi camino a casa.

Regresar y verlo muy concentrado pintando no fue una sorpresa, su nariz tenía pintura y con su dedo pulgar parecía tomar medidas en el lienzo.

Por lo menos esta vez no estaba hablando con la estúpida vegetación como si fuesen sus pequeños bebés. Pero parecía en su propio mundo así que decidí no entrar y simplemente quedarme en la rama de un árbol cercano a descansar.

Esa actitud suya, cada vez más adictiva e inusual, se volvió una... soportable rutina que ansiaba ver diariamente. 

La casa empezó a tener cuadros de cosas que él veía o recordaba, como su cielo (Un gran árbol, un trono y varios paisajes) Aprendí un poco sobre ese lugar al oírlo, pero no me importaba. Tambien cuadros con animales del bosque, flores y personas humanas que en algún breve momento vio.

Muchas veces lo vi frustrado intentando hacer dos arcángeles que él decía admirar y querer mucho, sus "grandes amigos", seguramente eran sus únicos putos amigos si es más ingenuo que un puto niño humano. No le quedaban como los recordaba y terminaba llorando de frustración con sus mejillas infladas y mordiendo sus propios labios.

Luego se reponía diciendo que el día que ellos bajaran por algún asunto importante podría pintarlos apropiadamente.

Y todo eso sin contar las porquerías que plantaba alrededor de la casa.
Una puta escuelita infantil parecía vista desde afuera. Debería arrancar todas esas hierbas de una maldita vez.

—¿Por qué no duermes en la cama? —Su pregunta mientras extendía la ropa afuera me hizo bajar del árbol donde dormía y acercarme a él.

—Porque tú duermes en ella —contesté con obviedad.

—Pero... —Parecía confundido— Puedes domrir conmigo, dormir juntos. —Me sonrió y no supe si reírme o sentir lástima por el idiota.

Me acerqué con una media sonrisa, una chispa de maldad y diversión se encendió en mi mente.

—¿Sabes lo que significa invitar a un demonio en la noche, a meterse bajo tus sábanas, angelito? —Incliné mi cuerpo de forma inconsciente hacia el suyo y tomé sus caderas— No dormiría en absoluto.

—E-Entonces... —Puso una expresión de "ya entendí" y me miró serio— No sabía que dormían de día, bueno, en ese caso duerme tú de día en la cama y yo de noche. —Esta vez realmente quise matarme cuando terminó su frase.

Morir con una gota de agua constante en la frente debía ser menos frustrante que oírlo decir semejante estupidez.

—No, diablos, no es eso. No hay un horario para dormir, joder —gruñí y respiré pausadamente para no desesperarme.

—¡Oh! Quizá es porque eres muy grandote y no entraríamos bien los dos. Pero si quieres puedo dormir sobre ti, no peso mucho. —Fruncí mis cejas y creo que se me reventó una vena de algún lado.

Me pareció tan absurdo que sin darme cuenta lo empujé y cayó al suelo.

—Auh, no hagas eso, si querías dormir arriba lo hubieses dicho, pero me aplastarás y seguro moriré. —sollozó molesto mientras se levantaba y sacudía.

Con mis manos junté ambos dedos pulgares e indices, formando el tamaño de su cuellito de pollo y mentalmente lo ahorqué para no explotar ahí mismo.

—¡Sexo! ¡En la cama se tiene jodido, caliente y salvaje sexo! Retraso con alas. —Ahí sí comprendió, al fin.

—Pero eso... ¿Podemos hacer algo así? Es decir, es un regalo para los humanos, el placer sexual de la carne... ¿No era así? —Lo miré extrañado.

—Lo que sea de ellos pude ser nuestro si estamos aquí ¿Por qué crees que tantos demonios y algunos ángeles vienen a la tierra? Por los beneficios que los humanos tienen y generalmente ignoran. Éste es uno de ellos.

Él debe ser el único ingenuo que bajó solo para ser libre y elegir su destino. De entre todas las cosas Calliel quería las más simples y desinteresadas.

—Oh... No sabía eso. —Parecía muy confundido y ya no supe si fue buena idea darle tanta información a esa cabecita de paloma.

—Termina de extender la ropa —ordené yendo hacia la cocina—. De todos modos ya ni ganas tengo, tarado.

No valía la pena siquiera intentar corromperlo, era tan puro e inocente que incluso lo sentiría... incorrecto.

—Joder ¿Qué acabo de pensar? —Parecía broma, yo considerando algo "incorrecto".

«Maldito Calliel y sus encantos de mierda.»

Minutos después entró con una mirada interrogativa en sus armonias cejas.

—Puedo... ¿Puedo preguntarte algo? —inquirió dubitativo.

Divisé su cuerpo varios segundos y finalmente mis ojos subieron hasta los suyos, donde con un asentamiento esperé escuchar su duda.

Sonrió como si fuese la gran cosa y quise reír por lo fácil que era formar esa expresión en su rostro.

—¿Por qué te gusta tanto el oro? —Eso me sorprendió, no creí que me prestase tanta atención o siquiera le interesara.

—Verás, no es el oro lo que me gusta, sino lo que trae el oro. —Tomé unas monedas de mi bolsillo y le enseñé— No sé si ustedes puedan verlo, ya que los humanos no, pero éste metal tan codiciado carga con cientos de emociones humanas.

—¿Se impregnan en los objetos? —Miró con más atención y por su expresión supuse que pudo verlo.

Es como una brea sumamente oscura, pero al mismo tiempo su textura era similar al humo, moviéndose y contaminando el oro entre mis dedos, como si estuviese vivo pero atado a ese metal, alejándose de mis colmillos.

Mordí aquello y sin apartar la vista de Calliel, tragué lentamente.

—El temor del aldeano que gastó su última moneda en medicina para su hija, la avaricia del rey que se llevó un motín de guerra, el odio e impotencia del pobre desdichado al que le robaron y la malicia del ladrón —expliqué.

Miraba en mi dirección atentamente, absorbiendo cada información nueva que le brindaba.

—Todo eso es como combustible para mi energía demoníaca, gracias a los humanos algunos demonios conseguimos una fuerza atroz, peor de lo que ya éramos, en mi caso. La mayoría no puede controlarlo, las emociones y esencias humanas son tan fuertes que consumirlas solas suele ser más difícil que comer personas directamente.

Quedó en silencio y supuse que no lo entendía bien.

—Es como tomar un vino muy fuerte, si lo bebés con el estómago vacío te será pesado y te afectará más, pero si comiste algo sólido antes resistirás más al alcohol.

Seguía mirando hacia la nada y de repente, con temor en sus ojos, miró los míos.

—¿Tú comes... Has comido a algún... —titubeó e hice una expresión de desagrado.

—¿Qué tan pordiosero me crees? El olor de un demonio devorador es hediondo, joder, se nota que nunca viste uno. Sus cuerpos también se deforman con el tiempo. Vaya asco.

—Pero es una energía muy inestable —susurró viendo esa brea moviéndose sin sentido sobre el oro— ¿No podrías morir si la ingieres? —cuestionó y hasta podría decir que lo oí preocupado.

—Comer la "brea", como comúnmente se le llama, mata a los demonios ordinarios. Pero los pocos que tenemos la habilidad de sobrevivir a ello, no sufrimos efectos secundarios y luego de siglos me resulta delicioso. Toda esa maldad. Dicen que los demonios somos los villanos, pero ellos son los que nos alimentan, la verdadera maldad yase en las corruptas almas humanas.

—Son criaturas fascinantes —admitió mirando hacia la nada, algo abrumando por la nueva información—. Me asustan, no apruebo el 90% de las cosas que hacen y a veces me generan pesadillas. Pero ambos son... —miró sus pies— eres, sin duda, fascinante.

Por mi parte quede en silencio absoluto.

«¿Dijo que yo era fascinante? ¿Un ángel manifestó aquello con tanta honestidad?»

—Tú eres... —contesté y me acerqué por un acto reflejo.

Quería borrar la distancia, ver sus ojos de cerca mientras escupía toda esa inocente y errónea forma de ver el mundo. De verme a mí.

Una criatura tan pequeña y pura como él, veía luz incluso en donde la mismísima oscuridad temía adentrarse. 

—¿Soy? —Clavó sus grises ojos en los míos y toqué su barbilla con dos de mis dedos, viendo como se tensaba.

El oro de la tierra y las nubes del cielo no se cruzaron jamás. Pero aquí estábamos, sus ojos frente a los míos.

Solo haberlo encontrado de por sí ya fue un milagro, que él creyese que yo valía la pena de algún modo fue más que un milagro, similar a un rayo que cae dos veces en el mismo sitio, pero ésto que estaba sintiendo no era un milagro en absoluto.

Cuando comprendí lo que era ese malestar y cambios en mi interior, quise golpearme a mi mismo. De todas las posibilidades viables esta era la más repugnante y la que nunca quise padecer: sentimientos humanos.

El ángel despertaba en mí algo que se consideraba un regalo para los habitantes de la tierra y una maldición para mí.

—Deja de alimentar mi ego, haces que piense cosas sin sentido —advertí casi burlándome de mí mismo.

—No lo sabía, no quería hacer eso, solo dije la verdad. —Le sonreí.

—Tú verdad —aclaré—. Es lo que tú piensas, pero no es una verdad absoluta.

Me sonrió, como si yo fuese el ingenuo de los dos e hice una mueca, espectante.

—Los humanos suelen mentir para que crean que son buenos, pero tú lo haces para hacerme creer que no tienes nada de bondad. Esa es tú verdad, pero no puedo creerte ahora, porque no es una verdad absoluta ¿Es correcto? —Ladeó su rostro con dulzura y fruncí mi ceño.

—¿Desde cuándo estás tan altanero como para cuestionarme? —Apreté los dientes y pareció intimidarse.

Quise irme, cuando sin previo aviso tomó mi mano y sus suplicantes orbes subieron hasta los míos.

—No te enojes, por favor, no te enfades. —Alejé mi brazo bruscamente y entristeció, encogiendo sus manos en su pecho— No hablaré más si quieres, solo... Háblame. Quédate. —Sus alas parecían envolverlo mientras me hablaba con pesar.

¿Por qué no me gusta esto? ¿Dónde esta mi placer? ¿Dónde quedó mi satisfacción del caos y la destrucción?

—Cuando no estás me siento muy solo, no dejes de contarme cosas, enseñarme de ti y el mundo afuera... —De nuevo el nudo en mi pecho, este ángel estaba envenenándome de alguna forma, no era normal este malestar.

Sus manos temblaban cada vez más, por lo que advertí que empezaría a llorar y de forma inexplicable lo detuve, poniendo mi mano sobre sus ojos.

—No hagas eso. No quiero verlo. —Sentir su rostro entre mis dedos me hizo notar lo suave que era, tan delicado.

—Lo haré mejor y no diré lo que pienso tan seguido, pensaré mucho antes de hablar y trataré de ser menos
... —Quité la mano de su rostro lentamente, descubriendo su frustrada, afligida y angelical cara.

—No. Ya. No hagas eso. —Suspiré y me maldije por lo que iba a decir— No estoy acostumbrado a que me contradigan o dejen callado, hiciste algo que pocos han logrado. Eso me enfadó, pero ya no me siento así, joder ¿Por qué no estoy enojado todavía? —Me sentí abrumado y peor fue al ver su rostro preocupado— Si cambias sería un desperdicio, no me divertirías si no dices palabra.

—¿Cómo te sientes? —dijo e ignoró rotundamente lo último que dije, aunque quisiera quedarse callado dudo que pudiese hacerlo— ¿Te duele alguna parte? ¿Alguien te hizo algo? —Vi como sus diminutos puños empezaron a brillar y claramente quería curarme.

—¿Si alguien me hizo algo dices? Vaya, joder que sí, algo muy problemático. —Despeiné mi cabello, nunca creí que emociones humanas pudiesen existir dentro de un demonio, pero claramente esto era lo que se conoce como atracción, supuse.

—¿Te puedo a-ayudar? Esta vez no me desmayaré, lo prometo, estuve practicando con un venado, un gato y muchos pajaritos que encontré heridos, he mejorado. —Otra vez esa punzada aguda en mí.

—No se soluciona tan fácil, de hecho no sé qué hacer —admití, viendo su cuerpo tan cerca del mío, tan fácil de poseer si así lo deseara.

Estiré mi mano hasta su cuello y antes de siquiera tocarlo algo inexplicable sucedió: imaginé lo que significaría hacer algo en contra de su voluntad la calidez en sus ojos que desaparecería, el miedo al verme, la tristeza en sus facciones, la inocencia en su mente que no le permitiría odiarme.

Incluso si lo atacase, probablemente, asumiría que es mi naturaleza y que se escapaba de mi control poder detener mis impulsos, porque así de puro es.

Solo de pensarlo quedé petrificado, una desagradable sensación recorrió mi columna y se plantó en mi estómago.

¿Un demonio sintiendo repulsión de herir a un ángel? El fin del mundo debía estar cerca.

Respiré hondo, cerré los ojos y estiré ambos brazos sobre mi cabeza.

—Al diablo, tomaré aire, no me esperes. —Antes de salir lo vi una última vez y parecía angustiado.

Toqué un mechón de su sedoso cabello y pausadamente enredé mis dedos en él, sintiendo como lentamente paraba de sentirse inquieto y cerraba sus ojos, a gusto.

«¿Qué tan fácil era calmar a ese ángel? Mejor dicho ¿Desde cuándo tengo la capacidad de infundirle paz y tranquilidad a otra criatura?»

Calliel iba en contra de todo lo que se consideraba normal y me estaba arrastrando a su caos. Llevando mi normalidad a un punto de quiebre, donde ni siquiera los demonios más temidos sabrían cómo afrontar.

Me alejé de él al darme cuenta del accionar involuntario de mi cuerpo y en menos de dos segundos ya me encontraba en el cielo nocturno, volando lejos.

Necesitaba alejarme un poco de ese maldito pajarito venenoso y encantador.

Había oído sobre esto cuando se involucraban demonios y humanos, e incluso ángeles y humanos, pero jamás creí que me pasaría a mí con un ángel. Debía ser un error.

Pasaron varias horas y mi mente se enfrió por completo en la copa de un árbol. Pensándolo de manera racional yo no era alguien que huyese de la tentación y, ¿qué tan malo podría ser meterme un poco con ese ángel?

En el peor de los casos, si no pudiese mantener estas molestas emociones controladas, solo tendría que deshacerme de él y ya.

Una vez cerca de mi territorio noté algo alarmante y me detuve sobre mi casa, viendo la gran sombra de mis alas que generaba la luz de la luna y sintiendo mi sangre hervir cuando confirmé mis sospechas:

La presencia del ángel había desaparecido.

Cσɳƚιɳυαɾά...

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