Capítulo 45
Una hora dando vueltas por una minúscula sala, una maldita hora sin saber nada, sin noticias de lo que pasaba dentro. Ahora comprendía cómo se sentía Dante el día que Dana dio a luz a Irene.
Joder. Esto era un suplicio, horrible.
Al menos mi cuñado nos tuvo a todos arropándolo, yo estaba solo y Estela solo me tenía a mí, era suficiente, pero después de su delicada dedicatoria antes de que la metieran dentro, me jugaba todo lo que tenía a que yo era la última persona a la que le apetecería ver nada más se despertara.
La diferencia de todo es que, a Estela no le quedaba de otra, no porque nadie supiera donde estaba, sino porque, ella tenía algo que era mío, y desde luego estaba su traición con Lloyd, me lo debía.
Me retiré el pelo hacia atrás por quinta vez y suspiré echando la cabeza hacia delante.
– ¿Señor Divoua?
Me volví y me topé con el doctor que atendía a Estela.
– ¿Cómo está? –pregunté con ansiedad.
El doctor sonrió débilmente.
–Se le ha dado unos tranquilizantes, muy suaves por su estado, pero...
– ¿Su estado? ¿A qué se refiere?
–El bebé –aclaró y sentí un alivio inmediato–. Está bien, por el momento, igualmente, sigue en riesgo. Con lo cual, los dos meses que le faltan, los deberá pasar en cama. Reposo absoluto.
Asentí, de acuerdo, varias veces.
Una cosa menos, pensé, únicamente falta saber que la ratita está bien.
– ¿Y ella?
El doctor dejó la carpeta y se la colocó debajo del brazo, después bajando la voz preguntó:
– ¿Sabe lo que ha sucedido? –preguntó con un tono deferente a señalar la gravedad del asunto.
–No con claridad, pero me lo puedo imaginar.
–He avisado a la policía...
– ¿Por qué?
–Estamos obligados avisar cuando el paciente muestra claras pruebas de violencia. Está claro que a Estela la han golpeado con fuerza, y sabían dónde querían golpear. No muestra ninguna herida más que las que reflejan toda la zona estomacal. –Iba a por mi hija, quien le había golpeado de esa forma se quería deshacer de la niña, de eso ya me había dado cuenta yo–. Por lo que entenderá, ya que usted no ha visto nada, que la policía quiera interrogar a Estela para poder ir a por el individuo.
Desde luego que estaba de acuerdo con el buen doctor, pero una parte de mí quería su propia venganza,destrozar lentamente al desgraciado que le había hecho eso.
Alguien en este mundo se había atrevido a tocar, golpear y dañar la piel de Estela, y no solo eso, también, con la intención de destrozar a la madre casi mata a la hija. Mi hija. Es normal que sintiera esta ira, era normal que mi cuerpo clamara venganza, sangre y mis puños desearan hacerle el mismo retrato que se dibujaba en el estómago de Estela, a ese cobarde...
Dios. Como alguien podía ser capaz de hacer daño a una mujer embarazada. ¿Quién en este mundo estaba dispuesto a matar a una niña que todavía no había nacido?
Me hervía la sangre de pensarlo. Y más de saber qué, esa hija era mí y no podía hacer nada... ¿Oh sí?
– ¿Puedo ver a Estela?
–Está descansando...
–Y tal vez ella no quiera ni verte.
Inconfundible. Como la primera vez, esa voz prepotente, vacilona y descarada me tensó y consiguió que mi rabia aumentara.
El que faltaba.
Me volví con lentitud, mucha, como un león intimidando a su cazador, mostrándole que lo había visto, que controlaba sus movimientos y que estaba dispuesto a atacar si él meneaba un dedo en mi contra.
Me topé con la misma respuesta, otro león tan preparado como yo, dispuesto a todo. Ambos nos miramos, Luther me dedicó la misma agria sonrisa que yo le dediqué, como si fuera la visión de mi propio reflejo en un espejo y luego, apretó los puños.
–Menuda sorpresa, pero si tenemos aquí al gato con botas –me burlé.
Luther se tensó.
–Oh –alargó de forma amenazante–. No me vaciles, muñeca de porcelana, que no está el horno para bollos.
–Pues no, no lo está, ratero, y ahora con tu intromisión menos aun.
–Muy autentico, pero aquí el que huele mal eres tú.
–Qué extraño, y a mí que la peste me ha venido nada más he notado tu presencia...
–El bocazas tiene talento para insultar. Quien me iba a decir que el niñito de mamá sabía defenderse. Impresionante. Me has dejado alucinado chico, seguro que de tu grupito de pijos tu eres el alma de las fiestas –después añadió con voz burlona–:"el ejecutivo millonetis consigue no despeinarse mientras te monta un monologo de mierda"...Oahu... Estarás orgullosísimo contigo mismo.
Tan sarcástico y ofensivo como su hermana.
Apreté la mandíbula.
– ¿A qué has venido?
Soltó una carcajada. El doctor a mi espalda soltó una exclamación.
Porque todavía no has escuchado a la hermana, pensé. La ratita era peor.
– ¿Me tomas el pelo? De verdad chaval, tus padres regalaron el dinero en esa escuela de pijos porque no te enseñaron una mierda...
–Al menos yo fui a una, supongo que tu analfabetismo es señal de que tu aprendizaje fue muy callejero...
–Creo que sé más de la vida que tú, princesita.
¿Princesita?
Vale, ya sabía de donde había sacado esa forma de llamar a los hombres Estela, del payaso de su hermano, el idiota que la crió.
–Por supuesto, chulo de playas. Te habrás recorrido todos los clubs nocturnos de la ciudad para aprender conocimientos nuevos.
Su sonrisa se borró y esos labios se convirtieron en una línea tensa.
– ¿Dónde está mi hermana? –rugió rabioso, con autoridad.
–Dentro, pero tú todavía no entrarás. Te quedarás sentadito en esa silla –con el dedo en alto y en suma prepotencia, señalé una de las butacas de plástico que había en la sala–, muy callado, como un chico obediente, y cuando a mí me dé la gana, entrarás a verla.
– ¿Pero tú de que vas, niñato?
–Voy de lo que me da la gana. Punto.
–No eres nadie, y Estela me necesita a mí, no auna mierda como tú que la dejó sola en su peor momento...
–Soy el padre de la hija que espera –interrumpí con brusquedad–, soy quien la encontró y quien gracias a Dios la trajo aquí. Contesta a esto si puedes; ¿dónde coño estabas tú cuando a tu hermana le estaban pegando una paliza?
Luther palideció, e incluso me pareció ver que perdía fuerzas tras mi declaración.
– ¿Cómo?
Retrocedió y toda la soberbia que minutos antes había en su rostro desapareció. Realmente parecía afectado, hasta asustado, y ese sentimiento consiguió relaja mi estado.
– ¿No lo sabías? –pregunté.
Él levantó la cabeza y me miró incrédulo.
– ¿Cómo iba a saber algo así?
– ¿Y qué haces aquí?
–Tengo a una amiga en cirugía, me ha llamado y me ha dicho que Estela estaba ingresada. Pensaba que le había dado otro dolor fuerte, y con el último tan grave, bueno, pues, –hablaba solo, e incluso se pasó la mano por la nuca con ansiedad–, estaba sola está vez, me asusté por la pequeña y porque ella se pusiera nerviosa y...
– ¿A qué terefirieres? –pregunté preocupado. Ahora el ansioso era yo– ¿Ya la han ingresado más veces por el embarazo?
–Sí... –se interrumpió y, me miró con el ceño fruncido–, ¿y a ti que te importa? No te has preocupado por mi hermana en estos cuatro meses. No has pensado en sí le hacía falta algo, si tenía comida en la nevera o sí...
–Sabía que estaba bien. Trabaja para mi hermano...
– ¡Eso no justifica una mierda!
Apreté los puños con fuerza.
–Mi relación con Estela se terminó, ella lo quiso así. No era mi obligación.
– ¿Y por qué ahora, de repente, te preocupas por ella?
–Por mi hija.
Luther negó con la cabeza y me miró como si fuera lo peor. No me acobardé, me molestó, por supuesto, peo eso hizo que me envalentonará más.
–Pues ya estoyyo aquí, puedes irte. Yo me encargaré de esa niña, no necesitamos tu ayuda...
–No pienso ir a ningún lado sin ellas... ¡Es mi hija!–grité porque Luther trató de interrumpirme–.Las cosas han cambiado.
–No han cambiado. Las dos anteriores veces feíllo quien la sacó de urgencias, quien la llevó a casa y quien cuidó de ella...
– ¡Le han hecho daño! Un desgraciado ha intentado matar a mi hija.
– ¿Quién?
–No lo sé, pero lo averiguaré –dije para mí mismo, después, con un nivel de voz más alto, continué–:No obstante, ahora ella es mi responsabilidad. Soy quien le ha salvado la vida y no me iré de aquí hasta dejarle las cosas claras.
–Qué seguridad, chaval, eres más prepotente de lo que me esperaba, toda una sorpresa después de saber lo muy crédulo que eres...Anda que creer lo de Lloyd. Eres un auténtico idiota...
No lo aguanté más. No soporté más tanta osadía. En dos zancadas llegué hasta él y le descargué mi puño en su cara, justo por debajo del labio inferior. El golpe fue fuete, noté el dolor en los nudillos pero...me sentí de maravilla, joder.
La boca de Luther era una maldita diana, aparte de que, unos cuantos meses atrás el muy cerdo también descargo su furia contra mí.
–Te lo debía –dije.
–Hijo de...
–Hop –lo callé, utilizando la regañina que se emplea en un pero cuando este, no para de saltar sobre ti–, cállate, bonito, o no te daré una chuchería.
Abrió los ojos como platos y me miró incrédulo. Bien, Luther lo comprendió, entendió la forma en la que lo trataba, y no le gustó. Después de unos segundos enrojeció, y por fin comprendí a que se refería Estela a cuando su hermano le entraban los ataques, estaba a punto de vivir uno.
–Desgraciado, continua tratándome como un perro y te dejo de cintura para abajo muerto.
Sonreí.
–No te portes mal, es un lugar público al que no deberías de haber entrado... ¿Es qué no leíste los carteles de la entrada?
Continué con la mofa hasta el final. Dios, que placer.
–Pero serás...
–Basta pequeñín, o te echaran.
Se quedó callado, y no sé si fue por la provocación, por mi carácter o porque lo dejara sin palabras. Contento me di la vuelta y avancé. Ya había perdido mucho tiempo con Luther, necesitaba ve a Estela ya. Los dos teníamos muchas cosas de que hablar.
–Sabes, no te lo iba a decir pero te lo has ganado a pulso.
Me giré y con la barbilla alta lo miré, el muy cabrón sonreía de oreja a oreja, con una mano en la mandíbula y un pequeño hilo de sangre saliendo de su labio.
– ¿El qué?
–Estela ya no te quiere. Estaba dispuesta a deshacerse del bebé el mismo día que la dejaste. Ya ves, esa niña solo existe porque tu buen amigo Darío no lo permitió, es más, él ha estado cuidando de ella estos cuatro meses. Ellos dos se llevan de maravilla y...
Exploté antes de que terminara.
Volví a cruzarle la cara, otro puñetazo que lo derrumbó en la misma silla que le había señalado anteriormente. Después, me encaré con superioridad, cara él.
–Ya me ves, Estela no necesita más ayuda de Darío ni tuya. Yo estoy aquí, yo me voy hacer cargo de mi hija y de ella, es más, antes de que nazca me casaré con ella, y tú, gilipollasneandertal, no te meterás.
Luther, aun con el ojo y el labio hinchado, se atrevió a soltar una carcajada de provocación. Tuve que agarrarme a todas mis fuerzas para no estamparle el puño en el otro ojo que me quedaba y no dejarlo como un cromo.
–Por supuesto que te casarás con ella. Tenlo seguro, porque como dejes a mi hermana colgada te cortaré los huevos.
Me enderecé, recto. Me coloqué la chaqueta, los puños y el cuello de la camisa bien, después de mis más descarados movimientos, le regalé una sonrisa ladeada.
–Muy bien, estamos de acuerdo. Y ahora, quieto ahí –ordené como si fuera un perro.
El perrito rabioso obedeció, y yo, más orgulloso que antes me dirigí a la habitación de Estela, solo que cuando traspasé el umbral, la energía que había cogido fuera se esfumó dentro al ver la delicada mujer que dormía encima de la cama.
Parecía una rosa muriéndose entre rosas; débil, cansada, con ojeras, la piel pálida y delgada, exceptuando la redondez de su estómago, algo que hizo que me diera un vuelco el corazón.
Esto era culpa mía... Pero también suya.
Si aquella no che no me hubiese negado lo del embarazo, en vez de quedarme en la barra celebrándolo con Darío, le hubiera cogido de la mano y llevado a casa para descansar. Mierda. Seguramente nunca tropezaría con Lloyd y jamás me hubiese engañado.
¿Por qué me lo negó?
¿Por qué me lo escondió?
Por tu actuación al tomarte la noticia, me recordó mi conciencia.
Sí, puede que en ese momento me pillara de sopesa. No estaba preparado para ser padre, no lo estoy ni siquiera ahora, pero podía haber hecho un esfuerzo. Joder. La quería, estaba dispuesto a casarme con ella, a compartir mi vida, no deseaba nada más, solo a mi ratita.
Aunque me costara asimilar la noticia finalmente, aceptaría ser padre...pero ahora... ¿Qué iba a pasar?
Todo era injusto y aunque mi orgullo me dominaba y los cuernos me pesaban, mi hija lo había cambiado todo.
Perdonaría a Estela, pero nunca olvidaría. Esa niña tendría un apellido, el mío, un buen hogar, una buena vida, educación y me encargaríade que no le falta nada a la madre y a ella, pero jamás volvería a confiar en Estela y nunca de los jamases, le denostaría que aun la amaba.
Les daría un hogar donde yo pudiera ir cuando me diera la gana y una paga mensual, también contrataría a un buen personal para que se encargaran de ellas. Sí, eso sería lo más correcto, pero hasta que la ratoncita naciera, Estela viviría conmigo quisiera ella o no.
Y ya era el momento de avisar de mis decisiones a la madre. Estela se estaba despertando.
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