Capítulo 6
RECUERDOS DE KIARA
Un año después regresé al lago.
Yo no quería pero mi padre necesitaba ponerse las pilas y solucionar unos problemas antes de comenzar su nueva carrera como entrenador. Con ello, Killi y yo, acabamos bajo el abrigo del tío Víctor.
Guardé la esperanza de que ese verano Darío no se dejara caer por allí, pero mi esperanza se fue al traste al enterarme de que la mayor de las hermanas Vallantines acababa de dar a la luz a un niño y su único hermano, con un permiso de quince días, las visitaría.
Aunque lo evité encerrándome en el bungalow todo lo que pude, fingiendo todos los males que se me venían a la cabeza para no salir al restaurante del recinto, o cualquier fiesta que se organizaba, finalmente tropecé con Darío en el mismo lugar donde nos conocimos, solo que ese verano ya no fui ni su amiga, ni una conocida. Ni nada.
Me convertí en el fantasma que él mismo deseaba.
Un paseo, un simple paseo que no provocara ningún daño ni alteración me enviaron directamente a su bungalow, no a él, más bien al camino de enfrente. Me detuve al darme cuenta de donde me habían llevado mis pasos. Inconscientemente mi cuerpo en movimientos se dirigió al lugar que más añoraba del complejo.
Suspiré y me dije que podía hacerlo. Agaché la cabeza fijando los ojos en las piedras del suelo y caminé.
Escuché el sonido de una puerta abrirse, unos pasos sobre la madera y la respiración se me aceleró. Me sentí observada, la cabeza me quemaba por esos ojos fijos. Por el rabillo del ojo busqué hasta topare con él; más grande, más salvaje y más mayor. Se apoyaba en uno de los pilares de madera que rodeaban el bungalow, completamente quieto con los brazos cruzados.
Bajé de nuevo la mirada, luchando con todo mí ser en no mirarlo directamente y enfrentarme al ocaso que eso me produciría.
No existe. No existe. No existe...
–Adiós, Kiara.
Me tensé y sentí ese cosquilleo por la espina dorsal cada vez que escuchaba el tono de su voz. No me detuve ni le dirigí la palabra. Aceleré mi pasó y terminé corriendo hasta llegar al bungalow.
Esa no fue la única vez que lo vi, hubo más y más tensas, y peores que me mostraron lo mucho que había cambiado. Su sonrisa era más fría, su mirada más dura y su rostro mucho más violento. Cada una de sus facciones se intensificaba mostrando a un hombre castigado. El niño que conocí ya no existía. Sin embargo, mi amor por él continuaba tan igual o más fuerte que antes.
Qué triste, un mundo lleno de felicidad, de personas buenas y mi única felicidad era la persona que me estaba destrozando la vida.
La práctica me llevó a la perfección y finalmente conseguí que tanto mi cabeza como mi cuerpo lo hicieran desaparecer.
Cuando pasaba por su lado se veía a una chica fuerte, con agallas y feliz. Eso es lo que Darío quería, lo que él mismo me pidió. No obstante, no parecía muy contento por mi obediencia a su favor.
Él se mostraba más furioso que nunca. Me dedicaba miradas heladas que conseguían ponerme los pelos de punta o, se tropezaba conmigo, sin contemplaciones, en situaciones de lo más incomprensibles. Parecía odiarme y me lanzaba toda esa hostilidad en empujones intencionados o bufidos de consternación. Pero lo peor eran esas miradas que me enterraban bajo tierra. Su azul centelleaba con tanta fuerza que dominaba mi parte vulnerable y conseguía que mis noches se volvieran pesadillas arrancadas del mismísimo infierno.
No pasó ni una semana cuando lo sentí acercarse a mi espalda. Nos encontrábamos en el recinto del restaurante.
A Killi le apetecían gofres así que esa mañana le acompañé a la buffet. Cogía una tostada para mí de la mesa larga preparada en una esquina del salón cuando noté un cálido aliento contra mi oreja.
Supe que era él desde el primer momento. Lo detectaba, un efecto sin explicación que alteraban todos mis nervios y mandaban chispazos a mi cerebro avisándome del peligro que me acechaba.
Apoyó una mano en mi espalda y de reojo me topé con sus labios. Darío estiró su brazo para robar la última porción de pan que quedaba mientras se restregaba contra el lateral de mi cuerpo. Se me cortó la respiración y temí que escuchara el descontrolado latido de mi corazón.
–Exhibirse en los autobuses es de guarras –murmuró con malicia, luego me dio una palmadita en la espalda y se retiró, no sin antes añadir en tono amenazador–; Tu padre debería de haberte metido una paliza. Yo estaría encantado de dártela.
Esa fue la primera vez que lo miré directamente a los ojos. Desprecio absoluto, repugnancia y odio. Bajé la vista para que no viera la lágrima que estaba a punto de caer por mi mejilla y salí corriendo.
Era una adolescente, mi visión de la moralidad era complétateme diferente a la suya. ¿Guarra? ¿De verdad tenía que ser tan cruel?
Bastante me había culpado y castigado mi padre para soportar que él, despreciara y arruinara un proyecto que adoraba...
Darío... eres un...un...un...
Tres días después sin salir del bungalow y harta de llorar, me escapé por la ventana y decidí dar un paseo.
Los rítmicos golpes de mis pies al caminar, que subían por mi columna vertebral me indicaron que había pasado del paseo a un running lento, al menos fue una agradable distracción para no pensar en Darío.
Una noche despejada, miles de estrellas aparecían como farolillos en el cielo y las ramas se movían al ritmo de un leve soplo de aire frío. Aquel era la señal del final del verano, una vez más terminaba todo, e igual de similar que hacía un año.
El recuerdo vibró a través de mi interior y mi ritmo aumentó en una descarga de rabia que me llenó de adrenalina. Deseché un pensamiento confuso y furioso en torno a Darío. No necesitaba que también él corriera conmigo, que me acompañara diciendo en mi mente; no, no y no.
Apreté los dientes y bajé el ritmo antes de que mi corazón decidiera tomarse unas vacaciones.
No era justo, mis sueños, mis pensamientos y mi vida, estaba en todas partes.
Aceleré de nuevo, tratando de sincronizar mi exhalación con las zancadas. El camino se abrió a una explanada llena de vida; gente, música, color, luces y risas.
Una fiesta, ¿Cuál tocaba?
Puede que en honor a un Castor o un Hámster, o simplemente alguna comida que se asemejaba a uno de esos nombres. No tenía ni idea. No salía como una jovencita normal, me quedaba en casa como una vieja amargada, por lo tanto no tenía ni idea del horario festivo de este año en el complejo. Tampoco me importaba mucho.
Para, pensé al alcanzar el principio de la línea de bombillas de colores que rodeaban la zona festiva. Jadeante, eché un rápido vistazo a mi alrededor y por desgracia recordé una preciosa fiesta con él, en ese mismo lugar, hace unos años y cuando las cosas entre nosotros estaban bien, bueno, dentro de una amistad y no de un amor incondicional.
Solo bailamos una canción que tampoco fue finalizada, pero fue como un sueño. Olía igual, la iluminación era la misma, y en conjunto, con la gente, la juerga y el entorno, nada había cambiado. E incluso, me pareció ver la moto de Darío apoyada en una de las vallas de madera que rodeaban el fondo sur.
Comencé a sentir frío y me estremecí. Me sentía estúpida, más niña que nunca. Mientras repasaba los acontecimientos y el sosegado y penoso estado de mi alma, me di cuenta de que mientras yo misma me destruía y me encerraba en una habitación, él disfrutaba de la vida.
¿Por qué no había ido a ninguna fiesta?
Por no tropezarte con él.
¿Por qué no había disfrutado de la compañía de mis amigas?
Por no tropezarte con él.
¿Por qué insistía en amargarme el verano yo misma en vez de disfrutarlo?
Por no tropezarte con él.
Cometiendo una estupidez, y convirtiendo a mis músculos en engranajes, avancé hasta quedar completamente iluminada por una de las bombillas. Me encontraba rodeada de gente, de ambiente y aunque sentí el nervio en el estómago de apremiante diversión, vacilé dejando un pie en el aire.
¿Qué hacía aquí?
Me di la vuelta dispuesta a volver por donde acababa de venir cuando me tropecé con un cuerpo. Matilda sonrió y sus ojos se iluminaron.
–Por fin –exclamó levantando los brazos en el aire–, estaba muy preocupada por ti. No salías de casa.
Me encogí de hombros restándole importancia. Lo que realmente me apetecía era darle un abrazo y pedirle perdón por no ser tan buena amiga.
–Un virus estomacal –inventé –, me ha fastidiado las vacaciones.
–Pero ahora estás aquí –añadió y me atrapó del brazo para que no me escapara–, vamos a divertimos. No sabes cuánto te he echado de menos.
Yo también, pensé. Sin embargo y con suavidad intenté detenerla.
–No debería quedarme...
–Solo un ratito –insistió mi amiga.
Dudé durante unos segundos, pero finalmente el tirón de su mano ganó y me dejé llevar hasta la barra.
Recordaba mejores tiempos del complejo, no es que escasera la gente, pero hacía dos o tres años, no te podías menear de un lugar a otro sin pedir mil veces perdón o hacer cola sencillamente para tomar un asiento en la barra. Ahora no solo había un taburete vacio, los dos de lado estaban tan solitarios como el mismo donde me senté.
Matilda llamó al camarero y pidió dos colas, el chico, a quien reconocía como uno de los camareros del horario de tarde del restaurante, se puso a charlar con ella. Un poco abandonada dirigí mi atención hacia la pista de baile, tras ver otro recuerdo, retiré mis ojos rápidamente y me dispuse a barrer con la mirada todo el lugar. Examiné a la gente, mucha la conocía, otros me sonaban de vista y al resto no lo había visto nunca.
Mi atención fue inmediatamente atraída por un foco al otro lado de la barra-isla en la que estaba. Torcí el gesto. Parpadeaba con un denso fulgor gris que saltaba sobre mis pupilas. Todo funcionaba a las mil maravillas, y por pura casualidad uno de los doce focos que iluminaban y que me enfocaba en toda la cara, parpadeaba.
Cerré los ojos y los abrí. Mal, ahora también parpadeaba yo.
Contuve un sobresalto cuando advertí a un joven justo al lado del foco funesto, que me estaba observando. Llevaba camisa, pero conservaba un aire de naturalidad en él. No era de actitud recatada, ni loca como la mayoría que me rodeaba, era sencillo, guapo y me sonaba muchísimo.
Lo conozco, me dije. Y puede que sí. Sentí una descarga de incomodidad, ya que si me estaba examinando con la misma curiosidad, significaba que él también se acababa de dar cuenta de que me conocía.
Tras reclinarse con el mentón apoyado sobre las puntas de sus dedos, enroscadas en su mano, fijó su mirada en la mía desde el otro lado, evaluándome. Puede que sacando sus propias conclusiones y cuadrando donde me había visto. Me pareció descarado, pero gracioso así que, lo imité. Apoyé los codos en la barra y ladeé mi cabeza para escudriñar su rostro.
Ojos castaños, pelo rubio, tez morena, tipo surfista. Alto y...
Sonrió y me quedé sin respiración al saber cómo esa preciosa sonrisa me gritaba quien era; Olaf. Muy cambiado, muy guapo aunque, en un momento esa barba de días me había desorientado un poco, pero su sonrisa era inimitable.
Sonreí y mientras yo levantaba una mano a forma de saludo, Olaf gesticuló la palabra y terminó sonriendo. Luego asintió con su cabeza de una forma especulativa que imitaba a la conversación.
¿Por qué no?
Matilda continuaba tonteando con el camarero mientras se rizaba una greña coqueta delante de él y yo, no tenía a mi lado a nadie con quien hablar. Me levanté del taburete de un salto decidida aceptar la invitación de Olaf, y entonces, me tropecé con el segundo cuerpo de la noche.
Mi segundo obstáculo, pero este me cortó el aire y borró automáticamente mi sonrisa de los labios.
–Kiara –saludó con sequedad.
Paralizada me mantuve callada, mirándole directamente a los ojos. Sus pupilas se dilataron y las fosas nasales se ampliaron tras coger aire. Darío esperó unos segundos mi saludo. No dije nada.
–Espero que no sea alcohol.
Le eché un rápido vistazo a mi copa completamente llena y negué con la cabeza. Él asintió satisfecho pero sin mostrar nada en un rostro completamente serio. Pasó el tiempo y no se movía, es más, me pareció que se acercaba mucho más.
¿Qué quería ahora?
Cansada de aguantar la patética situación miré hacia Olaf. Continuaba mirando, pero con una expresión diferente. De pronto se tensó, no me miraba a mí. Me volví y me topé con el perfil de Darío, quien miraba con gran intensidad a Olaf. Algo en su rostro se ensombreció y cuando fijó de nuevo su vista en mí, estaba completamente rabioso.
Tensa y nerviosa, di un paso hacia atrás.
–Ni se te ocurra –amenazó y fruncí el ceño sin comprender–. Quieres estar con él, ¿verdad?
No contesté, di otro paso.
Darío bajó la mirada hacia mis pies; estaba claro que no le impresionaba. Luego la alzó y me lanzó una mirada cargada de exasperación. Apreté los puños dispuesta a largarme cuando él, con violencia me atrapó del codo y me sacó de allí a rastras.
Me quejé, lo insulté y en todo momento traté de quitarme esa presa de mi brazo.
Me soltó de malas maneras cuando ni la luz, ni el jaleo, ni la gente nos rodeaba, es más, todos se veía como un fondo en el horizonte. Darío se acercó a mí y retrocedí hasta toparme con un árbol.
Sin salida, pensé al mismo tiempo que él me acorralaba con su enorme cuerpo.
Por favor, ¿cuánto había crecido? ¿Un metro más?
No me había dado cuenta hasta ahora, pero el cambio en él era sumamente sorprendente. Continuaba con su aire de "no me importa nada lo que piensas" grabado como su marca personal, pero sus músculos más anchos, más definidos y más grandes provocaban temblores en mis dedos. Alto, sexi y mucho más impactante.
De normal mi cabeza chocaba contra su torso, ahora le llegaba por debajo. Sin embargo, a él no le importó agacharse un poco para tenerme más a su altura.
De pronto, Darío me tiró su aliento a la cara. Di un respingo y me puse completamente recta.
– ¿No piensas dirigirme la palabra?
Una bocanada de aire me advirtió que había bebido.
–No –escupí.
Darío lanzó el puño con fuerza y golpeó la madera cerca de mi cabeza. Me asustó y solté un grito. Tambaleándose se retiró y soltó una carcajada falta de sentimientos.
–Eres una desagradecida –dictó y negó con la cabeza–. Lo hice por ti.
¿Qué?
Me envaré.
–Yo no te pedí que te fueras.
Comenzó a pasarse las manos por el pelo con nervio. Ese gesto me recordó tanto a cuando era niño que mi enfado se relajó por un momento.
Todos mis sentimientos regresaron al pasado, con él.
–Desaparecer era lo mejor para los dos...
–Ni siquiera te despediste –interrumpí y comencé a notar que la voz me fallaba.
–No lo hubiera soportado.
Se me encogió el corazón.
–Y preferiste marcharte a escondidas.
Sus ojos se llenaron de sentimientos, una mezcla que me encogió el corazón.
–Ha sido lo más duro que he hecho en mi vida.
Tragué saliva y di unos pasos más. Dispuesta a todo por no volver a perderlo.
– ¿Por qué te fuiste así?–pregunté, logrando sonar tranquila.
Dejó caer los brazos y noté como se derrumbaba poco a poco.
–Era lo mejor. Necesitaba alejarme de...
Él se interrumpió bruscamente. Pero conseguí alcanzar a oír una nota de algo parecido a la furia, la angustia o la desesperación, enterrando en lo más profundo de su voz.
Mi corazón comenzó a latir fuerte al darme cuenta de que Darío se ablandaba y yo no podía permitir perder esta oportunidad.
–Alejarte, ¿de qué? –insistí.
Sus ojos me miraron con tanta fuerza que creí leer en ellos su respuesta en mí.
–Unos días antes de irme perdí el control con mi madre por defender al cabrón de su marido, ese hijo de puta que nunca quiso ser mi padre –apretó los puños–, nunca pensé que pasaría. Me costó mucho recuperar el control y entonces...–miró hacia el horizonte, la música cambió de tono y ahora una balada reverberaba por todas partes–, te vi dormir a mi lado y supe que volvería a cometer el mismo error, que ocurriría una situación similar donde tú terminarías odiándome –me miró de nuevo y detecté todo el dolor que guardaba–. No quería perder el control contigo, no quería verme preso en un encuentro en el que no puedo dominar la situación y tú... –dudó–... Continuabas con lo mismo –negó con la cabeza–. No fue una elección, fue un deber. Podía perder mucha más quedándome.
–Aun así decidiste perder mi... –me interrumpí. Darío fijó sus ojos en los mío y añadí rápidamente–; mi amistad.
–No –contestó con énfasis–. Se me presentó la oportunidad y opté por esta vida por qué por primera vez, puedo controlar lo que tengo y esa razón no me hace sentir tan animal...
–No lo eres –interrumpí.
No parpadeó.
–Crees conocerme, Kiara, pero en verdad, no me conoces en absoluto. No te imaginas la clase de monstruo que soy.
Di un paso hacia delante, con la mano en el pecho, tratando sobretodo en matar esa voz que me consumía.
–Conozco a Darío, al chico que veraneaba cerca de mí. Al chico que me invitó a mi primer helado de uva. Quien no le importaba llevarme en su moto. El niño que me defendió siempre. –Suspiré–. Conozco todo lo que necesito conocer de ti y... Lo echado de menos.
Darío bajó la vista.
–Necesitaba tomar ese camino. Nuestra última noche fue suficiente para tomar esa decisión. –Clavó los ojos en los míos–. Tú me motivaste a irme.
No.
–Pues lo anulo. Ahora te motivo a que te quedes –dije odiando la desesperación que asomaba a mi voz.
–Aquí no sirvo para nada.
–Yo te necesito, Darío, ¿eso no te importa?
–Terminaré destruyéndote.
Suspiré y me derretí. Ese hombre conseguía que todas mis células se expusieran a él, atentas y sumisas. Él era el amo y yo su esclava.
–No lo harás. Jamás me destruirías, porque el amor que siento por ti es más fuerte que cualquier infortunio que me depare el destino. –Sentí el roce de una lágrima silenciosa cayendo por mi ojo–. Te amo, Darío, más que a nada en este mundo. Amo más tu vida que la mía misma...
–Cállate –gruñó entre dientes.
Él no me miraba, pero su cuerpo estaba tenso, sus manos se convirtieron en puños y sus ojos se cerraron. Llena de valor di otro paso más.
–Nunca me has dado una oportunidad. Jamás has dejado que te ame.
–Porque no siento nada por ti...
–Y yo siempre te he elegido a ti –continué, alzando la voz para que sus palabras quedarán completamente anuladas–. Daría mi vida por ti.
Sus párpados se abrieron de golpe y esos ojos azules se agrandaron. El sonido de su respiración contenida hendió el aire como el golpe de un hacha.
–Simplemente estás confundida, cuando madures lo comprenderás.
– ¿Crees que dudo de mis sentimientos?
–No. Dudas de los míos.
Suspiré y en ese suspiro se escapó otra lágrima.
–Se que existe algo entre nosotros. Me besaste...
–No –graznó completamente asustado – fue un error.
– ¿De verdad? –pregunté desconsolada, buscando la forma de derretir a ese hombre.
–No puedo darte nada –murmuró débilmente.
Tragué saliva.
–Y sin embargo, me has arrastrado hasta aquí, cabreado por el simple hecho de que no te hago caso. –Mi respiración se agitó y tuve que tomarme unos segundos para calmarme–. No quieres nada de mí. No quieres darme nada. Pero no me dejas en paz. ¿Por qué?
–Porque...no lo sé. –Negó nervioso con la cabeza–. Lo siento, me parece que ha sido un error.
Apreté los puños y di dos pasos más. Él, atento miró mis pies y después levantó la vista para mandarme con su mirada una advertencia.
–Kiara...
– ¿Por qué eres tan terco?
–Porque sueñas con las putas historias de amor. Tienes la cabeza llena de poemas, flores y conquistas, gilipolleces que ni me van ni quiero.
–Me da igual todo eso si puedo estar contigo. Tú eres lo que quiero.
Él guardó silencio, totalmente paralizado. Después tragó saliva y consiguió continuar.
–Kiara, no tienes ni idea de lo que estás pidiendo, eres una niña.
Me frené al mismo tiempo que mi respiración se detuve en seco.
–No soy tan niña.
–Sí que lo eres. Tú no puedes darme lo que me dan otras mujeres.
–Te lo daré si me lo pides –dije, e inmediatita me ruboricé por mi atrevimiento.
Darío me miró incrédulo, luego, sus ojos centellearon de ira y me dedicó una mueca maliciosa.
– ¿Serías capaz de ofrecerme tu cuerpo cuando me diera la gana aunque te utilizara como un trapo?
Me armé de valor y sin mediar palabra me llevé las manos a los botones de mi camisa. Desabroché los primeros con sus ojos abiertos como platos, atentos a mis movimientos.
– ¡Ni se te ocurra! –gritó, sobresaltándome y frenando mis dedos. Apretó la mandíbula–. No me interesa. Eres una niña, no tienes curvas, ni formas ni... –estaba furioso, ido, pero consiguió controlarse–. Me van otra clase de mujeres con más experiencia.
Completamente herida dejé caer mis brazos a cada lado de mi cuerpo.
–Cambiaré, los años me cambiaran...
–Nunca te veré con otros ojos.
–Trataré que cambies de opinión.
Apretó la mandíbula y la vena de su garganta latió con más fuerza.
–No te arrastres más –dijo entre dientes–. Es ridículo.
Tragué saliva con renovado dolor. Consumiéndome de dentro para fuera. No lo quería perder, no quería despertar mañana y encontrar esa casa vacía de nuevo. Lo había pasado muy mal y no podía soportar esa pérdida de nuevo.
No quería verlo desaparecer con el tiempo.
No quería morir de amor.
–Pues me conformo con ser tu amiga sí al menos así te quedas aquí –y añadí con rapidez–; Puedes alistarte más cerca.
Él negó, y negó, y negó.
La garganta me ardía, sentía el poder de las lágrimas, un torrencial que soporté para mantenerme firme, la fuerza del dolor en el pecho, la ansiedad y mi penumbra a una corta distancia.
Todo estaba en sus manos, todo cuanto necesitaba estaba en sus manos, sin embargo él, hosco como siempre, inmune y poderoso, no decía nada. Se quedó plantado, mirándome con los ojos llenos de emociones, sentimientos que no conseguía entrelazar con el significado ya que, mi mirada estaba completamente cristalina.
–Darío...
– ¡¿Qué más quieres de mí?! –gritó.
Me sobresalté y sin darme cuenta retrocedí.
–Que no te marches otra vez –murmuré.
Tenía que ser fuerte.
–No.
No. No. ¡No!
–Renuncié a mi vida por ti –ataqué–. Renuncié a lo de Londres para quedarme contigo y ahora tú me abandonas...
–Yo no te pedí que te quedaras, sólo que no era correcto que te marcharas tan lejos...
– ¡Maldito bastardo, convenciste a mi padre!
Exaltada se me fue la fuerza tras ese grito, él se sobresaltó y durante una fracción de segundos vi una tormenta en su mirada, un dolor tan profundo que me quemó el alma, pero consiguió recuperarse y enmascarar cualquier otro síntoma que no fuera la frialdad vacía que siempre me mostraba cuando deseaba cortar con esto por lo sano.
–Lo siento. –Era una palabra de disculpa, pero no sincera. Él no lo sentía de verdad.
–Yo no.
Agaché la cabeza y me di media vuelta para irme antes de verlo alejarse. Dando por sentado que para mí también había terminado la conversación...
Y mi vida.
–Kiara –me llamó y mi corazón dio un brinco. Con una pequeña esperanza en mi pecho le di la cara–, no me odies.
–No lo hago.
Mi voz murió y mi fuerza con ella. Ya estaba llorando, en silencio pero las gotas saladas cayeron de mis ojos.
–Deja de llorar –murmuró, tan suave y tan derrotado que me quedé sin aliento.
–No puedo –balbuceé–, ha sido horrible vivir este año sin ti. No sé si podré soportar otro abandono –supliqué, casi cayendo al suelo para hacerlo de rodillas.
–Si me quedo no avanzaré, mi vida será tan breve como la de una hormiga, yo mismo me aplastaré. Si me voy, tú te olvidarás de mí y seguirás tu camino...
–No podré seguir adelante si tú no estás a mi lado. No he conseguido olvidarte en un año.
–Tienes que hacerlo.
–Me pides demasiado.
Darío negó con la cabeza y se restregó las manos, con agitados movimientos, por el pelo.
–No quiero que tus pensamientos se hagan una ilusión equivocada sobre mí. No quiero que te hagas ilusiones sobre algo que nunca ocurrirá porque yo no puedo darte todo lo que quieres.
Sin darme cuenta, exploté de dolor.
– ¡Sí que puedes pero no lo aceptas por qué eres un cobarde!
Tiró todo el aire como un globo, y tan parecido, se desinfló hundiéndose de hombros y, totalmente abatido dejó caer la cabeza hacia delante.
–Sí –murmuró débilmente–, lo soy.
Me dolió observar tal derrota, tal lucha consigo mismo. Yo también sufría tanto por mí como por él. Y ya no podía más.
Me acerqué lentamente a él. Con suma lentitud levanté una mano y la apoyé, con miedo a ser rechazada en su sólido y duro pecho.
Sentí como temblaba, como su corazón pasó de cero a cien en un segundo, y cuando nuestros ojos se cruzaron, vi un arrollador deseo en ellos. Con la respiración acelerada subí mi otra mano y la coloqué al lado, presionando mis yemas por la suavidad de su camiseta. Los músculos se tensaron y su pecho comenzó a subir y bajar descontroladamente.
Ni evitó el contacto, ni se retiró, ni me apartó de él.
–Kiara –susurró, y ese susurró me dio la fuerza que necesitaba.
Me coloqué de puntillas y sin dejar de mirar el azul de sus ojos, me aproximé lentamente a mi locura. A esos labios que solo había besado una vez y que me habían marcado con gran desesperación.
–No lo hagas –dijo entrecortado.
No obedecí, continué adelantando mi cuerpo al suyo, tentada por sus labios, por el calor que emanaba... Me tomó de los hombros y me retiró dándome un pequeño empujón.
–No lo pongas más difícil –advirtió entre dientes.
–No es difícil cuando ambos lo deseamos.
Negó con la cabeza e intenté acercarme a él pero me rechazó dando un paso hacia atrás.
–Yo no lo deseo –espetó, con la voz llena de cólera y disgusto.
–Lo he notado, querías que pasara...
– ¡Cállate ya! ¡Joder!
Otra vez llorando, pero esta vez sin disimularlo, sin esconderlo. Deseaba mostrarle lo mucho que me estaba matando.
–Por favor...
– ¡No! Me tienes harto con tanta tontería infantil. Pensé que habías cambiado, que este año lo tendrías todo superado, pero como siempre, me vuelvo a equivocar. No avanzas una mierda.
Me envaré indignada y solté una maldición que sorprendió hasta el propio Darío, ya que me dirigió una mirada incrédula.
– ¿Por qué eres tan cerdo?
Darío entornó los ojos.
–Es la única manera de que lo comprendas. Tú y yo nunca estaremos juntos de ninguna forma que no sea como dos amigos. Eres una cría, yo soy adulto. Esto no está bien.
–Pero...
–Tienes que olvidarte de mí. –Clavó unos ojos azules intensos en mí–. Para siempre.
Imposible.
–No puedo.
Se encogió de hombros, un gesto que me hizo experimentar una sensación desagradable.
–En ese caso sufrirás las consecuencias tú sola, porque el mismo día que me aleje de aquí, mi pasado solo será una sombra que no recordaré. Tampoco trataré de recordarte a ti.
Otro golpe y este me terminó de derrumbar.
– ¿Te olvidarás de mí?
–Sí. Con facilidad, y espero que tú hagas lo mismo, por tu bien.
Completamente cruel, hasta su rostro inexpugnable coincidía con sus palabras.
Tragué saliva y sentí una lija en mi boca, angustia y un terrible dolor en el pecho.
– ¿Es lo que quieres? –pronuncié derrotada.
–Con toda mi alma –sentenció con voz firme.
Levanté el mentón y me dirigí a él con un tono helado.
–De acuerdo, pues vete, vuelve alejarte de mí y haz tu vida, yo haré la mía, pero hazme un favor y déjame en paz para siempre. No vuelvas.
Lo miré durante unos segundos, odiándolo y me fui, quedando, tan sumamente desolada que deseé morirme.
No significaba nada para él. Es más, Darío encontró otras chicas como compañía el resto de días que se quedó, que ya no trató de esconder ante mí, mujeres de su edad y de su gusto personal.
Así qué, yo también me alejé de los recuerdos para poder olvidar al único hombre que amaba y amaría para el resto de mi vida, pero con la esperanza y la oportunidad de encontrar el camino para avanzar y hacer una nueva vida sin él.
Adiós Darío.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro