Capítulo 52
ANDREAS
Querida ratoncita;
Un año hace que naciste hoy.
Recuerdo como tu tío Luther te dejó en mis brazos, como ese pequeño cuerpo se retorció inquieto hasta que te tomé de la manita. Te me quedaste mirando, fijamente, como si descubrieras un mundo ante ti. Yo me derretí. Recuerdo el amor a primera vista que sentí cuando te conocí, y como ese amor ha pasado a ser enorme cada día que ha pasado.
Un amor inmenso, tan grande que soy incapaz de medirlo, y jamás lo haré, porque no existe cifra exacta de lo que siento cuando te veo.
Tienes el color de mis ojos, el pelo castaño de tu tío Luther y la sonrisa de tu madre, e incluso su comportamiento a la hora de enfadarte. Tu puñito se estrella contra el suelo y comienzas a gritar un; ñi-ñi-ñiñi-ñiñi, similar al que suelta tu madre cuando se enfada, solo que ella en vez de dar golpes, suele dar saltitos. Pero lo adoro, adoro que tengas eso de tu madre. Cuando te veo hacerlo, la veo a ella en ti y espero que jamás dejes de hacerlo. Espero que cuando escriba la carta de tu segundo cumpleaños, tú ya des los saltitos.
Un año, resulta increíble cómo pasa el tiempo.
Ya te he felicitado, yo he sido quien te ha sacado de la cama y te ha dado el biberón, como cada mañana. Pero hoy es especial, tu primer cumpleaños. Sé que no lo entiendes, no sabes que pasa a tu alrededor, porqué tú tío se ha vuelto loco y te ha regalado un coche de carreras, o por qué tu tía Dana cuelga montones de globos por el techo, o por qué, yo te escribo esta carta.
Es un recuerdo, pequeña, quiero que lo sepas todo de mí y sobre todo de tu madre. Ella es lo más especial y bello (después de ti) con lo que me he cruzado en mi vida.
No hubo historia romántica desde el principio, no hubo palabras bonitas, ni un me he enamorado, pero sucedió, sin más, me enamoré de ella.
Tú madre me odió desde que las puertas del ascensor se abrieron, desde que el abuelo la contrató, desde que la comparé con una fotocopiadora, desde que la saqué a rastras de un pub y desde que la encerré en un cuarto de baño de chicos. Todavía eres muy pequeña para comprender eso, así que solo te diré, que ella me confundió con un amigo suyo y yo, decidí jugar al escondite con ella.
Supongo que, el odio se convirtió en amor, porque después de comer juntos, de ir a una farmacia a comprar "jarabe para la tos", y desayunar juntos tras pasar una noche en una fiesta llena de colores, ella dejó de odiar, dejó de mirarme mal y me brindó una preciosa sensación de felicidad.
Finalmente sucedió, ella se dio cuenta de que no quería estar con nadie más, y yo que no quería vivir con nadie más, y se lo dije ante la torre Eiffel. Sí. En Paris le dije a tu madre que la quería. Ella también, además, por fin conseguí que no volviera apartarse de mí.
Me parece que lo que más me enamoró de ella fueron sus galletas de chocolate caseras, o un disfraz de ratita que se ponía para que hiciéramos las paces. Un disfraz que ahora, por lo visto te encanta a ti, solo que el de tu madre era un poco más diferente.
Sé que ahora no me ves, pero estoy sonriendo, recordando a tu madre con ese disfraz puesto, caminando por casa, dando vueltas y soltando carcajadas.
Era como un hada correteando a mí alrededor.
Después de pelearnos, declararnos, volver a pelear y amarnos, le pedí que se casara conmigo. Sí, ella aceptó, es más, su anillo ahora son tus pendientes. Un anillo desmontado y fundido que se ha convertido en dos preciosos pendientes para ti. Fue tu regalo al nacer.
Y me encanta esa decisión, porque al llevar ese regalo tú, sé que las dos, de una forma perfecta, sois mías para siempre.
Mis ratitas.
Posiblemente cuando crezcas te contaré más cosas que me dejo ahora por falta de tiempo, como te he dicho, hoy es tu cumpleaños y hay una fiesta fuera para ti.Pero, hay una gran historia por delante de como llegaste al mundo, e incluso tu nombre viene de tú nacimiento.
Gracias a Darío estás hoy aquí, a punto de celebrar tu primera fiesta loca y familiar, por eso, y como mi cometido, como dijo tu madre, era que yo pusiera el nombre que llevarías para toda la vida, te puse Lucia (Lucy para la familia), por la hermana pequeña deDarío.
Él marcó nuestras vidas y ahora tú marcas parte de la suya.
No obstante, para mí siempre serás mi ratoncita. Es como te llamó tu madre, tú increíble madre de ojos azules.
Deberías de haberla visto, como luchó para traerte al mundo, como dio su último respiro por ti. Te sentirás orgullosa de llevar su sangre, yo me siento muy orgulloso de ella, porque me hizo el mayor regalo que una persona puede esperar; conocer el amor verdadero, amar y sentirme amado. Vivir y sobre todo; a ti.
La niña de mi vida...
Retiré los dedos del teclado y miré el cielo, la posibilidad del fondo azul mezclado con el mar, un pájaro lazando el vuelo, y el sol, en lo alto marcando un nuevo y espectacular día. Una vista priviliejada que cambiaba muchos aspectos de mi antiguo hogar, principalmente que este, era la casa que ella y yo soñábamos tener.
Mi nueva casa, en la playa, justo al lado de la de Dana y Dante era mucho mejor que mi loft en el centro. Una casa con jardín lleno de juguetes, árboles y un precioso horizonte, el mar. Desde luego que había sido una buena idea, era lo que quería para mi familia. Un hogar, mi hogar.
– ¿Qué haces?
Me volví tras escuchar su voz. Se apoyaba en el marco de la puerta con una tierna sonrisa en los labios, mirándome con tanto amor que sentí que el corazón me explotaría en el pecho.
–Le escribía una carta a Lucy.
Se cruzó de brazos.
–Que morro. Todo el mundo preparando la fiesta de cumpleaños de tu hija y tú aquí, tranquilamente sentado tecleando palabras.
No pude evitar sonreír. Me recordó a Mary Poppins tratando de echar una bronca al niño malo de la casa, una bronca que no fue ni como sonaba ni como pretendía infundir, más bien, parecía un chiste mal contado pero con mucha gracia.
Giré con la silla hasta quedar frente a ella.
– ¿Me necesitan? –pregunté.
Negó con la cabeza y se aproximó a mí. Sus pasos marcados, definidos por una mujer con mucho carácter habían pasado al clásico paseo que despertaba en mí todos mis sentidos.
Se detuvo cuando sus rodillas chocaron con las mías. Abrí mis piernas y valiéndome de un simple tirón, acerqué más su cuerpo al mío.
–Únicamente quería molestarte.
–Buen trabajo, lo has conseguido –murmuré ronco.
Una de sus manos levantó mi cara para que la mirara, la otra acarició mi cabello. Mis manos que parecían atrapadas a su piel se deslizaron hacia arriba, por debajo de la tela de su vestido y mis dedos acariciaron lo que imaginaba sería puntilla mezclado con satén.
–He hecho mucho más... –un gruñido silenció sus palabras–...pero...
Otros, más fuerte, más intenso.
Me temblaron los dedos en el momento que abarqué su trasero con las dos manos. Presioné y ella lanzó un suspiro.
– ¿Pero? –provoqué.
Ella me miró a los ojos. Hervía el fuego en su mirada, sin embargo, en mí, hervía lava.
–No es el momento.
Bajé la cabeza y acaricié su estómago con mi nariz, después, atacando su culo con la braguita retirada, besé la redondez de su barriga, una pequeña redondez que pronto se convertiría en un montículo, y más tarde, en una enorme montaña.
–Pronto nunca será un buen momento –dije, refiriéndome a la pequeña que ya nacía en su interior. Volví a besar su barriga y apoyé mi frente en ella–. Otra niña.
Se retiró un poco de mí, no se alejó, simplemente se movió para cerrar mis piernas y sentarse a horcajadas encima de mí. Apoyé la espalda en la silla y la tomé de los muslos para pegar más su cuerpo al mío. Ella cogió mi cabeza entre sus manos y me obligó a que la mirara directamente a los ojos.
– ¿Que te preocupa? –preguntó.
Acaricié su mejilla, atrapando unas greñas que se cayeron hacia delante.
–Es difícil creer que todo salga tan bien.
Ella ladeó su cabeza, dejándola caer encima de la caricia de mi mano. Noté como el instinto animal posesivo que convivía conmigo, despertaba con ferocidad.
–Yo también pienso que pasará algo que estropeé una situación. Nada puede ser perfecto...
–Mi vida es perfecta ahora. No quiero que cambie.
Ella sonrió, cogió mi mano y se la llevó a los labios.
–Pero las cosas han cambiado...Sshuu –silenció mi replica con un pequeño mordisco en mis dedos, y continuó–; Nosotros hemos cambiado, nuestra vida ha cambiado. A veces habrá problemas, es normal, pero somos fuertes y estamos más unidos que nunca. Los dos lo solucionaremos, juntos.
Suspiré.
Juntos, por supuesto y desde luego que juntos formábamos una buena pareja solucionando problemas, ya habíamos pasado por el primer mes de Lucia de vida. Tenía una niña que lloraba mucho, no le gustaba que la molestaran o la interrumpieran mientras le daban de comer y le encantaba las bandas sonoras de las películas de terror. Se quedaba quieta, callada, con las palmas en alto y los ojos abiertos como platos, después, cuando la canción terminaba, soltaba una carcajada y nos obligaba a ponerla de nuevo.
Suspiré de nuevo y negué con la cabeza.
–Supongo que sí –dije.
–Que sí, ¿qué?
–Que tienes razón. Me preocupo por tonterías.
Ella sonrió con malicia y supe que esa sonrisa escondía una travesura.
–Sabes lo que creo que te preocupa realmente, que somos tres contra uno, –entrecerró los ojos y se balanceó un poco sobre mí, inmediatamente noté como mi pene se endurecía y se aplastaba contra mis pantalones–, te vas a convertir en nuestro esclavo.
–No me importa ser tu esclavo, o el de mis hijas, si con vosotras pasaré toda la vida.
Me envolvió con sus brazos el cuello y se acercó peligrosamente.
–La pasarás, cariño, que no te quepa duda de ello, porque no pienso dejar escapar a mi trabragas. Ni un instante te permitiré volver a dejarme. Nos quedan muchas fantasías por descubrir.
Deslicé mis manos de sus muslos a las caderas, acariciando con las yemas su piel mientras subía la orilla de su vestido. Después, la alcé un poco y la dejé caer de nuevo en un mejor sitio, un lugar donde ella sentiría todo lo que me estaba haciendo.
–He tentado demasiado a mi suerte como para perderte, vagabunda. –Estela sonrió–. Te quiero demasiado, y demasiado es insuficiente para entender que no hay nada mejor en el mundo con lo que me pueda tropezar. Ya te lo dije una vez; yo no valgo nada si tú no estás a mi lado. Tú eres y serás siempre, demasiado para mí.
– ¿Demasiado? –ronroneó.
–Demasiado –aseguré.
De pronto, me besó, con pasión, se lanzó a mi boca con un beso que atrapé con la misma hambre, como si hiciera una eternidad que no tocara sus labios. Y parecía mentira que sintiera la necesidad de sentir su sabor.
Desde que me dieran el alta en el hospital, casi un mes después de todo lo sucedido, había resucitado, como un sediento necesitando agua con urgencia, a mí me sucedió lo mismo, solo que lo único que necesitaba era a ella, contra mí, una y otra vez. Y lo más raro es que no me cansaba. Era adicto, cuanto más me daba, cuanto más me introducía en ella, más quería. Me parece que por eso, por mi depravada necesidad de hacerle el amor a todas horas, ella, se había vuelto a quedar embarazada.
Pero fueron momentos malos los que pasé. Con un final glorioso, pero necesidades impetuosas. La pura necesidad de saber que no estaba muerta.
Pensar que Estela había muerto, me derrumbó, deseé incluso la muerte. Sin embargo, cuando desperté, me la encontré a mí lado. Viva y recuperada del todo. Solo que el que tenía que recuperarse de una operación, era yo.
Jodido,pensé ese día, estoy jodido...
– ¿Nada de sexo? –le pregunté al doctor cuando se pasó por mi habitación para señalar mi estado.
–Sí, nada de sexo –respondió el doctor.
Estela me dedicó un mohín, yo por casi lloro. Pero la tenía a ella y eso ya me era más que suficiente.
Después de pensar que era un sueño y que hablaba con su espíritu, resultó ser que, el que había muerto era yo. Yo fui quien dejó de respirar, a quien se le apagó el corazón y ella fue quien me gritó, quien lloró y quien lo vivió todo.
Se por lo que pasó, pero ya era pasado.
Estela estaba viva y ahora se restregaba, mientras gruñía contra mi boca, por encima de mis pantalones.
Aprisioné su cuerpo contra el mío con fuerza, tiré de su cabello y antes de que me diera cuenta, los dos nos movíamos al mismo son, desesperados, enredándonos con la ropa, deseando, ambos, arrancarnos cada trozo de tela con los dedos. Fue una alarma en mi teléfono quien nos bajó de las nubes.
Con la respiración agitada nos retiramos, nos quedamos mirando y soltamos una carcajada.
–La fiesta –me recordó.
–Sí, la fiesta –repetí como un idiota.
Respiré y le ordené a mi cerebro que dejará de mirar el escote de mi mujer, que no era buena idea, después, me concentré en mi erección, lo malo es que, ésta no me hizo ni caso.
Estela se levantó se arregló la ropa y el pelo... Vaya, la juerga por lo visto había sido de las locas. Me abroché los botones de la camisa y... ¿Los del pantalón?
¿En qué momento le había dado tiempo a desabrochar mi bragueta?
Bueno, puede que por eso explicara el deseo que ardía entre los dos, incontrolable, como siempre.
–Termina la carta y vuelve conmigo, sino, vendré a buscarte y te castigaré por no seguirme.
–Tú mandas, ratita.
Estela me guiñó un ojo, me mandó un beso y desapareció por la puerta. Por un momento me quedé mirando el vacío que dejó, como una luz, un sendero lleno de color y aromas, uno en particular, el melocotón.
Inspiré y me volví hacia el ordenador, le di a la pantalla y continué con la carta.
No te puedo decir cuáles fueron los mejores momentos con tu madre, puede que en la lista el número uno fuera cuando ella me miró por primera vez, me observó de tal forma que me hizo sentir el hombre más increíble del mundo, o puede que fuera cuando, en un arrebato de locura me echó una botella de agua encima.
Sí, aunque parezca que no, fue muy gracioso.
Pero sin duda hay uno bajo las estrellas. Cuando le pedí que fuera mi chica,esefue el mejor recuerdo que guardó y guardaré para toda la vida, y no solo eso, me parece que fue de los más especiales que comparto con ella, quizás porque ese día nuestras vidas cambiaron.
Pero desde luego, otro que marcó mi vida fue cuando vi a tu madre vestida de blanco, acercarse a mí con lentitud. Nunca en la vida me había sentido tan nervioso y tan impaciente a la vez.
Fue impresionante. Tu madre se convirtió en mi princesa, la heroína que venía a rescatarme.
Tú también estabas ahí, de blanco, con un ramillete de calas destrozadas.
Fue un día lleno de desastres, una boda llena de sorpresas. Me parece que tu madre te lo contaría mejor. Pero finalmente todo salió bien. Ese día me enteré de que ibas a tener una hermanita. Ya la conocerás y la querrás tanto como yo te quiero a ti.
Ratoncita, mi querida hija, solo tengo una cosa más que decir;
Gracias por haber nacido y por haberme elegido a mí como tu progenitor. No te defraudaré.
Te quiere, tu padre.
Guardé la página en una carpeta que titulé;
Los recuerdos de Lucy.
Y cerré el ordenador.
La casa estaba solitaria, la gente se concentraba fuera, en el jardín. Cintas de colores colgaban de cuerdas que se combinaban con globos, letras formando un perfecto:
"Feliz cumpleaños Lucia"
Y montones de flores que rodaban por el cálido viento. Mi familia también se concentraba unida, riendo. Dana cortaba trozos de pastel que repartía con una sonrisa, exceptuando a su marido, a Dante le regaló un beso.
Los regalos esperaban ansiosos ser abiertos encima de una mesa justo debajo del único árbol que había en toda la parcela. Al lado, mi padre con la madre de Dante, siempre charlando. Y en la limitación de tal magnífico escenario, el espectáculo.
Una imitación de Bob Esponja corría por la playa con todos los niños de la familia detrás. Sonreí al ver a esos pequeñajos correteando, riendo mientras intentaban cazar a un muñeco amarillo. Dibujé todo el lugar hasta encontrar a las dos mujeres de mi vida. Estela hablaba con otra nueva incorporación a la familia Le-Blanc, la mujer de Dalif.
Si bien me encantaba ver a mi mujer sonreír, me quedé estupefacto al ver a mi hija en el suelo jugando con una bola de pelo que meneaba el rabo y se lanzaba a su cara como un loco.
Me acerqué con paso ligero, saludando rápidamente a los invitados, prácticamente familia, exceptuando Sienna y Joe, Aaron o alguno más, y me reuní con Estela. Inmediatamente atrapé a mi hija y me quedé mirando a esa cosa con los ojos desorbitados.
– ¿Esto es un perro?
–Sí, que listo –mencionó Estela, quitándome a Lucy de mis brazos–, es un regalo.
– ¿Quién coño le ha reglado un perro? –espeté.
– ¿Así hablas delante de tu hija? –preguntó una voz conocida a mi espalda–. ¿Qué modales son esos?
Me volví hacía Darío. Mi amigo se agachó y cogió al cachorro del cogote, después lo dejó en su regazo. El perro se removió inquieto, tan igual a mi hija que alargó sus bracitos para intentar cogerlo. Darío lo acercó a esa manita y el cachorro sacó su lengua para comenzar a lamer los dedos de mi pequeña. Retiré ese hocico y a Lucy, después miré al hombre.
– ¿Es tuyo?
Sonrió y acarició a la bola de pelo.
–Si te refieres a si es mi regalo; sí, pero si te refieres a si soy su dueño; no, ahora es de Lucy.
–Y una mierda –escupí.
–Venga ya, Andreas. Es adorable, –esta vez fue Estela quien lo acarició, el perro le dio tres lametazos–, y muy cariñoso.
Me estremecí observando como dos componentes de mi familia se habían encariñado de un hocico, con ojos redondos y numerosas arrugas.
–Esa cosa no entra en casa –le dije a Estela, después miré a mi amigo con intensidad–. Llévatelo.
Darío frunció el ceño. Su modestia era absolutamente falsa, ni se molestó en fingir lo falso que resultaba, ni se molestó en mostrarme que se estaba burlando de mí.
–No te va a morder, confía en mí –dijo Darío–. Al lado de tu hija, este perro es un oso amoroso...
–No te cachondees de mí –amenacé.
Estela me tomó del brazo y tiró de mí para que me girara.
–Es un cachorrito que busca una familia adoptiva...
–No. Ni de coña. No quiero un perro...
El acercamiento de Estela me cortó las palabras, ya que fue toda una sorpresa notar uno de sus pechos restregarse contra mi brazo.
Tranquipechón, pensé.
–Si dejas que el perro se quede –susurró contra mi oreja–, está noche te haré una mamada. Te comeré entero y me meteré en la jaula para que hagas conmigo lo que quieras.
Se me cortó el aliento y las imágenes pasaron por mi cabeza a gran velocidad. Casi me mareo al imaginar su cuerpo desnudo dentro de la jaula, una jaula que había viajado del salón de mi ex loft, a la habitación del piso de arriba de mi nueva casa.
Temblé de pies a cabeza.
–El perro se queda –afirmé sin aliento y demasiado ilusionado para mi gusto.
Estela me dio un beso en la mejilla.
–Eres el mejor.
Ya lo sé, pensé con suficiencia, pero tras ver como Darío me miraba con ceño, supe que no era tan bueno, solo había caído en una trampa sexual, esas a las que mi mujer no paraba de someterme, muchas veces, últimamente. Me encogí de hombros. Realmente me daba igual, yo esta noche iba a tener una gran fiesta privada en casa y él, sin embargo, lo máximo que tendría sería una cita con su mano derecha.
–Ni una palabra –le advertí de todas formas. Sonrió y levantó una de las manos en signo de paz.
Tampoco pudo decir mucho, en ese instante mi padre apareció por detrás y con la excusa de que necesitaba hablar seriamente con él, Darío me entregó esa cosa y se largó, eso sí, con un impresionante careto de perros, la espalda tensa y los puños cerrados.
Tú te lo has buscado, pensé con pesar por mi amigo.
Me volví hacia mi nueva familia. Ambas chicas, madre e hija mantenían una conversación que solo Dios podía entender. Dudo mucho que Estela comprendiera que le estaba contando su hija, de todas formas cuando me acerqué a ellas, mi hija se interrumpió y atacó de nuevo al perro. Lo retiré y levanté el dedo para regañar a Lucy.
–Eso no, el perro se acaricia, no se le mete la mano en el hocico.
Lucia me miró, me pareció ver una arruga en su frente, e incluso percibí que esa mirada era la que Estela utilizaba cada vez que le hablaban en otro idioma.
–Te lo enseñaré.
Le mostré al perro en alto y lo coloqué de tal forma que no pudiera rozar con su boca su manita, después cogí la muñeca de mi hija y la obligué, con suavidad acariciar al perro. Lucy soltó una carcajada y ella sola continuó pasando sus dedos por el lomo.
–Que tierno, mírala. Es para comérselo.
Levanté mi vista y miré a mi mujer.
Resplandecía, últimamente resplandecía más que nunca.
–Espero que este vacunado –dije y esperaba que sí–. Y ¿Desde cuando eres tan ñoña?
Estela se encogió de hombros.
Solté la mano de mi hija para acariciar la mejilla de mi mujer, y tres segundos después, mi hija quería dejar calvo a esa bola de pelo. El perro comenzó a soltar gritos lastimeros mientras se agitaba, inquieto e intentando quitarse esos dedos torturadores. Di un paso hacia atrás a la vez que Estela desenganchaba esa mano de un montón de pelo marrón.
– ¿Está bien? –preguntó, cuando la locura se detuvo. Asentí. Supongo que solo estaría asustado. Lucy había actuado a traición...se parecía a mí cuando atacaba a su madre por la espalda–. Pobre animal.
La que te espera, pensé igual que ella mirando de reojo al animal, quien no podía quitar los ojillos asustados de las manos de Lucy.
Decidí dejarlo en el suelo, el cachorro estrepitosamente se colocó al lado de mi pierna, con la cabeza levantada. No dejaba de mirar hacia arriba, controlando a su torturadora, unos segundos después, pareció entender que a Lucia su madre no la iba a soltar, así que, se tranquilizó y terminó acostado encima de mi mocasín.
–Vaya, le estás tomando cariño.
Fruncí el ceño y miré a Estela.
–No más del necesario, sé por experiencia propia lo que duele que te tiren del pelo –lo último lo dije con intención. Estela se colocó mejor a Lucia en brazos y siseo.
–No seas exagerado, no duele tanto.
Levanté la mano y acaricié toda la espalda de mi mujer mientras tanteaba la seda de sus puntas, tiré, con suavidad de unas cuantas y su piel se puso de gallina. Lo hice una vez más y percibí como se estremecía.
– ¿Quieres comprobarlo? –ronroneé contra su oído.
Ella me miró intensamente a los ojos, su pupila se dilató y comprobé el brillo del deseo en su mirada. Luego parpadeó y retiró todo aquello que me mostraba para fijarse en la línea de niños que todavía corrían detrás del muñeco amarillo.
– ¿Has terminado tu proyecto? –preguntó, ronca.
Sonreí con orgullo, me encantaba provocar esos cambios en ella.
–Nuestro proyecto –corregí, Estela sonrió–. Sí, aunque me gustaría contarle algo de nuestra boda.
Frunció el ceño.
– ¿Por qué?
–Porque fue un día muy feliz que me gustaría que ella compartiera.
Su ceño se frunció tanto que casi se juntan sus cejas.
–Salió todo mal, ¿O no lo recuerdas?
Lo recordaba, sí, sin embargo, a mí me pareció maravilloso.
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