Capítulo 41
Salí corriendo, mareada y con ganas de gritar.
Me apoyé en la pared mientras las arcadas venían con fuerza, no llegué a soltar nada, mi estómago estaba tan vacío como mi alma, pero la molestia fue eterna. Cerré los ojos y conté hasta diez.
No pensé en comida, no pensé en nada que me provocara más arcadas pero la locura que acababa de cometer estaba más que presente.
No lo había hecho, no pude, había salido corriendo, asustada y llorando del lugar sin mirar atrás. Nadie me siguió y concluí en que, no era la primera vez que una mujer arrepentida salía corriendo de la clínica antes de que le metieran un veneno por la vagina para matar a una cosita que deseaba nacer.
Sí, eso mismo me decía para calmar la decisión que acababa de tomar, igualmente no podía dejar pasar por alto que era más locura tratar de mantener a un bebé yo sola, aparte de que Luther me mataría y yo terminaría en un manicomio ya que, en ese momento pensé que; sería capaz de hacer cosas peores por mi Ratoncito.
Sonreí sin darme cuenta. Ratoncito, tenía gracia, no lo conocía o no la conocía y ya le había puesto su apodo, su señal de que pertenecía a mi mundo...
Dios, estoy loca.
–Estela.
Dentro de todo el revuelo de locura que llevaba encima reconocí no solo mi nombre, sino la voz ronca y dura de esa persona.
Alcé la vista y lo vi, con tejanos y una camiseta de camuflaje delante de mí, con los brazos colgando a cada lado de su cuerpo y las piernas separadas, tan intimidantemente acojonante como el día que lo conocí.
Martillo daba miedo.
Ahora, con la luz del sol alumbrando ese enorme cuerpo y sus facciones más marcadas me pareció más asesino, más peligroso y más cabrón.
– ¿Qué haces aquí? –pregunté.
Su rostro no marcó ninguna diferencia, ni se inmutó.
Acojonaba.
Puede que comenzara a entender porque Darío, por muy bueno que estaba no tenía novia. El tío las espantaba con esa mirada.
–Evitar que cometas una estupidez.
Me enderecé.
–He cometidos muchas y ya tengo a una persona criticándome por ello, no necesito a otro hermano mayor...
–No trato de ser tu hermano –interrumpió.
–Pues no entiendo que haces aquí.
– ¿Llego tarde? ¿Lo has hecho? –preguntó a la vez que señalaba con la mirada mi estómago.
–No... –me interrumpí–. ¿Qué?
El pánico me invadió. Andreas no sabía nada, era imposible que ese hombre supiera...
– ¿Sigue dentro? –repitió.
Pues sí, lo sabía.
– ¿Cómo lo sabes? –pregunté sorprendida.
Darío se acercó, con cuidado y se detuvo a escasos centímetros de mí.
–Sienna llamó a Joe, pero mi amigo creyó que este caso yo lo manejaría mejor. Y ahora dime, ¿qué ha pasado?
– ¿Andreas...?
–No sabe nada.
Seco pero claro, no dijo nada más y lo agradecí.
–No he podido, aparte de que, ya es tarde, supero los tres meses.
Martillo levantó una ceja...Pistola desenfundada.
– ¿Te han hecho una ecografía?
–Más o menos.
Frunció el ceño, retrocedí...Dedo en el gatillo.
– ¿Te ha examinado un ginecólogo?
Me encogí de hombros.
–Creo que sí...
Bufó...Primer disparo...
Un auténtico soldado.
Él no necesitaba un arma para despejar el campo de batalla, Martillo con su típico encanto personal espantaba a cualquier asesino.Como él, ese aspecto denominado más que salvaje dejaba claro que nadie se metía con una bestia.
–Ven.
Me atrapó del brazo y antes de que me diera cuenta ya estaba dentro de un cuatro por cuatro negro, con él a mi lado, arrancando el motor. Me abroché el cinturón sin que; don te mato de un solo golpe, me lo indicara y después apreté la orilla de mis shorts con nerviosismo.
– ¿Dónde vamos? –pregunté en un mero susurro.
–A que te hagan una revisión como Dios manda –dijo con voz rotunda.
Andreas tenía mala leche, mi hermano respiraba mala leche, pero este parecía vivir de ella. Me causaba miedo, intimidación y respeto.
Miedo me daba la mujer que se atreviera a enamorarse de él, verdaderamente estaría tensa todo el día, aunque pensándolo bien, Darío tenía un aire misterioso y rudo que lo hacía mucho más atractivo y un semental en la cama, con lo cual, esa chica no lo pasaría tan mal.
Puede que Martillo escondiera una bestia casi tan buena como Andreas en los pantalones...
Maldita sea.
Por mi bien, debía dejar de pensar en Andreas...
–No quiero que se entere Andreas de esto –dije, dejando claro mi postura.
Él no quería tener familia, él lo había negado al comportarse con ese pánico el día que se enteró, ahora que había decidido tenerlo no deseaba que al muy cerdo, solo por joder se atreviera a arrebatarme a mi hijo por esconderle la verdad.
Como me dijo en un pasado;
Te lanzaré a los leones de mis abogados para quitarte a mi hijo...
Me estremecí de solo pensarlo.
Sí, estaba más que claro, Andreas no se podía enterar.
–No voy a involucrarme en vuestra relación...
–Ya no hay relación. No hay nada –interrumpí.
Darío me miró con curiosidad, me parece, leía bien poco en un rostro carente de emoción efusiva que no fuera el vacío y la dureza.
–Lo que haya, no me importa, pero lo que estabas a punto de hacer no era una buena solución.
Me recordó a mi hermano, solo que su recriminación no salió a gritos como de normal se solía pronunciar Luther.
–No lo hice –contesté con la voz de una niña pequeña.
–Muy bien. Has tomado una decisión acertada...
–No tanto.
Darío me miró con una ceja alzada.
– ¿Qué quieres decir?
Me hundí de hombros en el asiento.
–Ahora mismo estoy pasando por un momento de crisis total, y no veo una recuperación a corto tiempo –bufé y me pasé las manos por la cara–. No sé cómo voy a salir adelante.
–Yo te puedo ayudar. La mitad del edificio donde vivo es mío y tengo apartamentos vacíos...
–No, gracias –interrumpí.
Agradecí el gesto, verdaderamente me sorprendió, pero lo que menos necesitaba ahora era vivir cerca de un buen amigo de Andreas, ya no me refería a recordarlo cada vez que me cruzara con Martillo, era más el peligro que corría al cruzarme con el propio Andreas, no lo soportaría.
–Esto tengo que hacerlo por mí misma –añadí mirando la carretera.
–Como quieras, pero mi propuesta seguirá en pie.
Llegamos al lugar, una clínica de lo más lujosa. Darío entró como si fuera el dueño, me sentó, como si fuera una niña en una de los cómodos sillones de piel blanco que había en la sala principal y después se acercó a la recepcionista. Una mujer rubia, preciosa de ojos azules.
La chica sonrió y percibíciertorubor en sus mejillas cuando él habló, inmediatamente asintió y tomó el teléfono. Unos minutos después, otrarubia tan impresionante como la primea salió de una doble puerta de metal.
La mujer nada más se fijó en Darío su rosto cambió, y no solo eso, le dedicó una sonrisa de lo más seductora y caminó en su dirección con un arte que haría que Gisele Bundchense pusiera a patalear como una niña pequeña.
No obstante, Darío ni se inmutó, fue increíble ver como una mujer se lo comía por todas partes y él, ni caso.
Impresionante.
Después de unos diez minutos de conversación animada que fue todo un espectáculo, y que consiguió que olvidara la mitad de mis preocupaciones, ella, la explosiva que se moría por los huesos de Martillo me miró, y su encantadora y coqueta sonrisa; desapareció.
Que sutil, pensé.
Asintió y con un movimiento de princesa del mundo, movió su brazo para indicar que la siguiera. Me levanté y me coloqué justo al lado de Darío.
– ¿La conoces? –murmuré para que doña perfecta, no nos escuchara.
–Sí.
– ¿De qué?
La chica entró y Darío me frenó, tomándome del brazo mientras se giraba cara mí.
– ¿De verdad lo quieres saber?
Arrugué la frente.
–Me haría falta saber si es una conquista que has jodido o una amiga que te tiras de vez en cuando, simplemente para saber que me espera dentro; si debo prepararme para que me den por saco o me traten medianamente bien.
Vaya, Martillo se tensó a la vez que se ruborizaba.
–Ahora comprendo porque Andreas está loco por ti, da gusto escucharte hablar.
–Y yo ahora comprendo porque Andreas va contigo, sois tal para cual.
Volvió a tensarse pero esta vez me retiró la mirada, presionó mi brazo y tiró de mí.
El lugar era a tope lujo, luz y blancura por todas partes. Me deslumbré y bizca me acerqué a la silla de tortura.
–Hola, yo soy Debby –se presentó levantando la mano, con la barbilla alta y una sonrisa que decía lo muy superior a mí que se creía.
–Yo soy Estela, encantada.
Ella sonrió, apretó con decisión mi mano y señaló el súper sillón.
–Toma asiento, por favor.
Me senté y esperé a que Debby continuara con sus funciones, desde enchufar los aparatos, a levantarme la camiseta y verter un líquido frío por mi estómago, después colocó un aparato haciendo presión en mi barriga, removiendo ese asqueroso gel por todo mi cuerpo.
Darío a mi lado, se movía en el asiento un poco incómodo, mientras disimulaba observando todo cuanto nos rodeaba.
–Estás de aproximadamente de catorce semanas.
Me volví hacia Debby y la miré con ceño, como si esas palabras hubieran sido pronunciadas en otro idioma.
– ¿Qué?
–Catorce semanas, casi quince...y vaya –sonrió–...es grande.
¿Catorce semanas?
–Imposible.
Debby me miró con ceño y comenzó a decir algo sobre los días, el periodo y no sé qué más, yo ya estaba en mis pensamientos cagándome en todo lo que había a mi alrededor.
Eché cuentas y... La madre que la parió...La farmacéutica...
Según mis cuentas y de poco me equivocaba-Andreas tenía un semen del bueno- me había dejado embarazada la primera vez que se corrió dentro y lo peor no era eso, sino la píldora postcoital que me había tomado, era falsa, debía de ser eso, no, tenía que ser eso...
–Mala guarra –espeté.
– ¿Qué pasa? –preguntó Darío a mi lado.
–Nada –respondí y anoté mentalmente hacerle una visita a esa mujer.
– ¿Quieres saber qué es?
Inconscientemente miré la pantalla al tiempo que un extraño nervio se posó en mi vientre.
– ¿Se ve? –pregunté.
–Sí, no es normal, pero es grande y está de cara...
Se interrumpió y miró con una ceja alzada a mi acompañante. No me había dado cuenta pero Darío estaba casi encima de mí mirando atentamente la pantalla.
–Es una chica –dijoMartillo, de repente, y algo en su rostro se transformó.
Tanto Debby como yo nos quedamos con la boca abierta.
Una nena...Una ratita...
–Andreas las va a pasar canutas –añadió Darío, con una sonrisa burlona en los labios.
– ¿Cómo lo sabes? –preguntó Debby impresionada.
Darío, con un ego increíble que me recordó al padre de la criatura, se sentó de nuevo cómodamente en la silla y miró a su amiga.
–He visto muchas ecografías de niñas en mi vida. Recuerda que solo tengo hermanas.
–Sí, y parece mentira que rodeado de tanta mujer seas tan borde.
Él hizo una mueca.
Ya no miré más, me dio igual el problema de esos dos yo tenía uno que acababa de cambiar.
Saber el sexo de lo que se cocía en mi interior acababa de cambiar el chip de mi cabeza, como un reseteo, un golpe fuerte y un increíble miedo.
Puedo recuperarme, pensé al notar como mi corazón daba un brinco, pero de nuevo, otra vez y con insistencia la imagen e Andreas y el saber todo lo que se iba a perder, todo lo que le iba a negar... Me destrozaba.
Andreas había sido el centro de mi universo durante nuestro tiempo; juntos, y ahora, todo se perdía, yo perdía pero él perdería mucho más, aunque después de todo seguramente estaría agradecido de no cargar con un hijo de una mujer a la que odiaba.
Necesitaba un plan, un cambio. En un futuro tendría una nena, una pequeña de la que cuidar y debía madurar, buscar mi coordinación para arreglar cada paso que había dado mal en el pasado.
–Seguro que no quieres comer –preguntó, por enésima vez Darío, después de salir de la clínica.
–No, de verdad, no tengo hambre.
–Yo sí.
No hubo forma de discutir. Martillo decidió por los dos y después de un circuito de quince minutos, llegamos a un increíble restaurante...
Retrocedí nada más vi, detrás de la barra con un mandil y un gracioso gorrito al hermano mayor de Andreas.
– ¿Qué haces?
– ¿Será una broma? –Abrí los ojos para dar énfasis a mi incredulidad–. ¿Por qué me has traído aquí?
Levanté la mano y señalé, crispada el letrero del restaurante.
–Porque vas a trabajar aquí...
–No.
–Ya he hablado con Leon, Joe y Aaron también le han dado su opinión sobre tu comida, y bueno, él está más que encantado de tenerte en su plantilla...
–No.
Darío arrugó el ceño, como si acabara de confesarle algo terrible. Después, con lentitud, un acto de lo más raro en un hombre, sacudió la cabeza y centró, otra vez su atención en mí, pero esta vez, de forma diferente como si dejara en libertad algún sentimiento.
–Estela, vas a tener una niña. No quieres que Andreas se entere y piensas criarla tú sola. Ya que no quieres que nadie te ayude, acepta el trabajo. No por ti, sino por esa pequeña.
Me arropé el vientre, con un brazo. Miré ese movimiento, deteniéndome unos segundos en esa misma zona antes de volver a mirar a Martillo.
– ¿Quieres tener hijos? –pregunté.
Darío levantó las cejas por la sopesa que le produjo mi pegunta, pero finalmente respondió:
–El fundamento en que se basa para tener un hijo es una relación, no tengo una relación, y con ello no pienso en familia.
– ¿Por qué no tienes una relación?
Una pregunta tonta, ese aspecto dejaría a las mujeres alucinando, pero una subida de cejas las dejaría temblando.
Darío sonrió, a su manera.
–Digamos que no he encontrado a una mujer que me interese tanto como para mantener una relación.
No sonó triste, pero sí un poco derrotado, igualmente no dije nada más, preferí cambiar de tema.
–No puedo trabajar aquí.
– ¿Por qué? Ya conoces a Leon, y te encanta cocinar, aquí puedes desenvolverte genial, y Leon es un buen jefe...
– ¿Y lo de mi embarazo?
Alzó las cejas realmente sorprendido, como si le hablara en otro idioma.
– ¿Qué tiene que ver?
–No quiero que Andreas se entere.
–No tiene porque.
Parpadeé para centrar toda mi atención en esta conversación.
– ¿Y qué le digo a Leon cuando me crezca el panzón? –y añadí con mi típica voz burlona–: <<Oh, jefe, no se preocupe por esta barriga de Shrek, es que me amorro al grifo de la cerveza cada noche>>–.Darío sonrió y negó a la vez–. Él sabe que su hermano y yo mantuvimos una relación...
–Y sabe que Andreas se cuida bien.
–Pero las fechas.
Colocó una mano encima de mi hombro, no me incomodó, pero la mirada que me dedicó me puso nerviosa. Sin importunarle me retiré y su brazo cayó.
–Ya inventaremos algo.
– ¿El qué?
Darío se rascó la cabeza con timidez.
–Bueno, llegado el caso...pues... le podemos decir que...
No terminó, es más, comenzó a ponerse nervioso.
– ¿Qué?
Levantó la vista y me miró directamente a los ojos.
–Que es mío.
– ¿Eh?
Ni parpadeó, ni se inmutó al decirlo, como si acabara de decir que usa calcetines blancos. Impresionante, parecía que no tuviera alma.
Realmente Darío era muy frío. Otro miedo más.
–Bueno, no quieres que Andreas se entere, yo no tengo pareja, no me importa fingir...
–No. –No,no,no–. Es una idea terrible.
–Vale, pues ya pensaremos otra cosa. Tenemos tiempo.
–No mucho. Los niños tienden a crecer, pronto tendré más barriga que cuerpo y decir que me he comido un melón no creo que cuele.
Otra vez sonrió, de forma poco normal. Por favor, no parecía ni él.
–Eso no cuela –bromeó–. Pero tranquila, relájate. Son dos cabezas funcionando, algo bueno tiene que salir de una bocazas y un malhumorado.
Me hundí de hombros. Darío tenía razón, necesitaba trabajar y bueno, un restaurante no me parecía tan mala idea. Me encantaba cocinar y el lugar parecía increíble.
Entré con él y... Finalmente ya tenía trabajo.
Sí, me había tragado mi orgullo y obedecido a Martillo, confiando sobre todo en que algo se nos ocurriría, el resto fue obra de Leon y su forma de alabar mi comida.
–Gracias por todo, Darío –dije nada más bajé del coche.
La vuelta a casa no es que fuese muy festera, más bien yo preguntaba algo y él contestaba tan seco como un pescado muy hecho. No era una compañía fascinante, no para entablar una conversación, pero sí para alegrarte la vista.
No obstante, no fue tan malo.
–No hay de qué, Estela.
Darío se metió las manos en los bolsillos y le dedicó una mirada al edificio de enfrente, de pronto algo en sus ojos se oscureció.
– ¿Por qué lo haces? –pregunté.
Él se giró y me miró, el aspecto siniestro de antes desapareció.
–Puede que por Andreas. Lo respeto.
Sonreí.
–Confió en que no le dirás nada.
–Ya te lo he dicho, es tu decisión.
El corazón me dio un vuelco al escuchar la ternura de su voz.
Andreas tenía suerte de tener amigos como él y yo, de habérmelo cruzado. Bajo un aspecto de lo más atemorizador se escondía una persona que se preocupaba por los demás.
Sin darme cuenta me acerqué a él con paso torpe y lo rodeé en un abrazo, un abrazo fraternal, nada de erótico.
El cuerpo masculino, duro y tenso, se sorprendió soltando el aire en un ruido extraño que salió de su garganta.
–Gracias –murmuré para que se relajara. Entonces, los brazos de él me rodearon la espalda y sus manos acariciaron mi cuerpo–. No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí –dije contra su pecho.
–Estaría bien que me invitaras a un vaso de agua.
Me retiré de su cercanía, un poco, sin apartar mis brazos de su cuerpo y alcé mi mirada hasta la suya. Nuestros ojos se cruzaron y en un momento de confusión, él inclinó la cabeza y se me acercó.
Se me cortó el aliento al imaginar lo que estaba a punto de pasar, algo que no debía suceder, pero en el momento que intenté echarme hacia atrás para rechazar el beso, una voz masculina; dura y rotunda, a nuestra espalda, frenó a Darío muy cerca de mis labios.
–Vaya, veo que ninguno de los dos pierde el tiempo.
Inmediatamente me soltó y con el rostro desencajado por la preocupación y la sorpresa miró a su amigo. Yo, con más lentitud me giré e inmediatamente sentí que las piernas me pesaban junto con una fuerte tensión en la pelvis.
Con el pelo cobrizo y unos ojos grises matadores, Andreas nos observó a uno y después al otro con una mirada brillante y llena de ira.
Noté como toda la cadena de impulsos locos de deseo me arrollaban al fijarme en ese esplendido hombre. Perfecto como siempre, con tejanos, camisa blanca y un cárdigan de punto fino; abierto, enmarcaba el afrodisíaco de cualquier hambrienta con la que se cruzara.
Que tremendo era. Dios. Era el hombre más guapo, sexy e irresistible que jamás había visto en toda mi vida.
Una pequeña esperanza me arropó el corazón al pensar que Andreas había vuelto a por mí, que se había arrepentido de todo y se había dado cuenta de que todo era una mentira y que yo siempre le había sido fiel.
Sí.
Solté el aire por una pequeña ranura de mis labios y deslicé mi mirada de ese torso a su rostro.
Rabioso, enfadado y tirándome a través de esas lunas, una furia descontrolada.
– ¿Qué haces aquí? –susurré con una pequeña nota de felicidad.
Alzó la barbilla con prepotencia y me dedicó una mirada de repugnancia.
Se me cortó el aire.
–He venido a traerte lo que te dejaste. –Levantó una pequeña bolsa que llevaba en la mano y me la mostró–. Detesto tener basura por casa ocupando lugares que necesito.
Atónita por la expresión me quedé sin palabras.
No había vuelto a por mí, solo había regresado para descargar más mierda sobre mí.
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