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24

NARRADOR OMNISCIENTE
EL RECLUTADOR

Robert siente que sus manos sudan con cualquier cosa. No puede despegar la mirada del teléfono y menos cuando aún no hay respuestas del paradero de Lucy. Lloró toda la noche, preguntándose dónde podría estar o que hicieron con ella. Ni siquiera los consuelos en los abrazos de su madre ayudaban, necesitaba tener una respuesta para saber que ella estaba bien, con vida y tal vez protegida en algún lugar.

—No, no contesta... -murmura decepcionado, mirando al padre de Lucy caminar de un lado a otro —. ¡¿Dónde mierda está?!

—Estoy seguro que ese hijo de puta volvió por ella... —el padre de Lucy gruñe ante la idea.

El simple hecho de imaginar a su hija, a la que tanto había tardado en recuperar, encerrada en algún lugar del mundo con aquel tipo que la arrastró hacia su propia perdición era un peso que le perjudicaba. No, no podía ser posible, se supone que habían tenido todo calculado desde un principio.

El padre de Lucy salió furioso de casa. En medio de la noche, el coche aparcándose en varios lugares y en distintos callejones solitarios para buscarla. Gritando su nombre hasta en las calles menos pobladas y menos visitadas de la ciudad de San Francisco. No había ninguna respuesta, ninguna llamada, tampoco algún mensaje por parte de Lucy que pudiera calmar sus nervios y miedo.

«Fue mi culpa, debí de haberla acompañado esa noche, ¡Estúpido!». Robert se dijo así mismo en la mente, recordando cada parte de esas palabras en su cabeza.

Cometieron un error. Confiaron tanto en la situación que ahora todo se ha salido de las manos.

Robert no puede dormir, necesita una respuesta y la tendrá ya. Así que se puso su chaqueta y salió por las calles para mirar los alrededores como loco, también gritando su nombre y corriendo desesperado por las calles. Recordó los lugares favoritos de Lucy con la esperanza de encontrarla ahí, pero nada. Preguntó en hoteles, tiendas, establecimientos, restaurantes y hasta mismas personas de la ciudad si la habían visto.

—¿La has visto? —pregunta desesperado, apuntando la foto de su chica —. Por favor, es mi novia y mi ha aparecido desde hace días...

—Lo siento mucho joven, no logro reconocer a la joven.

—Gracias...

Una decepción más que se ha llevado por el día. No pudo parar de caminar por las calles como loco, llorando y suplicando en lágrimas que le dieran aunque sea una simple respuesta de que pudo haberle pasado a Lucy.

Rendido a todo, se dedica a caminar por una calle sola y oscura, con los hombros caídos y sin ningún tipo de fuerza. Soltando un profundo suspiro al no poder encontrarla. Había comenzado a llover justamente, y Robert sólo pensó en Lucy, probablemente con frío y sin refugio, o tal vez con hambre sin ningún plato de comida, lo que le partió el corazón.

—Mierda Lucy... ¿Dónde estás?

—Está conmigo.

En cuanto escucha esa voz grave, se da la vuelta con lentitud, pero es demasiado tarde, ya que el reclutador alza el bate que lleva en la mano y lo azota contra la cabeza de Robert. Provocando así, una fuerte y profunda herida en su cabeza, llevándolo a caer al suelo inconsciente con la sangre cayendo por toda su cabeza, sus ojos cerrándose por el dolor al ver la sonrisa despiadada del reclutador.

Lo reconoció, sí, es el mismo hombre que le había hecho daño a Lucy en el pasado. El mismo que la había arrastrado a este mundo lleno de maldad y destrucción del cual no podían liberarse.

—¿Pensaste que me arrebatarías lo que me pertenece? —el reclutador se burla, mirando el cuerpo flácido de Robert en el suelo.

—Hijo de perra... —gruñe con debilidad, una tos incómoda saliendo de su garganta —. Tu fuiste el que le hiciste daño, tu la tienes...

—Así es, yo la tengo —responde con descaro.

Con fuerza, toma del cabello a Robert para obligarlo a mirarlo fijamente a los ojos. Son unos ojos que dan miedo, unos ojos que están enfermos de una fuerte admiración por Lucy que ha llegado a ser completamente enferma y nada agradable.

—Escúchame, Robert -murmura bajo —. Lucy es mía, debe de estar solo conmigo, y si tengo que deshacerme de ti para completar mi misión pues entonces lo haré. ¿Tu crees que voy a permitir que pierda su tiempo con un hombre tan estúpido como tú? Estás pero que si muy mal.

—Lucy me ama... —Robert jadea con dolor —. A ti ya no te ama, tu le hiciste daño, ella intentó mil veces comprenderte para hacerte sentir mejor y que fueras bueno para ella. Te perdonó hasta tus propios y te hizo sentir especial con tal de no dejarte solo...

El reclutador al escuchar eso traga saliva, apretando el puño con fuerza.

—Cállate, Robert.

—No lo haré —ataca —. Te aprovechaste de su mente, la destruiste y ahora no hay forma de que ella te ame... Dime, ¿Crees que Lucy volver a sacrificar todo por ti cuando tú lo único que haces es hacerle daño? Ella no te quiere, entiendelo de una vez.

—Cállate ya...

—La perdiste reclutador. Por tu culpa, la perdiste.

—¡He dicho que te calles!

Los fuertes puños del reclutador volaron por todo el rostro de Robert. Cada mancha de sangre quedaba pintada en sus puños, una muestra del hombre que se ha convertido tras querer negar que todo esto ha sido su culpa.

Con cada golpe, desata una ira que lleva contenida. No puede parar, solo golpes y golpea el rostro de Robert una y otra vez, solo puede pensar en todo el dolor y el como su plan, de tenerla a su lado había fallado por completo.

Pues al dar el último golpe en el rostro de Robert, se ha dado cuenta que ha terminado un objetivo más. Soltando un fuerte suspiro cansado y con el pecho subiendo y bajando.

Mierda.



...



LUCY

En cuanto escucho los barrotes de mi celda abrirse, rápidamente me escondo en una esquina de la pared echa bolita para que él no me hiciera nada. Ya no le tengo ni una pizca de confianza. Me da tanto miedo que siento que en cualquier momento puede matarme solo por no querer estar con él.

Lo veo entrar a la habitación y está empapado. Seguramente afuera estaba lloviendo. Eso duele, porque antes de que todo esto pasara, el reclutador y yo estábamos tan acostumbrados a ver la lluvia en la ventana cuando todo estaba de una manera tan estable y perfecta. ¿Por qué todo se desmoronó de la noche a la mañana?

—¡¿Qué quieres?! —le grito con miedo, acurrucándome en la esquina de la pared —. ¡He dicho que me dejes en paz!

—En una semana nos vamos a Corea —ignora mis súplicas, simplemente cruzando los brazos —. Y además, Robert te ha dejado un mensaje.

En cuanto escucho esas palabras, mis ojos se abren con fuerza ante la idea de que él le hubiera hecho algo. Tan solo basta con ver cómo saca del bolsillo de su saco su teléfono, reproduciendo una nota de voz que dura solo pocos minutos.

Lo primero que escucho son unos pequeños jadeos, algunos balbuceos de dolor y puedo reconocer esa propia voz pidiendo auxilio. Era Robert, el hecho de pensar que tal vez Jun-ho también pidió ayuda de esa forma me parte en dos, maldita sea, ¿Qué hice mal? ¿Hice mal en quererlo? Probablemente sí, o también, en no darme cuenta a tiempo que su obsesión fue enfermiza.

—¿No vas a decir tus últimas palabras, Robert? —le pregunta el reclutador en la nota de voz.

Que cruel es. Grabó cada segundo de su sufrimiento con tal de quebrarme.

—Lucy... —Robert jadea, tosiendo con gravedad sin poder respirar —. Por favor Lucy, ve a Corea, lárgate de San Francisco... Hazlo por tu bien, lo único que quiero es protegerte, y si tengo que sacrificarme para que tú estés bien, entonces es algo que debo de hacer. No llores por mi, no pienses en mí y en tu padre, tampoco pienses que todo esto es tu culpa cuando realmente no es así. Si me entrego es por ti, porque quiero verte bien, porque quiero evitar que este imbecil te haga algo... Sé fuerte, Lucy.

Y lo último que escucho en la nota de voz, es una sola detonación de fuego que corta su voz. El sonido del balazo, de la pistola disparándose me hacen gritar de horror al darme cuenta que ya lo he perdido todo. Mi grito resuena en toda la pared de la celda, hasta me olvido de la propia cadena que me mantiene amarrada en esta celda.

La garganta me duele por el profundo grito que sale de mi boca, siento el ardor en casa parte de mi boca que en cierto punto me destruye. No puedo evitarlo, me siento mal, destruida, ya perdí todo hasta mi propia libertad. Creo que no tengo nada más para perder, solo tengo que obedecer cada una de las reglas que este tipo me ponga.

—¡No tienes perdón de nadie! —mis gritos son más fuertes, las lágrimas cayendo por mis ojos —. ¡Eres un maldito asesino que lo único que quiere es verme dañada para correr a ti!

—Le recuerdo que ambos, estamos locos. Usted mató a mucha gente sin tentarse el corazón -murmura en voz baja —. Tú mataste a Diana a sangre fría, te pusiste feliz por la muerte de tu propia madre, no sentiste ningún tipo de rencor por los jugadores que asesinaste y mucho menos fuiste frágil para dispararle a uno de mis guardias rosas... Dime Lucy, ¿Quién es el malo aquí, eh? ¿Tu, o yo?

Esas palabras me rompen con fuerza, con tanta fuerza que la ira que recorre mi sangre es tan horrible que con un simple tirón de fuerza, logro romper las cadenas que sujetan mi muñeca a la pared. En cuanto el reclutador ve esto, trata de abalanzarse sobre mí.

Me pongo de pie con fuerza y lo empujo al piso, no sin antes arrebatarle las llaves que se le han caído al piso. Él trata de tomarme del pie, pero con una fuerte patada que dejo en su boca vuelve a caer al suelo, jadeando con fuerza y maldiciendo en voz baja cada uno de los golpes que he propagado en su cuerpo.

Abro la celda y lo primero que hago es correr por mi vida. Corro por el inmenso pasillo oscuro, cada parte de mi cuerpo suda, y también la fuerza que creo en mi piernas es una que no he experimentado en años. Quiero ser libre, y no me voy a ir de este lugar sin intentar escapar de él, y del oscuro pasado que me queda por dentro.

Está detrás de mí, corriendo por el pasillo tratando de alcanzarme y poder tomar una fuerza mayor a la mía. Veo una escaleras que conducen hacia arriba, y sin pensarlo subo en ellas, golpeando la suela de mis tenis y mirando cada escalón como una fuerza y motivación para escapar. Esto debí de hacer la primera vez que me cruce con él.

—¡Lucy! —me grita por detrás —. ¡Deja de correr! ¡Ven aquí ahora!

—¡Ayúdenme! —grito por las paredes, sosteniendo mis manos por cada barrote de la escalera.

Siento que es eterno este camino, aún así queda una poca esperanza cuando veo una puerta cercana a mí, lo que me hace correr con más fuerza a tal punto de llegar a ella.

Los brazos del reclutador me toman con fuerza, trato de forcejear contra su enorme agarre y rasguñar su rostro para defenderme. Es difícil, pero no imposible, ya que lo empujo y tropieza por las escaleras, cayendo de manera inútil al suelo de concreto golpeando la ancha espalda.

—¡Alguien! ¡Por favor ayúdenme! —los gritos de mi boca no desaparecen.

Tomo la manilla de la puerta y tiro de ella con fuerza. Pruebo todas las llaves que quedan en mis manos y ninguna abre la puerta, no hay salida. La desesperación me consume de una manera que me es difícil de controlar. Mis piernas patean con fuerza la puerta, supongo que para esto no hay ninguna salida y tampoco algo que pueda salvarme.

—¡Ayúden...

Fue lo último que pude gritar, la mano del reclutador cubre mi boca con fuerza y tira de mi cuerpo hacia atrás. Solo recuerdo un pequeño golpe en mi cabeza, un ardor en mis huesos, y un dolor en mi cuerpo que me hace temblar.

Por alguna extraña razón,
se siente como si todo el dolor hubiera terminado y fuera lo último que pudo resistir mi cuerpo.








¡Ya estamos llegando al final de la historia! Por dios, he pasado días con bloqueo escritor, pero he vuelto con nuevas ideas y también nueva inspiración.

Hasta este punto, me he tomado el tiempo de narrar como es la realidad de la obsesión y la cruda realidad a la que puedes enfrentarte si una persona llega a tales extremos con tal de tenerte cerca siempre. Gracias por todas esas lectorxs que se quedaron conmigo hasta el final, lxs amo ❤️‍🩹

Nos vemos en el siguiente capítulo. ✨

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