PRÓLOGO
PRÓLOGO
La sombra y el espejo.
Octubre, 2017.
El espacio estaba sumido en un silencio abrumador, tanto así que casi podían escuchar los latidos acelerados de las demás ocupantes del lugar, aunque sus rostros aparentaran serenidad. Habían puesto seguro a la puerta y se aseguraron de estar a solas en el baño de mujeres del ala sur, aquel que estaba alejado de las aulas y no era usado tan a menudo por ser la zona del colegio destinada a las reuniones esporádicas del comité de alumnos y directivos; dos de las jóvenes observaban a la tercera con sonrisas dibujadas en el rostro, juntando sus manos en un gesto de súplica en busca de que la misma accediera a la petición que habían mencionado pocos días atrás.
—¡Por favor, Ryoko!
—No hago obras de caridad —respondió con la misma seriedad con que las había tratado todo el rato, sin abandonar su posición de brazos cruzados—. Menos cuando mi integridad académica podría estar en juego.
—¡Oh! Tenemos la suma que acordamos —la otra comenzó a hurgar en los bolsillos de su chaleco, sacando un fajo de billetes que le extendió a la de cabello dorado.
De repente, sintieron un escalofrío corriéndoles por la espalda al ver que la mayor observaba el dinero como si se tratara de insectos.
—Lo había dicho en broma —cambió el peso en sus pies—. Además, ¿qué me asegura que no terminarán acusándome con los directivos por haberse asustado?
—No somos gallinas, solo tenemos curiosidad por la leyenda del espectro del baño —aseguró.
—No te vamos a acusar por algo que nosotras mismas pedimos que hicieras.
La rubia observó a ambas jóvenes en busca de identificar alguna mentira escondida en sus palabras, terminando por inhalar a profundidad y botar el aire por la boca en señal de rendición.
—Más les vale —tomó el dinero de un manotazo, metiéndolo en el bolsillo de su chaqueta beige con rapidez—. ¿Trajeron lo necesario?
La felicidad no tardó en hacerse presente en sus rostros, llevándolas a apresurarse a sacar algunas velas blancas de sus bolsos junto a unas varitas de incienso y una corbata carmesí que pronto entregaron a la rubia mientras la misma dejaba su mochila en un pequeño muro elevado al lado de la puerta. Las vio encender las velas y los inciensos mientras apagaban las luces del baño, terminando por observarla, expectantes ante la próxima instrucción que, según los rumores, ella daba antes de proceder.
Ryoko inhaló a profundidad, comenzando a estirarse un poco para relajarse ante lo que estaba a punto de hacer.
—Nunca se sabe lo que pasará, así que si algo llega a salir mal deberán salir corriendo, no miren atrás o ella las perseguirá, y por nada del mundo deben mencionar que yo estuve involucrada, ¿entendido?
Ambas estudiantes asintieron, haciendo que la mayor exhalara con algo de pesadez antes de sacudir su cabeza y apartar algunos mechones de su flequillo de sus ojos. Indicó que cada una debía tomar una vela mientras cubría sus ojos con la corbata, procediendo a tomar sus manos disponibles; pudo notar que ambas estaban heladas, característica que se repetía cada vez que efectuaba aquel ritual para las personas curiosas del instituto, e incluso una de ellas estaba temblando suavemente, por lo que decidió preguntar antes de comenzar:
—¿Están seguras de querer hacer esto? —inquirió, agudizando el oído para captar mejor lo que iban a decir ante la falta de visión—. Una vez iniciado, no se puede detener.
—Muy seguras, Ryoko —confirmó la que se encontraba a su derecha, siendo seguida por su compañera poco después.
Respiró hondo.
—Pase lo que pase, que todo quede entre nosotras, o seré yo quien las aceche a partir de hoy, ¿está claro? —amenazó, como de costumbre.
Al recibir una respuesta positiva, infló su pecho para darse valor, indicando que debían cerrar los ojos para que todo funcionara correctamente. La luz era tenue, el olor del incienso era penetrante y el ambiente, como siempre, era perfecto para el ritual a efectuar en ese preciso instante
—Hanako, Hanako —comenzó a decir la rubia—. ¿Estás aquí?
Ahora restaba esperar a que aquella presencia se manifestara entre ellas, normalmente tardaba entre dos y tres llamados para que la nombrada comenzara a actuar. Los rumores decían que usualmente el espectro optaba por un contacto físico –gentil en ocasiones, aunque violento en otras– que le causaba un escalofrío a su víctima, había veces que abría las puertas de los cubículos de golpe, o salía arrastrándose del último cubículo del lugar, incluso llegaron a mencionar que una vez alguien pudo verla de frente, saliendo del espejo del baño; aquella pobre alma se asustó tanto que terminó desarrollando un pánico irracional a estos objetos, y cuando sus padres supieron la verdad no dudaron en acusarla con los superiores del instituto, creando un teatro que involucró la intervención de su madre y una habilidad de persuasión monumental para evitar ser expulsada por "crear pánico" entre los alumnos.
En su defensa, no era su culpa que la criatura hubiera desarrollado un trauma por algo que había solicitado ver... además había ofrecido el doble de lo que pedía para realizarlo justo esa tarde, y no podía decirle que no a una oferta tan jugosa.
—No está funcionando —se quejó la de la izquierda, resoplando y soltando la mano de la mayor.
—Tiene que, siempre funciona —respondió su compañera.
—Una de las dos debe estar haciendo las cosas mal —gruñó la rubia—. Si no hacen las cosas tal y como les digo, no sucederá nada.
—¡Estamos haciendo todo al pie de la letra! —exclamó a su izquierda. Notó que comenzaba a enojarse, por lo que terminó bajando la corbata de sus ojos, dejándola retenida en su cuello—. Me estoy asfixiando con este hedor y me cayó cera caliente en la mano, pero nada sucede. ¿Estás segura de que sabes invocar al espectro del baño o simplemente les pagaste a todos para que digan que sí?
—No puedo estar segura de que siempre va a suceder, es cuestión de probabilidad, de cómo se encuentren los espíritus...
—No, ¿sabes qué? Estoy harta, me voy. Devuélveme mi dinero.
—¡Reiko! —reprendió la de su derecha.
—¡Nos vamos! Ahora, devuélveme mi dinero o voy a...
Calló de repente. Entonces, la rubia vio que su rostro perdía el color y sus ojos se abrían en puro horror mientras daba pasos lentos hacia atrás.
—Ryoko... te sangra la nariz.
Dirigió su atención al espejo del baño, confirmando lo que la joven había dicho. Al sentir la calidez del líquido se llevó el dorso de la mano al rostro para limpiar la sangre, intentando aparentar tranquilidad ante las dos personas que la acompañaban, pero antes de poder articular palabra alguna sintió que el nudo de la corbata se ajustaba en su cuello, y algo tras ella jaló los extremos de la tela con fuerza, provocando que su cabeza y espalda colisionaran contra la puerta de un cubículo, desorientándola y haciéndola caer de sentón al suelo. Ambas jóvenes dieron un salto lejos, observando la escena en completo horror y dando un grito cuando las velas en los lavabos se apagaron de la nada, dejando solo la luz de las llamas en sus manos.
Para ese momento ambas estaban temblando de miedo, la de la derecha quiso acercarse con cuidado a la rubia para asegurarse de su bienestar, pero cuando aquella fuerza azotó su cabeza de nuevo contra el cubículo, terminó soltando la vela y arrastrándose con sus manos lejos de la mayor. Ambas estaban paralizadas del miedo, no podían articular palabra alguna ni reaccionar correctamente, haciéndose peor cuando el espíritu comenzó a ahorcar a la mayor al levantarla desde la corbata carmesí, al tiempo que la misma intentaba tomar la tela de su cuello para zafarse, sin éxito.
—¡Vámonos de aquí! —exclamó la llamada Reiko, reaccionando finalmente.
—¡No podemos dejarla!
—¡Ella dijo que si algo salía mal debíamos correr!
De repente, la rubia cayó de rodillas al suelo, tosiendo en busca de aire y tomándose el cuello con una mano, pero ninguna reaccionaba para ayudarla. En cambio, sus parálisis se hicieron más severas cuando la de la derecha sintió unas manos deslizándose por sus hombros en dirección a su cuello, y su compañera podía ver que el cabello que lucía suelto se movía de la nada, reconociendo que algo iba a ahorcarla en un momento si no hacían nada.
—¡Corran! —logró articular la mayor—. Está enojada, ¡solo corran!
Ni bien terminó de hablar, fue arrastrada hasta el último cubículo, y su grito fue el disparador suficiente para que las dos estudiantes se abalanzaran hacia la salida, casi intentando tirar la puerta para correr con todas sus fuerzas y lo más lejos que pudieran. Tras unos segundos lograron retirar el seguro y corrieron fuera del baño, una de ellas tropezó y se lastimó la rodilla, pero el terror que la invadía era suficiente para ignorar el dolor.
Si alguna de ellas hubiera girado, quizás habría notado que aquella figura fantasmal estaba de pie en el marco de la puerta, observándolas mientras se marchaban, pero la advertencia de la rubia había sido clara y no se arriesgarían a tener un espectro violento persiguiéndolas por la eternidad. Tras algunos segundos, aquella cabeza de mechones dorados se asomó desde el interior del cubículo con precaución, observando la presencia en la entrada del baño que supervisaba los alrededores, asegurándose de que las jóvenes cumplieran su palabra.
—¿Ya se fueron? —susurró, llamando la atención de la presencia.
La figura de flequillo y sin rostro distinguible se giró hacia el interior, asintiendo con la cabeza y levantando sus pulgares con diversión mientras encendía el interruptor de las luces, permitiéndole a la rubia salir de su escondite y caminar hasta la vela en el suelo, la cual estaba derramando la cera a su alrededor. Sopló la llama antes de dejarla en el lavabo, repitiendo la acción con la otra vela que habían dejado en el lugar, entonces sintió un dolor punzante y efímero en la parte trasera en su cabeza, causando que llevara su mano a la zona para intentar apaciguar el dolor mientras hacía una leve mueca.
—Creo que me excedí un poco —suspiró, ubicando la figura aún presente a través del espejo—. Pero fue genial, ¿no?
Extendió su mano izquierda, y la presencia dudó poco en chocar su mano con la de ella, procediendo a desaparecer como si de humo se tratara. Comenzó a deshacer su peinado, el cual se había estropeado en el pequeño desliz que había provocado, soltó los listones y las ligas que retenían su cabello en dos coletas, decidiendo cambiar a una trenza sencilla que comenzaría en su nuca. Mientras observaba su reflejo en el espejo, percibió una presencia en la entrada del baño, lo que provocó una risa contagiosa de su parte.
—Debiste ver sus caras —comentó entre risas.
—No me causa gracia, Ryoko.
Rodó los ojos, deteniendo su risa y girando su cabeza hacia el pelinegro.
—A ti nada te causa gracia, Megumi.
El ojiazul frunció levemente el ceño al ver rastros de sangre seca bajo la nariz de la rubia.
—No cuando se trata de una acción irresponsable —ingresó al baño sin pensarlo dos veces aprovechando que no había nadie cerca, tomando a la joven de la mandíbula para observar mejor—. Te excediste demasiado. A Hiriko no le va a gustar escuchar que volviste a usar la técnica para esto.
—No me digas que piensas acusarme con mi madre —apartó su mano de un golpe—. No todos tenemos acudientes que celebran golpear a otros.
—No arriesgué mi técnica para hacerlo y Gojo no ha celebrado nada.
—Desearía que mis padres fueran así de permisivos —ignoró la respuesta, casi haciendo un puchero al finalizar la oración.
—Gojo no es mi padre.
—Pero está a cargo tuyo.
—Eso no lo hace mi padre.
—Pero sí es tu tutor, y el de Tsumiki.
Fushiguro rodó los ojos, dando media vuelta para regresar al marco de la puerta y evitar que alguien le llamara la atención. Por su lado, Ryoko terminó de atar su peinado, procediendo a abrir la llave del grifo para enjuagar la sangre de su rostro y terminar por recoger las velas en una bolsa que había traído consigo para limpiar el rastro de su pequeña ceremonia, además de ajustar el uniforme color crema antes de salir con el joven de cabello negro.
—¿Nos vamos? —ofreció ella con una sonrisa, tomando su mochila con suma tranquilidad.
Megumi se mantuvo en silencio, inexpresivo, simplemente asintió levemente con la cabeza y caminó junto a ella rumbo a la salida del instituto. No habían pasado del bloque cuando la rubia decidió romper el silencio.
—¿A dónde vamos? Escuché que hay una película buena en cartelera, o podríamos ir por un helado, yo invito.
—Te llevaré a casa.
Esta respuesta desconcertó a la joven, causando que su sonrisa se esfumara.
—¿Qué? ¿Por qué? —protestó—. Vamos Megumi, no seas aguafiestas.
El pelinegro exhaló, abriendo la boca para hacerle saber las razones que tenía para decidir algo tan precipitado, pero la rubia sacó los billetes que había ganado, agitándolos frente a su rostro como una manera de tentarlo a aceptar pasar más tiempo juntos.
—Te dejaré elegir todo lo que quieras.
Observó el dinero por un instante, luego prestó atención a la sonrisa de su amiga y el brillo de felicidad en sus ojos, terminando por darse por vencido. Aceptó la invitación, haciendo que Ryoko aplaudiera emocionada y diera dos saltos pequeños en un gesto un tanto infantil. Le permitió tomarlo del brazo durante el camino, incluso si tal acción venía acompañada de tirones repentinos al ver algo lindo en el escaparate de una tienda; arrojó las velas en un contenedor alejado de la escuela para desaparecer toda evidencia en su contra y hablaron de cosas triviales durante la caminata, el pelinegro buscaba tocar el tema de lo que había pasado en el baño y recordarle los peligros a los que se exponía al ser descuidada, pero terminó por dejarlo de lado a petición de la rubia, quien decía estar consciente de lo que podría significar que los altos mandos se dieran cuenta de lo que hacía.
Se tomaron su tiempo para llegar al local indicado, ordenar y comer el dichoso helado, sentándose bajo un árbol mientras veían las personas pasar a su alrededor; continuaron una charla suave, mencionando que la próxima vez no estaría mal invitar a Tsumiki a comer con ambos, sin embargo, la rubia comenzó a sentir un fuerte dolor de cabeza, el cual la obligó a pedirle a Megumi que la acompañara a comprar una pastilla una vez terminaran de comer.
—¿Te llevo al hospital? —propuso el azabache.
—No, no es tan grave —respondió, intentando parecer serena—. Quizás me golpeé muy fuerte en el baño.
La mirada intensa y acusadora de Megumi se posó en ella, y al notarlo, no tuvo más remedio que bufar y responder a la pregunta implícita que transmitían sus ojos, la misma que quería hacer durante todo el camino.
—¡Bien! Me pasé de la raya y quise fingir que me atacaba el "espíritu" del baño —confesó, haciendo un ademán con su dedo medio e índice—. ¡Pero no me puedes juzgar!
—Claro que puedo.
Ryoko bufó, dejando que su cabeza cayera hacia adelante, aunque esto incrementara su malestar.
—Déjale el regaño a mi mamá o a Akane —pidió.
Al levantar la cabeza se dio cuenta de que el ojiazul ya se había puesto de pie y había tomado ambas mochilas.
—Vamos, no quiero que te conviertas en maldición por una contusión.
La joven rio con suavidad, poniéndose de pie y caminando junto al azabache.
—Si me convierto en maldición me tendrás aferrada a ti y no podrás exorcizarme —le dio un suave golpe con el codo—. Seré tu maldición personal.
—No es como si fuera diferente a ahora —se encogió de hombros—. Quizás como maldición puedas ser útil.
—Qué grosero —se quejó, frunciendo el ceño—. Aunque Akane me había mencionado algo acerca de maldiciones que podían servir como contenedores, al parecer vio una en su época de estudiante.
—Entonces llevarás armas malditas para evitar perder mis shikigamis, o te enviaría en primera fila a defenderme.
—Luego no llores si me exorcizan —se cruzó de brazos, alzando la cabeza.
—Solo lloraría por mis shikigamis, contigo sería un alivio.
Ryoko adoptó una expresión de pura indignación, ofendida por las palabras del azabache que podía aparentar hablar muy en serio, pero en el fondo estaba sonriendo al ver el rostro de su amiga, más cuando chocó su hombro contra el suyo.
—Eres odioso.
—Camina —cambió el tema—, hay una farmacia a la vuelta.
Acató a regañadientes, sintiéndose algo insultada pero tragándose el orgullo al sentir que su cabeza iba a explotar; mientras ella buscó el medicamento que necesitaba, Megumi fue por un par de botellas de agua para añadir a la compra, tanto para que la rubia pudiera aliviarse como para que redujeran la sensación empalagosa que había dejado el helado. Esta vez fue el azabache quien se ofreció a pagar, y ni bien tuvo el recibo en su poder, la rubia sacó una de las píldoras, metiéndola en su boca para luego darle un trago al agua, echando la cabeza hacia atrás con cuidado para facilitar el paso del medicamento –o quizás para obligarse a tragar, ya que no le agradaba tanto el tamaño de la pastilla–, terminando por hacer una leve mueca y agradecerle al ojiazul por la compra.
Cuando salieron del establecimiento, la joven se detuvo en seco al ver unas figuras conocidas al otro lado de la calle, teniendo que observar de nuevo para cerciorarse que sus ojos no la engañaban ante la escena proporcionada por aquella mujer de larga cabellera oscura y el hombre de cabello blanco que la acompañaba. Su primera reacción fue esconderse, por la simple y llana razón de no querer que la pelinegra notara su presencia y cruzara a saludarla, posiblemente creando una de las escenas que normalmente le incomodaban un poco por la efusividad de su reacción; afortunadamente, a un lado de la farmacia había un gran árbol que podría servirles como escondite, así que tomó a Megumi del brazo y lo arrastró tras el tronco de repente.
—¿Qué haces? —inquirió, extrañado por el cambio repentino de actitud cuando segundos atrás seguía quejándose de la migraña.
—Akane está al otro lado de la calle —asomó la cabeza levemente por un lado del tronco—. No quiero que me vea.
—Estamos en público, no puede ser tan malo —imitó su acción, abriendo los ojos al enfocar a la pareja—. ¿Ese es Gojo?
Ambos jóvenes se miraron al mismo tiempo, horrorizados por la revelación de las sospechas que habían tenido por un tiempo respecto a sus conocidos. Resultaba que un tiempo tras haberse conocido habían tocado el tema de sus familias, descubriendo que existía una coincidencia que no tenían cómo demostrar y había quedado como un rumor entre ambos; la suposición constaba de la casualidad que giraba en torno a Akane –prima lejana de Ryoko pero que parecía más su hermana mayor con lo presente que había estado en su vida– y Satoru Gojo, el tutor de Megumi. Sin embargo, no sabían cómo tocar el tema apropiadamente o preferían esperar la respuesta en silencio, pero cuando la rubia intentó hacerlo, la mayor resultó ser experta en salir por la tangente y provocar que la curiosa joven se exasperara y prefiriera cambiar el tema.
No era algo que les incumbiera o se opusieran a ello, pero aquel par era un tanto misterioso al respecto y la curiosidad les ganaba... además del deseo de sentir el orgullo de haber tenido razón. De todas formas, por parte de Akane las cosas eran un tanto más obvias, puesto que cuando había ido a visitarla alcanzaba a ver unos cuantos portarretratos en su escritorio, y lo más llamativo siempre era el cabello blanquecino de uno de los integrantes, pero existía la duda al saber que no existía una única persona con el cabello tan claro, entonces no podían llegar a conclusiones, al menos hasta ese momento.
—¡Te lo dije! —jadeó Ryoko, señalando al azabache.
—¿Tú? —enarcó una ceja—. Yo fui quien armó el rompecabezas. Además, era muy obvio.
—Tú dijiste que podía ser cualquiera con cabello blanco.
—Tú no estabas completamente segura.
La rubia rodó los ojos, devolviendo su atención a los mayores, descubriendo que se estaban abrazando con efusividad. Por un lado le parecía tierno y le alegraba, pero por otro sentía que era como ver el hambre y la necesidad juntarse al saber lo que Megumi le contaba acerca de Gojo. Ese par parecía ponerse de acuerdo cuando de molestarlos se trataba.
—Debo admitir que es lindo y aterrador al mismo tiempo —comentó la de ojos miel, viendo como los pies de la pelinegra colgaban al haber sido alzada por el hombre.
—¿Y dices que también es maestra de la Preparatoria de Hechicería de Tokio? —preguntó Megumi, haciendo que volteara hacia él.
—"Maestra" maestra, no. Colabora con unas clases, pero creo que no por completo.
—Eso la hace una maestra de todos modos, Ryoko —rodó los ojos.
—Entonces sí, cascarrabias —imitó su acción, devolviendo su atención al lugar donde estaba su prima, descubriendo que habían desaparecido—. Un momento, ¿dónde están?
Sintió que su sangre corría con esquirlas de hielo mientras intentaba buscarlos con la mirada, fallando en el intento. ¿Se habían movido tan rápido o entraron a una tienda?
—Déjalos, se habrán ido.
—No me entiendes, perderla de vista es lo peor que me podría pasar.
—¿Perder de vista a quién? —susurraron en su oído, provocando que su corazón se detuviera por un instante.
Definitivamente hoy no era su día, y fue comprobado cuando comenzó a girar con lentitud hacia la fuente de la nueva voz, de inmediato reconoció el rostro de Akane e intentó aparentar normalidad al saludarla, pero terminó por ser ahogada mediante un fuerte abrazo de la mujer, quien la alzó del suelo al grito de "¡muñequita!".
Megumi observó la escena con ojos abiertos, notando la euforia de la pelinegra y su sonrisa mientras que Ryoko intentaba zafarse de su agarre con el rostro enrojecido por vergüenza, acumulación de presión, o una combinación de ambas.
—¿También quieres un abrazo, querido Megumi? —ofreció Gojo a su lado, sonriéndole con diversión.
—Ni siquiera lo pienses —respondió con sequedad.
La rubia trastabilló cuando su prima la dejó ir, fulminándola con la mirada ante el espectáculo vergonzoso que le había hecho pasar y provocando que su sonrisa se ampliara al verla enojada. Sus ojos se desviaron al hombre de cabello blanco y lentes oscuros, quedando perpleja cuando se inclinó demasiado cerca de su rostro luciendo una sonrisa sin mostrar los dientes.
—Así que esta es la famosa Ryoko —comentó, obligándola a echarse un poco hacia atrás—. Clan Yubari, ¿cierto?
—Eh... sí —balbuceó, algo intimidada.
—Satoru Gojo, un gusto conocerte finalmente —estiró su mano, agarrando al azabache para acercarlo a su cuerpo a pesar de su resistencia y mala cara—. Le había dicho a Megumi que te presentara, pero nunca lo había hecho.
—¿Por qué debería haberla presentado? —refunfuñó, intentando alejarse.
—Es tu amiga, ¿no? Además, quiero conocer a mis estudiantes, mejor si es con antelación.
Ambos jóvenes intercambiaron miradas, confundidos ante la revelación otorgada por el mayor. La más afectada era la de ojos miel, quien había tenido la conversación con sus padres sobre su inscripción a una preparatoria de hechicería en repetidas ocasiones, pero aún no habían decidido un lugar en concreto; no era como si tuviera muchas opciones para elegir, pero se encontraba en proceso de evaluar cuál sería mejor para descubrir y perfeccionar todos los aspectos de su técnica.
—Y-Yo aún no había decidido a dónde ir —mencionó la rubia, observando a los presentes con el ceño fruncido.
—¡Ah! Hablé con tu madre hace un rato y la convencí de inscribirte en la Preparatoria de Tokio —intervino Akane con una sonrisa amplia—. Ahora podremos pasar más tiempo juntas, muñequita.
La acercó a ella en un abrazo corto y apretando su mejilla con la propia, creando un contraste entre su felicidad y los ojos muertos de la rubia.
—Estoy segura de que mamá me odia —murmuró con expresión cansada.
—No seas aguafiestas, también estarás con Megumi —mencionó. Al darse cuenta de ello, la joven entornó los ojos hacia el azabache, descubriendo que se había tomado el puente de la nariz entre el índice y el pulgar.
—Megumi y Ryoko sentados en un árbol... —canturreó Satoru, causando que ambos intercambiaran miradas e hicieran una leve mueca de asco que no pasó desapercibida por el peliblanco—. Ah, ternuritas.
La rubia terminó por apartar a su prima lo suficiente para respetar su propio espacio personal, sosteniéndola por los hombros para evitar que intentara acercarse de nuevo.
—A todo esto, ¿qué hacen aquí?
—Veníamos de paso para comprar unas cosas y por casualidad los encontramos, sin embargo, la pregunta real debería ser... —la mujer se cruzó de brazos, cambiando su expresión amena a una más severa—. ¿Qué hacen ustedes dos aquí? Hace tiempo debieron llegar a sus casas.
—Invitaba a Fushiguro a un helado, ya nos íbamos —explicó.
—¿Con qué dinero? Porque tus padres no mencionaron nada de una invitación.
—Alguien me debía dinero y me pagó hoy, solo aproveché la oportunidad.
Akane se inclinó hacia la joven, buscando intimidarla.
—¿Y es posible que esa deuda se debiera a un uso descuidado de la técnica maldita que obtuviste al nacer? —Ryoko se quedó en blanco por un instante, bufando e intentando expresar que se equivocaba, pero su tartamudeo fue evidencia suficiente de su engaño—. Hiriko me ha comentado que tienes una tendencia a hacer eso, jovencita. No intentes contradecirla porque la he escuchado reprenderte por ello.
Definitivamente se sentía acorralada, su tez palideció y parecía a punto de salir corriendo, pero la expresión de Akane se suavizó de repente, sonriéndole y apartándose de su rostro.
—Bueno, de todas formas no es tan grave —terminó por decir, desconcertando a la joven—. En mis tiempos también disfruté de hacer bromas inocentes con energía maldita. No soy nadie para juzgarte.
De repente, el peliblanco se inclinó hacia la mujer
—Aún las haces, Tsuji —intervino Satoru en un murmuro, bajando sus lentes oscuros por el puente de su nariz, revelando levemente sus ojos azules.
—Cierra el pico, Gojo —replicó entre dientes, sin desvanecer su sonrisa—. Intento parecer una adulta responsable.
De repente, el ambiente se tornó caóticamente confuso al tener a ambos adultos hablando entre dientes con una sonrisa en el rostro, discutiendo acerca de la madurez del otro y terminando por atacarse sutilmente acerca de cosas que los más jóvenes no alcanzaban a captar; no sabían si era apropiado intervenir, por lo que se limitaron a observar la escena e intercambiar miradas en busca de explicaciones en los ojos del otro.
—Como sea, Akane y yo nos vamos —dijo Satoru de repente al observar la pantalla de su celular, envolviendo su brazo en el de la pelinegra, como si no hubieran estado discutiendo segundos atrás.
La pelinegra estiró el cuello para observar lo que proyectaba el teléfono de su compañero, terminando por dirigirse de nuevo a los menores.
—¿Los acompañamos o pueden irse solos a sus casas?
—Eh... podemos... irnos —respondió Ryoko pausadamente y haciendo un leve gesto con su mano, completamente confundida pero consciente de que tenerlos como compañía solo prolongaría su sufrimiento.
—¡Está bien! —le sonrió—. Llámame cuando llegues a tu casa.
—¡Y procuren mirar a ambos lados antes de cruzar la calle!
Esto último lo dijo el peliblanco en voz alta, puesto que habían comenzado a caminar lejos de los jóvenes mientras agitaban sus manos en un gesto de despedida. Ambos estudiantes permanecieron inmóviles en sus lugares mientras los veían alejarse, y cuando adquirieron la distancia suficiente, fue el ojiazul quien cortó el hilo del silencio.
—Ahora entiendo por qué se llevan bien —murmuró Megumi, más para sí mismo.
—La preparatoria será divertida, ¿no crees? —comentó Ryoko en un tono irónico.
Ambos se observaron por un instante, terminando por suspirar con resignación ante el futuro que les esperaba en su nuevo lugar de estudio, sin saber que las cosas podrían llegar a ser un poco más complicadas de lo que imaginaban.
N/A:
Primero que nada quiero darle créditos a lithiumvckerman por la estética de los separadores. Se le agradece el préstamo bb ✨
Segundo, ¡muchas gracias por leer! Esta historia me hace mucha ilusión y todo apoyo es bien recibido, al igual que críticas y comentarios constructivos 💕 son un gran incentivo para continuar y mejorar. Además, quiero mencionar que esta historia va a contar con narración de dos sucesos a la vez, para que así puedan conocer la historia alrededor de Ryoko y Akane a la vez. Además, quien haya leído hasta aquí se gana un abrazo de Gojo 👀
¡Nos leemos luego! ✨
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