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Capítulo 42

ANDREAS

Me centré en mi propia furia, en recordar las palabras, en recordar la cara de ese cabrón y en ella.

Cuando Tim, ese desgraciado me dijo lo que había visto me reí en su cara, el muy capullo ya no sabía que inventar para joder, pero al hablar con Aaron y escuchar de su propia boca que era verdad, directamente dejé de pensar en la alegría de Tim y pensé en degollar al inútil de Lloyd y matarla a ella por su traición.

Estela, ¿Por qué?

Me lo pregunté millones de veces, millones.

Una parte de mí, la que la deseaba, la que la amaba no podía creer en ello, se negaba aceptar la realidad, pero la parte sensata, una crucial de la que me fiaba cien por cien me mostró todo lo que era Estela, me mostró a Cody, al empresario Doug, ese viejo verde, y después a Lloyd.

No podía haber estado más equivocado en mi vida.

Estela siempre había sido libre, una mujer independiente, luchadora y amante de la vida. Hasta tenía un cartel colgado en su cara que defendía su libertad a tope.Pero yo me negué, pensé que conmigo sería diferente, que yo sería exclusivo y que nunca necesitaría a otro hombre.

Que equivocado estaba.

Sin complicaciones, sin ataduras, diversión y adrenalina, eso debí pensar cuando me metí por primera vez entre sus piernas, y lo más gracioso es que lo pensé, pero me dejé llevar, desgraciadamente me dejé llevar por ella, por su encanto personal en ponerme como una moto, en ponerme de los nervios y alterar tanto mi vida que la había cambiado sin darme cuenta.

Y ahora estaba que no soportaba un día más.

En la intimidad de mi hogar me había sumergido en el alcohol. No causó efecto. No dormía en la cama, no soportaba pensar en ella acostada a mi lado, no soportaba la idea de saber que iba a despertar y no tendría su cuerpo pegado al mío.

Mirara donde mirara la veía a ella. La cocina era un infierno, el jacuzzi el propio cazo de belcebú y esa jaula...

La tapé con una sábana grande, sin embargo no podía tapar nada más. Se me ocurrió cambiar de muebles, cambiar la distribución de la casa e incluso cambiar de habitación, pero la otra también tenía su huella. Aunque solo fueran tres noches, ella había dormido ahí.

Me consumía, vivía amargado sin paréntesis de descanso, de dejar mi mente en un estado muerto. Nada. Hasta en sueños me perseguía su imagen, su cuerpo sobre el mío, ese maldito disfraz de Ratita...

La odiaba...

Y sin embargo, después de mi viaje de negocios me vi buscando por toda la casa algo de ella, algo que se dejara para encontrar una excusa perfecta y volver a verla.

Lo encontré y me pareció ridículo; dos coleteros, un cepillo de dientes, su crema de melocotón y una pulsera espantosa que ella misma se había hecho con hilos. Todo lo guardé en una bolsa y me dispuse a ir a su casa...

Tres veces y ninguna de ellas conseguí salir del coche. Unas por lo rabioso que estaba al echar un vistazo a la puerta de su edificio y otra por pánico, miedo a que no me recibiera.

Dentro de mí sabía cómo la había tratado, cómo la eché de mi casa, del trabajo y de mi vida.

Sabía que ella me odiaría casi tanto como yo a ella.

Pero ésta cuarta vez todo cambió.

Desde mi coche los había visto y aunque me pregunté qué demonios hacía Darío con ella, no me pude responder cuando ella y él, mi mejor amigo, un hermano que conocía de años, la abrazaba, la tocaba y se acercaba a ella...

Salí del coche corriendo, embestido como un toro a la carga, con los puños cerrados y los ojos inyectados en sangre.

Maldito bastardo. No había tardado ni dos semanas en ir a por mi chica.

Ambos se sorprendieron de mi violenta voz, pero mis ojos estaban fijos en ella, después hablaría con el cerdo traidor que consideraba amigo.

–Pensé que lo tenía todo –respondió Estela con sequedad.

–Desgraciadamente no. Ya ves, me has obligado a traértelo a tu casa, ¿quién demonios te crees que soy? ¿Tu criado?

Estela se sobresaltó y esos ojos cristalinos me acribillaron.

Bien, ratita, yo también estoy escocido.

–Haber enviado a alguien, con todo el dinero que tienes y que te encargas de restregar a todo el mundo...

–Estela –amenacé con salvajismo.

Nuestros ojos se cruzaron y bajo la furia que me dedicaba reconocí el dolor. Se acercó para robarme la bolsa y cortar por lo sano mi visita.

Ja, que te lo has creído.

Retiré mi brazo antes de que sus dedos tocaran el papel y con una mano la tomé del brazo. No fui dulce, no fui cariñoso, estaba rabioso de haber visto como casi, solo casi besaba a otro cabrón y actué como tal.

De un violento tirón la arrimé a mi cuerpo y con la misma violencia, apreté su cuerpo contra el mío. Ella se tensó y dejó de respirar.

–Que pronto me has buscado sustituto –murmuré contra su mejilla para 1que solo ella me escuchara.

–Andreas –advirtió Darío, quien se acercó a mí. Lo detuve con la mirada.

Sí mi amigo sabía lo que le convenía, sabría perfectamente que no era el momento para meterse entre ella y yo, sin embargo me sorprendió su actuación al coger a Estela del brazo y retirarla.

–Contrólate amigo...

–Ahora mismo no soy tu amigo, desgraciado –le informé cortante.

Darío se tensó y me dedicó una mirada crispada.

–Los celos te ciegan...

–Cállate, Darío. Sé lo que he visto, sé con seguridad lo que estaba a punto de pasar.

Mi amigo soltó una carcajada sarcástica.

Apreté los labios y los puños. Intimidante di un paso adelante. La sonrisa de Darío desapareció.

– ¿Qué te hace gracia?

Darío levantó el mentón.

–Tu vanidad. Ni comes ni dejas comer.

Las uñas se clavaron en mi carne.

–Comete otra cosa. –Las fosas nasales se me abrieron, lo noté, pude imaginarme mi rostro ardiendo de furia.

Había miles de mujeres dispuestas para él, podía elegir a la que le diera la gana, ¿por qué Estela?

–Lo que tú digas, por supuesto.

–No te burles de mí –amenacé acercándome más a él.

–Lo haces tú solo–provocó.

Di otro paso más.

–Eso se puede arreglar –grazné.

– ¿De verdad quieres empezar una discusión aquí?

Me encogí de hombros.

–La verdad es que no me importa el lugar donde liarla, Estela está curada de espanto, le he metido mano en tantos lugares públicos que no se asustará –sonreí cuando escuche un grito por parte de ella y observé un peculiar sentimiento violento en el rostro de mi amigo.Más animado continué–: Pero si te espanta la idea, amigo –me mofé– lo podemos dejar para otro momento, uno donde tú te encuentres con...

La interrupción la causó un débil empujón que me dio Darío, junto con una carcajada que me salió del alma.

Darío tenía muy mala leche, por supuesto, no le gustaba que le tocaran mucho los huevos, no solía aguantar la postura bien y la provocación, bueno, no era un hombre de mucha paciencia. Por eso me reí.

–Supongo que eso es un: te apetece jugar.

–No quiero pelearme contigo, Andreas.

Será capullo. Ahora se hacía el mártir.

Me irrité.

–Yo sí.

Avancé pero esta vez no fue él quien me detuvo, sino ella, que salió de detrás y se interpuso entre los dos. La excepción es que únicamente me miraba a mí.

–Vete –me ordenó.

La miré, condenándola con los ojos y dibujé una sonrisa sarcástica en mis labios.

–Antes subiré esto a tu casa, después Darío y yo, nos largaremos...

– ¡No!

–Grita lo que quieras, Estela, pero así son las cosas.

La tomé del brazo y arrastré su cuerpo reacio al interior del edificio. Subí los escalones con ella quejándose, Darío bufando detrás de nosotros y yo, con una sonrisa de oreja a oreja al saber que trataba a la ratita como deseaba. Mal.

Estela abrió la puerta pero el único que entró dentro fue Darío, en el momento que ella daba el paso para introducirse dentro, la atrapé, empujé su cuerpo contra la pared y cerré la puerta, después me coloqué encima de ella, arrinconándola con mi propio cuerpo.

–Ya has hecho suficiente para convertirme en tu enemigo, ¿por qué ahora juegas con Darío?

Ella respiraba aceleradamente y esa mirada turbia me indicó lo que palpitaba entre sus piernas.

Dios. Céntrate, no te despistes.

–No estoy haciendo nada...

– ¿Qué haces con él? –interrumpí con brusquedad.

Ya sentía la electricidad que me provocaba el cuerpo caliente de esa mujer. Me estaba volviendo loco, entre fuere de mis cabales y desesperadamente perturbado por estar dentro de ella...

Te ha traicionado. Me recordó mi conciencia.

–No tengo que darte explicaciones. Tú me dejaste todo claro.

Estela no podía negar lo muy alterada que estaba, aun después de hablarme con la voz seca, ella también se estaba volviendo loca. La conocía.

–Y sabes bien el por qué.

–Por una mentira, por algo que no cometí. Ni siquiera me diste la oportunidad de contarte mi versión de la historia...

– ¡Te abriste de piernas para ese gilipollas!

– ¡Eso es mentira!

– ¿Qué tiene él que no tenga yo? ¿Es mejor en la cama? ¿Te pone más guarra?

–Déjalo ya...

Me apegué mucho más, completamente unido a su cuerpo y deslicé una de mis piernas entre la suyas.

– ¿Es más inventivo, más excitante, más sucio? ¿Qué te hacía él que no te hiciera yo? ¿En que era mejor que yo? Dímelo, quiero saberlo, quiero comprender porque me has cambiado por ese payaso –espeté con ferocidad.

Me ardían los ojos, el cuerpo y la garganta.

–Andreas...

Suspiró y noté como soltó toda su fuerza con ese roce de su viento. Estaba borracha de mí.

Me había aproximado tanto a su cuerpo que casi le había cortado yo mismo la respiración, pero ella no me retiró, es más se convirtió en arcilla entre mis manos.

–Me deseas –dije con gesto de satisfacción.

Con toda la intención levanté una mano para tocar esos pezones macados bajo la camiseta. Estaban duros, como dos cimas que palpitaban locamente. Estela soltó un gemido y cerró los ojos.

–No... –ronroneó sin voz.

–Te mueres por mí.

Sí, se moría. Esa zorra se moría por lo que yo podía darle.

Maldita seas, Estela.

Me lancé, fui a por su boca, para devorarla con pasión fiera y demostrarle lo mucho que me deseaba. Ella se derritió y se rindió ante la invasión de mi lengua. Mis manos rozaron su cuerpo y con alegría me llevé la satisfacción de notar lo mucho que le temblaba el cuerpo.

Sí.

Mi beso se profundizó, se volvió desesperado, quería hacerle sangre, dañarla para que supiera todo el daño que me había causado con su traición. Ella, entre gemido, suspiro y petición de mi nombre entre nuestros labios, deslizó sus brazos por mi cuerpo y me tomó del cuello.

Ya está bien.

Terminé con el beso y con frío desdén, aparté sus brazos, luego, por encima de ella, como si no significara nada la miré con helado desprecio.

–Una lástima que ya no me interese esto de ti. Ahora tengo a otra que me lo hace todo mejor.

Ella se tensó y me empujó. No me opuse, ya había conseguido lo que quería.

–Me alegro por ti –dijo rabiosa, luego una sonrisa que me hizo temblar se dibujó en sus labios, agárrate a lo que puedas, vas a flipar, pensé–, así no me sentiré mal al decirte que, puede que me planteé tirarme a Darío, ese hombre debe de ser una fiera en la cama...Oh Dios, de solo pensarlo me están dando espasmos.

Mala guarra.

Me adelanté para atraparla y darle una paliza pero ella se escurrió por debajo de mis brazos y salió corriendo hasta desaparecer por el interior de su casa.

La seguí, no estaba dispuesto a que ella tuviera la última palabra, pero las mías propias se terminaron en el momento que entré en esa cajonera y me topé con tanta gente, aunque realmente el que llamó mi atención fue Luther, quien nada más me vio se tensó visiblemente y me dedicó una mirada poco amistoso.

– ¿Andreas?

Todo se frenó, todo cuanto me rodeaba dejó de moverse, desapareció en el mismo momento que reconocí esa dulce voz.

Con mucha lentitud y con el corazón latiendo a mil por hora me volví en la dirección de la mujer...

Era ella...

–Andreas –repitió con ese tono que siempre había amado; dulce, cariñoso y feliz–, ¿qué haces tú aquí?

Y su sonrisa, ese gesto que adoraba en ella... No podía ser. No podía ser que fuera ella...

¿Qué demonios hacía Renata, mi ex prometida en casa de Estela?

– ¿Renata? –murmuré sin respiración.

No había cambiado, continuaba siendo hermosa, de ojos claros, con el fuego en su cabello largo y un cuerpo esbelto embutido en un sencillo pero elegante vestido ceñido que acentuaba sus formas.

Ella se acercó, sin retirar su mirada de la mía. La observé sin poder retirar mis ojos de esa sonrisa en esos carnosos labios y el marcado de sus pasos en el suelo; sensuales, lentos y provocativos.

Se me lanzó a los brazos y pegó sus enormes pechos -algo nuevo- contra mi torso. Me tensé pero no pude evitar abrazarla. Olía igual, a frutas dulces mezclado con algo fuerte, y su cuerpo continuaba siendo tan suave, tan delicado y tan perfecto...

Abrí los ojos al darme cuenta de lo que estaba haciendo y la primera persona que vi fue a Estela, mirando la escena con losojos abiertos y el pecho subiendo y bajando con rapidez.

Sentí una extraña presión en mi pecho... ¿Cómo me había olvidado de la ratita?

Inconscientemente retiré a esa mujer de mi cuerpo sin poder apartar las sensaciones que me provocaba la reacción de Estela. Ella me retiró la mirada y la dirigió a su hermano.

–Andreas...estás igual...

–¡¿Cómo que Andreas?!

El grito salió de la boca de Luther. Lo miré, como todos los que había ahí, no parecía muy contento.

–Relájate primo –dijo Renata, luego se giró cara Estela–, ¿de qué os conocéis?

–Él...él...él... –A Estela no le salían las palabras, a mí tampoco No podía dejar de mirar la cara de espanto de Luther... ¿Primo?–. ¿De qué lo conoces tú?

–Bueno, es el único hombre que consiguió ponerme un anillo de compromiso.

– ¿Qué? –Otra vez Luther, más histérico que antes.

– ¡Luther! –gritó Estela, pero fue demasiado tarde.

Me había girado para ver a Estela y antes de que pudiera recapacitar, sentí el golpe contra mi mejilla, un golpe bestial, tanto que me hizo retroceder. Me incorporé por inercia, no por prepárame para otro, por suerte Luther ya estaba controlado por Estela, Renata y Darío.

Mal decía y criticaba a Estela, decía tantas palabrotas y lanzaba tantas preguntas a su hermana que no comprendí ninguna, tan solo que le había mentido. Ella trató de calmarlo.

Sacudí la cabeza y miré a mi alrededor...¿Qué demonios estaba pasando?

Perturbado con la aparición de Renata y la reacción de Luther no calculaba mis pasos. Un reflejo morado me animó a levantarme y me di cuenta de que Sienna se me había acercado.

–Será mejor que te vayas –aconsejó– bastante asco te tiene Luther y, ahora que se acaba de enterar de la verdad...Te va a matar.

Asentí, incapaz de poder mencionar ninguna palabra y me di la vuelta. Antes de salir miré por última vez a Estela, ella no me miraba, estaba más preocupada de su hermano que de mí.

Era el fin, ahora sí. Y era lo mejor.

Bajé las escaleras arreglándome el pelo pero cuando abrí la puerta del coche una pequeña mano me detuvo. Me volví y me encontré, otra vez sin palabras.

Renata.

Mierda, esa mujer otra vez en mi vida, otra vez con problemas, otra vez destrozándome. No la quería, sí, me había impactado verla de nuevo, la última vez que la vi estaba destrozado, tragándome mi sufrimiento mientras observaba como disfrutaba de unas vacaciones con mi cuñado.

Yo fui quien tuvo que dar miles de explicaciones a los invitados cuando anulé nuestra boda.

¿Qué quería ahora?

–Siento lo de mi primo, no sé qué le ha pasado...

–Quizás tenga que ver con lo que tú les hayas contado –recriminé.

Ella se mostró ofendida.

–La verdad.

Fruncí el ceño.

Y una mierda.

La reacción de Luther tenía una causa injustificada y aunque al principio me había costado comprender lo que sucedía, al observar la sorpresa en Estela y el acto violento de su hermano, todo encajaba.

– ¿En serio?

–Me rechazaste...

–Después de dejarme colgado y largarte con Dante.

Un mohín se dibujó en sus labios. Puede que en el pasado eso me derritiera, pero ahora Estela me había dado mucha caña como para caer en la tentación de algo tan dulce.

–A él lo has perdonado, ¿por qué no me perdonas a mí?

–Porque con Dante no he tenido más remedio, es mi cuñado, y después de ver lo bien que seporta con mi hermana me he dado cuenta de que la culpable fuiste tú. Tú aceptaste su propuesta, ¿por qué no lo enviaste a la mierda?

Renata se retiró el cabello de la cara y me mostró un cuerpo abatido, un rostro lleno de pena, de culpabilidad, pero eso a mí ya me daba igual. Estela había conseguido que olvidara aquello, aunque ahora me había destrozado, pero eso ya no importaba. Esa relación también se había ido a la mierda.

–Lo siento, Andreas...

–Ya es tarde, me da igual.

–Pero a mí no. Quiero que hablemos, quiero arreglarlo, aunque sea como amigos.

¿Cómo amigos?

–No.

Renata se me acercó, y traté de impedirlo pero mi coche bloqueó una escapada perfecta. Me tomó de las manos y las presionó con sus dedos.

No sentí nada, más que ganas de largarme de allí.

–Andreas, te comprendo, entiendo toda esa furia que sientes hacia mí, pero he cambiado, he madurado y me arrepiento de lo que sucedió. Jamás debí abandonar al hombre que amaba realmente. Me di cuenta tarde y te perdí.

Precioso, pero no hizo que cambiara de opinión.

–El tiempo no cambia a las personas. Yo olvido, pero no perdono...

–No es justo –se quejó.

–Bueno, la vida es una mierda, cuanto antes lo asumas mejor.

Retiré sus manos, su cuerpo y sus palabras de mi cabeza para darme la vuelta y largarme.

–Andreas, dame una oportunidad, solo una y te prometo que si no sale bien desapareceré de tu vida.

Me pasé la mano por el pelo. Renata parecía más sincera que nunca, más madura que antes e incluso más mujer. Continuaba siendo preciosa, no tanto como Estela, Estela era un bombón...

Interrumpí mis pensamientos porque no me gustaba el camino que estaban tomando.

Estela había muerto el día que se dejó tocar por otro hombre. El día que me traicionó ella había desaparecido para mí, y ahora, ella ya había encontrado a otro, lo había dicho.

Bien Darío, pues toda para ti.

Miré a Renata, esperando pacientemente una respuesta.

–Deja que lo piense.

Ella sonrió.

–Salgo de viaje dentro de tres semanashasta entonces esperaré tu llamada.

Se dio la vuelta y se fue. Seguí sus pasos pero no por ver ese cuerpo en movimiento, sino por decirme a mí mismo que no sentía nada por ella, e inconscientemente levanté la cabeza y miré una ventana al otro lado de la calle.

Estela, inconfundible, era ella quien estaba asomada, mirándome hasta que me quedé mirando y desapareció.

–Adiós –susurré y me monté en el coche.

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