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Capítulo 7

    Lo miré, asegurándome, por si el alcohol que había ingerido me estaba causando una mala pasada, pero no, era él.

Mi mala suerte. Y nunca mejor dicho.

Así decía llamarse y era con quien acaba de gemir como una loba en celo, y no sólo eso, le había puesto la mano en ese paquete como si fuera un maldito cambio de marchas, asegurándome de poner bien la primera para que el coche avanzara y no me dejara tirada.

Mi cuerpo pasó con tanta velocidad del calor al frío que sentí un mareo repentino de esos que te maltrata la vista y las constantes vitales.

Dios, ni siquiera me circulaba la sangre por las venas.

Había estado a punto de tener sexo en unos baños públicos sin córtame ni un pelo y con un completo desconocido.

Desgraciadamente es que, el desconocido tenía muy buen aspecto.

Estaba apoyado en la pared mirándome fijamente, desde las caderas hasta ese hombro y mi pecho al aire. Me subí el tirante que él mismo había bajado y una leve desilusión afloró a esos ojos, pero despareció en el mismo momento que me miró a mí directamente.

La sangre volvió a circularme por el cuerpo, hirviendo y a gran velocidad, calentando mi piel y dándome descargas eléctricas que se concentraban allí donde sus dedos se habían deslizado.

Y aunque cada una de mis terminaciones nerviosas era consciente de lo que tenía delante, sabía que estaba mal, muy mal pensar en él como un beneficioso consuelo, y menos después de haberme engañado fingiendo que era otro con sus besos, con esa lengua juguetona, con esas manos grandes y duras, con ese solido pecho... Sentí la respuesta de mi cuerpo agradeciendo que en verdad fuera él...

No. Error.

Gruñí interiormente enfadándome conmigo misma por pensar en tal cosa.

Ese tío era un neandertal que se había aprovechado de la situación.

– ¿De qué coño vas?– expresé enfurecida.

–Podría decirte lo mismo –dijo él, sin síntoma alguno en su voz o en su rostro.Continuaba tan sereno como si acabara de entrar.

– ¡Me estabas sobando!– voceé.

Tuvo el valor de sentirse ofendido abriendo los ojos como platos.

– ¿Perdón? Tú no estabas muy manca hace un momento –señaló.

– ¡Y tú no te has cortado ni un pelo en meterme la mano bien a fondo!

El desconocido apretó la mandíbula.

–Cállate –ordenó–, ¿quieres que nos oiga todo el mundo?–.Su dramatismo se profundizó al final. Sin embargo, mi ira sólo acaba de comenzar.

–Me importa una mierda.

Hizo una mueca de desprecio y soltó un bufido.

–Pues a mí no. No quiero que me relacionen contigo –dijo ofendido–. Con una borracha –añadió y puntualizó marcando ese insulto.

–Claro, tú prefieres aprovecharte de la borracha en silencio y a oscuras.

– ¿Aprovecharme?– preguntó incrédulo–. No te escuchado quejarte mucho cuando mi mano se ha metido entre tus piernas, lo único que he notado es que, en ese momento me comías la boca como si fueras una aspiradora...

– ¡Porque pensaba que eras otro, imbécil!

– ¿El tal Cody?– preguntó con una sonrisa de oreja a oreja como si nada.

–Sí, el mismo –contesté e inmediatamente me arrepentí.

Ese cerdo soltó una carcajada con la garganta estirada, marcando su gesto de burla como si yo fuera su maldito bufón.

Desgraciado.

– ¿Qué te hace tanta gracia?

Mi expresión fue escalofriante, hasta al escucharme a mí misma se me pusieron los pelos de punta, pero a; don incompetente, simplemente le frenó la carcajada, pero no causó un efecto más como; aterrorizarlo.

Había fracasado.

–Increíble –murmuró.

Negó con la cabeza a la vez que murmuraba algo más que no pude escuchar, después, levantó la cara y me miró, volvió a negar y se retiró el pelo hacia atrás en un gesto de lo más seductor.

La madre que lo parió.

– ¿El qué? ¿Lo psicópata que eres al abusar de una mujer?– pregunté con sarcasmo.

Su rostro se desencajó y me dedicó una mirada furiosa.

–No, perra, –muy bonito, pensé–, que a mí me ha sucedido lo mismo–. Intimidante se acercó a mí y apoyó una mano al lado de mi cabeza. Me apegué a la pared todo lo que pude y contuve la respiración para no comenzar a gruñir por sentir su efecto sobré mí, después, levanté un poco la cabeza, no mucho, él había contribuido a modo amenazante y había bajado su vista para meter más miedo en mi cuerpo–. Yo pensaba que estaba con una rubia de piernas largas y pechos tan turgentes que no me caben en las manos, y sin embargo –señaló con desprecio mi cuerpo–, mira con lo que me encuentro.

Mis sentidos se movilizaron, el muy cabrón había expresado una desolación increíble, pero desde luego debía recordarle que él, también me había metido la lengua por toda la garganta.

–Por supuesto, me has confundido...

–Aunque no lo creas, así ha sucedido –interrumpió con voz autoritaria–. Sí llego a saber que eras tú, no me meto en el baño ni loco.

Educado hasta para ofender. Pero su pretencioso comentario, era tan absurdo como creer que los burros volaban.

–Tu historia hace aguas por todas partes– indiqué con sarcasmo–. Tuviste la oportunidad de largarte cuando escuchaste mi voz...

Me quedé sin voz al tiempo que me estremecía al notar como sus dedos -que no había visto al estar atenta a esa boca y a esos ojos constantes, fijos y sin parpadear en mí-, me retiraban unas greñas de la cara y las colocaba detrás de la oreja.

–Sí, me di cuenta de mi error, pero después de notar la entrega y la desesperación en tu cuerpo, ¿cómo iba a desaprovechar tus ganas de follar conmigo?

Retiré su mano de un manotazo y coloqué mis manos en su pecho para empujarlo y sacarlo de mi cercanía. Él se echó para atrás, esta vez más preparado, soltando otra de sus carcajadas.

–Puto engreído, ni pagándome follaría contigo.

–De todas formas, no creo que te pudieses permitir mis tarifas –fanfarroneó con voz seductora.

Solté un largo bufido, de esos que expresan incredulidad y levanté mi mano con chulería.

–Ahórrate tu precio, ya te he dicho que no lo haría.

Él levantó una ceja de súper play boy y bajó su vista pretendiendo que me arrebatara el aliento.

Desgraciadamente hizo mucho más que eso, mi cuerpo tembló por todas las sensaciones que se estrellaban como meteoritos contra mí.

– ¿Hacemos la prueba y ponemos tu criterio en manos de tu cuerpo?

Lo miré de arriba abajo con desdén, desenado escupirle en esa cara de tío egocéntrico y vacilón, pero me abstuve.

–Estoy borracha, ¿quieres que te vomite en la cara?

Me dedicó una sonrisa de lado y deseé partirle los morros para que esa sonrisa se marcara mucho más.

–Sé que te mueres de ganas por hacerlo, ese cuerpo está muy caliente –mencionó a la vez que tanteaba con sus dedos todo el contorno de mi piel sin tocarme–, así que, te lo haré de espaldas, así, nos ahorraremos ambos las arcadas.

Insufrible.

–Ni aunque fueras el último ser viviente en el mundo.

Él levantó una de esas arrogantes cejas.

–Coincidimos en eso. Si quedaras tú, una cabra y yo, antes me lo monto con el animal...

–Qué asco das –murmuré.

–...prácticamente estaría metiéndola en el mismo agujero –terminó y sonrió de oreja a oreja.

Hijo de...

Era de idiotas continuar con esto, ese hombre no tenía respeto por nada que no estuviera a su altura, se creía el señor de todo y no le importaba pisotear a nadie.

Ya había perdido mucho tiempo con él.

–Tarugo.

–Petarda.

Uffff.

–Eres lo peor con lo que podría haberme cruzado en la vida.

Le giré la cara con toda la soberbia que me quedaba en ese momento y abrí la puerta, dándole un golpe intencionado en el hombro cuya molestia le produjo otra carcajada.Salí fuera de ese cubilete, pero me detuve en seco al chocar con dos cuerpos masculinos de espaldas a mí que estaban apoyadosen los inodoros que colgaban de la pared. Ambos se giraron al escuchar el ruido y se me quedaron mirando.

–Lo mismo digo– murmuró mi mala suerte, antes de chocar con mi espalda–. ¿Qué haces...?– se quejó.

Al interrumpirse supe que se había dado cuenta de lo que me sucedía.

Se colocó a mi lado y me tomó de la cintura en un extraño gesto posesivo. Una oleada de calor irradió desde el punto de contacto de aquel brazo fuerte hasta la boca de mi estómago, y la engullí metiéndola para dentro como si fuera un alienígena tratando de salir de mi barriga.

Los jóvenes nos miraron con gesto de confusión, como si fuéramos extraterrestres. Ladeé mi cara hacia mi desgraciada compañía y una amplia sonrisa de satisfacción se dibujaba en cada uno de sus gestos.

–Disculpar chicos, mi ratita no se podía contener –explicó.

Sus ojos literalmente rodaron y sus cejas se alzaron, anunciando que yo había sido una desesperada y que él simplemente me había dado mi medicina para bajar mi calentón.

El muy capullo.

Bufé de pura rabia. La humillación ya era bastante cruel como para que él, en un intento de rescate penoso, se brindara un trofeo con todos los méritos; dejándome a mí como a la buscona.

Retiré, de malas maneras ese brazo que me amarraba la cintura con fuerza. Sólo Dios sabía lo que era capaz de hacer si ese hombre seguía tocándome. Después me escapé casi corriendo de la zona que de pronto, se había vuelto demasiado iluminada.

–Mujeres –describió el muy cabrón, de fondo, mi actuación a la vez que yo abría la puerta de un fuerte tirón y salía al exterior de la noche.

–Inútiles –murmuré abrigándome los brazos, buscando la forma correcta de no ponerme a correr delante de toda la gente que había fuera.

– ¡Hey! –Lo escuché gritar a mi espalda–. Espera.

Me seguía.

Joder ¿es que la noche no se terminaba ya?

Clavé las sandalias al suelo y me detuve, después, lentamente y observando como unos cuantos ojos se habían posado en nosotros curiosos, me giré para terminar con esto de una vez. Impresionantemente, ya se encontraba a mi lado.

–Déjame en paz de...

– ¿Te vas sin despedirte?– preguntó interrumpiendo mi amenaza, con una ceja alzada.

Tendrá valor.

Alcé las cejas y pasé de responder. Me cogió del brazo cuando me daba la vuelta para irme.

– ¿Qué demonios quieres?– farfullé por no gritar y enviarlo a la mierda de una vez.

Los ojos del desconocido destellaban una extraña furia.

–Eres imprevisible, ratita.

–No me llames así –solté entre dientes.

Tiré del brazo pero él no estaba dispuesto a soltarme, es más, dio un pequeño tirón para acercarme más a su cuerpo.

– ¿Y cómo debería llamarte?

–Para ti, tu pesadilla –repetí lo mismo que él me había dicho a mí cuando interesada le había preguntado por su nombre. Otro error que anotar a la lista–. Ahora si me disculpas, me están esperando.

Hice una mueca cuando sus dedos se tensaron y se clavaron en la piel de mi antebrazo. A pesar de la escasez de luz, vi que la boca del desconocido se convertía en una línea tensa y entrecerraba los ojos.

–Al menos tengo el consuelo de saber que el primero en mojarte las bragas he sido yo.

Ese comentario me crispó.

–No te pongas medallas campeón, al que tenía en la cabeza era a él, así que; tú has sido el robot que se movía y él, el hombre de mi imaginación.

Me solté de un ligero tirón, para no provocar miradas ajenas. Luego hice un esfuerzo por recomponer la serena apariencia que siempre me había sentado tan bien cuando deseaba disimular mi estado interno.

–Eres sumamente encantadora –se mofó.

Apreté los labios y decidí dejar correr sus comentarios. Únicamente me centré en largarme de allí.

–Podría decir que ha sido un placer volver a encontrarte, pero estaría mintiendo descaradamente, con lo cual... qué coño, –me lo pensé mejor y antes de decir algo súper educado, me salió la Estela que llevo dentro–: Adiós y que te den mucho por el culo.

Él simplemente sonrió, yo, le di la espalda e intenté caminar...

–Por cierto, –esta vez me frenó antes de dar un solo paso con su voz, un sonido que escondía un matiz vengativo, y afrontándolo como un reto, lo miré. Él se lamió los labios, demasiado lento y me quedé embobada mirando como una tonta ese movimiento, luego, continuó–: no te hagas ilusiones, no me gusta como besas.

Esa revelación me arrancó por un momento de la fantasía que estaba teniendo en la que cogía ese labio inferior con los dientes y lo estiraba buscando el sonido ronco de sus gruñidos.

–Por fin estamos de acuerdo en algo –dije–, además, de que... la tienes muy pequeña para mi gusto.

Mentira, pero él no tenía por qué saberlo.

Me permití una última mirada, tan ávida como discreta, a su pecho antes de darme la vuelta y alejarme. ¿Quién sabía cuándo volvería a estar cerca de un espécimen masculino de semejante perfección?

Pronto, Cody te espera en la barra.

Mierda, Cody.

Aligeré mi paso. No sabía cuánto tiempo había pasado pero esperaba que el mínimo como para provocar que mi cita con él se hubiera ido al traste.

Encontré a Cody en el mismo lugar exacto que lo había dejado, de espaldas a mí con los dos brazos apoyados en la barra y la cabeza baja. Me acerqué por detrás y le pasé una mano por toda la curvatura de su espalda, antes de que llegara a la nuca se giró abruptamente y me miró con aspecto enfadado, cuando se dio cuenta de que era yo, se relajó, pero otro sentimiento duro se posó en cada uno de su gestos.

– ¿Dónde demonios estabas?

Vale, había tardado un poco más de lo normal.

Me encogí de hombros para restarle importancia y sonreí llevando mis manos a las solapas de su americana.

–Me perdí, y después, cuando lo encontré, había una cola de miedo.

La espalda se destensó y su mandíbula se relajó completamente, pero esa mirada penetrante y acusatoria, no desapareció tan rápidamente.

–No vuelvas a perderte –me ordenó mordaz.

–Vale.

Borré mi sonrisa y dejé de coger su chaqueta. Antes de que bajara las manos él tomó mis muñecas y apretándolas suavemente las volvió a subir a su pecho.

–Lo siento, estaba preocupado –explicó con rapidez.

Me relajé e intenté acercarme a él pero, sentí un ligero escalofrío en la espalda lleno de alarma cuando, la manga de una suave chaqueta se arrastró por mi carne desnuda y los nudillos de una mano se deslizaron, haciendo más presión por mi trasero.

Eso fue algo intencionado.

La piel se me puso de gallina, no hacía falta girarme para saber quién era, y menos después de escuchar el sonido grave de su voz y la orden que marcaba su timbre cuando se dirigió al camarero para pedir una bebida.

Me apreté contra el cuerpo de Cody, necesitando su calor para que hiciera desaparecer las sensaciones de mi piel. Cody, al principio tenso, se relajó y bajó su cabeza hasta colocar su mejilla contra la mía.

–Te perdono si me llevas a casa ya –murmuré.

– ¿Te quieres ir?

Giré un poco mi rostro, dejando a un lado el calor de su pecho y me vi muy próxima a sus labios.

–Sí –contesté a la vez que soltaba la respiración.

–Yo también, pero me encanta tenerte cómo estás ahora.

Me acerqué un poco más, ya saboreaba su humedad contra la mía, ya lo tenía, pero entonces, alguien nos empujó y nos separó. Cody con gesto agresivo levantó la cabeza y miró por encima de mi hombro. Cada una de sus facciones se relajaron, hasta me pareció ver una débil sonrisa en sus labios.

Todo comenzó a darme vueltas...

–Lo siento –se disculpó una voz dulce–, he tropezado.

–Tranquila, no pasa nada –dijo Cody, cortésmente.

Me di la vuelta para ver quién era y me encontré con una chica rubia, un poco más baja que yo, con un flequillo cortado completamente recto y unos ojos grandes en un intenso verde que miraban a Cody coquetos.

De pronto, un brazo fuerte enrolló su cintura y esos dos grandes pechos se mostraron un poco más.

–Disculpar, las mujeres no saben en qué momento tienen que dejar de beber.

Su voz, inconfundible y sobresaliente de todo sonido me lanzó al más profundo estado de tensión completa. Subí mi vista de esas dos enormes manzanas operadas hasta chocar con un cielo tormentoso y brillante.

Los ojos de mala suerte miraban a Cody, lo analizaban bajo una sonrisa de lo más falsa. Me estremecí al pensar en todo lo sucedido y en lo fácil que sería para él estropear la noche.

En un ataque de ansiedad me giré y tomé a Cody de la manga, lo vi, por el rabillo que abría la boca para contestar a esa declaración de guerra sobre las borrachas de hoy en día que había lanzado don capullo, descaradamente posé mis dedos en sus labios para que me prestaran atención a mí.

Cody, por suerte, no se hizo de rogar y sus ojos se fijaron rápidamente en los míos.

–Vámonos –le pedí con la voz estrangulada.

Cody me miró con ceño, pero supongo que al notar la existencia en arrastrarlo, poco, porque ese hombre era parte mole parte piedra, asintió con la cabeza y se dejó arrastrar hasta fuera. Una vez noté el frío ambiente de la noche expulsé el aire y mis pasos se relajaron a la simple cortesía de un paseo.

El resto del trayecto fue en sumo silencio. A mí no me apetecía hablar y en cuanto a Cody, no estaba muy segura de lo que le sucedía, tal vez mi necesidad de huir anterior había dejado claro una parte de la historia secreta de los baños al aire o tal vez, simplemente, estaba aún molesto conmigo, igualmente y muy a mi pesar, agradecí el silencio porque necesitaba encontrar el punto muerto de mi estado loco de nervios.

Al llegar a casa fue todo un caballero, como había sucedido antes de salir, abrió todas mis puertas, incluida la de casa. Entré esperando que me siguiera, pero él esperó fuera, como si necesitara mi invitación.

Dejé el bolso encima de la mesa de la cocina y lo miré, de arriba abajo, dando por sentado que quería que pasara.

No funcionó.

– ¿Qué pasa?– pregunté al mismo tiempo que me acercaba a él con un paso lento y erótico; un pie delante del otro y mi trasero de una lado a otro.

–Dímelo tú.

Cody se cruzó de brazos y el sentimiento que se reflejó en su rostro, casi me empujó a estrecharlo contra mis brazos.

– ¿No quieres entrar?

–Me muero por entrar y...

Se quedó callado y le dirigió una mirada a la ventana, mirando más allá, observando su piso justo enfrente.

– ¿Y?–lo animé, acercándome un poco más.

Se descruzó de brazos y me miró directamente a los ojos con mucha decisión.

– ¿Estás molesta por lo sucedido antes?

Su pregunta me confundió.

– ¿El qué?

–Que me tomara tantas libertades en darte de beber de mi propia boca.

Al recordarlo noté el calor entre mis piernas.

–No estoy molesta por un beso, es más, me gustó –aseguré, sintiendo como me subía el frenesí loco por todo el cuerpo.

O estaba muy borracha o estaba muy cachonda, igualmente esperaba que fuese más la segundo opción.

–Eso no era un beso, Estela, yo no suelo besar así.

Lo miré y la sensación de mariposas se posó en mi estómago dándome la bienvenida a algo nuevo y maravilloso.

– ¿Y cómo besas?

Cody sonrió con malicia.

Frenar algo imposible resultaba como la palabra decía, imposible, pero frenar algo que deseas que suceda desde que salieras de la casa, bueno, me resultó inevitable y de lo más gratificante.

Únicamente me dije; Al ataque.

Primero su mano, que tomó mi nuca enredando sus dedos en el cabello, y después su brazo, que se curvó alrededor de mi cintura aplastando nuestros cuerpos en uno solo.Y por último, sus labios, dos planchas fijas, calientes y mojadas que aplastaron mi boca con un frenesí loco, prácticamente me devoraba como si no hubiera besado en años.

Gruñó y gruñí. Dios. Solté un grito que él ahogó cuando sentí el sabor de su lengua introducirse en mi boca y jugar a la serpiente comilona.

–Sí –gruñí de nuevo, en un grito loco que salió en un sonido de lo más animal.

Sus manos descendieron por mi cuerpo, con ansiedad, con devoción hasta llegar a mi trasero. Me levantó en vilo como si fuera una simple muñeca y de dos largas zancadas llegamos al sofá. Me tiró encima con rabia, se me cortó el aliento pero inmediatamente lo mejoró al ser él el siguiente en cortarme el aire.

No me aplastó pero al encontrar el hueco exacto -entre mis piernas- se mostró imparable, mostrándome con un restregón de dura presión lo excitado que estaba.

Menos mal, yo estaba que echaba fuego por la vagina.

Alcé mi trasero para notar ese bulto que estaba a punto de reventar en sus pantalones e incité al hombre a que continuara.

–Oh, sí –gruñí–. Tú sí que sabes...siiií...

De pronto, algo sucedió y se frenó completamente, dejándome perdida y sin saber muy bien que hacer.

–No –gruñó él.

El cuerpo de Cody se retiraba e intenté atraparlo con mis piernas colocándolas a su alrededor como si fuera una llave de yudo.

–Espera... Estela, no, así no.

Lo consiguió, sólo una parte de su cuerpo, y se retiró.

Bufé exasperada.

–Así no, ¿qué?

–Estás muy borracha y me gustaría que esto lo recordaras mañana...

–Lo recordaré, tranquilo. Ven aquí y continúa –dije, al tiempo que alargaba los brazos hacia él.

–No –me cortó. Se incorporó sentado, alejándose de la mujer que estaba tirada en el sofá, abierta de piernas y ofreciéndoselo todo–. No quiero que mañana despiertes y te arrepientas.

–No me arrepentiré. –Me incorporé sentada y estiré mis brazos, de nuevo, para cogerlo y devolverlo a su lugar, encima de mí.Él atrapó esas manos y evitó el contacto tipo pulpo. Bufé–. Llevo pensando en esto desde que dio comienzo la noche...

–Estela –me cortó, luego cogió mi mano y le dio un beso para hacer ese rechazo más suave–, no busco un polvo de una noche, ni sexo sin compromisos. Me gustas, y me muero de ganas de estar dentro de ti.

–No se nota –farfullé y el soltó un suspiro.

Mierda me iba a dejar caliente y a punto de explotar... ¿Cómo me podía hacer esto?

–Dejémoslo para mañana. Alquilo una peli y preparo una cena romántica para los dos.

Bien, eso me gustaba, pero mi temperatura no bajaba ni un grado.

–Vale, pero...mmm, podías restregarte un poco y darme el mínimo de placer.

Cody sonrió y me miró como si fuera increíble. Me encantó.

–Lo único que voy hacer es llevarte a la cama...

–Sí, vamos a la cama –intervine feliz y me enganché a su cuello como una mona en celo–, estaremos más cómodos.

Cody, como había prometido me llevó a la cama, me quitó las sandalias y me arropó...

¡Me arropó como un bebé!

Que escándalo.

Traté de impedirlo, pero lo único que conseguí fue que ese hombre me cogiera de los brazos y me aplastara contra el colchón.

–Si quieres puedo ser cruel –susurró, de un modo espeluznante que provocó que todo mi cuerpo se mantuviera completamente quieto–. Buena chica.

Me besó en los labios de forma posesiva y marcando mi carne a fuego lento, algo que dejó mi temor de nuevo apagado y mi calenturiento cuerpo en llamas. Pero no hubo nada que hacer.

Cody, finalmente se dio la vuelta y se largó sin más, dejando a la pobre caperucita sola con su loba interna a punto de comérsela.

–Contigo o sin ti, está noche voy a tener dos o tres orgasmos –grité, cuando desapareció por el pasillo.

–Piensa en mí –gritó él, desde la entrada.

Escuché el golpe fuerte de la puerta y me hundí en la cama.

Hay que joderse.

Finalmente me quedé dormida y aunque, en mi mente había vagado la imagen de Cody con insistencia, terminé soñando con la terrible mala suerte, sólo que el sueño no fue tan terrible.

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