⋅ ── ꒰ 01 ꒱ ── ⋅
En la serena intimidad de su cocina, Jungkook se sumergía en el mágico despertar de Seúl.
La aurora, como un pincel dorado, pintaba el cielo entre los rascacielos, derramando su luz sobre las calles en destellos de oro y ámbar que danzaban con gracia sobre el asfalto.
La ciudad, aún en el limbo del amanecer, se estiraba perezosamente, y el sonido lejano del mercado de frutas cercano se elevaba como la promesa de un día repleto de energía y color. Jungkook, con la certeza de un artista en busca de su musa, sabía que entre aquel caos ordenado hallaría la chispa que encendería su creatividad para concebir una obra maestra de la repostería... y, si el destino lo permitía, también compartiría un instante con aquel muchacho cuyos ojos reflejaban la intensidad y el calor de su fruta favorita.
Cada latido de su corazón marcaba el compás de una melodía secreta. Cerró suavemente la puerta de su apartamento y, al mirar su reloj que marcaba las ocho de la mañana, se dejó llevar por las calles que, poco a poco, despertaban al nuevo día.
Sus pasos lo guiaron con seguridad hacia el mercado, un cosmos de colores y fragancias donde cada puesto, cada comerciante, competía por la atención de los primeros visitantes. Pero para el pelinegro, solo había un destino: aquel rincón adornado con canastas de mimbre que desbordaban de mangos maduros y otras frutas exuberantes.
Allí lo esperaba un precioso rubio, Jimin, el dueño de la frutería, cuyo delantal casi siempre llevaba las marcas orgullosas del trabajo diario y una sonrisa que desarmaba con su frescura matutina.
—¡Buenos días, Jungkook! —aquella voz clara y llena de alegría emergió por encima del murmullo de la muchedumbre, como una nota limpia que hallaba su camino directo al corazón de del pelinegro. —Andamos madrugadores, ¿eh? —bromeó, soltando una risa ligera. —¿Qué te trae por mi humilde puesto a estas horas?
—Pues... He venido en busca de inspiración... y, por supuesto, de mangos —replicó, con una sonrisa que, aunque contenida, no lograba esconder el brillo de una expectativa casi infantil en su mirada. —Y parece que he hallado ambas cosas justo aquí, en este rincón repleto de... encanto.
La carcajada de Jimin brotó con naturalidad, un sonido tan dulce y acogedor como el perfume de los mangos que lo rodeaban.
—Entonces, cuéntame, ¿Qué variedad de mango seducirá hoy tu paladar? ¿El Ataúlfo, con su textura aterciopelada y sabor que rememora néctares divinos? ¿O quizás el Kent, con su jugosidad que augura un banquete para los sentidos?
Jungkook observó los mangos, cada uno exhibido como una gema preciosa, su mente de chef evaluando las posibilidades. Aunque su atención se desviaba constantemente hacia Jimin, como si en su presencia encontrara la verdadera inspiración que anhelaba.
—Hoy deseo un mango que sea dulce, pero con una esencia que lo distinga, algo tan memorable como... —se detuvo, seleccionando sus palabras con esmero— ...como un encuentro casual que se eterniza en la memoria, convirtiéndose en un recuerdo perdurable.
—Mmm... Para eso, el Honey es tu elección —el rubio escogió con esmero un mango de entre los demás, su piel brillante como si custodiara el secreto de un sabor excepcional, y lo ofreció a Jungkook. —Es dulce, con un matiz sorprendente que, estoy seguro, capturará tu imaginación.
Al recibir el mango, el pelinegro acarició su textura suave, y un pensamiento atrevido se abrió paso en su mente. ¿Sería este el día en que finalmente le revelaría a Jimin que, más allá de los mangos, era él el sabor que deseaba descubrir con todos sus sentidos?
Un sabor que, sospechaba, sería tan embriagador y único como el de la fruta que ahora sostenía en sus manos.
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