Capítulo 36
CODY
No estaba.
Un día más en el cual no encontraba a Estela en su casa. Cada noche, como siempre hacía, esperaba paciente sentado en el sofá su perfil al otro lado, la esperaba a ella, y ella no estaba.
Al principio pensé que se había mudado, pero después me enteré, gracias a uno de sus vecinos que su piso había sufrido una inundación y Estela se había visto obligada a pasar unos días fuera. Me volví loco, la única idea que me consoló fue saber que volvería, que la tendría de nuevo, que podía convencerla para que volviera conmigo.
Sin embargo, el tiempo pasó y ella no aparecía.Sentí la necesidad, casi primitiva de verla.
La busqué en su trabajo y sólo la hallé en uno. En la empresa Divoua debía salir por otra puerta, jamás la vi entrar o salir, no obstante, en Calipso di con ella. No todas las noches, pero sí la mayoría.
Centré mi atención en ella, en esas pocas horas, escondido en las sombras para que Estela no me viera y me dediqué a observar aquello que echaba de menos. Me envenenaba que sonriera a cada payaso que se acercaba a la barra a pedir, odiaba la idea de que esos babosos se sobrepasaran tocándola cuando intercambiaban el cambio o cuando alguno, en algún momento la miraba con ojos saltones.
Controlé el impulso de destrozar el local, de partir por la mitad a esos hombres y de estrujar el cuello de ella para que dejara de provocarme. Porque eso mismo es lo que hacía, se comportaba así para provocarme, alteraba mi estado y mis ganas de sangre. Estela y su perversión, su forma directa de ser y esa descarada forma de actuar.
Controlé los impulsos del deseo de golpearla hasta que se enterara de que yo era el único a quien debía servir, sonreír y tocar.
Ese cuerpo era mío, ella era mía. Yo era su dueño. Sí. Todo en Estela me pertenecía, me debía respeto y pronto se lo demostraría.
Estela iba a volver conmigo quisiera o no.
Y para eso debía implantar mi rastro en ella, comenzando en su casa, dejando cosas mías por allí, un rastro que la hiciera dudar pero que me abriera un hueco en su vida.
Por eso estaba muy decidido cuando me colé en su casa por la noche.
Utilicé la salida de emergencias trasera. Conocía el arte de abrir una puerta y más, una tan antigua como ladel piso de Estela, pero nadie podía verme y perder el tiempo en la puerta delantera con la incertidumbre de que su vecino de enfrente me descubriera, no era una buena idea, así pues, desbloqueé la ventana pequeña de las escaleras que daba al interior con un par de herramientas y abrí una pequeña abertura. No fue suficiente pero mi cuerpo entró, con un poco de presión y maniobras, pero pude deslizarme al interior.
El hogar continuaba tan oscuro como todas las noches. Por suerte las luces del exterior me mostraron un pequeño halo de cuanto me rodeaba y deslicé mi mirada por toda la habitación en busca de la pequeña lamparita amarilla que acompañaba la cama.
En el momento de darla me di cuenta de un detalle fundamental, esa habitación que yo recordaba perfectamente y en la cual había pasado una noche entera con ella, estaba muy diferente.
Las paredes recién pintadas destacaban sobre unos muebles barnizados y había dos nuevos que no había visto allí antes. Faltaban las cortinas fucsia que siempre mantenía a un lado recogidas y unos cojines a conjunto que me llamaron la atención el primer día que los vi, ya que eran de un color fuerte, grandes y con dibujos de chicas "Pin up". Ya no estaban.
Recorrí la habitación abriendo y cerrando cajones para dejar parte de mi ropa guardada, después fui al baño donde guardé el cepillo de dientes, una toalla, colonia y una cuchilla de afeitar, todo bastante a la vista. Esperaba, aparte de darle una sorpresa a Estela, que el cerdo con el que iba pillara la indirecta de que sobraba. Luego me dirigí al salón...
El cambio en esa sección era total. El sofá, el mueble de la tele, la mesa pequeña, hasta la mesa de la cocina donde yo había tenido todas mis fantasías eran nuevos.
¡Lo había cambiado todo!
Apreté los puños, recordando los momentos que yo había disfrutado con ella y todos esos muebles. Di unos pasos hasta quedar en el centro, giré sobre mí mismo con lentitud, fijándome en cada cambio.
Lo que antes era un sitio deprimente y viejo, yeso viejo con grietas, y madera demacrada, ahora era un lugar renovado. Las grietas habían sido cubiertas con yeso, la madera cambiada y las paredes pintadas de colores pastel, guardando la gama de tonos fuertes y llamativos que a Estela le gustaban.
Un sofá rojo de piel descansaba bajo las ventanas y al lado una mesa octogonal con los marcos de su hermano y sus padres. Llegué hasta ese sofá, que ocupaba demasiado espacio. Aquel maldito mueble era enorme, casi ocupaba toda la estancia... La idea de ella con otro hombre en ese sofá, viendo la tele, comiendo palomitas, riendo y haciendo el amor, me hizo apretar los puños.
Cerré los ojos y me centré en la razón que me había impulsado a entrar aquí. Dejé la manta encima de esa cosa roja y las dos películas de terror que más me gustaban, al lado de la televisión... Otra extravagante cosa nueva.
Estela no tenía tanto dinero como para arreglar su casa, dejarla como nueva y aparte comprar todos los muebles nuevos y ese televisor de treinta seis pulgadas panorámico. Era remotamente imposible que con sus salarios, sus deudas y pasar el mes, ella sola echara frente a cada gasto que había invertidos en este nuevo hogar...
Él. Sí, había sido el cerdo con quien estaba. Ese mamón se había encargado de ocuparse de los gastos.
Empecé a respirar más rápido, mi corazón se aceleró y la vista se me inyectó en sangre. Antes de que me diera cuenta estaba levantando el puño para golpear el televisor, pero, de pronto, la puerta principal de casa se abrió.
Me quedé completamente paralizado, observando al intruso. Era un chico joven o al menos de apariencia juvenil. Alto, de ojos claros y pelo moreno, desecho. Sostenía una caja en la mano que no debía pesar mucho ya que, la aguantaba de una simple cara.
– ¿Qué más queda? –preguntó al vacío, al mismo tiempo que tiraba las llaves encima de la mesa de la cocina.
–Poco –escuché una segunda voz, ronca, más grave.
–Espero que Andreas nos lo pague con... –se interrumpió en el mismo momento que su mirada dio conmigo.
No tenía nada planeado, no saludé, él tampoco. Su rostro pasó de la duda a la sospecha e inmediatamente tiró la caja y gritó.
– ¡Darío!
Otro, muy diferente a él llenó completamente el umbral con su enorme cuerpo. Este no tenía cara de niño, más bien parecía un matón a sueldo, con músculos y facciones marcadas, tenía una cicatriz en el ojo derecho y el pelo rapado.
Puede que con el otro tuviera una posibilidad, pero con éste nuevo, estaba claro que debía inventar algo.
– ¿Qué pasa...? –Darío acababa de dar conmigo–. ¿Quién eres tú y que coño haces en este piso? –exigió saber con tono de general.
No me acobardé. Yo encajaba en este lugar, ellos no. Yo pertenecía a la vida de Estela, esos dos no.
–Busco a Estela –dije tajante.
– ¿Por qué?
Mi cabeza funcionó rápido, encontró la historia antes de que mi cerebro razonara con mi boca.
–Me envía su hermano. –Bien, no estaba nada mal, pensé–. Hace tiempo que no la ve y está preocupado.
Darío frunció el ceño y unas arrugas aparecieron en su frente.
–Ella está de viaje, pero, todavía no has contestado a la primera pregunta. –El tono que utilizaba era el mismo; intimidatorio y frío.
–Soy familia. Un primo por parte de padre.
Musculitos levantó las cejas y me miró de arriba abajo, supongo que reconociendo la diferencia de razas.
–Soy adoptado –añadí.
– ¿Y tu nombre es?
No podía decir mi nombre real, fueran quienes fueran esos dos, la conocían, estaban en su casa y habían entrado con las llaves.
¿Sería uno de ellos el tío por el que ella me había dejado?
–Alex –di el nombre de mi padre–. ¿Quiénes sois vosotros? –exigí, esta vez yo, cruzándome de brazos.
Me sentía a gusto, tranquilo. No cometía una locura. Pronto Estela y yo estaríamos juntos y estos dos mierdecillas tendrían que darme a mí explicaciones dequé demonios pintaban en casa de mi mujer.
–Amigos –contestó Darío secamente, luego se cruzó de bazos imitándome.
– ¿Y que hacéis aquí? –pregunté, entre dientes.
–Su novio nos ha enviado a recoger unas cosas –dijo el otro, con una sonrisa en los labios–. Se instala con él y quería darle una sorpresa antes de que regresaran de viaje.
La ira y mi respiración se agitaron en mi interior.
Maldita guarra, se iba a vivir con él.
– ¿Dónde se instala?
–Eso te lo tendrá que decir ella.
Sentí el impacto de una navaja rasgarme el estómago. Disimulé mi estado dibujando una sonrisa de lo más falsa en mis labios y me descrucé de brazos para comenzar avanzar y salir por la puerta principal. Al llega a la altura de musculitos me frené y me giré para mirarlo directamente a los ojos.
–Me lo dirá, tranquilo.
Una vena en el cuello de Darío dio un pequeño salto al ver mi vacilación, sin embargo no se movió ni dijo nada. Más altivo terminé mi paseo, no sin antes advertir de una cosa más:
–Y por favor, –aquí utilicé un tono mucho más arisco–; cerrad bien cuando terminéis. No provoquéis que nadie se cuele en esta casa.
Y me largué de allí.
Al pasar la arcada de mi propia casa, al otro lado dela calle, pensaba que estaba más relajado, pero me equivoqué. Miles de imágenes, a cual más molesta pasaron por mi cabeza a una velocidad increíble. Me lié a golpes contra mis cosas, tratando de quitarme esa ansiedad que me estaba matando.
Ellos no estaban con ella, era otro, otro con el que se iba a vivir, otro que me la quitaba.
Golpeé la pared, cada puerta, cada mueble. Sentí el sabor de la sangre en mi propia boca.
Tenía que hacer algo, impedir esa unión como fuera.
Golpeé y golpeé, deseando matar, golpear un cuerpo humano con mis puños. La sangre manchaba el suelo, las gotas caían de mis manos y no me podía detener. Arremetí contra la nevera, los taburetes de la cocina salieron volando hasta hacer añicos la mesa pequeña del comedor.
No me iba a dejar. A mí ella no me iba a dejar...
Estela era mía...
Mía...
– ¡Mía!
Cuando terminé de gritarlo una última vez miré a mí alrededor. No quedaba nada en pie que romper, no quedaba nada, solo ella.
Estela, voy a ir a por ti y te haré pagar cada gota de sangre que me has hecho derramar hoy.
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