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PRÓLOGO

EL DESENCADENANTE

Me temblaba el labio, las manos y las piernas, jamás había sentido un torbellino tan fuerte recorrer mi cuerpo con un millón de sentimientos; atravesándome entera del mismo modo que un cuchillo corta carne tierna sin problemas.

No me podía creer, por nada del mundo lo que me estaba sucediendo.

– ¿Me estás dejando? –pregunté tras recibir el discurso menos preparado de la historia en cuanto a terminar relaciones se trataba.

–Venga nena, sabías que esto tarde o temprano acabaría pasando.

Esa frase cayó directamente en el hueco de la rabia. Mi mano estrujó el teléfono.

– ¿Por teléfono?–escupí entre rabiosa e incrédula.

–Bueno, es que no me pillaba muy bien ir a casa para esta tontería– dijo con voz de niño bueno.

¿Tontería? La cosa mejoraba.

–Tú eres un cabrón –expresé completamente flipando.

De verdad, esto no estaba pasando.

–Claro que sí, nena, expulsa tu rabia, lo comprendo y no me ofendo.

–Faltaría más, hijo de...

– ¡Hey! Cuidado. Eso no, nena. Ya te enseñé como desquitar esa furia tuya interna. Recuerda mis consejos para tus problemas de cambios de humor.

– ¿Cambios de humor?

Atrapé mi labio entre los dientes y controlé, con el método de concentración; gritar mentalmente todo lo que no debía decir en voz alta...

Y una mierda, el muy cerdo me estaba dejando, y por teléfono.

–Que te jodan, y en cuanto a tus consejos sobre mis repentinos ataques... son tan patéticos como el rabo que llevas colgando entre las piernas.

Escuché la carcajada que soltó. Ese sonido tiritó en mis tímpanos como si fuera una sirena, pero no una cualquiera, esa misma que salta en el local que hay debajo de tu casa a altas horas de la mañana, cuando por fin, después de tres horas dando vueltas en la cama, consigues coger el sueño. Y como tal sonido enfermizo, actuó tal cual esperaba, dejándome con un tic en ambos ojos.

–Nena, ese rabo al que te refieres es el que te ha dado de comer cuando tu coñito le ha dado la gana. Al menos, si vas a insultarme que sea por razones obvias y no por algo de lo que has disfrutado tanto como yo.

–Siento decirte pero, más de la mitad de mis orgasmos eran fingidos.

Otra carcajada.

– ¿De dónde nace tanto resentimiento?

¡¿Qué?!

Pero este tío era tonto.

–De mi coño, imbécil.

Escuché el resoplido intenso que dio por el altavoz, e incluso sentí el viento pasar por mi nuca y ponerme los pelos de punta, pero nada menos de la realidad. Estaba rabiosa y los pelos los tenía de punta porque sí.

–Deseaba con todo mi corazón que esto terminara bien...

–En ese caso, deberías de haber venido a casa y dar la cara –interrumpí con la voz ardiendo. Deseaba gritar pero con tanto gruñir me había quedado afónica–, cortar conmigo en persona, como un hombre, no dejarme por teléfono como un cobarde...

En ese momento mi garganta procedió a dejarme en ridículo. Me atraganté y tuve que detener mi discurso.

–No llores –consoló.

– ¡No estoy llorando!– El grito salió de mi boca, agudo y patético.

–Y deja de gritar.

¿Se estaba burlando de mí?

Mientras yo me ahogaba en mi propia experiencia, él parecía estar consolando a una conocida a la que acababan de dejar, ni siquiera se sentía responsable. Coño. No sentía una mierda, y su forma de consolar era ridículamente sacada de una película de risa y no del manual adecuado de cómo atender los primeros auxilios de una mujer resentida.

Este inútil no valía para nada.

Inmediatamente me di cuenta de un detalle. Mientras mi comportamiento era el de una verdulera, el suyo era el más educado y acertado con el que me había enfrentado en la vida.

¿Cómo podía estar tan entero? ¿Cómo podía estar tan perfectamente bien?

Por dos motivos:

1º Lo tenía planeado, por eso, ayer, después de echarme un polvo bestial, casi podía decir que de los tres años que llevamos juntos, ese era el número uno de mi lista, Lloyd se levantó de la cama y me dejó sola. Una despedida... Debería de haber caído en el detalle, pero me dormí muy pronto, como he mencionado, el polvo fue bestial.

Oooo:

2º Tenía a otra esperándole para calentar su cama y que lo había vuelto loco de amor, mucho más de lo que podía haber estado de mí, por ese motivo él estaba tan entero. Lloyd, tenía brazos que lo consolaran, yo...no tenía a nadie.

Igualmente, en este punto pensaba lo mismo. El polvo de ayer, era de despedida.

Escuché de fondo, como un eco traído del viento, la voz de Lloyd, llamarme por el asqueroso apelativo que usaba cuando deseaba terminar con la conversación.

–Chiquitina –me hirvió la sangre–, mañana pasará un amigo a por mis cosas. Te llamaré para ver si estás en casa.

–Ya te lo digo yo. No estaré gilipollas, te dejaré tu miseria de pertenencias en la entrada–, me interrumpió ese resoplido arrogante, pero sólo para soltar un gruñido de leona interno a modo de respuesta–. No quiero que toque nada –dije entre dientes–. ¡Ah! –añadí con la misma petulancia con que él marcaba sus palabras–; Que deje las llaves encima de la mesa de la cocina –ordené más furiosa que antes.

–Tranquila, ya lo había pensado. También te dejaré un sobre con el alquiler del mes– estrangulé un grito por la voz suave que le salió.

Si aún se pensaba que me hacía un favor.

¡Tío mierda!

–No quiero tu mierda de dinero.Y más te vale que al payaso de tu amigo no se le olvide nada, porque como me encuentre algo tuyo por casa, lo quemo.

Hubo un silencio que duró lo que tardó él en recuperar la compostura y la puta felicidad.

Este tenía a otra.

–Descuida, chiquitina...

–No me llames así, desgraciado, acabas de romper conmigo por teléfono.

–Y verás, que con el tiempo es lo mejor. – ¿Eso era consuelo?

Más le valía no cruzarse conmigo por la calle porque juro que lo mataría.

Me retiré el teléfono de la oreja, estaba a punto de soltar un grito que hubiera alarmado a la policía en llegar cuando antes al apartamento, pero es que me estaba provocando a que; El increíbleHulk saliera para demoler todo lo que me rodeaba.

– ¿Es todo? –rugí.

–No quiero que estés mal, nena. Yo te quiero, pero...

–La otra te la come mejor– terminé por él y pude sentir como soltaba un bufido por el altavoz.

–Estela, es mejor así.

Y por fin se le notó un tono suave y delicado, el problema es que cuando escuché ese tono recordé muchas cosas, muchas escenas entre los dos y la ira, esa rabia viva que latía fuerte contra mi cuerpo estalló en una bola de fuego para prender con fuerza y sumirme, de pronto, en el dolor.

– ¿De verdad, aún me quieres?– maullé como un gato herido.

–Claro que sí, nena, siempre te llevaré en mi corazón, pero... No soy bueno para ti, y lo sabes...

–Eso debería decidirlo yo. Es mi vida.

–Y tu vida estará mejor sin mí. Yo soy el obstáculo que se interpone entre tú y el magnífico futuro que te espera.

¿Magnífico? Me dejaba el hombre que amaba... ¿Dónde estaba lo magnífico?

–Lloyd– murmuré con la voz rota–. No me dejes... Por favor.

Y las lágrimas cayeron sin control, después vinieron los sollozos que ahogué mordiéndome la mano y el sudor acompañado del típico dolor de cabeza.

–Estela, no-no...no llores– consoló–. Lo nuestro nunca funcionará, somos demasiado diferentes.

–Cambiaré...

–Entonces no serías quien eres –me cortó impaciente.

Lo conocía, estaba a punto de colgar, y después de cómo me había rebajado, no deseaba ser la que se quedara; jodida y colgada al teléfono esperando que se solucionara algo que por lo visto, uno de los dos ya había terminado.

–Cuando te arrepientas...no me busques porque desde luego estaré con ese futuro magnífico...Disfrutando de orgasmos bien dados. Adiós, aprendiz sexual, a ver si consigues que no se te encoja más de lo que ya lo ha hecho por cobarde –me despedí y colgué antes de volver a escuchar su voz.

Y entonces, comenzó el peor mes de mi vida.

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