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Capítulo 53

ESTELA

Mi boda...

Después de siete meses de planificación, de locura de pruebas, de invitaciones perfumadas (una prueba más de las mil torturas a las que había sido sometida) de llamadas concertando orquestas, catering e invitados, el día llegó cargado de muchas pruebas y la primera fue el despertar.

Llovía, el cielo enfurecido se presentó con rayos y nubes negras que hacían de ese día la noche. Luego, la sorpresa en el baño que casi hace que me caiga al suelo y por último, como sospechaba; el vestido de novia, no me entraba muy bien.

–Contén la respiración –me pidió mi amiga conteniéndola como yo–. Mierda –espetó dejando caer los brazos, cansada de tirar de ambos lados del corpiño para poder abrochar un corchete–. No puedo.

Se tiró en la cama agotada, soltando un bufido.

Me miré en el espejo, exactamente la zona que bordeaba mi estómago con lentejuelas y una línea de puntilla floreada mientras me sujetaba el escote con fuerza para que el vestido no cayera al suelo.

–Te dije que no te comieras ese trozo de pastel de chocolate. Has engordado.

Continuó Sienna, no dije nada, no podía retirar la mirada de mi pecho subiendo y bajando.

¿Sería una crisis? ¿Mi silencio sería eso que llaman; "miedo al compromiso"?

–No pasa nada, contábamos con contratiempos de este estilo –dijo Dana con voz tranquilizadora, después se giró y miró al resto de mis damas de honor–. Dory, cielo, ve a por el corsé, está en...mi coche. Pídele las llaves a Dante, después busca a Kiara y dile que tenemos una emergencia textil. Y tú –señaló con el dedo a Sienna–, busca a Ama, tiene a mi hija, Irene lleva puesto un bolsito de costura... No preguntes –añadió antes de que Sienna preguntara–. Siente debilidad por ese saquito.

Mi amiga se levantó con suficiencia y caminó hasta ella, pero para no fallar, la curiosidad siempre la mataba, añadió:

–Puedo comprender que una niñita de más de dos años tenga debilidad por los bolsos, es chica, adoramos la moda, pero lo que no entiendo es; ¿Qué hace tu hija con un bolso de costura?

Dana bufó.

–Le encanta los lazos, suele arrancárselos y desmontarlos. Evito ponerle lazos, pero mi suegra le ha regalado ese vestido. Cogí el mini costurero por si se arrancaba uno, al menos, podré coser el agujero que deja. Y ahora ¡menéate!

Sienna levantó las manos en signo de paz, pero antes de salir se volvió hacia Dana con ceño.

– ¿Por dónde busco a tu cuñada? –preguntó.

–Busca a Leon, será más fácil. Donde va ella va él como un perro.

Sienna asintió y se fue.

– ¿Aún están enfadados?

Esa pregunta salió de Emmanuela, la cuñada de Dana, quien, con la ayuda de su hija Angela habían vestido a mi hija. Lo malo es que, el precioso vestido que Víctor me había regalado, junto al mío, algo bastante similar y que él había calificado de tradición familiar, se encontraba limpiando el suelo de toda la habitación, ya que Lucy, se encontraba practicando su deporte preferido; gatear por el suelo mientras pillaba todo lo que podía y se lo metía en la boca.

–Es difícil de explicar –dijo Dana abriendo uno de los tres armarios que habían al final de la estancia.

–Que lastima, hacen tan buena pareja.

Dana pasó a otro armario, una vidriera. Dejé su incansable búsqueda de no sé qué y me dirigí al enorme ventanal que daba a un precioso patio floreado y lleno de árboles. Descorrí la cortina, el cristal estaba lleno de gotas que caían hacia abajo hasta juntarse en una especie de río que corría en dirección contraria al sendero, al otro lado, una habitación similar a la que estaba, se llenaba de hombres, y uno de ellos, Andreas.

Tras el velo de lluvia agresiva que agitaba el centro pude diferenciar al hombre, a medio vestir, con tan solo los pantalones y la camisa, con el que me iba a casar.Reía y conversaba con Dalif, Will y Dante, Víctor se encontraba sentado en un enorme sillón jugando con su nieto Diego, alzándolo en los aires y riendo.

–Sí, bueno –continuó Dana–, pero mi hermano es un idiota que sabe cómo funciona una distribución de doscientos comensales satisfechos y sin embargo, no sabe cómo funciona la mente femenina.

– ¿Y quién lo sabe?

Dejé caer la cortina, las manos me temblaban...

No es miedo, es el secreto, tienes que decírselo antes de que todo dé comienzo.

Me dije para tranquilizarme.

–Maldita sea, aquí no hay nada para brindar –comunicó Dana–, Emma, sal fuera, busca a un camarero y dile que necesitamos una botella de lo que sea. Y de paso, averigua si Zee está aquí.

Emmanuela salió precipitada de la habitación y Dana, con su sonrisa tranquilizadora se me acercó.

–Te voy a quitar el vestido –me informó despacio.

Lo cogió por el escote, con cuidado y lentitud. Se trataba de una cirujana tratando de quitar una venda sucia a una herida. Actué igual que la enferma, no pude soltar la tela.

La miré directamente a los ojos.

–Tranquila, no pasa nada, Kiara, mi prima lo arreglará, estudia diseño de moda y manejará la situación con maestría.

No me preocupaba el vestido, ni las flores que a última hora se habían cambiado por calas, ni las goteras que estaba arreglando del invernadero donde se celebraría el banquete, o que el cura que celebraría nuestro enlace dormía la mona en una de las habitaciones continuas.

No.

No me preocupaba nada de eso, y eso era lo más extraño, mi boda se caía a trozos y lo único que me preocupaba era Andreas.

Solté la respiración y dejé que Dana me quitara el vestido por los pies. Lo dejó colgado en una percha que se sujetaba en una lámpara de araña que, tras notar un peso más, se balanceó. Se aseguró de que no se moviera más de lo necesario y se fue al baño a por una bata. Me quedé en medio de la habitación, mirándome los pies.

El día de mi boda, debería de estar en una nube, histérica por todo, nerviosa e incluso súper alegre, y lo estaba, una parte de mi arrancaba todas esa emociones, pero otra, se concentraba en mi pequeño secreto, en la tortura de guardarlo.

Tenía que hablar con Andreas.

– ¿Es así como piensas casarte? ¿En bolas? –Levanté la vista y me topé con la espalda de Luther–. Sabía que te revindicarías de esta boda por toda la exagerada extravagancia que han puesto a tus pies. A mí también me parece ridículo, pero, ¿no te parece exagerado?

Me fijé mejor en mi hermano.

Tenía las manos metidas en los bolsillos y se balanceaba con los zapatos. De traje impecable. No parecía ni él. Y puede ser posible que no fuera ni él.

Mi relación con Andreas también había cambiado a Luther. Había conocido a Darío, y ambos se habían convertido en grandes amigos y futuros socios en una pequeña empresa de seguridad.

Luther fue quien convenció a Darío para que viniera a la boda. El amigo de Andreas no es que rompiera el contacto con nosotros, pero la relación se había enfriado, Andreas trató de explicarme el motivo, pero no lo vi justo, igualmente en ningún encuentro con Darío le hice algún feo. Le debía mi vida, la de Andreas y la de mi hija. Y aunque amaba a Andreas, una parte de mí siempre adoraría a Darío.

–No me reivindico por nada –contesté–. Ya tengo suficiente con todas las catástrofes que están pasando. Sin embargo, me parece extraño que tú, en vez de estar al otro ladometiéndote tanto veneno en el cuerpo como para quedar inconsciente, estés aquí, con las chicaspreocupándote también por mi modelito.

–Pero que maja eres –expresó con emotiva falsedad.

–Recuerda que tú eres mi tutor.

–Por supuesto –exclamó meneando los brazos en un exagerado movimiento–, culpa al Hermano-mayor-padre-postizo de esa forma absurda de comportarte y...

– ¡Joder!

Dana salió corriendo y me puso la bata, con torpeza conseguí meter un brazo y luego el otro, después, como si se tratara de mi madre anudó el lazo y me dio un toquecito en el hombro. Entones se giró hacia Luther.

– ¿Ya puedo girarme...?

– ¿Qué haces aquí? –cortó Dana con exasperación.

Mi hermano se volvió con una sonrisa de oreja a oreja.

–He visto salir corriendo a tres mujeres de la habitación, como locas y mi instinto me ha dicho que pasaba algo...

–Déjame tú móvil –interrumpí a mi hermano de golpe.

Luther me miró con ceño.

– ¿Para qué?

–Necesito hablar con Andreas.

– ¿Para qué?

– ¡Que me lo dejes!

Mi hermano lo sacó del bolsillo y se lo arrebaté de las manos. Marqué y de nuevo me asomé a la ventana.

–Joder como estamos –murmuró Luther–, pensaba que el mal humor y los cambios repentinos de carácter serían obra del embarazo, pero ya no lo tengo tan claro.

Visualicé a Andreas, su sonrisa fue interrumpida por algo en la habitación. Caminó hasta un pequeño mueble que había en el centro de la estancia, cogió el teléfono y miró con ceño la pantalla.

–Solo está nerviosa –contestó Dana.

–Conozco a mi hermana y está más que nerviosa, está histérica.

Andreas se puso el móvil en la oreja y habló sin saludar.

–Como sea otra de tus amenazas estúpidas amenazas, Luther, juro que hoy...

–Andreas.

El murmullo a mi espalda desapareció y el hombre a la otra línea pareció contener la respiración.

– ¿Estela? ¿Qué pasa? –preguntó preocupado.

–Te veo –susurré.

Se dio media vuelta, retrocedió unos pasos y por fin se encontró delante de la ventana, a unos diez metros de mí, separados por un pequeño jardín, árboles y una cortina intensa de lluvia.

– ¿Qué pasa? –ronroneó–, ¿tanto me echas de menos que no puedes esperar cinco minutos?

–Sí, uau, un montón –ironicé.

Andreas se apuñaló el pecho, un dramático y burlón gesto que me hizo reír.

–Sabes que desea mala suerte ver a la novia antes de la boda.

–Técnicamente es; ver el traje de la novia, y yo, no llevo el vestido puesto. Voy en bata. Tranquilo, no hay nada que puedas descubrir debajo de esta tela.

Andreas ladeó la cabeza.

– ¿Nada?

–Solo una sorpresa para esta noche.

Soltó un gruñido con la garganta estirada.

–Oye, Dante, ¿me da tiempo de escaquearme unos minutos?

– ¿Ya te estás meando otra vez? –gritó Dante– Joder, Andreas, te pareces a mi hija, o a un viejo...

– ¡Que te den!

Se escuchó un conjunto de carcajadas que fueron apagadas por la voz amenazante de Andreas.

–Mi viejo verde me ha resultado un meón –me mofé.

–No tiene gracia... –Andreas se interrumpió, entrecerró los ojos y se quedó mirando algo a mis pies, luego, soltó una carcajada.

– ¿Qué? –pregunté al mismo tiempo que me miraba en el reflejo del cristal por si había algo en mi aspecto que le causara la risa.

Con el día que llevaba hoy estaba casi segura que posiblemente me crecería una verruga en la nariz.

–Lucy me está dedicando sus mejores caras.

Bajé la vista y me la encontré, de rodillas, apoyada en el cristal y con la boca abierta, tratando de atrapar con la lengua una gota de agua que se arrastraba al otro lado del cristal.

Sonreí.

Genial, mi hija de siete meses y medio ya se quería comer el mundo.

Me agaché alargando los brazos, la pequeña Lucy aceptó de inmediato a que la tomara en mi regazo. Apoyó su cabecita en mi hombro y ambas nos dispusimos a mirar a su padre de nuevo. El gesto de Andreas, al contemplar la escena cambió.

Noté un electrizante calor recorrer mi cuerpo, una sensación deliciosa.

– ¿Qué pasa, cariño? –hasta el tono de su voz era chocolate fundido.

–Has visto que día hace hoy.

–Llueve –dijo sin mayor importancia.

–Mucho.

Sus gestos se suavizaron y tomó una intensa respiración.

– ¿A dónde quieres llegar?

Suspiré. No podía ni mirarlo a la cara. Me temblaba el cuerpo y el corazón se debatía entre el silencio o el agarrotamiento. No funcionaba como Dios manda. Daba toques extraños, como cuando lo conocí, ese bom-bom, que solo había salido en tres o cuatro ocasiones desde que lo conociera.

–Hoy parece un mal día. Todo ha salido mal.

Apoyé la cabeza encima de la de mi hija, con cuidado, simplemente un apoyo cariñoso.

–No habrás cambiado de idea, ¿verdad? –espetó sin aliento–. Porque sí es así, juro que voy a por ti y te arrastro por el pasillo desnuda si hace falta –amenazó.

Me incorporé recta, completamente tensa.

–No. Quiero casarme contigo –Vi como el pecho de Andreas se deshinchaba y la seriedad de su rostro se suavizaba–, pero hay algo que debes saber antes de la ceremonia.

Me silencié y la duda me azotó mentalmente.

¿De qué tenía miedo?

No era algo nuevo, ni un problema, realmente se trataba de un acelerado paso que tomaríamos en un futuro, a parte, dentro de una media hora sería mi marido...

–Estela –me llamó, el silencio se había alargado demasiado–, me va a reventar la cabeza. Dime por favor, ¿Qué demonios te pasa?

Estaba desquiciado, y yo más nerviosa que antes. Era el momento.

–Estoy embarazada.

Sus ojos se abrieron como platos.

¿Qué?

Esa fue la palabra, pero lo que yo escuché fue un: Qggg, sin aliento. También escuché un gritito de alegría a mi espalda y un taco impresionante con una exclamación. Vale. Luther y Dana y alguien más, también lo sabían.

–Me he enterado esta mañana. Lo sospechaba, pero lo achacaba todo a los nervios de la boda, y me equivocaba. Ha dado positivo.

El miedo me azotó al ver que no decía nada. Permanecía inmóvil, con el teléfono en la mano, el brazo apoyado al cristal y sin parpadear.

–Andreas, di algo, por favor.

– ¿Es una broma?

Está vez fui yo la que abrió los ojos como platos.

Otra vez. Será...

– ¿Qué? ¡No! ¿Cómo eres tan cabrón? ¡Maldito seas...!

Andreas soltó una carcajada que me sobresaltó, después levantó el móvil y se volvió hacia los hombres que había en esa habitación.

– ¡Voy a volver a ser padre!

Vi rostros de asombro, puede que por una noticia tan improvista, pero finalmente se dieron los aplausos y las felicitaciones. También en mi lado de la habitación. Mi hermano me abrazó, Dana lo siguió, y el resto, emocionadas comenzaron a darme besos.

Casi pierdo el móvil con tanto meneo, beso y abrazo. Cuando me lo puse en la oreja, Andreas gritaba mi nombre histérico.

–Sí, deja de gritar. Estoy aquí.

–Cariño, luego te lo agradeceré.

Lo miré de lejos y el cristal me lo ofreció como un hombre haciendo un gesto grotesco no apto para menores de edad, como mi hija, que se quedó embobada mirando a su padre, luego rompió a reír.

–Ahora nos vemos –dije.

Él asintió.

–Sí. Te esperaré en el altar. No tiene perdida, cuando veas al cura, dirígete a él. Yo estoy al lado.

Le mandé un beso y de inmediato, mucho más tranquila y notando como los nervios de la boda se apoderaban de ambas partes de mi cabeza, presté atención a mis damas de honor y la locura de órdenes que se opusieron una vez entraron todas dentro.

Kiara consiguió arreglar el vestido, añadiendo un trozo de tela que Zee había encontrado en el exterior. Dory me recordó todo lo que había salido mal el día de su boda, dos meses atrás, mientras Sienna me arreglaba un poco el pelo. Dana cambió las flores de mi ramo, añadiendo unas cuantas calas que había robado de un centro de mesa. Ama preparó unos cócteles de piña colada para nosotras (sin alcohol para Dory y para mí) e Irene y Angela cuidaron de mi hija.

Media hora después, me encontraba enganchada del brazo de Luther, esperando a que sonara la música para salir.

– ¿Tú estás tan nerviosa como yo?

Me volví para mirarlo. Tragaba con dificultad y se arreglaba la pajarita una y otra vez. Estaba casi segura que si aflojaba el brazo, mi hermano saldría corriendo.

Sonreí evitando partirme de risa.

–Posiblemente –contesté y ceñí más mi brazo sobre el suyo. Luther se volvió.

Había algo en su mirada que me derritió el corazón.

–Me siento orgulloso de ti –dijo.

–Y yo de ti. Estoy feliz de que seas tú quien esté a mi lado hoy.

En su sonrisa hubo tanto cariño que no pude evitar devolvérsela.

–Quiero que sepas que aunque te cases con Andreas no cambiará nada entre nosotros. Eres mi hermana pequeña y allí donde estés, yo te seguiré.

Tragué y noté la cálida gota de una lágrima caer por en mi mejilla. Luther alzó la mano y la limpió.

–Joder, Luther, que bonito. Viniendo de ti es increíblemente bonito.

Una de sus cejas se levantó.

–Lo has adaptado tanto a tu estilo de vida que ya no diferencio si se trata de sarcasmo, burla o es un halago –dijo.

–Es un terrible halago. ¿Te extraña?

– ¡No! Que me halagues me asusta, significa que estás madurando.

Arrugué mi frente.

–No se trata de eso, ¿de madurar?

–No. Eres mi hermanita pequeña, la enana que suelta groserías por la boca y que llora metida en una bañera.

–Pues te recuerdo que esa enana tiene una hija, otro bebé en camino, cosa que no voy a mencionar como vienen los niños al mundo...

–Ni quiero saberlo –añadió Luther por lo bajo.

–...y se va a casar con un hombre adulto.

– ¿Y qué? –se encogió de hombros –. Yo te sigo viendo como Estela, la pertinente niña que me reta.

Reí.

–Y yo te seguiré viendo como Luther, el estupendo hermano mayor híper controlador que me desquicia y me estresa.

Luther soltó una carcajada que terminó en una risa suave. Después de unos segundos en silencio, me miró.

–No cambies nunca.

Se me acercó y me dio un beso en la frente. Cerré los ojos y varios recuerdos de cuando éramos niños me vinieron a la cabeza.

–Te quiero –dije.

–Y yo, mucho.

Y lo nunca dicho, lo nunca apreciado o lo nunca formado, nació sin más entre los dos en ese instante de conversación.

Mi hermano era el mejor.

La música comenzó a sonar. Una preciosa sinfonía llena de violines y una voz femenina que parecía conjurar a los ángeles.

–Ya es la hora –avisó Luther, recolocándose la pajarita, de nuevo, nervioso.

–Si sales corriendo te parto la crisma.

–Si salgo corriendo tu novio me parte la crisma.

Me reí por lo bajo. Tenía razón.

–Estoy de acuerdo.

–Bien –tomó una intensa bocanada de aire y levantó el mentón orgulloso–. Pues no le hagamos esperar más.

Encontré a Andreas, por supuesto, al lado del sacerdote, solo, esperándome con una preciosa sonrisa en los labios. Mis nervios y los sucesos desaparecieron y la ceremonia se convirtió, bajo la lluvia en algo precioso.

Hasta que él, y su sentido del humor, interrumpieron al cura antes del beso y después de declararnos marido y mujer:

– ¿Se puede suprimir eso de; hasta que la muerte los separe?

El sacerdote frunció el ceño sin entender, yo tampoco, e incluso los invitados murmuraron.

– ¿Por qué, muchacho?

Andreas sonrió y añadió mirándome a mí:

–Porque me voy a casar con una sádica que se tomará al pie de la letra esa definición.

Todos soltaron una carcajada, a mí no me hizo ni pizca de gracia, sin embargo no dije nada, solo pensé, y me lo grabé mentalmente.

Ya te la devolveré.

No obstante el comentario se quedó en una broma y en el olvido, ya que de pronto, me convertí en su mujer y el resto del día pasó tan rápido que cuando me quise dar cuenta de todo, me encontraba metida en un coche, al lado de Andreas, con los ojos vendados, camino de una sorpresa.

– ¿Me puedo quitar esto ya?

–No –respondió Andreas sujetándome de los brazos a la vez que me conducía a un lugar–. Espera un momento aquí, por favor.

Me soltó y escuché los pasos alejándose.

– ¿Adónde vas?

–Espera, voy hablar con tu hermano.

Bufé. Me estaba poniendo nerviosa tanto secretismo. Lucia estaba aún en el coche, dormidita, había sido un día intenso para ella como para mí, también deseaba tirarme a la cama y cerrar los ojos. Me encontraba exhausta, hecha una mierda. Me dolían los pies, el corsé me apretaba tanto que llegué a pensar que me tendrían que amputar los pechos por la falta de circulación. Pero lo que más me molestaba era el maldito recogido, precioso sí, pero las horquillas se habían encajado a mi cabeza, me imaginaba el cerebro perforado.

Escuché a Andreas hablar con Luther, no pude oír mucho de la conversación, pero sí algo de que se llevara a Lucia y que mañana él mismo la recogería, después, algo sobre los coches, un intercambio...

Mierda. ¿De qué iba todo esto?

– ¡Andreas!

–Ya estoy aquí.

Noté sus manos envolverme de nuevo los brazos. Me giró.

– ¿Y Lucy?

–Con tu hermano.Mañana pasaré a por ella nada más me levante...

Me frené en seco. Mi espalda chocó contra su pecho.

–No. Quiero a mi hija conmigo.

Se acercó mucho, tanto que noté los botones de su camisa en mi espina dorsal.

Ratita, esta es nuestra noche de bodas. Te dije que tenía que agradecerte el nuevo regalo –Andreas acarició mi estómago, con suavidad, a la vez que su cálido aliento caía por mi cuello hasta perderse en la encerrada abertura de mi escote–. Además, tengo una sorpresa para ti.

Me rendí y me dejé llevar. Le prometí confianza, le prometí felicidad y le prometí a mí misma. Él me lo había dado todo en un día pidiendo a cambio un sí a todo.

Por lo cual, mi respuesta sería un sí. Te sigo, Andreas.

Me dejé llevar por los sonidos, imaginando en mi mente que estaba sucediendo. Sé que él jugaba con unas llaves, escuché el metal chocando contra sí, después una cerradura y el sonido de una puerta abriéndose. Me hizo pasar dentro.

Vale, estábamos en un lugar más oscuro que el exterior.Lo sabía. Por muy tapados que estuvieran mis ojos eso lo notaba. Empujó de mí un poco más y me frenó.

–Dame unos segundos.

Tomé una intensa respiración y sentí en mi olfato el olor a mar.

¿La playa?

– ¿Estamos en la playa? –pregunté.

– ¿Qué?... ¿Cómo lo sabes?

–Lo huelo.

– ¿No hueles nada más?

Negué con la cabeza a la vez que escuchaba el cuerpo de Andreas en movimiento. Danzando de un lado a otro, corriendo en algunos momentos. Me puse más nerviosa ya que sentí pequeñas luces rodeándome. Estrujé el vestido deseando arrancármelo con las manos, deseando quitarme esa venda y deseando que él regresara a mí de una vez.

Mis deseos finalmente se hicieron realidad.

Su cuerpo se colocó a mi espalda, esos dedos que anhelaba deshicieron el nudo y la venda cayó de mis ojos.

–Este es mi regalo de boda.

Se me cortó el aliento cuando dibujé con mi mirada el lugar. Una casa, una enorme y preciosa casa de dos pisos con una preciosa vista al mar. Un panel del enorme ventanal estaba abierto y llegué a escuchar como las olas rompían contra la orilla.

Solté un sonido extraño al dar media vuelta y observar todo cuanto me rodeaba, no había muebles, ni cuadros, ni nada, era una estancia vacía, exceptuando la cocina que casi convivía con la sala principal.

Sin embargo, en el centro del salón se extendía una alfombra de pelo largo rodeada de cojines de colores, y formando tal cuadro un montón de velas encendidas, una botella en su cubitera en una esquina, dos copas y una bandeja de fruta, pero con una única fruta; el melocotón.

–No tiene muebles porque quiero que la decores tú.

Andreas se había acercado a mí y ahora estaba a mi lado, tomándome de la mano. Me estremecí y sentí como todo mi cuerpo perdía fuerzas, como mis ojos se nublaban de felicidad y como mi mente gritaba de alegría.

–Tiene jardín –continuó–, con solo un árbol. Pronto plantaremos más, si quieres... ¿Estás llorando? –preguntó con una preciosa sonrisa en los labios.

La luz de las velas lo enfocaba aún más guapo. El traje, del que solo le quedaba la camisa, la pajarita desecha y colgando en sus hombros y los pantalones, lo realzaban más, se asemejaba a una bestia. Era sumamente atractivo, impecable y perfecto en todos los aspectos.

No podía creer la suerte que tenía de que ese hombre fuera mío.

–No, es que el vestido me está matando.

–Eso tiene solución. A mí también me molesta la ropa.

Sabía lo que significa eso y lo que vendría después, y estaba más que dispuesta a disfrutarlo.

Me desnudó con lentitud, tanta que llegó a desquiciarme, luego me pidió que lo desnudara, yo no me anduve con rodeos, tardé cuatro segundos en arrancarle la ropa y dos en tumbarlo sobre la alfombra y colocarme encima de él a horcajadas.

Me quedé quieta, mirando su torso desnudo y mis manos encima de él. El anillo brillaba sobre todo lo demás. Mi pulso se aceleró y noté el ligero temblor que daban mis manos contra su cuerpo.

– ¿Qué pasa? –me instó en voz baja.

Deslicé mi mirada de su pecho a su rostro. Esto era perfecto, absolutamente perfecto. El hombre de mis sueños, en la casa de mis sueños y mirándome enamorado como en mis sueños. Los dos solos, después de jurarnos amor eterno en un día de lluvia, en un día que todo había empezado mal y que en cambio, había terminado perfecto.

–Pienso en la suerte que tengo –susurré. La intensa emoción que me embargaba me impidió seguir hablando y tuve que hacer una pausa. Esperé a que el temblor de mis dedos mitigara, a que mi voz fuera firme. Respiré hondo una vez. Dos. Y cuando al fin hablé, mi voz era serena–. En que en ningún momento te he dicho lo muy feliz que soy, lo muy feliz que me has hecho hoy–, otra respiración–, y lo mucho que te quiero.

Las manos de Andreas se sacudieron, atraparon mis brazos y un momento después me encontraba atrapada debajo de su cuerpo, inmovilizada por ese hombre. Apenas tuve tiempo de verle la cara cuando me sujetó con las manos la cabeza y comenzó a besarme apasionadamente. Devorándome la boca, con la lengua profundamente dentro de mí, saboreándome como si estuviera muriendo y mi boca albergara el elixir de la vida.

–Mía –gimió entre mis labios–. Eternamente mía.

Fue uno de sus típicos besos duros, casi violento, pero le respondí con el mismo ímpetu, la misma ferocidad y la misma locura, tratando de fundirme con él, aferrándome a esos hombros con las uñas en un esfuerzo de acercarme a él.

Andreas apoyó su amplio pecho en el mío y me abrazó, se restregó contra mi cuerpo. Ardí. Andreas desprendía tanto calor como rozar acero caliente. Su erección que se aplastó contra mi ingle era descomunal. No pude resistir la tentación de restregarme contra él, encantada al sentirla engrosar, endurecerse y palpitar por mí.

No era el único afectado, enseguida comencé a sentir como me mojaba, como me estremecía, como me palpitaba las paredes vaginales por sentirlo dentro de mí.

–Andreas –gruñí –, ahora, deja de esperar.

Se retiró de mí lo suficiente como para mirarme a los ojos y mostrarme un ceño.

No estoy para tonterías, pensé. Estoy tan caliente como una hoguera...APAGA EL FUEGO.

–Quería que fuera especial, dulce, lento.

Por un momento pensaba que me tomaba el pelo, ¿dulce? ¿él?, y por poco me parto de la risa, peor no, lo decía en serio, de verdad quería practicar un sexo delicado. Lo malo es que yo no estaba preparada para esperar tanto.

–Tenemos toda la noche por delante –rogué como una niña pequeña–. Te aseguro que he tenido demasiada ñoñería por hoy. Me tira la piel de lo mucho que te deseo, estoy a punto de que me entré un ataque de ansiedad. ¿Crees que puedo soportar mucho más cuando siento esa serpiente dura como una roca entre mis piernas?

Andreas sonrió y esa sonrisa me remató.

Joder. ¡Que empiece ya!

–Cariño –susurró.

–Por favor...

–Di la palabrita mágica.

Maldita sea.

Me mordí la lengua para no enviarlo a la mierda, pero el muy capullo se hacía de querer, aun de sentir como temblaba contra mí tenía aguante, no me daría lo que quisiera hasta que no me rindiera a su favor.

Sonreí.

–Por favor, mi señor, se lo ruego. Tengo el agujero tan dilatado que podía caber un brazo entero –Andreas soltó una carcajada que me puso la piel de gallina, por eso, mi última plegaria salió con un jadeo–; Mi señor, penétrame.

Al oír aquello él se estremeció. En cuestión de segundos me abrió las piernas con sus rodillas, algo innecesario, yo se las abrí totalmente, deseando envolver sus caderas. Oh, por favor, resultaba delicioso sentir su peso sobre el mí, cálido, solido, duro...

Un cazador.

–Voy a entrar dentro de ti y tú vas a rogar que no pare.

Dalo por hecho.

Asentí, y como siempre me envistió de un golpe. Todo dentro, entera. Con los músculos duros y rígidos.

Gruñí y estiré mi garganta, soltando un grito. Todo mi cuerpo le abrazó, como un impulso descontrolado, reteniéndole, envolviéndole con brazos y piernas, tan fuerte como me era posible.

Andreas comenzó su ritual de movimientos, tan potentes que temí que la alfombra donde estábamos acostados se prendiera fuego, aun así me dio igual. Lo necesitaba, lo necesitaba desde que lo viera en el altar esperándome. Necesitaba ser poseída por él con esa violencia. Como si fuera una ofrenda de amor, como si necesitara que me marcara para toda la vida.

Él me penetraba de forma inclemente, sin piedad, dura y pasional, romántica en nuestro mundo. Sus caderas golpeaban contra las mías y los sonidos que emitíamos, jadeos locos, se esparcían por toda la noche. Pensé vagamente que hasta los peces se volverían locos por el deseo que ardía en todo el salón.

La intensa fricción originó una ardiente vorágine de excitación en mi vagina y mis músculos internos empezaron a contraerse alrededor del pene de él, dirigiéndome al orgasmo sin remisión.

–El cielo –grité sin saber muy bien que decía.

–Mi cielo –lo escuché de fondo.

Instintivamente, le rodeé con más fuerza las caderas con las piernas y empujé abajo los músculos duros de su trasero.

Andreas gritó algo más que no pude entender. Arqueó la espalda y comenzó a embestir rápida y fuertemente, en una serie de profundos y bruscos movimientos irregulares.

Estremeciéndome, exploté en un bestial orgasmo que me hizo soltar lágrimas incomprensibles, los espasmos fueron brutales, procedían de todo mi cuerpo y por un segundo me creí ciega. Andreas no se detuvo, buscando su propio placer, y entonces lo sentí. Tan brutal como el mío, soltó un grave gemido, casi de dolor. Se quedó quieto, con cada músculo completamente convertido en hierro, y terminó dejándose caer encima de mí. Su enorme torso se movía como un fuelle para inhalar aire.

Ambos permanecimos en silencio, tratando de encontrar la cordura. La sensación de vértigo todavía me embragaba y su cuerpo contra el mío me hacía arder. Todavía continuaba dentro de mí, y su peso acortaba más mi respiración. Me acomodé mejor, en cuanto mis caderas se movieron, Andreas se tensó ligeramente y me eché a reír.

–No voy a decir que tengo ganas otra vez pero, cariño, ¿me puedes dar unos minutos de recuperación?

Finalmente, Andreas levantó la cabeza con los ojos medio cerrados y una leve sonrisa en la cara. Me dio un casto beso en los labios y absorbió mi aliento.

–Yo tampoco te lo he dicho hoy –susurró–, también te quiero, Estela.

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