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⠀⠀⠀oi. the horizon breeze

CHAPTER ONE
THE HORIZON BREEZE!











                   Los años transcurridos para la sociedad pasaron como viento en popa. Los cambios de vestimenta, el avance tecnológico que ahora, ya muchos podían hacer uso de ella de una manera más rápida que antes. Recordó y sonrió. Viejas cosas de antaño ahora inservibles que en su tiempo fueron lo más invaluable.
Y al final de todo, él apreciaba que en aquella instalación se perseverase el gran espacio libre, le daban esa frescura y anhelo. 
Leer sobre distintos hechos históricos que resultaban incongruentes no le servía de mucho, recordaba casi cada detalle y con certeza decía que el contenido de algunos de esos textos eran falsos.

                  No podía culparlos después de todo no estuvieron ahí.

                  —Akihito-san— un llamado suave, aquella doncella era su acompañante, la reunión de su tío con altos cargos dentro de el mundo de hechicería debía ser privada, incluso él no podía estar presente.— El señor solicita su presencia en la sala de reunión. 

              No se hizo del rogar, se encaminó hasta esa habitación. La doncella caminó silenciosa, manteniendo la cabeza gacha. Los murmullos de los presentes se hizo escuchar, no fueron claros, sin embargo, supo que aquello no se debía a algo tan vano. Tenía relevancia, sus voces lo hacían saber, con un tono alto de voz, sus respiración irregulares al hacer ese esfuerzo de hacerse escuchar, queriendo ganar. Tener la última palabra.

         —Ha llegado, mis señores— la doncella anunció su llegada previamente tocando dos veces la puerta abierta.— Con su permiso— una inclinación para posteriormente marcharse, dejándolo ahí dentro. Los ojos se clavaron en él, como una novedad, como un enemigo siendo únicamente un par de ojos llenos de gloria. Le intrigó saber el por qué detrás de esa mirada. 

        —Hijo de Leonel Hirano, siéntate a mí lado— una voz que no era agresiva, tampoco ápice de esconder hostilidad, únicamente hablaba. Señaló un asiento libre, su apariencia era diferente a la de los demás, no parecía algo común.

      —Tengen-sama, es una barbarie. Es joven para asumir el cargo— irrumpió, preocupación, temor, desesperación por la decisión. Era ajeno a ello. No tenía un fin claro, sin embargo, era bien sabido que había obtenido los ojos de alguien lo suficientemente importante para ver a su tío de tal manera.— No puede. 

              —Considero que no será algo que nosotros, los presentes aquí, ajenos a él podamos decir si puede o no hacerlo— algo corto pero significativo. Su discusión se detuvo, guardaron silencio, fundidos bajo la vergüenza de haber tomado acción antes de tiempo, de haber sido avergonzados.— Hirano Akihito— su nombre saliendo de su prójimo capturó su atención, desviando sus ojos de los presentes.— Tus habilidades han sido elogiadas, tu fé alabada, tu disciplina admirada. Entonces me atrevo a preguntar, ¿sientes ser apto para ser protector de quién resguarda a la humanidad?— su pregunta fue amable, tal vez, alguien más hubiese dicho suficientemente capaz, dudando de él, lo hacía, pero fue afable.— Porque deseo que seas tú quién sea mi guardián.

        Pudo comprender la reacción de algunos involucrados y la complacencia de su tío.— Señor, si ese es un deseo suyo, me haré cargo de ser más que suficiente para protegerlo. Lo que quiero decir, soy capaz.

            —Muy bien— aplaudió complacido. Una seña fue suficiente para sacarlos a todos y retenerlo a él en aquella sala. — Sin embargo, eres aún joven, no deseo hacer que tus estudios se detengan, prefiero aprendas otra visión de las cosas con los demás alumnos— se levantó, acomodó su vestimenta para proceder a dirigirse hacía la salida.— Espero algo fructífero. 

          Una leve inclinación, no necesitaba decir nada más.

          Su tío por supuesto no se hizo esperar, espero por él fuera de la sala, recargado sobre el barandal negro.— Congratulaciones, has logrado algo así de valioso, Akihito— se irguió orgulloso, como si aquello fuese como un logro propio. 

       Sus labios se entreabrieron, queriendo expresar sus pensamiento. No lo hizo. Se detuvo y guardo aquellas palabras para sí mismo. En cambio, sonrió.— Era ese mi objetivo, tío.

        —Has crecido—. No lo dijo por su altura prominente, tampoco por su vestir, menos por su rostro más maduro, lo dijo por sus palabras. Palabras que a él, no le molestaban, unas que para oídos de muchos, eran egocéntricas, arrogantes, llenas de aires de grandeza.— Vamos, pronto será hora de la cena, has ganado eso.

       El honor y dicha de cenar en la mesa principal, sin estar encerrado en su habitación. No era como si pudiese negarse.— Por supuesto— por fin se deshizo de aquel saco grisáceo, en un día tan caluroso, le hacía sentirse abochornado. Veía fastidioso el calor que su cuerpo sentía, ardiendo por completo en su cuerpo. Su camisa blanca se pegó a su cuerpo, y la transparencia de está misma —pese a no ser tanta— dejó ver sus tatuajes por su brazo derecho, cruces dibujadas en está parte de su cuerpo.

      Su fé, tal vez. Su devoción, quizá. Su anhelo de respuestas, probablemente. 

      —Jamás podré comprender la estupidez de tatuarte cruces en ese brazo tuyo— resopló, no fue hostil, tampoco juzgó como solía hacerlo. Solo habló con un poco de duda, desprecio sutil y sabía la razón de este mismo desprecio; su heredero, aquel hermano suyo que perdió, que él mismo crío con tanta paciencia y devoción.—Lo peor que alguien puede hacer, es estar tan cerca de dios. 

       Su atención se dirigió totalmente a él, mirándolo de manera fija. Caminando detrás suyo mientras hablaba.— ¿Sabes por qué?— no dejó que respondiese pues inmediatamente prosiguió.— Cuánto más cerca estés de dios, más cercas estás de el ángel caído. Ya debes tener una idea de a quién me refiero. 

       —Tomaré ese riesgo, tío— una risa de burla fue rápidamente escuchada.— Porque tengo apostado todo en esa fé mía. Si pierdo, perderé.

       —Mi hermano mencionó eso. Presenciaste que sucedió—. Su nombre se le otorgó por algo, incluso sabiendo eso, decidió que sus palabras no tendrían gran impacto en él. Esto pues no creía en ello. Maeko. Un nombre que sin duda, no iba con él todo el tiempo, las mentiras de vez en cuando relucían, él era como la marea, llegada la puesta de luna, subía, dejándose ver, el sol nacía con la brisa del sol yaciente en el horizonte, ocultando esa parte de él, reluciendo aquella personalidad que muchos ya conocían y aborrecían. 

      —Lo sé. También escuché las palabras que pronunció— dijo caminando a su par. No es cómo si fuesen cercanos para cenar cada noche juntos, tampoco tan ajenos para no preocuparse por cosas relativamente importantes sobre el otro. El único lazo que los unía era aquel benefactor suyo. O bien, su padre.

      —Después de la cena iré a la iglesia— avisó sin dirigirle la mirada.— Volveré temprano.

      —Diga lo que diga, vas a ir.

       No sé dirigieron la palabra durante el resto del trayecto, al contrario, cada uno iba sumergido en sus propios pensamientos, tenores, preocupaciones o pendientes.

      Al contrario de otros días, la cena fue silenciosa. Entre ellos dos. Ambos lo agradecían. No discutían, pero el silencio formado por ellos dado que solo entablaban una conversación cuando surgía o era necesario hacía de la compañera algo ameno.

     La iglesia era considerada el lugar más sagrado. Eso decían. Él por otro lado, no negaba eso, pero consideraba que dependía de la persona; puede ser un lugar que tú ocupes para ello, sería sagrado por ese mero hecho.
Relamió sus labios al entrar en la iglesia que anteriormente fue nombrada. Llena de telarañas, repleta de maldiciones.

      La neblina negra cubría todo, sentimientos negativos. No era de extrañar.

     Se colocó de rodillas sobre el desgastado cojín colocados justo debajo de aquella banca. Junto sus manos, cerró sus ojos y de sus labios salían pequeñas palabras, inaudibles.

      —Otro chiflado aquí. Las personas tiene algo con venir a hacer sus ritos malvados aquí— una voz, irritante, molesta estaba profanando su oración. Quiso ignorarla, quiso dejarlo pasar. No pudo.

      Se persino debidamente antes de levantarse. Disculpándose por la imprudencia que hizo a su oración ser irrumpida. Sin voltear aún se acercó a aquella estatua. Una de tan pocas en Japón.

      —Hey, tú. El que está de rodillas— se dirigían a él. Al único ahí aparte de él. Presto más atención y se percató de dos presencias más. Las tres personas eran hechiceros.

      —Salga de aquí lo antes posible.

           ¿Debería ignorarlos? ¿Debería responder? Solo suspiró.— Agradezco su preocupación— y de reojo observó a la maldición, escondida en una de las bancas de esa iglesia. Decidió que no tenía nada más que hacer ahí, y no podía.

            —Las ve.

      Se quedó en silencio, recogió sus cosas y sin más, se marchó. Un movimiento con su cabeza fue lo último que dio antes de darse vuelta sin mirar atrás. Excepto por algo que llamo su atención. Ojos azules. Ojos azules, en algún lado había visto millones de ojos azules, tonalidades más claras u obscuras, jamás dos personas con ese color de ojos. 
Jamás se quiso mover de la ignorancia en donde se encontraba acerca de los seis ojos, estaba seguro, era su portador. Era el buda para los hechiceros, era su dios. 

      —Un raro más, un raro menos. Me recuerda a ti, Gojo.

      —¡¿Huh?!— exageradamente se giró para ver a la chica. Fastidiado con un ligero toque de indignación resopló.— Ni de cerca iría a una iglesia— dijo en su defensa, sus manos fueron colocadas en su cadera ante su inconformidad. 

      —Ya sé que no, apenas asistes a clases. Dije que me recuerda a ti por raro, no por la iglesia, tonto.

      —Ya, ya. No hemos venido aquí para hablar de eso, vinimos por eso de allá— observó las maldiciones escondidas, una cercana y las demás alejadas.— Me encargaré de las de allá— con su objetivo en la mira se dispuso a caminar hasta llegar a el.

      —Pueden empezar, yo esperaré aquí— Shoko se sentó en una banca en la que anteriormente estaba aquel chico, prendió un cigarrillo nuevo para hacer ameno el tiempo ahí.

       —Muy bien, haré mi parte— sonrisa divertida, arrogante. Confiado de sí mismo. Nunca. era malo, por supuesto que no. El problema fue la cortina. El problema fue el desastre. 

      —Akihito-sama— su doncella se espantó al ver como detrás de el sobrino del líder estallaba en pedazos. Aquella capilla quedo hecha ruinas definitivamente, se hizo nada. Personas en un radio de 400 metros pudo verlo, ver caer aquella iglesia.— Oh dios mío. 

      Está vez saldría en los periódicos, revistas, noticias y radio locales dicho acontecimiento. Iglesia abandonada se hizo pedazos estrepitosamente de un segundo a otro. 
Entro al auto, y una vez dentro observó el desastre causado. No podía ver mucho más allá que lo que su vista le permitía, que para alguien sin energía maldita, debía observar con un mínimo de 5 de graduación sin tener ningún problema de vista.— Vámonos ya.

      —Sucedió algo gracioso hoy— un animal pequeño, mediano a lo mejor, pero para él, seguía siendo su pequeño cachorro.— El destino me dio un cachetada por mis palabras.

      Era obvio. El mundo de hechicería estuvo eufórico con su nacimiento, él no se enteró de eso sino hasta mucho después.— No tiene importancia de todos modos. Lo que me apena, destruyó esa estatua, tallada pulcramente. 

      Aunque, dudaba de si se había llevado a lo que tenía consigo en la explosión. Esperaba que aquella as bajo su manga en ese momento hubiese funcionado. 



𖤛ᩴ◦       —     sacrifice !



       Se alegró. La estatua seguía intacta, al menos la parte que él consideraba más importante. Se persino ante lo que quedaba de ella, disculpándose por no poder cuidarla.— Al menos pude salvar esto—. La antigüedad era algo que pocos sabían, que pocos recordaban claramente. Y los secretos en la misma podían irse perdiendo, olvidarse, morir con quiénes lo sabían. Al menos, vivió suficiente para saberlo.

      —¿Consiguió lo que buscaba, mi señor?

      —Sí— sonrió satisfecho. El desastre en aquel sitio era bastante notorio. Observó de reojo, quizá sería algo para hacerlo notar.— Limpien esto y no dejes que nadie sepa de este incidente— ordenó antes de entrar al auto recibiendo una afirmación, tomando su orden. 

       Una posesión preciada, su nuevo as bajo la manga Sería algo que consideraba, le encantaría a su padre.— Mi señor, hemos hecho lo que ordeno— sus ojeras se dejaban ver, era de madrugada aún así que el cansancio permanecía. 

      —Muy bien, descansen. Eso es todo por hoy.

         Anhelaba ver su nueva adquisición, si seguía intacta por supuesto. 


2023  —  jujutsu kaisen @honnyless

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