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Capítulo 43

ESTELA

Renata entró en casa caminando con clase, como si estuviera encima de una pasarela con millones de focos atentos a ella, no pude evitar dedicarle una mirada furiosa. Sonreía, posiblemente de algún comentario de Andreas.

Apreté los puños y recordé lo sucedido en el descansillo del edificio.

Realmente mi actuación fue penosa. Había caído tristemente rendida a sus pies. Un toque, su cuerpo y su aroma y ya era un flan. Pero que quería, patéticamente lo amaba.

Inspiré y decidí dejar de pensar en él, debía olvidar aquello que me producía daño, debía eliminar a Andreas de mi vida, y lo principal era borrarlo completamente de todo. Con ello retiré mi mirada del cuerpo de mi prima y me fijé en mi hermano...

Dios. El día mejoraba.

La reacción con la que más odiaba toparme era la misma que tenía delante en ese mismo momento. Mi hermano con el rostro decepcionado.

–Me has mentido –dijo, refiriéndose a lo de Andreas.

Podría haber intentado buscar un pretexto para conformar a mi hermano y salir airada de la regañina, pero me encontraba tan sumamente hundida que me encogí de hombros mientras me dejaba caer en el sofá.

–Lo siento –dije, con sinceridad y esperé a que el rapapolvo de Luther diera comienzo.

–Estela, ya no sé qué hacer contigo.

Alcé la vista y lo miré atónita. Mi hermano casi parecía tan abatido como yo, y me sorprendió.

Yo pasaba por un mal momento, bueno, ¿malo?...

Mejor dicho terrible.

Un derrumbamiento total. Sin embargo no me podía imaginar que causa afectaba tanto a Luther como para tener la cara tan abatida como la mía.

Mi vida era una mierda, la suya no es que fuera perfecta pero no se comparaba con la mía. A mí me acababa de dejar el hombre que amaba, me acababa de enterar de que iba a tener una niña que casi mato y para colmo, mi prima, era la mujer por la que Andreas bebía los vientos en el pasado, la única mujer, aparte de mí que; lo conquistó y consiguió una prueba de amor con un compromiso, como yo, pero el mío no duró más que un par de horas, el suyo seguramente se hubiera dado si Renata no se hubiera largado con Dante...

De pronto,caí en una cosa. La versión que Renata nos dio sobre su ex prometido era una mentira. Según ella; Andreas la abandonó, la dejó y se largó del país para vivir la vida loca, ese tiempo fue cuando Renata conoció al hippy y más tarde al sexy italiano con el que se volvió loca.

Menuda mentirosa.

Observé a mí alrededor, asegurándome de que Renata no nos escuchaba y después me acerqué a Luther.

–Sabes que nos mintió –dije, después señalé a Renata con la mirada.

Mi prima; serena, feliz y más tranquila que todos, se encontraba sentada en una de las sillas de la cocina, justo al lado de Sienna.

– ¿A qué te refieres?

Miré de nuevo a mi hermano y susurré más suave:

–Fue ella quien lo abandonó, no al revés. Renata lo dejó por otro hombre dos meses antes de la boda.

– ¿Quién te ha dicho eso?

–Él.

Luther me miró con los ojos en blanco.

– ¿Y lo crees? Después de dejarte tirada, de echarte del trabajo y tratarte como una mierda; ¿te crees su versión?

Por supuesto, pensé.

Hércules era un desgraciado, se había portado mal conmigo pero debía reconocer que en esto tenía razón.

–Sí. Andreas es demasiado vanidoso como para inventar que su futura mujer prefirió una aventura con otro hombre que una relación seria con él. Andreas es un cerdo, pero siempre ha sido sincero conmigo.

Se sentó en el sofá, a mi lado, dejando caer todo su cuerpo como si le pesara una tonelada. Apoyó los codos en los muslos y después se aguantó la cabeza con las manos. Murmuró algo, una palabra incomprensible y respiró fuerte.

–Renata es de la familia, lo pasó muy mal –me miró con los ojos llenos de culpabilidad–, tú lo sabes bien, se quedó en casa un mes antes de salir de viaje.

–Eso no cambia el hecho de que se inventó su versión...

– ¿Y porque iba hacer tal cosa?

–Por orgullo. ¿Qué iba a decirnos? ¿Qué se largó con un hombre a escondidas de su prometido a una isla paradisíaca y luego quiso volver con Andreas y él la rechazo? –pregunté con sarcasmo.

Conocía muy bien a mi prima, orgullosa y segura de sí misma, no era capaz de aceptar que un hombre la rechazara. Bastante dolida estaría con que Dante la enviara a la mierda como para aceptar que otro, su propio prometido la despidiera de la misma forma. Sería una patada para su orgullo y su estado de ánimo.

–Es difícil de creer, después de lo que ha pasado contigo.

–Olvida mi problema y piensa en lo que te digo. Renata nos mintió en toda nuestra cara.

Mi hermano, un duro hueso de roer, negó con la cabeza.

–No me fio de Andreas –mencionó con sequedad–, ha demostrado ser un cerdo arrogante que no respeta a nadie. Un auténtico niño mimado.

Quien fue hablar.

Mi hermano era un promiscuo con las mujeres, no sentaba cabeza y no deseaba una relación sería, pero era tradicional y respetaba a las mujeres, basándose en sí mismo, sabía cómo pensaban los hombres y aunque él era igual solía castigarlos y juzgarlos sin motivo. Es decir:

Antes creía la palabra de una mujer que la de un hombre.

Es extraño, y más viniendo de un hombre que en tres meses se había acostado con diez mujeres diferentes, pero era real y ahora lo comprendía, entendía porque a Luther nunca le parecía bien ninguna de mis relaciones. Yo era la pequeña de la familia, su hermanita y para él, no había ningún hombre bueno para mí.

–Hablaré con ella –murmuró pero no parecía muy convencido.

Miré a Renata, fijaba su vista en Darío, quien apoyado en la pared, como si estuviera posando nos miraba a Luther y a mí. Me tensé e inmediatamente recordé el bebé que crecía en mi interior.

Era hora de contárselo a Luther, total, un bomba más ya no sería tan grave.

–Luther –atrapé su brazo antes de que se dirigiera hacia mi prima. Mi hermano miró mi mano y luego a mí con ceño–. Hay algo más que debes saber.

– ¿Ahora?

Asentí.

Dios sí. Quería quitarme este peso de encima de una vez.

Lo arrastré hasta la habitación y después cerré unas cortinas para separar la intimidad de la conversación con la gente del salón, igualmente no me importaba, exceptuando Renata, el resto ya sabía el notición que estaba a punto de lanzarle a Luther, lo que no sabían-al igual que yo-, era como el nuevo tío se lo iba a tomar.

Mientras yo me sentaba en la orilla de la cama, mi hermano se dirigió a la ventana, corrió un poco la cortina y se asomó.

–Odio este lugar –dijo, luego se giró y me miró–, odio que vivas aquí.

–Es una buena zona...

–Un cuchitril en; un buen barrio. Es genial –ironizó.

Solté un aspaviento y me miré los pies.

–Puede que pronto me mude.

– ¿Dónde?

No era la primera vez que me enfrentaba a mi hermano pero sí la primera vez en toda mi vida que debía tragarme mi orgullo y hablar lo más nítido y tranquilo posible, por una parte era difícil y más teniendo delante a un hombre que soltaba bombardeos como si lo atacaran, pero por otra, influía mi forma de decirlo, mi estado de ánimo y un chantaje.

Esperaba que todo saliera bien.

–Estado a punto de cometer un acto ruin.

Deslicé mis ojos de las flores de mis bailarinas a los ojos de Luther. Examinaba mi rostro, con curiosidad.

– ¿Qué has hecho?

–No, no lo hecho –corregí–, no pude y por suerte Darío...

– ¿El matón que está fuera?

–Sí, pero es un buen chico, y me ha ayudado mucho.

Quise reírme. Increíble, hasta mi hermano había calificado a Martillo como un malote total.

– ¿En qué te ha ayudado?

Tomé una intensa bocanada de aire y lo solté:

–Estoy embarazada de Andreas y... casi me deshago del bebé. Casi lo mato...por poco hago desaparecer a la ratoncita...

Me interrumpí.Pensar en lo que estuve a punto de haber hecho, hizo que sintiera náuseas y me odiara a mí misma.

–Dios...

Mi hermano, con las facciones alteradas comenzó a dar vueltas por toda la habitación, chocando con los muebles y farfullando palabras sin sentido mientras se pasaba las manos por el pelo con ansiedad.

–Dios –repitió.

–Lo siento, no he sido responsable, no...

–Deja de pedir perdón –interrumpió de golpe, mirándome directamente a los ojos.

Me estremecí y noté como dos lágrimas caían de mis ojos.

Una recriminación más; no. No lo soportaría y menos de él, del último hombre que me quedaba en el mundo, de un miembro de mi familia del que necesitaba su apoyo.

–Se lo que piensas –farfullé con dolor–, y te doy la razón, soy una irresponsable y absolutamente innoble toda mi vida. Jamás he obedecido nada de lo que me has dicho, y ahora, tengo mi castigo...

–No –intervino e inmediatamente se sentó a mi lado en la cama–, un hijo no es un castigo, es una bendición –sus brazos envolvieron mi cuerpo y para mi sorpresa, caí en su pecho llenándome inmediatamente de la calidez paterna–. Siempre has hecho locuras y eres desobediente, pero yo te quiero igual, nunca cambiaria a la Estela que eres.

Lloré con más intensidad, no obstante no fue algo malo, al contrario, lloraba de pura felicidad. Era la primera vez que Luther dejaba a un lado su mala leche y se comportaba como un hermano.

–Ese bebé es lo mejor que has hecho en toda tú vida, Estela, y estoy orgulloso de ti, orgulloso en que tomaras la decisión correcta y salieras de la clínica antes de cometer una locura.

Me incorporé un poco y lo miré bajo unos ojos cristalinos.

– ¿Qué voy hacer? ¿Qué le voy a ofrecer?

Luther retiró unas greñas de mi cara y sonrió con ternura.

–Todo. Esté bebé lo cambiará todo. –Sonrió–. ¿Es una niña?

–Sí, seguro. Y grande.

Él asintió orgulloso... Dios. Mi hermano orgulloso. Eso era un milagro.

–Yo te ayudaré a criarlo, yo cuidaré de las dos. Para empezar te vendrás a vivir conmigo y...ya buscaremos una solución económica. Lo que sea, pero me comprometo a que esa niña sea feliz.

–Luther, gracias.

************************

Las semanas pasaron, rápidas, lentas, tranquilas, dolorosas y normales, eso sí, cada día estaba más gorda, pero con todos los mimos que recibía mi aspecto dejaba de afectarme.

Después de la conversación de Luther con Renata, mi prima había decidido quedarse a dormir en un hotel, pero el golpe mortal vino dos semanas después cuando, en una desafortunada noticia de portada, leí el rumor del que:

<<El play-boy, sexy y multimillonario empresario Divoua, remontaba su relación con la modelo reconocida de ropa interior Renata, quien había conseguido, después de una larga lista de conquistas, enamorarlo y comprometerlo en una futura boda íntima que se celebraría en alta mar.>>

Fue una patada, literalmente, pasé el día en el hospital ya que la ratoncita, también se quejó. Mi hermano como un loco decidió llevarme él mismo a urgencias, gritando, como si fuera una sirena, todos los insultos posibles a los conductores que nos cortaban el paso. No me quejé, después de dos goteros y un aviso de peligro, decidí no ver más noticias y evitar escuchar el nombre de Andreas.

No solo me hacía daño a mí, también a la pequeña y no correría el riesgo de ponerla en peligro.

Martillo, Sonrisas y Totó, me visitaron muy a menudo, Joe porque Sienna se habíaencariñado de él y parecía que su relación funcionaba. Aaron porque Darío estaba continuamente conmigo, me llevaba a trabajar, me recogía y casi siempre se quedaba a cenar con nosotros, él y mi hermano se llevaban de maravilla, e incluso salieron juntos varias noches.

En el trabajo, el día a día se hacía mejor. Leon era un buen jefe e intentaba no mencionar mucho a su hermano -a veces era inevitable-. Lo respetaba porque representaba una buena influencia para mí, como él no se metía conmigo, yo tampoco decía nada de todos los problemas que tenía con su mujer Amapola, una chica extraordinaria.

Pero la sorpresa más grande fue cuando; entre todos me regalaron la habitación de la ratoncita.

Me quedé sin palabas, de la ilusión que me provocó ver esos colores pasteles en las paredes, los dibujos de animalitos con colores llamativos en una parte cerca de la cuna, y los muebles a conjunto con las cortinas en tonos; desde fucsia a rosa claro, y el precioso balancín de un caballo de madera con un enorme lazo de lunares; lloré, reí y grité, di mis típicos saltitos que fueron frenados por Sienna y su típico comentario:

Me pone los pelos de punta que te nuevas así.

Diez saltitos más tarde, me encontraba llorando y tocando el caballito, imaginándome a la pequeña montada en él y gritando del mismo modo que o cuando había visto la sorpresa.

Mi pequeña.

Estaba cambiando mi vida, mi forma de pensar e incluso mi forma de comportarme. Luther decía que maduraba, Sienna que la ratoncita desde dentro expulsaba una esencia particular que comenzaba a dominarme como si fuera una brujita con poderes y esos poderes habían conseguido domina a la fiera que había en mí, en conclusión, Sienna admiraba a mi niña por conseguir algo que nadie había logrado; centrarme.Yo simplemente pensaba que ya era mi hora, que el cambio se debía a la necesidad que representaba convertirme en madre.

Madre, impresionante. Yo madre...de locos.

Me acaricié el estómago, con las uñas y noté como la ratoncita se removía. Miré la ecografía que acababa de hacerme Debby y con claridad ya observé que mi hija sería preciosa.

Saqué las llaves del coche en el mismo momento que mi teléfono comenzó a sonar.

– ¿Dónde estás? –preguntó Luther, nada más descolgué.

El control no cambiaría en él, solo que esta forma repentina de control se debía más a su sobrina que a mí.

–Saliendo de la ginecóloga.

– ¿Cómo está la ratoncita?

–Gigante, no sé cómo va a salir eso de ahí abajo.

–No te preocupes por eso –difícil, pensar que me rajaría toda entera, hacía que las películas de terror a las que estaba más enganchada me parecían una buena comedia–. Has pensado en el nombre.

Otra vez la misma historia. Mi hermano con el nombre de su sobrina tenía obsesión.

–No, pero todavía tengo tiempo.

–Se me hace extraño llamar a mi sobrina como un roedor.

–Es un término cariñoso, Luther, no pienses en las cloacas.

Se rió, y realmente se le notaba muy cambiado.

–Bueno, te llamo para decirte que Sony, tu casero,ya tiene inquilinos para el piso. Que te pases y eches un vistazo por si te queda algo que recoger.

–A vale.

– ¿Quieres que llame a Darío para que te lleve?

–No hace falta, está de viaje, pero tranquilo, me ha dejado su coche. No tardaré.

–Vale, ten cuidado. Te espero en casa.

Me despedí de mi hermano y arranqué.

Mi antiguo hogar, me resultó más difícil entrar que pasearme por cara. Desnudo completamente, exceptuando algún pequeño mueble como la mesa de la cocina, la del televisor y unas estanterías en el pasillo que daba a la habitación. Mi hermano y Darío se habían encargado de recogerlo todo. Algunas cosas se encontraban en casa de Luther, otras en un local que Darío nos cedió temporalmente, aunque ese tiempo él lo describió como que; no hay prisa.

Llegué hasta la habitación y miré el hueco de la cama con nostalgia. Recordé el pasado y reviví imágenes que ya no me afectaban, únicamente se quedaban en el almacenamiento de mi memoria como una experiencia más. No obstante, continuaba odiando a Lloyd, y con Andreas no tenía recuerdos de esa cama, jamás la había compartido con él, por eso ahora mismo el mueble que faltaba en ese lugar era el principal que ocupaba la mitad de la habitación de invitados de Luther.

Me deslicé por el cuarto de baño e hice una pequeña revisión. La verdad es que no quedaba nada, simplemente una pequeña bolsa que ya había dejado en la entrada, así pues, con todo controlado salí y tomé la bolsa, pero en el momento que me dispuse abrir la puerta, un enorme cuerpo con el puño en alto bloqueaba la arcada de mi salida.

Cody.

Lo miré de arriba abajo, escuchando lo toques artísticos típicos de mi corazón. Cody no lo notó, sus ojos estaban puestos en mí y una pequeña sonrisa extraña jugueteaba en sus labios.

–Por fin –articuló, de forma escalofriante.

Me tensé.

–Hola Cody –dije con voz nerviosa. Retiré mi mirada de la suya, me ponía nerviosa que me mirara con tanta intensidad–. ¿Qué haces por aquí?

–Tenía que verte.

–Es un mal momento...

– ¿Dónde has estado? –preguntó y dio, a la vez, un paso hacia delante.

Retrocedí sin dejar de mirar esos ojos oscuros con las pupilas dilatadas.

–Vivo con mi hermano –contesté sin dar más explicaciones.

Cody ladeó la cabeza ligeramente y bajó la vista, deslizándola por mi cuerpo como en el pasado, anotando mentalmente todas mis curvas para sacar una conclusión, pero su conclusión murió en el mismo instante que chocó con mi estómago abultado.

Sus ojos permanecieron fijos en ella, sin sentimiento, y de pronto, su expresión cambió de forma radical.

Apretó los labios y levantó los ojos hasta que estos, llenos de rabia, chocaron con los míos.

– ¿Qué te has dejado hacer? –preguntó furioso.

Me sobresalté y tuve queparpadear, pero ese aspecto me dejaba muerta, sin respiración y mucho más aterrada retrocedí. Para mi desgracia, la bestia que dominaba mi salida se deslizó dentro y cerró la puerta. El sonido de la madera chocando me aterró y mi cuerpo me regaló un ligero temblor que se hizo evidente ante sus ojos.

–No es el momento, Cody. Me están esperando.

–No mientas, no hay nadie abajo. Me he asegurado antes de seguirte.

Me estremecí. Me había seguido.

Con naturalidad, para no hacer evidente mi mentira, levanté el mentón y actué;

–Aquí no, en casa, y si tardo mucho mi hermano vendrá a por mí...

– ¡Estás embarazada!

Instintivamente me protegí el estómago como una leona a sus cachorros, y apreté los puños.

–Sí, bueno, es evidente, pero eso a ti no te importa...

– ¿Eso es lo que crees? –soltó entre dientes.

Me encogí interiormente y deseé tener las fuerzas suficientes para salir corriendo.

–Tú y yo ya no estamos juntos...

–Pero lo estaremos, y eso –mencionó mientras señalaba a la ratoncita– tiene que desaparecer.

Vacilé dando un paso hacia atrás.

– ¿A qué te refieres con lo desaparecer?

–Que esa cosa no conocerá la luz del sol –explicó como si fuera algo de lo más normal.

Fue un ligero matiz de una corriente de aire fría, pero consiguió penetrarme hasta los huesos y ponerme la piel de gallina. Noté la bilis subir por mi garganta cuando conseguí soltar una bocanada de aire.

No pretendía decir lo que acaba de soltar, me dije para calmar mi corazón.

–No puedes estar hablando en serio...

–Más en serio de lo que te crees –aclaró sin emoción. Cody realmente parecía un ser infernal y por lo visto estaba dispuesto a todo.

–No lo permitiré. –Me hubiera gustado que mi voz saliera con más fuerza, pero ante tal hombre me encontraba en una alta desventaja.

Comenzaba a odiar a los hombres grandes que podían tumbarme de un solo empujón, y más en estos momentos, donde mi pequeña dependía de mí.

Busca la forma de salir de allí.

Estaba de acuerdo con mi cabeza, el problema es que mis pensamientos estaban casi tan aterrados como yo, y con tanto grito, temblor y miedo, un plan de fuga no se me ocurría con tanta facilidad.

Cody torció el gesto para mirarme.

–No podrás hacer nada, eres débil, no una protección para esa cosa...

– ¡Deja de llamarla cosa!–grité llena de pánico.

Sonrió de forma aterradora.

–Ya veremos.

Esa fue la única advertencia que recibí, mientras aquel hombre se separaba de la puerta dirigiéndose hacia mí.

Huye.

Jadeando, me lancé pasando junto a él, buscando la salida principal y rezando por ser rápida en abrir la puerta y gritar a pulmón vivo para que algún vecino escuchara mi socorro, pero Cody era un experto en seguridad y con unos reflejos, entrenados en la escuela de bomberos, consiguió atraparme antes de que pudiera tocar el pomo.

Grité en el mismo momento que tiró de mi cabello y me obligó a retroceder, después me empujó contra la mesa con violencia, como si fuera una pelota de fútbol intentando anotar un punto en el último segundo del partido.

Evité la mesa pero trastabillé y caí al suelo, cuando me recuperé, Cody ya venía de nuevo a por mí. Agarré mi bolso, que había caído al suelo con el viaje de antes y rebusqué el Spray de pimienta.

Al tocar el bote la adrenalina de mi cuerpo se disparó y me volví hacia él.

–Cuanto más te resistas más te dolerá –advirtió con tono helado.

A ti sí que te va a doler.

Sin compasión presioné el botón y el líquido salió en el mismo momento que él, y su fornida apariencia se cargaba para atacarme.

Cody gimió de disgusto, echándose las manos en la cara para tratar de calmar el dolor de sus ojos. Me escabullí alejándome rápidamente de ochenta kilos de masa corporal antes de que se venciera sobre mí. Con el corazón desbocado, el bote en mis manos y un terrible dolor de rodillas, me arrastré por el suelo retrocediendo, en vez de por el camino que deseaba -la salida-, me introduje más en la casa. Si tomaba la salida solo conseguiría acorralarme a mí misma, y tenía la oportunidad de poder encerrarme en el baño, al menos tendría una ventana para salir y deslizarme al piso de mi vecino.

–Pequeña zorra... –gruñó más rabioso que antes.

Juzgar la recuperación de una persona no era lo mío, y para un hombre que ya estaba más que acostumbrado a respirar productos químicos y vérselas canutas con humo o fuego... debí pensar que no tardaría mucho, ya que; en ese momento noté como me tomaban del tobillo y me arrastraban por el suelo.

Mi mejilla besó el suelo y me mordí la lengua por el dolor. Rabiosa comencé a dar patadas a diestro y siniestro. Dos le dieron, escuché la queja, así que di una tercera que lo tumbó.

Me volví y lo miré con ira.

– ¡No te dejaré hacerlo!

Sacudió la cabeza y aspiré con un siseo al notar en mi interior una sensación de descenso. El pánico me llegó a los pies y me aparté el pelo de los ojos. Desde su posición en el suelo, Cody se levantó en toda su altura, apretando los puños mientras blasfemaba en francés.

–Te vas arrepentir –exclamó lleno de cólera.

– ¡No!

Con toda mi fuerza le tiré el bote, que voló y le dio en toda la cara. Enfurecido soltó un gritó y se tiró a por mí. Como pude y con toda la adrenalina de mi cuerpo levanté las piernas y golpeé su cara con ambas.

Cody cayó de nuevo, y otra vez me levanté y salí corriendo. Se puso de pie jadeante, gruñó una palabra que no llegué a entender y me atrapó justo cuando cruzaba el umbral de mi habitación.

Se abalanzó sobre mí. Rodé tratando de zafarme de esas manos. Imposible. El dolor invadió mi cuero cabelludo cuando me agarró del pelo y me lo retorció hasta abrazarme, con mi espalda pegada a su pecho. Uno de sus bazos estaba en mi cuello asfixiándome. El otro se deslizó entre mi estómago y presionó.

–Despídete –murmuró contra mi oreja mientras clavaba sus uñas en esa abultada barriga...

Ratoncita...

Furiosa, le di un codazo entre las tripas con el brazo que tenía suelto.

– ¡Quita tus manos... –gruñí, saltando hacia atrás sobre un pie–...de mi hija!

Me giré para golpear su mandíbula con mi bazo, pero se escabulló. Me encontraba mirando la pared amarilla cuando me fui contra el único mueble que quedaba en la habitación. Me golpeé el estómago contra el pico, y grité de puro dolor mientras caía al suelo; había tirado de mis piernas hacía atrás desde abajo.

Cayó con todo su peso sobre mí, inmovilizándome contra el suelo gracias al fuerte dolor estomacal que sentí, y entonces llegó al peor parte...

Con el puño, Cody me golpeó varias veces más la zona del estómago dañado.

Quise frenarlo, detener esa violencia y salvar a mi hija pero el dolor me consumió, las fuerzas las perdí en el mismo momento que comenzó a rasgar mi ropa, y antes de que pudiera darme cuenta me desmayé.

Mi Ratoncita...

Mi Andreas...

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