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Capítulo 44

ANDREAS

Más que una fiesta en honor a la nueva corporación a la familia, parecía un funeral. Los rostros apagados de cuatro hombres que me rodeaban cantaban más que un árbol de navidad, y lo más sorprendente es que uno de ellos fuera mi cuñado Dante.

– ¿Qué le pasa a Dante?

Mi hermano se encontraba fuera, justo en la terraza que daba a la playa, con el nuevo entre sus brazos.

Acaricié la carita regordeta de Diego, el nuevo hijo de Dana y Dante, y miré a mi hermano, otro rostro amargado, pero el asunto que carcomía a Leon me lo sabía de memoria.

Hacía cinco días que Amapola había hecho las maletas y se había largado sin dejar ni una nota.

Mi hermano, un idiota que no parecía madurar mucho, supongo que como muchos de los que habíamos ahí, imaginaba que simplemente sería un capricho de su mujery que, antes de que se diera cuenta ella regresaría.

Mi opinión personal es que; Amapola no iba a regresar así como así. Está vez Leon si amaba a su mujer tendría que menar ese culo y luchar por ella.

–Dana lo ha echado de casa –respondió Leon, dedicándole una mirada airada a nuestra hermana.

¿Qué?

Impactado miré aquello que observaba Leon con ojo crítico.

Dana, de un lado a otro, repartía comida desde unas bandejas mientras su marido, como un perrito, la seguía. Ella lo evitaba y cuando este insistía en darle su ayuda, mi hermana; le regalaba una mirada asesina, a continuación le daba la espalda y se largaba. Mi pobre cuñado se quedaba hundido de hombros observando como su mujer, furiosa con él, pasaba olímpicamente de él.

Estaba claro que el culpable era Dante, nada más tenía que ver el rostro de Dana para saber que Dante había vuelto a meter la pata.

– ¿Qué ha hecho Dante?

Mi hermano me devolvió la vista mientras fruncía el ceño.

–Nada. Conociendo a nuestra hermana como la conocemos, ¿de verdad crees que es culpa de él?

Sonreí de lado.

Conocía a Dana, pero también a él y los dos eran tal para cual.

–Se cómo piensan esos locos y ese comportamiento perturbado que los rodea, por eso, puedo imaginarme que Dante...

–La culpable es nuestra hermana y el impulso de crear algo en su cabeza que no existe, –arrugué la frente–. Dana lo sorprendió abrazado a otra mujer, mucho más joven que ella y se le cruzaron los cables. La armó gorda. Metió a Irene y Diego en el coche y se largó dejando a Dante en la calle, después, cuando él regresó a casa, la muy loca lo tiró a la calle. Está hospedado en casa de Dalif.

Bufé.

–No me lo creo. O falta historia, o solo sabes la versión de Dante. Han pasado muchas cosas ente esos dos locos, pero se quieren, Dana no se suele enfadar con su marido así como así.

–Tu hermana se ha vuelto tan posesiva como él. Te digo que su cabeza ha creado una historia que no pasó.

Miré de nuevo a mi cuñado y su mujer. Dana hablaba con mi padre, quien orgullososostenía entre sus bazos a una guapísima Irene...Dios, como crecía. Dante, al otro lado de la estancia, se apoyaba en la pared mientras miraba a su mujer con intensidad. Lo más cómico de todo es que, a su vez, mantenía una conversación con su vecino de enfrente.

Alucinante.

–Dana tiene arranques fuertes. Dante lo tiene jodido.

–No te preocupes. Hay una porra de cuando se reconciliaran. Yo les doy tres días más... ¿Quieres participar?

Está vez fruncí el ceño yo. Pasé olímpicamente de contestar y continué mirando a mí alrededor. Dalif y Will también tenían una cara de perros increíble. Cada uno se encontraba en una esquina, retirados y concentrados en sus pensamientos.

– ¿Y qué pasa con Dalif y Will?

–Lo mismo; mujeres.Dalif está en tratamiento de divorcio y Will, bueno, a los dos se la han jugado, una mentira ha roto dos relaciones, solo que a diferencia de Dante y de mí, ellos son quienes han tenido más huevos y las han abandonado. No obstante, míralos, –levantó la mano para señalar, pero en ese momento pasaba un camarero por delante de nosotros y le robo dos cervezas, una de ellas me la ofreció, acepté–, están hechos mierda porque los muy gilipollas han dejado a la mujer que aman –resopló–. Alucinante, las mujeres nos amargan la vida y sin embargo, no podemos vivir sin ellas.

Asentí estando de acuerdo con Leon.

Por lo visto ninguno pasaba por un buen momento, y tenía su gracia, hacía tiempo que ninguno encontraba un respiro y vivía feliz desde que Dana se casara. Ese día comenzó cada una de nuestras vidas a cambiar.

– ¿Qué tal con Renata? –preguntó Leon de repente.

–Igual –contesté y le di un trago a mi cerveza.

– ¿Estáis juntos?

–No, somos amigos.

–Pues los rumores...

–Mentiras.

Todavía me preguntaba quién demonios había lanzado tal noticia. ¿Qué me iba a casar en alta mar? ¿Y con Renata?

Por favor, ni en mis sueños.

Había perdonado a Renata.Cenamos juntos e incluso yo mismo la llevé al día siguiente al aeropuerto para que cogiera el avión, pero no hubo una despedida romántica, ni parecida, nos dimos las manos, por el amor de Dios.Pero los cabrones que ganaban dinero a costa de gente decente como nosotros habían inventado una historia alucinante.

Me pasé las dos primeras semanas negando plausiblemente una boda imaginaria. Una invención de alguien que podía fastidiarme la vida.

Aún recuerdo el día que leí en internet a través de un Mail de Joe la noticia. La primera persona en la que pensé -desgraciadamente- fue en Estela, y ese pensamiento, la idea de que ella creyera que estaba a punto de casarme con su prima, me quemó vivo, y no sé el porqué.

Yahabían pasado cuatro meses desde que Estela y yo rompiéramos, no la había vuelto a ver, lo único que sabía era que trabajaba para Leon, algo que odiaba, pero mi hermano estaba muy contento con la mano en la cocina de ella, igualmente, por respeto nunca la mencionaba, jamás.

No obstante, continuaba enfureciéndome la perspectiva de que crearan una idílica historia romántica entre mi ex y yo.

–No hay nada entre nosotros –añadí–, simplemente somos amigos que han coincidido en algún que otro evento. Fin.

Mi hermano negó con la cabeza con signo de decepción.

–Qué triste hermano, –me giré y lo miré, fijaba la vista hacia delante mientras levantaba su botellín de cerveza para beber, con el otro brazo balanceaba a Diego, quien con los ojos abiertos como platos había enmudecido al ver como ese cristal verde brillaba–, esa mujer juega contigo como siempre.

–No juega conmigo. Hablamos y decidimos ser amigos.

– ¿Amigos? –ironizó–, como te dejas llevar por una cara bonita. Nunca cambiarás.

Mis labios se presionaron hasta convertirse en una línea recta.

¿Es que no escuchaba nada de lo que le decía? ¿Hablaba en otro idioma?

–Renata ha cambiado, nuestra conversación fue firme, ella lo aceptó con madurez. Nadie juega conmigo porque yo no he vuelto con ella, simplemente he decidió perdonarla para poder pasar página.

Leon sonrió con burla.

–Es una loba con piel de cordero. –Se giró y me miró–. Me gusta más Estela, al menos esa chica va de frente.

Me tensé.

Era la primera vez que la mencionaba...y maldita sea, tenía razón...

Me irrité por pensar en ella.

–Estela es franca, pero esa mujer sí que me la jugó...

–Yo no lo tengo tan claro. En estos cuatro meses la he conocido bien y me parece que te equivocaste.

–No lo hice –siseé entre dientes.

Volvió a encogerse hombros.

–Me da igual, Andreas, eres tú el que se hace daño, eres tú el que deja escapar, puede que a la única mujer que te ha amado de verdad...

–Deja de meterte en mi vida y pregúntate porque tú mujer te ha abandonado –ataqué.

Mi hermano se tensó de forma radical y me miró echando chispas por los ojos.

–Ama no me ha abandonado, necesitaba su tiempo...

–Seguro que sí –murmuré retirándole la mirada.

–Es un arrebato hormonal. A las mujeres les entran muchos.

–Por supuesto, un simple arrebato, cuando se le pase la regla volverá...

–Que mierda vas a saber tú. A ti no te duran nada y las buenas las pierdes por idiota.

Levanté una ceja y lo miré.

–A mí no me han dejado tirado –farfullé.

Mi hermano estaba rojo.

–Mi mujer volverá a su casa conmigo.

Escuché un siseo fuerte que chocó contra mi mejilla, hasta el pequeño soltó un berrido por lo nervioso que de pronto estaba mi hermano.

–Yo tengo una pregunta mejor para ti.

– ¿Cuál? –pregunté encogiéndome de hombros.

Pero que vengativo era Leon.

– ¿De quién es el bebé que espera Estela? ¿Es tuyo o de Darío?

¿Es posible morir unos segundos y después volver a la vida para quedarte atontado?

Sí, era muy posible ya que; acababa de resucitar y más que un atontado lo que parecía era un zombi; sin vida, sin respiración, sin que mi corazón latiera y sin palabras (más que unos gruñidos raros de cojones).

Estupefacto, me volví con mucha lentitud -como un zombi- hacia Leon.

– ¿Cómo? –conseguí decir con voz aguda y chillona– ¿Está embarazada?

Mi hermano sorprendido abrió los ojos y sonrió burlón.

–Vaya, no lo sabías. Entonces la pequeña debe de ser de Darío...

– ¿Pequeña?

Las imágenes, las palabras y los recuerdos me llegaron como una tormenta furiosa, llena de tornados y rayos chocando contra mi cráneo...

Mi última noche con ella me lo dijo... ¿Era verdad?

Una niña, Una hija...Darío...Hijo de...

Mi cabeza comenzó a viajar de un lado a otro, lo quesucedía a mi alrededor se ralentizó y perdió fuerzas con los segundos, sé que se hizo el silencio, que Dana atendía una llamada del equipo de seguridad de la empresa por culpa de una loca que se había tirado por la azotea del edificio Divoua...

Coño, ni eso me afectó.

Sé que Dalif gritó algo, que el caos comenzó a gobernar a todos y mucho más, pero, me encontraba en mi mundo, ajeno pero atento a todo, con el corazón retumbando en mi cabeza y la idea de matar a alguien dibujándose en mi frente...

Estaba embazada, me había mentido, me lo había negado...

Maldita.

Se lo advertí, le advertí lo que sucedería si meescondía a un hijo...

¿Y sí es de Darío?

Mi respiración se aceleró.

–Leon, ¿me dejas las llaves de tu moto? –preguntó Dalif con ansiedad.

– ¿Y tu coche?

– ¿Me las dejas o no? –repitió con voz tensa.

–Ten –se las tiró, Dalif salió corriendo–, ¡oye! Ten cuidado solo tiene tres meses...

La advertencia se quedó en el aire, Dalif ya estaba arrancando la moto cuando mi hermano terminó de hablar y yo, levantándome de la silla de mimbre.

– ¿Y a ti que te pasa? ¿Dónde vas?

–A saber la respuesta que me has hecho antes –respondí, sin mirarlo.

Necesitaba saber si era verdad, si Estela estaba embarazada y sí era así, algo dentro de mí necesitaba saber que yo era el padre...

Dios, Darío no podía ser, no. Ese cerdo no podía haberme hecho eso, esa niña tenía que ser mía...

¿Y sí era mía?

Se la quitaría. Por supuesto, mis advertencias nunca son en vano.

Un hijo. Mierda.

No estaba preparado para ser padre, pero aun así... ¿Por qué mi cabeza deseaba que Estela me diera un hijo?

Sacudí la cabeza y arranqué el coche, ya tendría tiempo de meditar todos los sentimientos que se agrupaban por mi cuerpo, ahora la ansiedad de saber la verdad ocupaba el primer puesto de mis preocupaciones.

Llegué a casa de Estela en menos tiempo del que tardabanormalmente. Nada más cruzar el umbral sentí el conocido cosquilleo que me provocaba el reconocimiento del lugar en el que entraba y de la persona que estaba a punto de ver.

Estampé esa emoción hasta lo más hondo de mi ser y subí los escalones con firmeza.

Estela se iba a enterar.

Golpeé la puerta tres veces más fuerte de lo normal, un cuarto golpe y juro que la tiro abajo. Esperé pero nadie respondió.

–Estela, abre ahora mismo, Sony me ha dicho que estás en casa.

Golpeé de nuevo, dos más, y nada.

– ¡Estela!

Comencé aporrear, con los dos puños mientras gritaba su nombre una y otra vez.

– ¿Señor Divoua?

El casero cortó por lo sano mi ensañamiento con ese trozo de madera. Me giré y lo miré, algo en mi rostro lo detuvo en seco y se encogió un poco aterrado.

– ¿Seguro que está? –pregunté.

–Seguro, señor. Yo mismo la he saludado esta mañana, e incluso tuvo una visita que se acaba de ir.

Fruncí el ceño.

– ¿Una visita?

–Un caballero alto y muy grande.

Apreté los puños con fuerza. Seguramente la muy guarra estaría descansando en la cama después de echar un polvo.

– ¿Tienes llaves? –El anciano asintió–. Pues ábreme la puerta –ordené con crispación.

Me arrepentí de inmediato. Sony no tenía la culpa y no debía pagar con él la rabia que pronto descargaría con la persona adecuada. Con ella.

Abrió la puerta y se retiró a un lado. Agradecí la ayuda con un gesto de cabeza y le pedí que esperara fuera mientrasyo ya me encargaba de todo.El anciano sin oponerse cerró y se fue.

Esa cajonera me trajo malos recuerdos, sobre todo uno, el día que decidí llevarme a la ratita a casa, ahí fue cuando cometí el peor error de mi vida.

Como habían cambiado las cosas, en esemomento solo pensaba en hacerla mía y ahora...La odiaba.

No había podido olvidar su engaño, soñaba con ello, me traumatizaba y me dolía. Pensé más de una vez en Salí a busca a Lloyd y terminar lo que comencé aquella noche, destrozar ese cuerpo con mis manos sin que Darío o Joe se entrometieran. Sí, deseaba matarlo, deseaba arrancar su cabeza de su cuello por atreverse a tocar, lamer y besar algo que era mío.

Pero nunca lo hice, jamás me rebajé por una mujer que ahora consideraba más mi amante que mi chica.

Estela había descendido varios peldaños en mi escala de preferidas desde que todo sucedió.

El piso estaba completamente vacío, pero eso yo ya lo sabía, Sony me había sorprendido con la pregunta de; si venía ayudar a Estela con la mudanza.En un principio no supe que decir pero conseguí recomponerme y contestar un rápido no.

No obstante, aún después de lo desnudo que me parecía, noté algo extraño en todo cuanto me rodeaba.

La mesa de la cocina estaba volcada, en el comedor me encontré con el bolso de Estela tirado en el suelo y su contenido repartido por el suelo, después, en una esquina un bote de Spray de pimienta, y más adelante, la pequeña mesa que acompañaba al sofá, con el cristal roto.

¿Qué demonios?

– ¿Estela?

Llegué hasta su habitación, no había cama, ni cortinas, solo un mueble al lado de la puerta del baño y...

Sangre, en el suelo, una pequeña mancha.

El corazón se puso de cero a cien en un momento, el pulso comenzó a temblarme y noté una pequeña ansiedad en mi garganta.

– ¡Estela!

Me quedé en el centro de la habitación rodando sobre mí mismo, sin saber muy bien que hacer hasta que de pronto, la puerta del baño cerrada me dio la solución, y no porque recordara la forma en que Estela se calmaba, sino porque esa puerta, desde el pomo hasta la mitad al suelo, estaba llena de huellas de manos con la tinta de la sangre.

– ¡Estela! ¿Estás ahí?

Golpeé la puerta varias veces, y con angustia pregunté de nuevo, pero no recibí contestación.

Apreté los puños y observé esa barrera como si fuera mi enemigo íntimo, el villano de mis pesadillas.

Y ataqué.

Las bisagras saltaroncuando está se estampó contra la pared, e incluso varios de los azulejos se partieron en el momento que la madera astillada chocó contra ellos. No me importó, me dio igual, la mano, llena de sangre que sobresalía de la bañera captó mi atención.

Con un terrible pensamiento en mi cabeza, dando bandazos como un látigo avancé despacio...

¿Estela, que te has hecho?

Por un momento se me pasó por la cabeza que ella, en un intento de aliviar su pena se había cortado las venas...

Dios, no, por favor no.

Choqué contra el murete de cerámica y entonces deslicé los ojos por ese cuerpo. Sus muñecas estaban bien, su rostro también, tenía los ojos cerrados y su cabeza descansaba en el bordillo, con el cabello desecho repartido por todas partes.

Entonces, ¿de dónde salía tanta sangre?

Continué mirando hasta que topé con la maravilla de la naturaleza. Caí de rodillas al ver lo abultada que estaba su barriga...

No supe que me pasó, que instinto se me pasó por la cabeza, pero levanté mi mano y acaricié esa barriguita mientras miraba el rostro de la mujer que había interrumpido cada uno de mis sueños.

La amaba, más que a nada, la había echado tanto de menos que ahora deseaba meterme con ella en la bañera, abrazarla y no separarme jamás. Presioné mis dedos en ese estomago donde crecía una vida, una pequeña vida que esperaba fuera mía, Estela gruñó de dolor, y entonces me di cuenta de una cosa, comprendí de donde salía la sangre.

Sus piernas, sus piernas se bañaban en un charco de sangre roja y su ropa estaba desgarrada en la parte baja.

La escena me pareció escalofriante.

Con cuidado y muy lentamente levanté el vestido y la respiración se me cortó.

Toda la piel de Estela estaba pintada de un morado intenso, llegando a negro en algunos lados y en otros rojo, de los negros el bulto se ensanchaba más, deformando la redondez que debía ser ese estómago.

– ¿Quién teha hecho esto? –murmuré al tiempo que deslizaba mis manos entre sus piernas y tocaba la humedad de la sangre.

Continuaba saliendo sangre. El bebé.

Tomé su cabeza entre mis manos y me acerqué a ella hasta tener su frente contra la mía. Notar su respiración chocar contra la mía no me alivió, es más, me volvió loco.

–Alguien va a morir por esto –susurré–, pero primero me encargaré de ti, ratita.

Ella parpadeó y esos ojos cristalinos chocaron con los míos.

– ¿Andreas?

–Sí, cariño, estoy aquí.

Me ceñí mucho más, rozando nuestras mejillas para que ella me sintiera a mí.

–La ratoncita...mi hija... –sollozó–, no está...ya no está...

¿Ratoncita?

Mi corazón dio un fuerte latido.

–Tranquila, mi vida, sí que está.

Recé para que fuese verdad, para que Dios, no me quitara esa criatura. Escuchar el apodo que le había puesto a la pequeña me mostró claramente que era hija mía.

–Él...él...

Sshuu, luego hablaremos de él. Ahora necesito que me ayudes. Voy a levantarte y quiero que te cojas a mí.

–No me dejes –rogó–, ayúdanos.

–Ya no te voy a dejar, cariño. No os voy a dejar a ninguna de las dos.

Con lentitud, Estela pasó los brazos por mi cuello y se agarró todo lo fuerte que pudo.Deslicé mis brazos por debajo de su cuerpo y la alcé. Estela se quejó de dolor, pero inmediatamente clavó su nariz en mi pecho y se tranquilizó.

Como un bebé la saqué de esa ratonera delinfierno y la metí en mi coche. Sony detrás de mí me gritó que llamara a una ambulancia, no presté atención, mi única obligación era la mujer que había tumbada en mi coche, y por eso, cuando recorrí cada calle y cada obstáculo, lo hice lo más agresivo posible.

– ¡Necesito ayuda! –grité nada más llegar a la entrada de urgencias, después abrí la puerta e intenté sacar a Estela, ella, con un brazo impidió que la tocara.

–Andreas...no, no me muevas, no por favor.

El pánico me invadió y el sentimiento de amor se hizo mucho más efusivo al observar como esa mujer protegía a nuestra hija.

–Tengo que hacerlo. No te haré daño, te lo prometo.

Estela clavó sus ojos azules, tan penetrantes como antes pero llenos de dolor. Me estremecí y aguanté el impulso por tomarla entre mis brazos con fuerza.

–Ya sé que me odias... –Ella jadeó tras un nuevo dolor y yo me quedé sin aliento–. Pero...no me muevas.

Me arrodillé y acaricié su rostro. Estela lloraba, no había dejado de llorar en silencio todo el camino.

–Todo va a salir bien, confía en mí.

Ella negó con la cabeza.

–No volveré a confiar en ti, jamás. –La sonrisa se borró de mis labios y noté como algo en mi interior se rompía–. Conocerte ha sido lo peor de mi vida –los enfermeros, ya preparados con una camilla me retiraron, pero no a tiempo, todavía escuché el último comentario antes de que se llevaran a Estela–: Te odio Andreas...Te odio...

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