Capítulo 6
ESTELA
Algunas cosas no se pueden parar y en este momento lo único que no podía parar era el latido frenético de mi corazón. Estaba muy nerviosa y todo porque me arreglaba para una cita, una primera cita.
Odiaba las primeras citas y más con desconocidos, porque albergaban dos problemas, uno era que; o no había temas de conversación por que no sabías de que hablar y el otro que; no dejabas de hablar para conocer a la otra persona de inmediato y saber si forma parte del equipo; me lo tiro esta noche y un adiós por la mañana, o me lo tiro esta noche y el resto de mi vida.
Sinceramente de una primera cita se podía sacar muchas cosas de gran importancia, pero la realidad era muy diferente porque en la primera cita el tío busca el polvo y se comporta como un galán y la mujer... Bueno, creo que se preocupa en estudiar al espécimen para ver si vale la pena hacerse ilusiones o darle su polvo y salir por patas. La mala suerte es que los hombres con el paso del tiempo han evolucionado y saben perfectamente como conquistar...
No todos.
Mi vocecilla interna me avisó de que comenzaba a desvariar y el timbre de casa de que mi primera cita había venido muy puntual.
Un punto para él.
Salí escopetada de la habitación, me arreglé el vestido que había elegido, uno negro, sencillo, largo hasta los pies, de tirante fino y estilo jipi muy original.
Al menos si quería meterme mano por debajo de la mesa tendría unos metros extra para recoger, y yo, un tiempo extra para negarme.
Me apetecía mucho esta cena, es más, deseaba que terminara para saber que tal era mi compañero y si se merecía ese polvo que andaba buscando, pero otra parte de mí, la mujer hecha y derecha, la mujer difícil, me gritaba desde el interior de mi cabeza que no se lo pusiera tan fácil, que al menos dejara pasar unas cuantas citas más antes de abrirle las piernas.
Bueno, amiga, según avance la noche te informaré.
Me miré en el diminuto espejo que tenía detrás de la puerta y abrí. Ambos actuamos del mismo modo, sólo que yo, esperé el veredicto de su mirada antes de repasar ese cuerpo tenso y escultural.
Sus ojos me revisaron de arriba abajo y aunque vi una mueca cuando no vio piel, al descubierto, por debajo de mi cintura, al subir y ver mi escote sus pupilas se dilataron y la sonrisa apareció nada más se topó con mis ojos.
–Estás preciosa.
Buena respuesta, aunque... sinceramente no me hubiese importado una obscenidad...
No os conocéis.
Ahora me tocaba a mí. Tejanos oscuros, camisa oscura dentro de los pantalones que se abrochaban con un cinturón y una americana negra para darle un toque más elegante. Superó mis expectativas. Era tremendo ver tanto músculo dentro de unas prendas tan tensas. Pero cada tela caía sobre él con perfección. Cody tenía mucho estilo.
Deslicé mis ojos, a duras penas de su pecho, que recordaba perfectamente plagado de marcas en forma de curva, hacia sus ojos negros, ahora brillantes.
–Tú tampoco estás nada mal.
Sonrió y alargó el brazo, con la palma abierta hacia arriba en mi dirección.
– ¿Lista?
–Sí.
Pasé por su lado, y como todo un caballero, él mismo cerró la puerta de mi casa y me siguió, con atención, hasta las escaleras.
– ¿Dónde me vas a llevar?– pregunté asegurándome de que todo lo que contenía mi pequeño bolso era lo que necesitaría para esa noche.
–Vamos hacer una pequeña ruta. –Me giré y lo miré sin entender–. Primero compraremos unos pasteles salados para llevar, de un puesto ambulante que hay en la plaza, ese será nuestro aperitivo y lo tomaremos de camino al restaurante. Después, cenaremos en una terraza que hay cerca del puerto, y para finalizar–, se silenció y rodeó con su brazo mi cintura. Toda la carne de esa zona me ardió y sentí como la tensión me provocaba una deliciosa sensación de cosquillas por toda la espalda. Cody me obligó a retroceder y se me acercó–, te llevaré a un lugar que descubrí hace poco. Un local donde sirven los mejores y más inventivos cócteles de la ciudad y la música es una variedad, de toda clase–. Me estremecí al sentir su aliento en mi mejilla–. Sé que te gustará.
Me soltó, abrió la puerta y de nuevo, me dejó pasar delante para cerrar él mismo.
–Todo lo que has dicho suena genial –le dije ya en la calle mirando de una lado a otro mientras, pensaba cuál sería su coche–. ¿Pero no te parece un poco aparatoso?
–No –contestó contra mi nuca y pasó por mi lado–. Todo está concentrado en la misma zona–, se giró y me miró para comprobar si lo seguía, iba detrás de él–. Hay que caminar un poco, pero observando que llevas unas sandalias planas, y yo deportivas–, se frenó y se giró completamente en mi dirección–. No creo que te importe.
–Si te preocupan mis quejas sobre el dolor de pies, tranquilo, voy caminando a todos lados, estoy acostumbrada a recorrer unos cuantos kilómetros al día.
Me frené justo delante de él.
–Me lo he imaginado, tienes un cuerpo perfecto –dijo mientras me guiñaba un ojo.
Me ruboricé y giré la cara para que él no me mirara. Cody me tomó de la barbilla y me devolvió a mi puesto inicial.
–No me prives de otra de tus maravillas –ronroneó, luego, apretó el pulgar y lo deslizó hacia abajo hasta soltarme completamente. Después me dio la espalda–. Sube.
El coche era un cuatro por cuatro rojo, con el interior en piel y el salpicadero, en un metal brillante que me llamó la atención por lo original. Cody accionó el mando y el techo solar se abrió. Me abroché el cinturón y lo miré, él simplemente sonrió, como un niño pequeño. Me hizo sentir mariposas en el estómago.
Nuestra primera parada se encontraba al final del todo. Cody imaginó que sería mejor aparcar el coche cerca del lugar donde finalizaría nuestra noche, y su plan tenía lógica. La energía que teníamos ahora, dudaba que se conservara toda la noche y según como veía que los actos se desarrollaban, volver a casa con él de pronto, se me antojaba más que, estar corriendo de un lado a otro.
Cody tenía veinticinco años y venía del norte de Francia, sólo hacía un mes que estaba en la ciudad y ya se conocía los lugares más extraños en los cuales jamás hubiera pensado que nos darían de comer. Se había criado con sus abuelos y su adolescencia había resultado tan locuaz que había tenido que hacer un servicio militar si no quería terminar en la cárcel.
Un chico malo...mmm... Me gusta.
Escuché con atención mientras engullía con placer esos deliciosos pasteles de beicon con masa bañada en melocotón, pero al llegar a los veintitrés años, dejó de hablarme de él y comenzó a preguntar sobre mí.
Me tocó el turno de hablar y le resumí en casi diez frases todo lo que me había sucedido, incluido al valiente novio que me había dejado por teléfono, algo que ahora mismo... me hacía gracia.
–Ese no sabe lo que se pierde –murmuró mientras, abría la puerta del restaurante.
No dije nada, simplemente me encogí de hombros y seguí al camarero hasta nuestra mesa. Un lugar increíble. Teníamos unas preciosas vistas al mar y las luces que nos rodeaban hacían que la escena fuese sacada de una película.
–Esto es precioso.
–Ya te dije que te gustaría.
El metre nos trajo las cartas y Cody pidió el vino como un experto, pronunciando el nombre de la botella con un perfecto acento francés que me puso un poco cachonda.
Dos puntos chico sexy y peligroso.
– ¿A qué te dedicas?– pregunté una vez acomodados en la mesa.
–Trabajo en el centro de seguridad de incendios.
La impresionante noticia empujó a todos mis nervios a mirarlo impresionada, luego, mi interna zorra se imaginó ese cuerpo chorreando adrenalina, con los pantalones caídos y los tirantes encima de un toroso brillante y desnudo, corriendo con una manguera en la mano de la que salía agua con una fuerza sobrenatural.
Imaginé muchas cosas más y tan sucias como esa, pero mi interés en el bombero que tenía delante dejó a un lado mis fantasías para retomar la conversación.
– ¿Eres bombero?– pregunté sin voz, incrédula.
–Sí, ese sería el término exacto. – Cody me miraba dudoso, tal vez no comprendía mis gestos o había interpretado mal mi pregunta–. ¿Decepcionada?
–No, que va –aseguré–. Visto de cerca, tienes pinta de bombero.
Más relajado sonrió y pude apreciar un pequeño rubor en sus mejillas que lo convertía en un hombre adorable.
–Me lo tomaré como un halago.
–Es un piropo –reconocí con sinceridad–. Siempre he creído que la fama de los bomberos era una leyenda urbana, pero ahora... Me parece que ya no volveré a juzgar un rumor más.
–Me alegra aclarar tu error. ¿Y tú? ¿A qué te dedicas?
– ¿Tú qué dirías?
Le di mi perfil para hacer una especie de postura de niña buena. Cody meditó murmurando en silencio.
– ¿Sinceramente? –preguntó, y yo asentí–. Yo diría que de stripper de barra americana o...
Cody se interrumpió cuando mi servilleta lo golpeó y terminó soltando una carcajada.
–Mal. Muy mal.
–Era broma –dijo entre carcajadas agachándose para coger la servilleta del suelo–. Más bien, pareces una gogo de discoteca...– se silenció de nuevo y levantó las manos, meneando la servilleta en signo de paz mientras miraba el tenedor que tenía en la mano–. Si no eres una buenísima tiradora de cuchillos, preferiría que dejarás eso encima de la mesa –continuó bromeando.
–Primero arregla tus bromitas y después, decidiré si no pruebo contigo mi puntería– amenacé meneando el tenedor con provocación.
Se apoyó en el respaldo y me miró con las cejas alzadas.
–Tienes pinta de pintora. Una mujer creativa que le gusta ver mundo y plasmarlo en un cuadro añadiendo su imaginación.
Impresionante. Me quedé con la boca abierta, pero se equivocaba, ojala fuera su artista.
–Tú sí que eres un artista –me mofé un ratito yo de él.
Cody sonrió ampliamente y me guiñó un ojo como si fuera mi cómplice.
– ¿Me he equivocado?
–Me encantaría decirte que no, pero, –me encogí de hombros–, no me gustaría mentirte en nuestra primera cita así que, sí, te has equivocado.
–Bien, –se adelantó y apoyó los codos encima de la mesa–, entonces, sorpréndeme y dime a que te dedicas.
–Bueno, era una parada hasta ayer. Mañana comienzo como secretaria.
–Felicidades.
Con la sonrisa en los labios estiró el brazo para devolverme la servilleta, pero antes de que me la llevara la mantuvo cogida por la otra esquina y me miró directamente a los ojos.
–Así que al final, ¿esto es una cita?
–Ya veremos –respondí, seductoramente dando un tirón y robándosela.
El resto de la velada fue exactamente igual, llena de bromas, de frases con doble intención y de brindis cada vez que alguno de los dos le daba un corte al otro.
Me encantaba.
Cody tenía una sonrisa preciosa, el nacimiento de dos hoyuelos se marcaba cada vez que sonreía y el sonido que efectuaba su garganta era contagioso.
Cuando nos dispusimos a salir me dolía tanto la mandíbula de reír que tuve que cómprame una botella de agua antes de irnos, y el resultado de lo bien que me habían entrado esas botellas de vino francés, que Cody había pedido, fue tan desproporcionado que, durante todo el trayecto de camino al local de los cócteles, los dos íbamos cogidos de la mano y no me di ni cuenta.
La música no estaba muy fuerte, pero la aglomeración de gente fue inevitable. Cogiéndome fuertemente de la mano Cody sorteó a toda esa gente y llegamos a la barra.
– ¿Confías en mí?– preguntó con la mirada fija en mis gestos.
–Sí. ¿Qué me vas hacer?
Soltó una carcajada con el cuello estirado
–Eres muy mal pensada, tan sólo quiero pedir por ti.
–Ah, adelante, me fio de ti.
Sonrió y se giró para pedirle al camarero. Dos minutos después tenía un vaso largo con un líquido rojo y un montón de cerezas flotando desde la mitad del cristal. Él había optado por un vaso corto de contenido dorado con unas pequeñas bolitas del mismo color flotando por encima.
– ¿Qué es eso?– pregunté, refiriéndome a las mismas bolitas.
– ¿Quieres probarlo?
Asentí con la cabeza imaginándome que me ofrecería el vaso para darle un sorbo, pero para mi sorpresa, fue él quien le dio el sorbo, me tomó de la barbilla y me acercó a su boca, después, nuestros labios se chocaron y el frescor mojó mi lengua al sentir como esas bolitas se deslizaban desde mis labios hacia mi interior en un empujón descarado y provocativo de su lengua.
Sus labios me habían dejado anestesiada y la calidez que sentía entre las piernas de pronto provocó un contraste radical que casi me tumba, por suerte, antes de que me cogiera un ataque al corazón, él se separó y me miró atentamente.
Degusté el sabor en mis papilas gustativas etiquetando lo que comía sin poder retirar mi mirada de la suya. Mi cuerpo estaba completamente tenso y ardiendo.
– ¿Y bien?
Mordí una de las tres bolitas que me había pasado y el sabor se expandió por toda mi boca.
–Es anís dulce –dije fascinada.
Él sonrió ampliamente.
–Si quieres más, me lo pides, no te cortes.
No, después de ver lo poco que te cortas tú ¿Para qué?
Con las mejillas ardiendo le retiré la mirada y tomé mi vaso lleno de cerezas entre las manos para mirar a mí alrededor. Verdaderamente, ese beso me había puesto muy nerviosa, y deseaba disimular un poco.
–Este lugar es impresionante –dije rompiendo el silencio que se había puesto entre nosotros.
–Sabía, aunque me tomes por engreído, que todo te gustaría –pronunció con una voz un poco apagada.
Por lo visto mi reacción no le había gustado. Sonreí y lo tomé de la mano para poder volver a como estábamos. Me lo estaba pasando genial, Cody era un sol y físicamente me encantaba, me ponía como una moto. No iba a estropear la mejor cita que había tenido en mi vida.
Él se tensó al notar mi tacto, miró esa mano y después a mí, y de nuevo, vi ese negro brillando con unas pupilas completamente dilatadas.
–Has acertado, pareces conocerme perfectamente.
–Será, que tal vez somos muy iguales –ronroneó seductoramente. Yo me limité a dejarlo con la duda ya que ese beso había dejado mis buenas contestaciones KO.
De pronto, sentí la necesidad de ir al baño, me disculpé con Cody que me señaló que los baños estaban fuera en un lateral, y salí disparada.
En el de mujeres la cola llegaba casi hasta la entrada del local, y en el de hombres no había ni Dios, como sería algo rápido, miré a mí alrededor y me metí dentro.
Estaba todo completamente limpio, y comprendí el fuerte olor a desinfectante mezclado con un ambientador de flores que podía colocarte con pasar una hora ahí dentro. Entré en un cubilete y cerré con pestillo, cuando me agaché para levantarme la falda me di cuenta de que iba más borracha de lo que me imaginaba.Fue todo un milagro que no me estampara contra la pared con tanto meneo que le daba a mi cuerpo por no tocar la taza del inodoro.
–Mierda –exclamé tratando de subirme el tanga, que se habían enrollado en el vestido.
Ahora me daba cuenta de la estupidez en ponerme un vestido largo.
Escuché la puerta abrirse y el golpe que dio al cerrarse. Me mantuve callada, al loro de las pisadas.Alguien entró, enchufó el grifo y lo cerró al cabo de unos segundos, después escuché de nuevo las pisadas y la puerta cerrarse.
Hora de irse.
Nada más salir del cubilete, las luces se apagaron y me quedé completamente a oscuras en un lugar que no conocía y con una borrachera de miedo. Fui a ciegas, tanteando el terreno con los brazos estirados para no chocar con nada.Con paso lento llegué hasta la puerta, pero, en vez de metal toqué algo muy blandito.
Apreté y alguien se quejó.
Clavé mis dedos, asegurándome del sonido por si acaso tenía alucinaciones y la queja se hizo de nuevo. Me retiré hacia atrás, asustada y con el corazón completamente descontrolado, pero unos brazos se enrollaron en mi cintura, tiraron y mis manos quedaron aplastadas entre mi pecho y una suave camisa.
– ¿Cody?
Soltó una risa ronca, grave y un poco nerviosa que chocó contra mi pecho provocándome un estremecimiento, después, se agachó un poco, llevándome con él y me besó el cuello, esa zona comenzó arderme como si esos labios fueran fuego. Pensé que me caería y me cogí de la solapas de su americana con fuerza.
Era Cody. Lo sabía, el cinturón de metal que sabía que llevaba puesto se apretaba contra mi cintura marcando esa zona de puro anhelo, y ese cuerpo musculado que me tenía presa lo recordaba perfectamente.
–Cody –gruñí al notar su lengua deslizarse por la vena que palpitaba en mi cuello–. Cody, aquí no... Vamos a mi casa...
Balbuceaba, gruñía, gemía.
–No –gruñó él, mordiendo perezosamente mi garganta– aquí sí.
Su voz sonaba como la de un animal y más ronca de lo normal. No era la única que se había pasado con la bebida.
Su lengua continuó lamiendo hasta llegar a mi barbilla, le dio unos besos sonoros y acarició con los dientes desde el principio hasta el final.
–Cody –gruñí.
Me estaba volviendo loca. No me imaginaba que ese hombre pudiera jugar así con su boca, su lengua y sus dientes, pero después de lo de las bolitas doradas que me había dado a probar, me esperaba cualquier cosa.
–Cody...no pares...no.
–Calla –ordenó, soltando el aire entre los dientes.
A continuación, estampó sus labios contra los míos de forma salvaje y desmesurada. Gruñí y abrí mi boca para dejarlo entrar sin barreras, él gruñó por mi invitación y me presionó más fuerte contra su cuerpo. Deslicé mis manos por sus hombros, notando como se endurecían aquellas zonas que yo tocaba y enrollé mis brazos por su cuello, arañando, con la necesidad de tocar algo por encima de la tela de su americana.
Nuestros cuerpos comenzaron a retroceder, él parecía conocerse el lugar y por donde tenía que moverse, ya que al tercer o cuarto paso, ambos giramos y se retiró unos centímetros de mí, sin soltarme y sin dejar de besar mis labios, para darle una patada a la puerta y nos metimos dentro de uno de los cubiletes.
Me estampó contra uno de los muros de chapa metálica. Uno de sus brazos dejó de rodearme el tiempo suficiente como para cerrar el pestillo y volver a mi cuerpo con desesperación.
Sus manos ya no estaban a mi espalda, estaban por todas partes, por mi cintura, mis caderas, mi estómago, volviéndome loca. No paraban quietas, eran como si su dueño no tuviera claro por donde comenzar, era como un niño abriendo regalos el día de su cumpleaños, uno detrás de otro, sin parar.
Las mías sólo bajaban de sus hombros y se retorcían, inquietas por sus brazos. En un repentino ataque de ansiedad llevé mis dedos a las solapas de la chaqueta, y tiré de la tela hasta quitársela, ese fue el único momento que dejó de tocarme, pero cuando la tela ya estaba en el suelo, ya tenía sus dedos de nuevo como locos sobre mi piel.
–Decídete ya... Me estás torturando –jadeé.
El sonido de una risa descendió por mi garganta hasta vibrarme por el pecho, el estómago y mi feminidad, mi clítoris se hinchó como mis pezones, que a ese paso se saldrían del escote, y sentí las palpitaciones de ese movimiento.
La lengua, o la doble bestia que tenía dentro de la boca comenzó a jugar con mi lengua de una forma obscena, como si copularan entre las dos, él subió una de sus manos hasta la nuca y presionó para mantener el ritmo, yo no me retiré ni para respirar, mientras la otra, juguetona resbalaba por mi hombro retirando uno de los tirantes y dejándolo caer por la mitad de mi brazo.
Los dos gemimos a la vez cuando la mano masculina capturó mi pecho y lo apretó, lo masajeó y lo pellizcó con un fervor que excluía cualquier dulzura por su parte, ese hombre iba a las duras y no se privaba de nada.
– ¡Joder! Como me pones...
Escuché de fondo, como un eco suave que me puso la piel de gallina. No pude articular palabra para poder contestar, ya que ni me salían, ni él me dejaba porque se había propuesto dejarme los morros doloridos e hinchados.
Y tú a mí, gemí.
–La tengo tan dura que me duele.
Cody gimió cuando deslicé la mano con descaro, para poder sentir esas palabras, por el bulto que le forzaba los pantalones, después la estrujé y la acaricié un poco notando como se ponía cada vez más dura.
Sus manos, decididas a recompensarme, levantaron mi vestido, farfullando un taco al encontrarse con tanta tela e inmediatamente él gimió en mi boca cuando sus dedos encontraron la piel suave que dejaba expuesta mi tanga. Con pericia, Cody insistió y metió una mano entre mis piernas y tocó con los dedos lo que seguro había empapado ese fino hilo de tela.
Gruñó enloquecido y deseé que continuara el camino de esa humedad y se encargara de curarme.
Joder, estaba a punto de caramelo, ¿porque jugaba tanto?
Yo estaba excitadísima y él también, su pene continuaba dándome temblores cada vez que yo, hacía algún movimiento inoportuno tanto con el cuerpo como con la lengua viciosa que tenía dentro de la boca, pero sin embargo, se lo tomaba con todo el tiempo del mundo, como si quisiera jugar hasta verme morir de una muerte lenta y dolorosa.
De pronto, la luz se dio y el sonido de unas risas masculinas reverberó por todo el baño tensando al hombre que me tenía encerrada contra su cuerpo. Muy nerviosa, me retiré un poco quitando mi mano de sus partes y haciendo que él también las retirara. Inmediatamente mi vestido volvió a rozarme con la orilla los pies.
Sentí un extraño frío en las zonas que él había tocado y un repentino anhelo en todo el cuerpo.
Por suerte, Cody me estrujó contra su cuerpo, como protegiéndome mientras soltaba un profundo gemido de frustración. Aproveché para introducir mi nariz en su pecho y absorber su aroma mientras, me recuperaba de la ola de calor que me atravesaba entera. Alcé la vista y tras el velo de deseo que cubría mis retinas me di cuenta de una cosa que no era muy difícil de distinguir.
No era Cody.
Lo empujé y él, sin esperarlo se estampó contra la pared de enfrente y entonces me di cuenta de quién era.
Mierda, la mala suerte había llegado a la ciudad.
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