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Capítulo 51

  –Hola.

Cada vez aparecía a un lado, en un lugar de la cama, con su cabeza apoyada en mi almohada y mirándome con esos ojos azules.

–No es sano soñar contigo. Deberías decirme que pase página.

Su sonrisa se amplió. Deseé besar sus labios, pero el beso significaba que el sueño se terminaba. Así se despedía, con un beso.

–Para que pedirte que pases página si me encanta que sueñes conmigo.

–Me hace daño.

Y posiblemente me mentía a mí mismo, porque me encantaba soñar con ella. Cada vez que aparecía en mis sueños la sentía viva, a mi lado, llenándome dicha.

–Pues despierta y te curaré.

Negué.

–Si despierto desaparecerás.

Frunció el ceño.

–No desapareceré, ¿adónde voy a ir?

Lejos, pensé...

–Piensas demasiado.

Otra vez lo había vuelto hacer.

No sabía si me leía el pensamiento o yo hablaba en voz alta. Pero me encantaba que pudiera meterse en mi cabeza. Había emociones que no sabía cómo expresar en voz alta y necesitaba que supiera lo mucho que la quería o lo mucho que la echaba de menos...

–Yo también te echo de menos, y sabes, ya estoy buena para ser embestida por mi semental.

Sonreí e imaginé la escena. Aunque no tenía muy claro cómo podía llegar a tocar a un ángel.

– ¿Ahora soy un ángel? –preguntó con un tono de burla que me hizo sonreír más.

– ¿Debería pensar en ti como un demonio?

Su sonrisa se convirtió en una maléfica y sus ojos se entrecerraron.

–Sí, porque vas a pasar toda la vida en el infierno conmigo...

Una carcajada la interrumpió, después, algo la desvaneció un poco, como si fuera llamada por otra persona.

–Estela.

Volvió inmediatamente, más radiante que nunca, tan hermosa como la recordaba y con la sonrisa en sus labios.

–Estoy aquí –murmuró con dulzura.

–No vuelvas a desaparecer.

–No voy a desaparecer –dijo con sinceridad... Y ojalá fuera verdad.

Tenerla para siempre, solo y en exclusivo para mí...

¿Podía quedarme con su cuerpo astral toda la vida, conmigo?

¿Me conformaría con ese velo, con esa imaginación?

Por supuesto, si en sueños era el único momento donde me visitaría, donde llegaría hablar con ella y verla, me daba igual mantenerla a mi lado, me conformaba con cinco minutos al día a su lado que una eternidad sin ella.

–No te puedes imaginar cuanto te necesito –dije. Comencé a notar como me flaqueaba la voz.

Sonrió, con amor y respiró. Dios. Sentí su cálido aliento caer sobre mí.

–Yo también te necesito.

Levantó una mano y acarició mi frente, con suavidad. Fue electrizante, cálido y real.

–Pareces tan viva –susurré con los ojos cerrados, dejándome llevar por esa caricia.

–Y soy real –abrí los ojos y la miré–, muy real.

Durante un momento nos mantuvimos en silencio, ella admiraba, yo la admiraba.

–Te voy a echar de menos.

– ¿Ya me estás echando?

Negué con la cabeza, o al menos lo intenté.

Por un sueño que fuera continuaba con el martillo golpeando mi cráneo y la molestia de mi cuerpo. Me dolía como si tuviera una mano ardiendo en mi interior, deseando salir, tirando de mi piel y quemando todo mis músculos, pero necesariamente lo soporté. Tenía que hacerlo porque este momento era para ella y para mí.

–Me quedaría toda la vida así –respondí.

Ella frunció el ceño.

–Toda la vida en una cama, mmm– cerró un ojo y emitió un sonido largo, como un; mmgggg, –me gustan las batas de hospital, y me gusta mucho más que debajo no lleves nada, mmm– otro sonido, pero éste se parecía al sonido que emite un niño cuando ve una enorme bola de algodón de azúcar–, también me gusta eso de que te puedan pillar, todo el día en alerta, en tensión, gimiendo mientras un ojo se va de vareta hacia la puerta de entrada, pero –me dio un toquecito en la nariz y se mordió el labio–, no podemos desatender a nuestra hija.

Parpadeé y me sentí inevitablemente culpable.

Mi hija, no había pensado en ella en ningún momento, ni me acordaba y tampoco la había visualizado en mi cabeza, pero...¿cómo visualizar un rostro que todavía no había visto?

–Eso se puede remediar, Andreas –dijo contestando a mi pregunta mental–. Solo tienes que abrir los ojos.

Volvió acariciar mi mejilla dejando un sendero de cosquillas que deseé atrapar.

–No estoy preparado para que te vayas.

–Tranquilo, yo estaré contigo.

Por siempre, porque no pienso dejarte ir.

Era egoísta, no solo había visto películas, porfavor, todo el mundo sabía que los que nos dejaban debían partir, aunque doliera debían iniciar el viaje, a la espera de indicar el camino a otro ser amado que se reuniría con ellos, pero yo, egoísta como era, como nací y teniendo todo lo que me daba la gana, en esto no iba a ser diferente. La quería conmigo; siempre.

–No eres egoísta –añadió con calma, retirando mi cabello hacía atrás–, soy yo la que ha elegido quedarse contigo. Voy a estar a tu lado.

Suspiré y quise acariciar su mano, lo intenté y no pude. El cuerpo me pesaba una tonelada, un gran esfuerzo me causaba un terrible dolor por todas partes y, aunque llegara a tocar su mano, su rostro, sus labios o cualquier parte de su piel, jamás tocaría lo que anhelo acariciar porque ella no está.

–Cuando te recuperes me podrás tocar –dijo.

–Me lo prometes, prometes que podré tocarte.

Ella asintió y de nuevo, la sonrisa en sus labios.

–Te prometo que podrás hacer lo que quieras –susurró y en ese susurro denoté una nota de ardiente pasión, hasta sus ojos brillaron y esas pupilas se dilataron.

Era tan real. Era tan vivo, tan especial que deseé no poder despertar jamás...

– ¿No quieres despertar?–preguntó, dudando, borrando la sonrisa de sus labios.

–Todavía no.

– ¿Por qué?

–Tengo miedo.

– ¿A qué?

–A despertar y no volver a encontrarte. –Tragué con fuerza, tenía un nudo en el estómago y la garganta seca–. No quiero perderte otra vez.

Estela se acercó, su nariz; caliente, rozó con la mía y su aliento, otra vez, resbaló por mis mejillas.

–No tengas miedo, cuando despiertes yo estaré a tu lado –susurró.

Y me besó.

El calor me invadió el cuerpo entero como lava en mi piel.

Hasta sus besos me parecían reales, y su aroma, el olor a melocotón me invadió las fosas nasales, casi creí estar en un enjambre de melocotoneros, rodeado completamente de esos frutales árboles.

–Es hora de despertar, cariño...

–No –quise gritar pero noté morir mi voz.

–Ella se muere por conocerte.

Volvió a difuminarse, como una cortina en movimiento por el viento, como la imagen borrosa de una foto.

Se iba...

–Espera, no te vayas...

–Despierta, cariño. Tu hija te espera.

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