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Capítulo 38

ANDREAS

Solidificar el tiempo, entre casualidades, la reunión y Estela, que terminaba de prepararse -cosa que era raro, ella siempre estaba la primera-, perdería mi mesa reservada. Y encima, después de todo, el timbre no dejaba de sonar con una familiar sintonía.

Los chicos estaban aquí. Maldita sea, había olvidado nuestra cita semanal de partida de póker.

Cogí la chaqueta del sillón de la habitación y me acerqué al baño. Su cuerpo, agazapado un poco encima del mueble me mostró perfectamente la definición de ese trasero expuesto para mí. Me estremecí y noté como la lagartija se estrujaba contra mis pantalones.

Una cosa tenía más que clara, esa mujer había conquistado cada célula de mi ser. Todo mi cuerpo reaccionaba a ella de forma salvaje.El sexo no me valía, nunca dejaba de excitarme, e incluso después de estar dentro de ella, sentía la inevitable atracción de volver a penetrarla.Vivir dentro de ella me aliviaría. Sí, estar dentro de ese delicioso cuerpo continuamente calmaría mi sed por ella.

Estela, que se retocaba el pintalabios se detuvo un segundo al escucharme gruñir y me miró a través del espejo.

– ¿Qué haces? Están llamando –me indicó y quise decirle que no estaba sordo.

Era imposible no escuchar la manía en que Joe solía llamar, pero pensaba que con un poco de suerte y dejándolo sonar, mis amigos pensarían que no estaba y se largarían...

Otro timbrazo me indicó que se tomaban su empeño o simplemente querían fundirme el teléfono.

– ¿No me digas?

Estela arrugó la frente y me dedicó su típico gesto donde me hacía parecer tonto.

–Si es Sienna dile que entre...

– ¿Cómo que Sienna?

No se dignó ni en mirarme, se volvió y se puso a registrar en ese pequeño neceser de dibujos hasta que sacó una brocha gorda que mojó en una caja de polvos redondos.

–Le pedí que me trajera una braga faja para esta noche.

Por todos los santos. La idea de ver a Estela con una braga tipo paracaídas me horrorizó.

– ¿Cómo?

–Una braga, Andreas. Que cazurro eres a veces.

–Se lo que es.

– ¿En serio?

–Te refieres a esas bragas de vieja que llegan hasta debajo de la axila.

Se giró lentamente hacia mí con la boca abierta, realmente sorprendida.

–Sí, exacto.

– ¿De qué te sorprendes?

–Que subestimé al viejo verde. Si conoces esas bragas es que tú te tiras a todo, no le haces ascos a nada.

Eso era mofa.

–Tengo preferencias y gusto, y un límite de edad, y por favor, como te pongas esa bragota te la quemo.

Ya te digo que sí; la destrozo, descuartizo la tela, quemo los pedazos y entierro las cenizas.

La ratita soltó una carcajada que fue interrumpida por el intenso, molesto y desquiciante sonido del timbre de casa. Dejó la brocha en esa llamativa bolsa de color.

–Era una broma. Le pedí un vestido...

– ¿Todavía no estás vestida?

Tenía que ser una broma.

Se giró con los brazos cruzados. Bien, me gustó ver las redondeces de su pecho tratando de salir de su escote; sus pezones marcados en esa fina tela y como el cabello suelto le caía por delante, e incluso la imagen de ella convertida en sirena se hizo eco por toda mi cabeza...

Ese sería un buen disfraz, no obstante el de ratita todavía no quedaba descartado.

Pero después de ver el rostro que me dedicó, mi imaginación y la visión desaparecieron.

– ¿Quieres que salga en nuestra primera cita con esto?

No era otra cosa del otro mundo. Un vestido largo en color rosa pastel.

–No me importa con lo que salgas, mientras salgas de una vez –me quejé.

–Que te den. Sabes, estás a nada de quedarte sin sorpresa.

Levanté una ceja y la miré de arriba abajo.

¿Sorpresa? Ella sí que no tenía ni idea de mi propia sorpresa. No tenía ni idea de cuál era la suya, pero ni de lejos se comparaba con la mía.

–Y abre la puerta, me está poniendo enferma –añadió.

A mí también, pensé.

La dejé y fui abrir. Estela tenía razón, pero yo también. Sienna entró como un rayo después de gritarle donde estaba mi ratita, y mis amigos entraron unos segundos más tarde.

Saludé a cada uno de ellos, Joe reía por un comentario que Aaron había soltado y Darío fue directo al mueble bar para servirse su primera ronda.

–Que bien huele –mencionó Aaron, dirigiéndose directamente a la cocina.

–Ya te digo –corroboró Joe.

Olvidé los comentarios sobre los laboriosos trabajos de Estela en la cocina y dejé todos mis efectos personales encima de la encimera de la cocina, preparados para cuando Estela se decidiera de una vez, salir cagando leches de casa.

–Oye chicos –intenté llamarlos pero ninguno me hacía ni caso. Aaron cotilleaba la nevera, Joe detrás de él miraba por encima de su hombro, y Darío rebuscaba en la librería de música un CD que le gustara para ponerlo en el reproductor–. Esta noche no hay partida. No puedo...

–Ya lo sé –dijo Aaron, sacando la fiambrera de lasaña–. Nos vamos al club del puerto que han abierto nuevo.

–Tenemos entradas...

–Tampoco –insistí.

Las tres cabezas se giraron y me miraron.

– ¿Qué quieres hacer esta noche? –preguntó Darío.

De repente el salón entero se llenó del sonido envolvente de unas voces masculinas de jazz.

–Con vosotros nada –dije–. Hoy tengo una cita con Estela...

–Pues que se venga también –dijo Joe, sacando cubiertos.

–No, de verdad, sobráis...

–Dios, que bueno está esto. –Nada, ni caso. ¿Es qué no me escuchaban cuando meneaban la boca?–. ¿Darío quieres un poco?

– ¿Qué es?

–Lasaña...mmm... Acabo de tener una erección –gruñó Aaron.

–Prueba estas galletas...

– ¡Queréis dejar de comer!

Se detuvieron, e incluso, Darío, quien ya había llenado su cuchara se me quedó mirando.

– ¿Qué te pasa? –preguntó Darío, tomando asiento en uno de los taburetes.

Bufé.

–Ya os lo he dicho, tengo una cita con Estela y es importante...

– ¿Esto lo ha hecho ella? –ese fue Joe, relamiéndose los labios.

– ¿Qué? –pregunté atónito.

–Cocina mejor que tu hermano –afirmó Aaron.

El colmo.

Maldita sea.

– ¡Quiero que os larguéis de mi casa de inmediato!

Todos dejaron de comer y aunque sus ojos estaban puestos en mi dirección no me miraban a mí, miraban a un punto detrás de mí.

Me volví a mi espalda y comprendí -desgraciadamente- las reacciones de esos neandertales.

Estela, con un vestido impresionante.

Gracias Sienna...

No tenía escotes, era de manga corta y de color oscuro, pero se le marcaba al cuerpo, ceñido y acentuando cada curva perfectamente y, de caderas para abajo...faltaba mucha tela. Demasiado.

Tragué saliva con fuerza, presionando mi boca seca a que hiciera un movimiento forzado, pero cuando esas piernas se pusieron en movimiento, la sangre se me calentó y el cuerpo entero me ardió como un volcán.

Te odio Sienna...

– ¿Q-qué le pasa a ese vestido? –afónico, sin voz y tartamudeando, así me había dejado el nuevo vestido de Estela.

–Nada –contestó, con una preciosa sonrisa en los labios que llegó a marearme.

– ¿Nada? –pregunté incrédulo–. Solo has dado tres pasos y cada vez lo veo más corto. Eso encoge por momentos. Cámbiate.

–No –contestó tajante y después miró a su amiga. Sienna permanecía con la boca abierta mirando a mis amigos, pasaba de uno a otro con rapidez y deteniendo la vista fijamente como si acabaran de caer del cielo.Por un momento pensé que había dejado de respirar–. ¿Ya conoces a; Sonrisas, Totó y Martillo?

Sienna sonrió y apoyó las manos en las caderas.

–Joder. Menudo campo de salchichitas...

– ¿Qué?

Me quedé alucinando. Normalmente mis amigos, exceptuando Darío, me parecían unos auténticos salidos, pero esta chica se llevaba la palma, e incluso los tres hombres plantados en medio de mi cocina se quedaron perplejos, ni siquiera se dieron cuenta del mote de Estela...

– ¿Qué es eso de Totó? –Aaron, quien, sacudió la cabeza el primero, fue quien reaccionó.

Por suerte, Estela al nombrarlos los había señalado, con lo cual el apodo había quedado claro para quien iba dedicado.

–Eh, pues a mí Sonrisas me gusta –dijo Joe, alegremente, dedicándole eso mismo, una de sus ardientes sonrisas.

– ¿Martillo?

–Te pega, primo. Estela lo ha clavado.

Yo también pensaba igual que Aaron.

Darío era un ex soldado castigado por la vida, a veces pensaba, por lo frío de su carácter, que no había un corazón dentro de su cuerpo. Solía ser mordaz y rudo con las mujeres.Desde que lo conocía nunca se había implicado emocionalmente con una de ellas, mientras que su primo Aaron era todo lo contrario. Alegre, entusiasta y positivo.Un conquistador nato que evolucionaba con los años.

Sin embargo, en una íntimaconversación con Aaron, me había enterado de que él y su primo habían compartido a dos mujeres, y mientras él las suavizaba, Darío las marcaba.

Por así decirlo; las mujeres, impresionadas se acercaban a Darío, él con su típico tacto las espantaba y Aaron las atraía de nuevo a él. Mientras Aaron utilizaba su boca, su primo utilizaba su cuerpo, pero debía reconocer que Darío, era, desde luego muy selectivo.

Aaron no mucho, solía dejarse llevar por caritas dulces y preciosas sonrisas.

Joe, sin embargo, le gustaba todo. Y ahora era el que más miraba a Sienna, bueno, esa chica solo se había acercado a él.

Mi amigo tragó saliva y le miró descaradamente el escote.

–Encantada –ronroneó ella.

–Lo mismo digo –susurró Joe, utilizando su voz seductora.

Ella se acercó un poco más a él y posó una mano encima de su pecho. Joe se tensó.

Sonrisas, estás tan bueno que acaba de nacer el cauce de un lago nuevo de lo mucho que chorreo.

¡Joder!

Olalá –exclamó mi amigo con una sonrisa hambrienta.

–Toma ya –dijo Aaron a mi lado.

–Tú también estás muy cañón –anunció Joe–. ¿Sabes jugar al billar?

No. Ya empezaba el juego.

Pero qué asco daban...

Cállate que tú eres peor. Me recordó esa parte de mi cerebro sensata.

Ella se lamió los labios.

–Tengo un don natural para mover el palo entre mis manos.

–Yo meto todas las bolas en un solo agujero de un mismo golpe.

Aaron silbó, Estela se ruborizó y Darío trató de esconder una risa que le resultó casi imposible. Se notaba la incomodidad entre nosotros, pero esos dos no se cortaron ni un pelo ya que continuaron con sus metáforas sexuales.

–Interesante –dijo ella–. ¿Me harás una demostración?

–Y dos también.

–Que valiente, seguro que...

–Sienna, córtate un poco –interrumpió Estela, completamente colorada.

–Pues sí, por favor.

Vale, la cosa me parecía descarada y de alto voltaje hasta para mí. Puede que entre Estela y yo el fuego ardiera en nuestras conversaciones, pero la diferencia era que, nuestros encuentros se formaban en la intimidad y no delante de todo el mundo.

–Bueno, ¿nos vamos? –preguntó Estela caminando hacia mí. No llegó, Aaron la tomó del brazo y tiró de ella hacia las puertas del ascensor.

–Sí, vámonos ya. Paso de chuparme la cola de entrada, esta noche va a estar a tope.

–Hey –me quejé al ver como secuestraban a mi chica.

Darío me cogió de los hombros deteniéndome e impidiéndome que salvara a Estela. Traté de quitármelo de encima, pero no pude.Cuando pude quejarme, las puertas del ascensor se cerraron y con ello, Estela desapareció.

–Maldita sea –escupí–. ¿Qué haces?

Miré a Darío con ganas de arrancarle la cabeza del cuerpo.

–Deja que se vaya con ellos, Joe ya ha encontrado a una ratita, y mi primo no se acercará a Estela, a parte, tengo que hablar contigo.

Acepté a regañadientes y más cuando al bajar a por mi coche, ellos ya se habían ido.

–Hay algo que deberías saber –mencionó Darío nada más arranqué.

– ¿El qué?

–El otro día, cuando fuimos a recoger las cortinas, los cojines y todo lo que nos pediste de Estela, nos cruzamos con un tío de lo más raro.

– ¿Dónde?

–Dentro de su casa.

–Sería su hermano –mencioné sin mucho interés. En ese momento solo podía tener en la cabeza a Estela, encerrada en el mismo coche que mis amigos.

–No –repuso Darío–. Él dijo que era un primo adoptado, pero no me creí una mierda. Me dio mala espina, Andreas.

– ¿Quién era?

Darío me lo describió e inmediatamente supe a quien se refería. Cody. Ese capullo se había colado en casa de Estela.

Apreté fuerte el volante y dejé que mi pie se venciera hacia delante. El coche revolucionando, chilló ruedas y la vuelta a la redonda se forzó al máximo.

–Hay otra cosa, algo raro que me hizo dudar.

Mierda, esto no se terminaba y mis nervios estaban a flor de piel.

– ¿Ha hecho algo? –pregunté, entre dientes imaginando que ese imbécil destrozara todo lo que se acababa de reconstruir.

–No, más bien ha dejado algo.

Fruncí el ceño y lo miré de reojo.

– ¿A qué te refieres?

–Ya teníamos metidas la mitad de las cosas y cuando él se fue, le eché un vistazo al piso, por si acaso...

–Ve al grano, Darío –interrumpí exasperado.

–Me encontré una manta encima del sofá, dos películas al lado de la tele y...

Mi amigo se interrumpió.

– ¿Y? –Me estaba crispando con tanta parada. Mierda. Darío no era así, él te soltaba las cosas sin cortarse ni un pelo y con frialdad, molestase a quien molestase.

–Pertenencias de hombre. Al principio fue una toalla, una cuchilla, colonia masculina pero al abrir cajones, encontré calzoncillos, camisetas y pijamas.

–Pueden ser del hermano –O sus trofeos personales, cosas de todos los hombres con los que había estado, O... –Su ex –terminé en voz alta.

Darío negó con la cabeza.

–Lo dudo.

Fruncí el ceño.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro?

–Porque, aparte de que no creo que ella se quedara con algo de un ex, la ropa estaba muy repartida, entre la suya, no había un cajón especial para él.

Con una ceja levantada volví a mirar a mi amigo.

–Pareces entender el comportamiento de la mujer perfectamente.

–Me he criado con cuatro hermanas, sé cómo piensan las mujeres en cuánto a hombres. No regalan su espacio a la ligera, no les gusta compartir. O... ¿me vas a decir que tus calzoncillos están al lado de la ropa interior de Estela?

–No, ella usa otro cajón...

Me interrumpí. ¿Qué demonios le importaba a mi amigo donde guardaba la ropa sexy mi novia?

Sacudí la cabeza y fijé mis ojos en Darío.

– ¿Puedes hacerme un favor?

– ¿Quieres que averigüe cosas de él?

–Sí. Todo lo que puedas...Y –añadí rápidamente–; no le digas nada a Estela. No quiero que se preocupe.

Mi amigo asintió y se relajó. Yo no pude. La mención de Cody me trastornó.

Odiaba a ese hombre, lo odiaba por observar el respeto que Estela le daba cuando sintió la necesidad de hablar con él, y lo odiaba porque no pensaba dejar a mi chica.

¿Qué motivos tendría para dejar sus cosas personales en casa de ella? ¿Por qué?

La única explicación que encontraba es que se había enamorado de ella, como no, era difícil no encariñarse de la ratita, pero me fastidiaba que en nuestro principio ese hombre se entrometiera.

Estaba claro que no pensaba dejarla en paz. Pues yo tampoco.

Llegamos al lugar. A primera vista no obtuve ninguna esplendida belleza, eso parecía un antro como otro, pero este más especial ya que se trataba de un sótano.

Genial, enterrados bajo tierra, pensé mientras bajaba unas anchas escaleras.

No obstante el interior cambió mis expectativas. El "genial" que salió de mis labios fue completamente diferente. Sonreí mientras miraba a mí alrededor.

Amplió, con techos altos, redondo y miles de luces de colores formando bolas que caían hacia abajo como gotas de lluvia. La barra central era una bestialidad y muy futurística. Rodeada de pistas y zonas más íntimas que se escondían a través de cortinas oscuras que caían de esquinas y se recogían en puntos estratégicos del techo para caer perfectamente en cada mesa.

La música, bueno, no era eléctrica peo si escandalosa, se fundía en composiciones tan rítmicas como suaves, y siempre acompañados de voces a su estilo de ritmo.

Darío me señaló una mesa y nos dispusimos atravesar todo un lateral. Nuestra mesa ya estaba dispuesta con dos botellas de champagne y seis copas. Me senté asegurando mi ropa y la pequeña sorpresa de Estela.

– ¿Qué es eso? –preguntó Darío, mirando la bolsita negra que tenía en la mano.

La presioné entre mis dedos, resguardándola de su vista, con delicadeza para no romper la pequeña figura que guardaba en su interior y me volví hacia mi amigo. Darío me dedicaba uno de sus alzamientos de cejas, típico en parte de su arrogancia.

–No creo que lo entiendas, a parte, todavía no lo tengo muy claro –dije, guardándome la bolsita de nuevo en el bolsillo.

– ¿No me digas que ahora te metes coca?

¿Qué?

–No –contesté ofendido. A Darío le dio igual mi reacción.

– ¿Qué es? ¿El éxtasis para que la ratita se vuelva loca esta noche?

¿Pero qué...?

Fruncí el ceño. ¿Por qué demonios se pensaría que es droga?

Tu fama te precede.

–No –espeté, de mal humor–. No es nada de eso.

– ¿Entonces?

–Nada, déjalo, a ti menos que a nadie le interesa.

Me crucé de brazos y acomodé mi espalda a ese blandito respaldo.

Darío era la persona menos indicada para contarle lo que tenía pensado hacer, seguramente él me animaría a no cometer tal locura. Tampoco es que lo tuviera muy claro, prácticamente el pensamiento, la compra y el envoltorio había sido uno de mis impulsos anuales. Locuras que solo cometes una vez al año. Ni siquiera me había detenido a pensarlo seriamente, simplemente actuaba según me dictaba el corazón, y mi corazón estaba lleno de color azul en ese momento.

–No lo entenderías –susurré sin mirarlo–. Es entre Estela y yo.

–Venga ya, Andreas. Que no piense en mujeres todo el rato no me hace un inexperto, ni un idiota. Tengo ojos en la cara, por suerte Dios me dio buena visión y se reconocer lo bueno. Estela es impresionante en todos los aspectos –se giró y me miró con mucha intensidad, más que nunca –tienes suerte de tenerla.

Sí, la tenía y no pensaba perder mi amuleto.

–Es un anillo –dije, tas unos segundos de silencio.

Darío abrió tanto los ojos y la boca que pensé, por un momento que echaría las tripas en la mesa.

– ¿Un anillo de compromiso? –preguntó, un tanto incrédulo.

–Sí.

– ¿Estás seguro?

Esa pegunta me resultó tan familiar a como si me hubiera abofeteado en toda la cara.

–No mucho, pero si lo he comprado será por algo.

Darío parpadeó.

– ¿Cuánto lleváis juntos? ¿Dos meses?

–Tres...

–Un tiempo limitado para conocerse, cosa que me resulta imposible. Conociéndote como te conozco, me parece que sabes más de su anatomía que de ella misma.

No pude evitar ruborizarme. Puede que Darío tuviera razón, pero conocía a Estela, su vida y a su hermano.

–Estela es completamente trasparente.

–Es descarada, jovial y atrevida, pero pienso que esa mujer todavía esconde miles de personalidades que aún no has descubierto.

–Se lo que debo para saber que quiero pasar mi vida con ella.

– ¿Y tus celos?

–La quiero.

Darío negó con la cabeza.

– ¿Y ella?

–Por supuesto.

Mi amigo se rascó la odilla, un gesto natural que hacía sin dase cuenta cuando se ponía nervioso.

–Con Renata también te volviste loco...

–Ella no es Renata, no las compares. Estela es más mujer que esa zorra.

–Está claro, pero...

– ¿Me estás juzgando? –Estaba rabioso y no me importó mostrárselo a él.

–No.

– ¿Y por qué me da la sensación de que lo ves una locura?

Darío bufó.

–Es una locura, pero... –Mi amigo se pasó la mano por esa cabeza rapada y miró el techo en silencio, en el momento que me devolvió la vista, su rostro había cambiado–. La vida es imprevisible. Nunca sabes que te va a suceder mañana.

– ¿Qué quieres decir?

La sonrisa se dibujó en sus labios y admití, con ilusión, que por fin comprendía a lo que me refería.

–Sí la quieres de verdad, no es preciso esperar. Y siempre te puedes divorciar. Hoy por hoy, la separación es más rápida que una boda.

–No quiero separarme de ella.

–Entonces, adelante, ahí la tienes. –Darío la señaló, cerca de la barra.Sola con otro hombre, un chico moreno que se le pegaba demasiado a ese cuerpo que de ponto, se puso tenso, como yo–. Y yo de ti iría a por ella ahora mismo, ese tío se la está camelando...

Dejé a mi amigo con la palabra en la boca y fui a por ella.

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