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⠀⠀⠀ovi. criminal

CHAPTER SIX
CRIMINAL!








               Después de haberse recuperado magníficamente había vuelto a la escuela de hechicería. Aunque aún podía sufrir estragos en sus huesos. Callo y no se quejó. Probablemente, si tuviese aquella habilidad sería estupendo para él, sin embargo, aunque una carta en su bolsillo mantenía oculta aquello, decidió que era insignificante usarla en ese caso, pues acabaría por recuperarse en algún punto.

                Shoko, quién era la única persona visible para él en la escuela aquel día —puesto que yacía subiendo las escaleras—, se acercó a él. Su cigarrillo sin encender, aún integro en sus labios. Sus manos escondidas dentro de su chaqueta azul. 

            —Hey.

            —Buenas tardes, señorita—. Dado que los honoríficos parecían disgustarle a la chica, decidió no decir nada más que aquel saludo. Manteniendo la línea de respeto trazada. 

            —Buscas a Satoru— dijo, ya no era más una pregunta como hace meses lo era. La chica sacó su encendedor y solo estaba jugando con este mismo. Su cigarrillo cayó al suelo, sus labios soltaron lenta y torturosamente aquel cigarrillo. 

               Por alguna razón, parecía que su misma pregunta la sumergió dentro de una odisea de pensamientos y cuestionamientos. Sus ojos claramente reflejaban todo y nada. 

              —Sí, así es. ¿Lo has visto el día de hoy?—. Él trató de encontrarlo, pues se le asignó un encargó a las 8 de la mañana y cada día, a esa hora, ellos solían recorrer cualquier lugar con una gran energía maldita. O simplemente era dejar que el tiempo se pierda dentro de la calma. 

               Escuchando las burlas del portador de los seis ojos, respondiendo cada una de sus interrogantes. 

            —Hoy será imposible. Ya sabes, por lo de Suguru. 

             —Lo siento, no tengo conocimiento en el tema.

            —Oh. Es un criminal ahora. 

              Aunque lo dijo de manera tan calmada, quizá las palabras que expresó, pesaron más de lo que jamás pudo entender. 

            —Ya veo—. Consolar a las personas nunca fue ni sería su mayor fuerte, y en este caso lo mejor era callar—. Lamento interrumpir entonces, gracias por tu ayuda, señorita. 

            —Oye... ¿Qué castigó es el más grave para un criminal?— aquella señorita de corta cabellera le preguntó, él sin voltearse escuchó y detuvo su paso—. ¿Cuál es el más grave?— Shoko indagó, dado que quizá, Akihiko podía responder sinceramente ante la máscara bajo la que se vivían los altos mandos diciendo que el castigo más alto solía ser ese, estaba segura, una muerte rápida si ellos lo encontraban y atrapaban no sería inmediata, creyó, sus crímenes serían juzgados y tomados en cuenta antes de su sentencia. 

          —Cada castigo va a depender de la gravedad del delito en cuestión. Respondiendo a tu segunda pregunta, el más grave de todos, es la pena de muerte bajo el método de la decapitación, señorita —respondió. Sinceramente aquel era el más alto pues, nadie era capaz de condenarlos a una pagar sus pecados más allá de la muerte. Claro que, él podía deducir que pensaba aquella chica enfrente suyo. Claramente, no estaba deseoso de serle sincero en cuanto a las formas que podían usar. Prefería dejarlo en eso.

          Akihiko volvió a la residencia que tenía cuando vivía con su tío. Tomó esa libertad aquel día pues, estaba seguro, su tío estaría necesitado de conversar con él. 

            Finalmente la noticia causó revuelo. Una única misión en manos de aquel chico de cabellos largos, negros como la tinta y de aura relajada provocó el vuelco de lo común
Geto Suguru, estudiante —ahora ex-estudiante— de la escuela de hechicería metropolitana de Tokio era considerado como un criminal. 

             Y los ojos estaban puestos sobre el portador de los seis ojos. Todos los ojos atentos a él, a sus movimientos y sus palabras. 



𖤛ᩴ◦sacrifice !


          Palabras crueles, reales. De su boca salieron. El enojó o la frustración, la incertidumbre o la traición que sentía. La ignorancia que lo consumía.
Sus palabras lo dijeron todo, directo y firme.

              —Te lo advertí, el portador de los seis ojos no puede abrir su corazón a nadie— aquel tío suyo tuvo razón esa vez, tan cerca de dios, tan cerca y débil ante el ángel caído.— Bueno, debías vivirlo para poder entender mis palabras y porqué lo dije. La amistad que sentías por él se debió a sus semejanzas. Supongo.

               La pena, la condolencia o la empatía sobraban y eran innecesarias. Carentes de un valor útil actualmente y eso jamás ayudaría a suprimir el peso que traía consigo la penumbra de un fatídico día. Oscurecido por las palabras dolientes, cargadas de confusión, bañadas en impotencia y un corazón ahogado en un tormento de enigmáticas emociones, una noticia que atacó con furor. 

            Sí, comprendió. Quizá, como todo en esa vida, debió hacer ese sacrificio y dar por sentado completamente su devoción a un solo dios.— Al final, has tenido la razón, tío. Seguiré el camino que se me otorgo fielmente, los tropiezos quedaron atrás, debían suceder—aseguró, pronunciando palabras que le costaron más que beber por primera vez el vino tan fuerte como rito inicial.

             No fue el lazo que los unía sin significado alguno, tampoco el apegó. Fue la confianza, la costumbre. El equipo. La nueva sensación que le cautivó. Y las palabras que él mismo expresó, desde el más incorruptible esencia. Ofreciendo así, su más valiosa carta, su más justa razón a un solo ser, que en el instante, hizo que un alma llena de incertidumbre y silenciada en una sofocante penuria, afligida en soledad.

            Aquella carta de su baraja que perdió. Que incluso en ese momento, no le afligió haber dado, ni haber recitado en ese día.
Akihiko era un crepúsculo opacado siempre por su sola existencia. Tan brillante y radiante. 

             Algo realmente critico, arraigado a esa idea debería poner sus pies en la tierra. Muy apenas convivía con él, y sin embargo, difería en alejarse como pidió.
Esto no quería decir que tiraría las palabras de Gojo Satoru, por otro lado, su moral se erguia mucho más alto que sus deseos egoístas y cumpliría lo que el portador de los seis ojos pedía.

          Una vez se retiraron, las horas pasaron, las manecillas del reloj retumbaban dentro de su cuarto y se sintió vacío. Extrañamente grande para ser tan conocida. De esquina a esquina, de pared a pared.
Y observó la silla, aquella silla que una vez, su equipo compró para él en la antepenúltima misión juntos. Fue apenas un par de semanas y se veía ahora mismo tan lejano, tan distorsionado, tan tenue e inalcanzable.

           —Akihito-sama.

          —¿Si?— atendió al llamado, acomodando su abrigo por un acto de costumbre de sus largos dedos habían adquirido después de que su padre irrumpiera sin tocar la habitación designada que él mismo le otorgó al llegar. Akihiko apretó sus labios de forma sutil. 

       —El líder solicita su presencia junto a Tengen-sama en el salón principal—. Avisó, inclinándose con respeto antes de salir de aquella habitación bañada en penumbra cual expresiones de dolor y tristeza, melancolía y aires de pena.

        Sus pasos eran pesados, sobre la madera tan pulcra y espléndidamente limpia se podía observar de manera muy fugaz su silueta, su rostro se deformó un poco pero sus ojos observaban el trabajo que había detrás de aquel reluciente brillar.

          —Tengen-sama, tío—. Sus ojos tan afilados clavados en él, sin elevar la mirada podía sentir cómo miraban tan fuerte que temía. Temía porque ellos, ellos eran de temer—. Escuché que me buscaban.

           —En efecto, es así—. Dijo, su tío se levantó y se acercó a él, apretando su hombro, resistente, su mano apretaba con vigor y esto comenzó a resentirse en él—. Pero antes siéntate.

           Su tío se sentó seguido de él; bebió de su copa y se quedó en silencio. Entonces, aunque no le constaba, supuso que Tengen era quién hablaría—. He hablado con tu tío y las misiones con el portador de los seis ojos han sido anuladas hasta que consideré que el riesgo de Luxemburgo ha aminorado. 
Los altercados que se han visto durante las últimas semanas en Luxemburgo han ido en aumento, consideramos que el criminal, Geto Suguru está involucrado pues los últimos rastros nos llevaron a está conclusión—. Aclaró, al predecir lo que aquel chico tan tonto podía decir al escucharlo.
Ingenuo del mundo, con tantos años en la tierra y con tanta falta de perspicacia y racionalidad. Aún era muy ingenuo para esto.

          —Por supuesto— dijo, aceptando, pues ese era el único camino disponible para él. 

          —¡Fabuloso!— celebró su tío—. El vuelo para Luxemburgo sale mañana por la mañana, es muy pronto, sin embargo, es de suma importancia que vayas tú, quién es el escudo de nuestro todo—vociferó, observando a Tengen. 

          —Quisiese hablar contigo. No obstante, dadas las circunstancias me es imposible en este momento y no es coherente. Por lo tanto, esperaré tu regreso con ansías, deseo que esto ayude a tu racionalidad y experiencia, a tu madurez, con tu forma de ver las personas con el inhumano mundo en el cuál estás parado bajo el mando de tu deber de vida, Akihito. 

          Aquellas palabras, pesaron. Dieron en un punto que era relativamente bajo pues aún sentía que, debido a eso, no pudo comprender a su compañero.
Como cambió porque alguien lo hizo fue desconocido, nuevo. Abrumador.

          Sí. Él, seguía con la ingenuidad y la ignorancia de todo. Aunque, era una sensación de impotencia, de ignorancia que pudo no ser, de lo que pensó que era y la ambición que tuvo. 
Akihiko vivió cortamente la desilusión. 

           Lo que semanas atrás se hicieron amenas, sin el previo aviso de un día más, o constante trabajo, aquello que paso a ser algo tan rutinario sin ser agotador ni tediosamente cansado, ahora se desvanecía con el pasado, contrastando el presente y dejando solamente el rastro de lo que quedaba, lo rezagado de un fue.

             Al final, esto era lo que conllevaba ser lo que era, ¿no era eso así?. El creo su propio cieno de miseria aquel día que lo recitó bajo su propia voz y que aquel portador de los seis ojos escuchó.  

            Dónde su alma imploró, desnuda bajo aquel día nublado, sin el sol como un adorno, ni la luna como testigo. Solo, la inexistente nada.

             Un suspiro de perdida fue lo último que selló su lamento; el vuelo que duraba horas hizo de sus pensamientos algo fútil. Algo que dejaba atrás, en Tokio. En Japón. En dónde al menos, consiguió volver a sentir las palabras que ahora, prevalecían con vigor. 

             La costumbre. Que lo mató. La ingenuidad. Que lo hundió. Los sentimientos. Que lo hicieron padecer. Y él. Que lo hizo pecar. Mentir y solapar cada travesura que hiciese.

           Porque aquel primer, que si confesó. Y que sus palabras fueron suavizadas. Tenues. O quizá, la segunda misión en conjunto. Dónde, quizá, la misma mirada de aquel portador arrugó con furia su corazón. Conocedor de ella, sus labios se apretaron, una fina línea y callaron.
Tal vez la tercera. Cuando decidió que quizá, bajar la guardia un poco, un porcentaje tan bajo era algo bueno. O la cuarta, en dónde pronto comprendió al portador de los seis ojos, o quiso creer que lo hacía. Aquella donde detrás de cada mirada que le daba, veía las razones de sus acciones, aún siendo con poca moral. La quinta, donde a pesar de las palabras de su tío al percatarse de su guardia baja, sin siquiera preverlo, se acostumbró. La sexta, donde la costumbre lo exterminó. La ingenuidad que lo ahogó y que apenas lo notó. La séptima, cuando él se rindió. La octava, donde permitió. La novena, cuando confió. La décima, cuando no entendió qué era, ni de qué se trataba. Donde se aturdió, y aún así eso nada significó. Y prosiguió.

            La onceava, donde él mintió. Y donde acabó por erradicarse. Cargando con la culpa de aquel fatádico suceso sin arrepentimiento. Dónde entonces, comprendió que ese día, cuando no lo vocifero, cumplió su palabra. Le entregó a alguien ajeno a él su eterna fe. Su vida que fue dada, que él mismo aceptó dar, no pudo entregarla.  Y sin embargo, aquella fe que con él, fue olvidada. Que su dios, se desvanecía, y que aquel joven de centelleantes orbes, fue quién se robó su veneración y ahora tonta e ingenuamente, honró con cada pizca de se melancólica alma.

              Y él, por supuesto que recibió los castigos apropiados y una vez su cuerpo acabo por recuperarse fructuosamente, volvió.

           Oh, quizá el rumbo fuese diferente. 

           Pero no fue. Ni será. 

            Ahora era, un olvido del pasado. Y sería una sombra del presente.


𖤛ᩴ◦ first part completed

@ honnylesssacrifice 2023


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