Capítulo 15
Vi los números pasar en rojo a través de la ventanita digital del ascensor. El corazón latía a gran velocidad bajo mi pecho, podía escucharlo incluso en mis tímpanos. Me empequeñecí en el mismo momento que llegué al piso.
No me podía echar atrás, había llegado hasta aquí, había robado, mentido y desafiado, y todo por luchar por el amor, por mi destino, por Darío.
Me había jurado pasar de él y olvidarlo, pero imposible cuando amas tanto a alguien, cuando cierras losmojsobh único que tienes son imágenes de esa noche, una y otra vez. De su cuerpo sobre el mío, de su olor, de su sabor, del frenesí que alcancé. Y tras abrirlos todo es dolor, añoranza.
Lo necesitaba. Quería estar con él, así que, aquí venía con mi última baza.
No obstante, no había forma de detener la presión en mi estómago. Estaba aterrada.
Atrape todo el aire en mis pulmones, y lo mantuve ahí un poco más. Hasta que me hicieran daño, así podía parar la geografía de terror que se estaba apoderando de mí. Lo solté y salí de ese ascensor en el mismo momento que las puertas se cerraron, así que, me golpearon en el brazo y el hombro, tropecé, solté una maldición y finalmente sali fuera, no con orgullo, pero sí con un poco menos de presión.
Al menos acaba de cortar el hielo con la mujer que me observaba desde su puesto, justo delante de la entrada al despacho de Dario.
Que bien.
Con una sonrisa, llegué hasta la mesa bien arreglada y esa mujer, una preciosa morena me sonrió desde el otro lado.
– ¿Puedo ayudarte?
–Buenos días, necesito ver a Darío Vallantines.
Mi voz sonó con fuerza, pero al pronunciar su nombre, mis labios temblaron un poco.
– ¿Tiene cita?
Miró la pantalla del ordenador con los dedos preparados en el teclado, listos para marcar mi nombre. La mujer era realmente muy bonita, piel porcelánica, mirada dulce y nariz respingona, otro dato que marcaba una disciplina. Su voz, de completa educación, transmitia confianza, pero en su justa medida.
Tomé con intensidad el aire.
–No.
Me miró con cariño, pero a la vez, sus ojos me dedicaron compasión.
–Lo siento, pero sin una cita, no puedo hacerte pasar.
Sonreí.
–Lo sé. Solo dígale que Kiara Doskas necesita hablar con él.
–No funciona así.
–Por favor –rogué apoyando mi mano en la mesa, inmediatamente me enderecé retirándola, y le dediqué una sonrisa llena de suplica–, es urgente. Una urgencia familiar. Solo dígale quien soy.
Dudó durante unos segundos que se me hicieron eternos, pero finalmente apretó un botón en el teclado con el teléfono en su oreja, y me nombró. El corazón se me aceleró, ella aceptó y al mirarme supe que esa sonrisa no pronosticaba nada bueno.
–El señor Vallantines, está muy ocupado en este momento. –¿Qué?, me daba puerta sin más–, le daré cita para otro día...
No la dejé terminar. Me di media vuelta y fui hasta la puerta de Darío. Escuche de fondo a la chica que había salido detrás de mí, pero no le hice ni caso, tampoco me molesté en llamar, abrí directamente.
Era cierto, Darío estaba ocupado, con una impresionante pelirroja que posaba su mano en la rodilla de él. Me congelé en el marco de la puerta. Él, como un resorte se levantó de la mesa y sus ojos se abrieron sorprendidos.
–Lo siento, señor Vallantines, ha salido corriendo.
La mirada de Darío, para ese paso se tornó oscura por la interrupción. Por lo visto no le gustó mucho que apareciera en ese momento, la deslizó de mí a su ayudante.
–No pasa nada, Carla, –le dedicó una sonrisa, y luego, con la misma sonrisa, una que hacía tiempo, mucho, no me había dedicado a mí, miró a la pelirroja–, Scarlet, ha sido un placer tu visita, pero, si no te importa, necesito aclarar una cosa.
Scarlet se alzó de su silla, aceptando la mano de él. Se dirigió hacia mí, embutida en un ceñido vestido color lila y un porte envidiable. Elegante y perfecta. Mis tejanos y la camiseta de los Rolling Stones quedaban ridículo a su lado. Yo quedaba muy en segundo plano a su lado.
Agaché la cabeza incapaz de soportar los celos.
Al compararme con ella era normal que Darío prefiriera a una mujer y no a una cría, que lo manipulaba, o pensaba en su príncipe azul. Era normal que quisiera la maestría y el rodaje sexual de esa mujer escandalosamente llamativa al mío, que mi rodaje era de uno, y con un hombre que se había escondido después.
Apreté los puños y me retiré justo cuando pasó por mi lado.
–Darío –lo llamó con tal sexualidad que hasta mí, se me pusieron los pelos de punta–, no me hagas esperar mañana en el almuerzo.
–No lo haré –prometió él.
Subí la mirada tras escuchar la puerta cerrarse y me tope con la oscuridad de lo profundo del océano. No podía estar más guapo, pero era inconfundible las ojeras bajo sus ojos.
– ¿Qué haces aquí?
El tono de su voz había cambiado, lo noté molesto, y me enfureció.
–Oh, ¿a mí no me hablas como a tu pelirroja?
Las fosas nasales de Darío se abrieron tras exhalar.
–No tengo tiempo para un drama...
– ¿A ella también te la follas y te escondes en el baño?
Si lo hubiera pretendido jamás me hubiera imaginado haber acertado tanto. Le di justo en el centro. Su rostro se desencajó tras recibir mi derechazo. Alcé la barbilla vanagloriándome.
–Kiara.
–Déjalo, ya me demostraste que eres un cobarde.
Me di la vuelta para marcharme.
–Lo hice para protegerte. Todo lo que hago es para protegerte.
–Por supuesto –vomité sarcasmo, luego lo miré con mi sonrisa más falsa–, me proteges de ser feliz, me proteges de poder vivir como y con quien yo quiero. Me rescatas.
Me mofaba, pero no podía ignorar la llaga de mi garganta al hablar. Darío se pasó la mano por el pelo, retirándolo hacia atrás, luego me dio la espalda y se quedó fijo mirando a través del enorme ventanal.
–Nuestros encuentros jamás se tratan de un rescate, todo lo contario.
– ¿Por qué?
–No debió suceder.
Genial. Y eso me gustaba mucho menos.
–Pues sucedió. Y fue increíble.
–Iba muy borracho.
Apreté los puños y mantuve a raya a mis lágrimas.
–Otra excusa más.
–No se trata de eso. Esto me supera.
–¡Mírame a la cara, joder!
Se giró solo un poco y me miro, de reojo, por encima del hombro.
Mierda, tan poco valía que no tenía toda su plena atención. ¿Un cuarto? ¿De verdad?
Bufe con fuerza.
–Nunca me hubiera esperado esto de ti. Te tenía en lo alto, y has caído. Ni si quiera te atreves a mirarme directamente a la cara.
–Me lo merezco. Yo mismo jodo mi vida y la de los demás.
–En eso te doy la razón.
Su frío me arrolló en un viaja flipante.
–Lo siento.
Ajjjj. Quise gritarle.
–Dime una cosa, ¿me he convertido en otro de tus traumas?
Se volvió completamente, pero no se acercó. Por un momento vi debilidad, dolor y necesidad, pero como ya dije una vez, Darío no era de las personas que demandaban consuelo. Y yo no estaba preparada para dárselo.
– ¿A qué has venido? ¿A torturarme?
Apreté los puños cabreada con él y me adelanté. Él, al menos tuvo la decencia de mirarme a los ojos.
–Desvirgas a una mujer que está enamorada locamente de ti, a la que dejas tirada en la cama desnuda despues de correrte, una mujer que se ha pasado un mes llorando, a quien ni siquiera has enviado un mensaje, al menos, para darle alguna razón, y encima soy yo la que te tortura. Eres una mierda, Darío.
Su mirada se disparó. Ya la vena de su garganta parecía que fuera a salirle de la carne.
–Eso ya lo sé, me lo has dejado claro en todos los mensajes que me has dejado en el contestador. Y sí. Después de lo sucedido no podía mirarte a la cara. No hay cosa que me arrepienta más que haberme acostado contigo.
PAM.
Directo al corazón. Noté como una lágrima se deslizaba por mi mejilla.
–Sabes, tenía mis dudas, pero ya sé que voy hacer con el bebe.
Dicho eso, me di media vuelta y salí de la oficina. Por supuesto, no llegué al ascensor, la fuerte mano de Darío me frenó y me volvió con fuerza cara él.
– ¿Estás embarazada?
Se escuchó la exclamación sorprendida y cortante de la asustenta, e inmediatamente Carla, se levantó y desapreció por un pasillo a su derecha. Miré a Darío a los ojos. O no se había percatado de nada o le daba igual que la gente se enterara.
Tiré de mi brazo, obligándolo a soltarme y di un paso atrás.
– ¿Acaso te importa? ¿Ya has dejado claro lo que te importo?
– ¡Y una mierda!
–No me grites –siseé.
– ¿Estas embarazada? –repitió entre dientes, acercando su rostro al mío.
–Sí.
Se desvaneció. Fue horrible ver esa reacción. Pasó de la duda a la incertidumbre y luego al terror. Un puñetazo en el estómago.
No esperaba que diera saltos de alegría, pero sí que al menos, se lo tomara con camla, con frualdad, no con tetror. Esperaba que tomara decisiones rápido, clmo es él, tenerlo todo controlado. Analizar el asunto.
Sin embargo, se alejó de mí y tomó asiento en uno de los sofás que había de espera, luego apoyó los codos en sus muslos y con las manos escondió el rostro.
– ¿Cómo puede ser? –el final lo susurro derrotado, dolido.
Había sentido lastima por él, pero después de esa reacción, sentí rabia de nuevo. La misma rabia que me llevó aquella noche a huir, a llorar. La misma rabia que sentí cuando se fue a escondidas.
–Supongo que te hubiera gustado que el bebe fuera de otra.
Darío me miró de golpe y clavo los ojos en los míos con dolor. Pensé que me ahogaría.
–¿A que te refieres?
–Estela me lo contó todo. Como te ofreciste como padre de su bebé.
Expulso el aire con fuerza.
–Fue otra situación, y no tenia nada que ver en lo romántico.
–¿Y yo?
Negó y se pasó las mano por la cabeza, varias veces, con frustración.
–¿Acaso importa lo que sienta por ti?
–Para mí sí.
Dario soltó elnaireby se dejó caer de espaldas en el sillón.
–No somos pareja, no podemos serlo. Se complicaría todo.
–Porque no quieres.
Negó, y me dedicó su mirada despiadada.
–Sí quisiera, aquella noche, no hubiera dedeadobtanyo desparecer del mapa.
Otro golpetazo.
–Vaya, eres el hombre del año. Capullo.
Me observó, sus ojos se definieron por toda mi cara, luego se arrastraron a mi estómago, y juro que vi un brillo, pero tubo que ser mi imaginación, la esperanza de siempre, la ilusión de pensar que existe la posibilidad del amor, la posibilidad, pequeñísima de que se rinda y me ame con libertad.
Pero era mi imaginación.
–Lo he jodido.
–Es mío también, yo también soy responsable.
–Yo lo solucionaré.
–No quiero tu ayuda, yo solo sé lo que tengo que hacer...
De pronto se levanto y vino cara mí, entonces, me atrapó de la barbilla, con fuerza, e intimidante se inclino sobre mí.
–No vas arrancarte a mi hijo.
Atrape su muñeca con fuerza, con el pulso de mi corazon retumbado en los oídos.
–¿Y si es una niña?
Gruño, joder, soltó un gruñido, y fue increíblemente satisfactorio para mí. Era un animal, poseído, dolido y marcando.
–Es mía igual. Kiara, si me lo arrabatas te castigare toda tu vida.
–Este bebé te atará a mí de por vida. No es algo que tu deseas.
–Te he dicho que lo solucionaré.
–¿Cómo?
Me soltó y di un paso hacia atrás.
–Esta semana lo prepararé todo, –levantó la vista y clavo sus intensos ojos azules en los mios–, el sábado te esperare en los juzgados y nos cansaremos.
–¿Qué?
Y se fue. Sin decir nada más.
Me quedé embobada e impactada y muda, mirando su enorme espalda, embutida en esa americana, tensa y musculosa y pensando una y otra vez en sus últimas palabras.
¿Lo había dicho?
Sonreí, aunque inmediatamente me dí cuenta que había sido por obligación, me di cuenta de mi manipulación, de que él solo se había dejado llevar por la obligación y no por mí.
Baje la vista y salí de ese edificio con mi propósito conseguido, pero nada contenta de como lo había logrado.
DARIO
Serénate.
Ese había sido mi lema desde el momento uno que todo había dado comienzo.
Ya era real. Iba a suceder. Estaba a punto de casarme con Kiara, y joder, me sentía rastrero.
Mierda.
No había sido una opción, era la única opción, y sentía que con esta opción la estaba obligando. Sí, ella no se había negado en ningún momento, pero era mi responsabilidad, cuidarla y protegerla, ¿y que hago?
Dejarla embarazada con 19 años.
Le he jodido la vida, y aunque una parte de mi miserable y cabrona conciencia está orgullosa de pensar que ella, a partir de hoy va a ser mía en todos los aspectos, no puedo luchar contra esta conciencia que me dice que la he cargado a lo grande.
Me pase las manos por la cara y clave mis ojos en el espejo. Rojos e hinchados de no dormir, de beber hasta reventar, de hostigarme, de no dejar de pensar en lo que estoy a punto de hacer.
–Darío, déjalo ya.
Miré a Luther a través del espejo, iba con traje, corbata y ese careto de capullo desfigurado por la resaca. Un aspecto tan demencial como el mío. Él también luchaba contra sus demonios, también la había cagado a lo grande.
Me enderecé y abroche esos dos botones que ya había desbrochado unas cinco veces.
–Tenía que pasar tarde o temprano.
–No así, no conmigo...
Las últimas palabras se me atragantaron.
Luther se me acercó y colocó una mano en mi hombro. Su consuelo me sentó como una patada en el culo, parecía mentira que no me conociera.
Soy razonable, directo y pienso antes de actuar, pero en ese momento todo se me revuelve como un mal viaje.
Le dediqué una mirada de advertencia a esa mano.
Luther la retiró enseguida.
–¿Preferirías que otro la hubiese preñado?
Me estremecí de pensar en ese caso. No, ni de coña. Ahora que estaba a punto de casarme con ella, no estaba en mis cabales ver a Kiara con otro.
–Sabes que no me refería a eso.
–Lo sé. Pero ha pasado. Trágate la amargura, y piensa que, a partir de hoy, te la llevarás a casa y la tendrás para ti, todos los días.
Me dio unos golpecitos en el hombro y me dedicó esa sonrisa sincera, que solo dedicaba a su hermana.
Suspiré y justo en ese momento llamaron a la puerta. Luther me dejó con el peso de los anillos en la palma de mi mano y fue abrir.
–Señor Doskas, que sorpresa.
Mierda.
Me dio un vuelvo al corazón. Alcé la vista de golpe y la una extraña realidad se me pasó por la cabeza al ver al padre de Kiara.
No puede ser.
–Sorpresa la mía –añadió con frialdad entrando sin ser invitado–. ¿Esta Darío?
–Sí.
Lo vi todo a través del espejo. Hugo entrando con una carpeta verde en la mano y colocándose a mi espalda. Su sonrisa se borró en el mismo momento que dio con mi mirada.
Yo tampoco sonreí. Esto no iba a ser una conversación de bienvenida a la familia. Me reiría en su cara si fuera así. No. Hugo venía por un motivo peor.
–Luther, dejamos solos –le pedí a mi amigo, este, antes de salir me hizo una señal que negué.
Esta conversación era algo a lo que me tenía que enfrentar tarde o temprano. Solo que esperaba que fuera después de casarme con su hija, y no antes.
Me giré y le señale un sillón de la sala para que se sentara, optó por el grande de tres plazas, yo me senté justo enfrente. Volví a desabrocharme los botones de nuevo, y esperé a que Hugo comenzará a descargar.
–Casarte con mi hija por la espalda es lo más ruin e infantil que podías haber hecho.
Sí, tenía razón.
Mi única condición puesta a Kiara para esta boda era que no podía decírselo a nadie. Con lo cual, entendía la rabia en las palabras de Hugo. Todo padre desea llevar a su hija al altar, el problema es que dudaba mucho que Hugo Doskas, quisiera entregármela a mí.
–Ella no se ha negado.
–Por qué esta ciega.
–¿Tan poca cosa soy para usted, que no me cree digno de ella?
Pude ver como Hugo apretaba los puños.
–No se trata de ti, Darío. Kiara tiene diecinueve años, le falta mucho que vivir.
–Y puede vivirlo. No voy a impedírselo.
–Por supuesto que no. Pero comprenderás que tenía su futuro académico planeado. ¿Y ahora?
–Solo se retrasará un año, luego, yo mismo me encargaré de que logre sus metas.
–Eso no sucederá, Darío.
Tras decir eso en un tono que no me gustó, tiró la carpeta verde encima la de la mesa y la señaló con un dedo.
–Deberías leer esos documento. –Dudé, no me fiaba–, te interesan, son fundamentales para la confianza de tu futura mujer.
No comprendí a que se refería, entonces cogí la carpeta y la abrí. Eran resultados de analíticas de sangre, de pruebas de embarazo negativas...
El corazón se detuvo dos latidos. Me quedé sin respiración y el maldito dolor de cabeza que llevaba a raya desde que me había levantado arrasó con fuerza.
No estaba embarazada.
Lo leí todo de nuevo, incapaz de creer nada. Era imposible, no podía ser real.
Me tembló el pulso.
–¿Qué es esto?
Hugo me dedicó una sarcástica y llena de poder. Estaba a punto de hundirme y lo haría con orgullo.
–Mi hija, gracias a dios, no está embarazada.
Lo decía con tal alegría que desee meterle el puño en esa cara de prepotencia.
–¿Cómo se que esto es verdad?
–Mira el nombre de la especialista que ha hecho las pruebas, creo que la conoces.
Lo busque hasta dar con ella, y sí, la conocía. También fue la ginecóloga de Estela. Una buena amiga mía.
–No puede ser.
Joder. El pecho comenzó a dolerme. Sentí la rabia en las sienes que estaban a punto de explotar.
–Lo que no puede ser, es que tú, no lo investigaras. Que te fiaras de la palabra del capricho de una niña inmadura.
Porque yo también estaba ciego de amor por ella. Porque deseaba que fuera real, así ni yo mismo me impediría estar con ella. Porque lo deseaba. La deseaba. Porque una diminuta parte de mí, se había hecho una ilusión por ser el padre de un bebe de Kiara.
Me grité dolido, con la garganta atravesada por millones de agujas.
Y entonces, millones de imágenes de ella me pasaron a gran velocidad por la cabeza; su cuerpo, su sonrisa, su tacto, su voz susurrándome en el oído, palabras que nunca conseguiré borrar.
Todo como una puta película de ciencia ficción.
Rasque mi nuca. Sus recuerdos, solo era una señal, como aquel que ve su vida pasar antes de morir. Me sucedió lo mismo. Y entendí que, mi vida con Kiara, estaba a punto de morir.
–Kiara nunca me ha mentido.
–Hasta ahora.
E insistía, una y otra vez. Estaba encantado con lo que estaba sucediendo. Tiré los papeles encima de la mesa, escampándolos por todo el cristal y me alcé. No soportaba más estar en su presencia.
–¿Qué piensas hacer?
Me había engañado. Una mentira imperdonable.
Me arranque la corbata, la americana y las tiré en esa maleta preparada. Lo tenía todo preparado para irnos a Francia un mes. Desconectar de todo y tratar de buscar la forma de estar con Kiara sin castigarme sin castigarla a ella, indagar en nuestras vidas para encontrar el mejor camino. Una reconciliación. Una relación.
Comenzar de nuevo.
Pero eso se acababa de romper. Como esta boda. Como nuestra relación.
–Se anula la boda.
–¿Quieres que hable yo con ella, o tú?
Que bien te venía esto, cabrón arrogante, por supuesto, me acababa de destrozar y destrozar todo lo que podía llegar a tener con Kiara.
–No quiero volver a verla.
Y así me largué de esa sala, dejando todo detrás. Matando mi amor por esa mentirosa, y destruyendo mi confianza en todo.
KIARA
Los nervios a flor de piel. Que ganas de que todo pasará. Necesitaba centrarme en mi problema, para saber como decirle la verdad a Darío sin que se enfadara. Aunque lo dudaba.
Me retoque el pintalabios en el espejo, un tono claro, y lo borre de nuevo. Estaba tan alterada que ni un maldito lápiz labial me venía bueno.
Me senté y tomé una intensa respiración.
Todo saldrá bien. Ya va a ser tuyo...
No pude evitar sonreír. Sí, Darío por fin iba a ser mío.
Llamaron a la puerta, sobresaltándome. Mi padre la abrió incluso antes de que le dejara entrar. Me tense, pero su sonrisa me alivio al instante.
Había engañado a Darío al romper mi palabra de que no se enterara mi padre, pero deseaba que él lo supiera, no podía cargar con este secreto yo sola, además de que mi padre, lo descubrió en uno de mis descuidos.
–Ya estas aquí.
Mi padre me sonrió.
–¿Cómo te encuentras hoy?
–Nerviosa. ¿Has visto a Darío?
–No. Supongo que ya estará en la sala esperándote.
Me estremecí por dos cosas muy diferentes, una por pensar en que hoy todo iba a cambiar, y la otra por el cabreo descomunal que iba a pillar Darío cuando me viera entrar por la puerta con mi padre.
Tomé otra intensa bocanada de aire y la expulse de un tirón.
–¿Estás lista? –asentí, y mi padre, con una sonrisa me ofreció su brazo–, en ese caso, vamos, que el novio nos espera.
–Gracias, papá.
Salimos, dirección a la sala principal donde habían preparado todo. Mi padre fue el primero en entrar, después yo, pero en esa sala solo había dos hombres y una mujer, y uno de esos hombre era Luther.
Le sonreí, y cuando estaba a punto de preguntarle por Darío, el rostro descompuesto y preocupado de Luther, me silenció.
–Darío se ha ido. Ha cancelado la boda.
–¿Qué? ¿Por qué?
–No lo sé, Kiara, solo me ha dicho que se iba y que no se casaba contigo. Lo siento.
Mi mundo comenzó a desmoronarse. Las lágrimas salieron y mi vista quedó completamente borrosa.
No entendía nada...
Escuche a Luther despedirse y noté los brazos de mi padre alrededor de mi cuerpo, un cuerpo que comenzó a pesarme una tonelada.
Me deje acunar, consolar y exploté como una niña pequeña sin consuelo.
¿Qué había sucedido?
Busque explicaciones por mi cabeza, donde había cometido el error, y no encontraba esa solución.
Me incorporé y trate salir de los brazos de mi padre, solo conseguí un poco.
–Tengo que ir hablar con él.
Mi padre me lo impidió.
–Kiara, no te merece. No te arrastres, hija.
–No me arrastró. Necesito comprender porque me hace esto... por que me abandona...
Me atragante con mis propias palabras.
Joder.
De nuevo el dolor intenso en el pecho. El mismo que sentía cada vez que él me abandonaba. El mismo maldito estigma que se me clavaba en el corazón y esa ceguera que no me dejaba ver que Darío se había vuelto a burlar de mí.
Empujé a mi padre de nuevo para tratar de salir de ahí, pero Hugo Doskas me atrapó de los brazos con fuerza y clavó los ojos en los míos.
–Kiara, tienes que tranquilizarte, piensa en el bebe.
Y ahí sí que me detuve. Me acaricie el estómago.
–¿Qué voy hacer?
–Cariño, yo estoy contigo. Yo te ayudaré en todo.
La sonrisa de mi padre no alivio el dolor desgarrador que me apuñalaba el pecho, pero sí consoló esa parte fuerte que me gritaba que tenía que avanzar.
Y avancé. O eso creía, ya que, llame a Darío día y noche durante dos semanas, no contestó, ni me mando un mensaje, hasta que un día, un jueves por la tarde, cuando estaba arreglando mis papeles para retrasar mi entrada en la escuela de diseño. Recibí un mensaje de su hermana, y aquella que pensaba que era mi mejor amiga.
Deja a mi hermano en paz. No lo llames, zorra mentirosa. No quiere saber nada de ti. Deja de llamarlo. Le amargas la vida. Olvídate de él para siempre y búscate un gilipollas que aguante tus caprichos.
Eres la peor persona y no te lo mereces.
Olvídanos a todos.
Y entonces pasó.
El dolor fue terrible. Caí en un vacío de duelo que no me dio tregua, y dos días después, perdí al bebé.
Tras despertarme en el hospital, con el gotero a un lado y mi padre, preocupado al otro, lo supe.
Mi amor por Darío también había muerto con nuestro hijo.
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