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Capítulo 35

    Una pegunta, una simple pregunta que lo cambiaba todo.

¿Vivir con él?

Dios, si todo este tiempo había vivido en una nube, como negar más felicidad.

Prevenir mi vida al día, saber que hoy podía pasar adelante, pero nunca tenía claro el mañana. Jamás sabía bien que me tocaba vivir a la semana siguiente, sí todavía tendría un techo, si en mi nevera se consumiría ese último danone o lo acompañaría una fruta más, algo de vitaminas. O si mi vida estaría acompañada de una persona más a mi lado, una persona que sintiera tanto amor por mí como yo por él, una persona con la que despertar, sonreír, hablar sin tapujos, luchar -eso a Andreas se le daba de miedo- y una persona con la que dejar de pensar en el oscuro futuro porque por fin, mi futuro era mejor que bueno.

Miré esos ojos grises, dos intensos pozos llenos de luz, de deseo y de algo más que identifiqué como esperanza. Ese hombre también se merecía algo bueno, intachable y perfecto, tanto como él.

Yo no era perfecta, ni siquiera me acercaba a esa definición. Era un puto desastre, no obstante, él me había elegido y debía cargar con todo lo que conllevaba mi conjunto total.

Aun así, después de estar delante de esa estructura llena de colores, rodeada de inmensos jardines y contagiada de todo el romanticismo que arrastraba este lugar, yo no me consideraba la típica mujer cariñosa que ronronea el nombre de mi amor y cantaba baladas llenas de amor. Mi respuesta no sería la esperada.

– ¿Vivir contigo? –pregunté con tono alucinado, como si la idea me causara estragos.

Interpretaba. La verdad es que daba saltitos.

– ¿Te parece mala idea?

–Mala –repetí con las cejas alzadas exageradamente––, es terrible.

La boca de Andreas se abrió por la sorpresa y sus ojos parpadearon varias veces. Cerró ese pozo y lo abrió de nuevo, como un engranaje. El sonido de un murmullo con un gritito salió de su garganta y después sus labios se sellaron.

–Llevamos casi tres meses viviendo juntos...

–No nos hemos matado de milagro.

–Tu reflexión será por los polvos, porque no te he puesto la mano encima...

–Oh, que no.

Andreas palideció y casi, solo casi reviento de risa en toda su cara. Por favor, ¿cómo podía ser tan incrédulo?

–Perdona, tengo mala memoria, puedes decirme en que momento te he maltratado.

–A mí no, pero a mi culo sí. A veces no sé si me estás montando a mí o a un camello.

Él alargó la boca en una sonrisa de lo más seductora.

–Esos son cachetes provocativos, ratita. Mi intención en ello es calentarte y lo consigo, gruñes más que una burra en celo.

Sonreí. Tenía razón. Que su mano se dedicara a maltratar mis nalgas me ponía tan enferma qué el sólo golpe hacía que me corriera más rápido.

–Bueno –continuó, dando un paso hacia mí–, ¿qué dices? ¿Te quedas a vivir conmigo?

–No.

Me di la vuelta dispuesta a seguir con el juego todo lo que él me permitiera -que eso era; hasta que me metiera la lengua en la boca-, e intenté avanzar unos pasos. Misión imposible. Andreas me detuvo antes del tercer paso y me tomó del antebrazo para volverme cara él.

– ¿Por qué no? –exigió. Me encogí de hombros y él frunció ceño.

– ¿Es preciso contestar? –Su ceño se frunció mucho más.

–Voy a repetir la pregunta de nuevo y tú vas a contestar; ¿Por qué no te quieres venir a vivir conmigo? –la pregunta salió con su típica forma dictadora.

Buau. El ambiente se estaba calentando.

– ¿Y por qué sí?

Su boca se alargó en media sonrisa engreída y su cabeza se ladeó un poco.

Allá va el egocéntrico.

–Porque te gusta estar conmigo –dijo, con orgullo.

Y tú más, pensé.

–No es preciso vivir juntos para estar juntos –dije, en contra de mis pensamientos.

–Porque te gusta mirarme mientras duermo.

Y a ti darme duro mientras duermo.

–Puedo quedarme alguna noche, o tú en mi cajonera.

Levantó las cejas mostrándome que la idea de pasar una noche en mi casa era pésima. Claro que sí, ¿cómo iba la princesita a dormir en una cajonera inferior que su coche?

Antes, seguramente, pasaría la noche en su espléndido:Mercedes SLS AMG.

Niño rico.

–Porque te gusta mi jacuzzi–continuó, pretencioso y catapultándome hacía él.

–También me gusta mi bañera.

–Porque adoras mi jaula.

No pude evitar estremecerme. La odiaba, odiaba esa cosa. Cuando pasaba por su lado la miraba como si fuera un objeto de tortura medieval para ocasionar un terrible dolor.Un proyecto inhumano de Vlad, en su reinado, hecho únicamente para alargar la muerte de uno de sus prisioneros.

–Ahora sí que no me voy contigo.

Hice el intento de irme, lo hice, pero no conté con que ese hombre tendría la predispuesta atención puesta en mis movimientos y se me adelantaría a todo. Su mano me enganchó con rapidez de la muñeca y me paró secamente.

–Era una broma, ¿por qué analizas todo lo que te digo?

–Porque no eres humorista. Asúmelo, las bromas en tu boca son amenazas hechas con una sonrisa sarcástica.

–Está bien, está bien –levantó las manos, ambas con las palmas en alto, mostrando una señal de paz. Me crucé de brazos–. Tengo otra propuesta.

– ¿Cuál?

Tomó mis manos con fuerza, las juntó y se las llevó al pecho, con ello me arrastró a mí hasta la cercanía de su cuerpo. Sus ojos, dos bombillas tan llamativas como las que colgaban de un árbol a su espalda, sacaban destellos, una definición exacta, por así decirlo, porque en ese momento algo en mi cabeza hizo clic, y todo desapareció para ver únicamente lo que tenía ante mí. Él, su rostro y escuchar su voz.

–Porque te quiero –susurró.

Sentí un extraño frío agradable que me puso la piel de gallina, el corazón me azotó con fuerza el pecho, de forma extraña, de la misma forma que cuando lo vi por primera vez; daba tres toques, tres golpes bestiales contra mi pecho y luego, se frenaba, se paraba un nano-segundo para empezar de nuevo con esos tres latidos contra mis costillas.

Abrí la boca para soltar un suspiro y noté el lánguido beso de una lágrima caer por mi mejilla.

Me quería.

Sí...Me quería.

–Yo también –susurré.

Andreas sonrió feliz.

–Ya lo sabía. –Fruncí el ceño–. La primera vez que me lo dijiste fue por teléfono, cuando me dejaste. La segunda cuando te encontré, aquella misma noche, fue lo que impidió que te matara –soltó una carcajada y se lamió los labios–.Y la última, la otra noche, después de hacer el amor. Me diste las buenas noches y en el momento que te besé, volvió a salir de tus labios, exactamente fue, y cito textualmente –colocó los ojos somnolientos e imitó mi voz de forma burlona–; mmm, menudo polvazo. Mira que te quiero, Hércules, pero a ese rabo...mmm...lo idolatro.

Me sonrojé, de arriba abajo, pero tuve que admitir mis palabras.

–Sí, me suena, esa soy yo.

–Lo eres, y me encantó escucharlo de esos morritos picantes.

Tragué saliva.

– ¿Y por qué has esperado tanto?

Andreas, en un impulso se echó para atrás y su sonrisa solo se borró un poco.

–No he esperado tanto. Te he dado mi amor con mi propio cuerpo. Cada noche, cada mañana y cada día desde la noche en casa de Darío.

Vaya. Yo me había dado cuenta un poco más tarde, aunque me parece que me enamoré de él el mismo día que las puertas del ascensor se abrieron y me lo mostraron como el mejor pastel del escaparate.

–Puede que fueras tú la primera en pronunciarlo –añadió–, pero yo fui el primero en comprender lo que me sucedía. En darme cuenta, aquella misma noche, que ya no quería estar lejos de mi ratita.

Oooo.

–Ha sucedido lo que ninguno de los dos queríamos –susurré más para mí que para él.

–No –negó, a la vez que soltaba mis manos y llevaba las suyas a mis mejillas–, ha sucedido lo que tenía que suceder. El odio encendió nuestro deseo, las peleas avivó las llamas yel sexo a terminado el trabajo.

Sexyneitor ha conseguido la paz.

–Con una ratita de sabor a melocotón ha sido muy fácil.

–Que capullo eres.

–Y tú eres un poco zorra, ¿qué le vamos hacer? Hacemos buena pareja, una zorra y un capullo.

–Matadora.

–Ya te digo –convino, con un bailecito de cejas.

Ambos sonreímos, de forma diferente y llenos de amor. Puede que el romanticismo de Paris nos alcanzara un poco...

– ¿Nos vamos?Mi motor está más caliente que una olla, sino mojo ya, explotará–interrumpió mis pensamientos.

Muy poco.

Ya te digo que sí. El romance murió en la habitación del hotel, si es que a esa clase de sexo se le podía llamar amor.

Me desnudó antes de entrar, recé por no cruzarnos con nadie en el ascensor. Andreas iba sin camisa, con la bragueta bajada y mi vestido en la mano. Correr en ropa interior por el pasillo, con él detrás de mí hasta la puerta de nuestra suite, fue diversión pura y dura, pero la entrada...

Sus brazos rodearon mi cintura e inmediatamente mis piernas rodearon sus caderas. Ya sin sujetador caí en la cama, como loca quitándome la última pieza que me quedaba, mientras él se quitaba los zapatos de dos patadas, y los pantalones como un Full monty. Luego me miró, de pie con ojos hambrientos, brillantes. Me pareció un tigre, analizando el terreno y a la hembra con la que reproducirse.

Me mordí el labio sintiéndome mala, embrujando a ese hombre con mis gestos, con mis movimientos que hacían que su cuerpo se tensara, temblara y que esa pieza viril se alargara. Me estrangulé los labios recordando su sabor, su aroma y deseando ponérmela en la boca, lamer el glande, morder la punta y abarcar toda su longitud hasta llenar mi boca con ella.

–Estela –gruñó, arrastrando mi nombre.

Dejé la pieza larga y empinada de entre sus piernas y deslicé mi mirada por ese torso dorado, los hombros anchos y su rostro.

Le quedaba tan poco para volverse loco.

–Oh, sí –gruñí–. Andreas, pásate al lado oscuro.

Y una oscura sonrisa se dibujó en ese rostro de depredador.

– ¿Qué voy hacer contigo?

–Lo que quieras, estoy abierta a todas las guarrerías. Puedes empezar por delante y acabar por detrás, o ir tapando agujeros según te pille de camino, te aseguro que estoy bien lubricada.

– ¿Y luego dices que soy yo el que está enfermo?

–Todo está dentro del contexto de la situación. Tú tienes una piscina que da al salón y una jaula para humanos.

–Nunca se me había pasado por la cabeza utilizar esa obra de arte para tal cosa hasta que tú llegaste a casa.

– ¿Y ahora?

–Todos mis sueños eróticos son con esa jaula, tú dentro y cadenas.

–Sabes que esos sueños no se harán realidad.

Andreas levantó una ceja y me pareció mucho más peligroso, más bestial gracias a las pocas luces que entraban del exterior y chocaban contra esa dura masa llena de músculos bien formados...

Como estaba de bueno.

–Ya veremos –dijo–. También dijiste que no te enamorarías de mí y mírate, estás loca por el trabragas.

–Y tú por la vagabunda.

Andreas negó con la cabeza y soltó un suspiro.

–Que bajo he caído...

–Serás cabrón.

Soltó una carcajada y sin poder aguantar más, se apoyó enla cama y comenzó a gatear por ella hasta mí. Me tumbé, acompañando a su cuerpo y coloqué mis dedos, que temblaban como locos, en sus brazos.

–Te voy a dar pal pelo –dijo.

–Como me pone que me amenaces, nenita.

Su aspecto era tan condenadamente erótico que lo envolví con mi cuerpo. Los dos estábamos desnudos y no me costó nada notar lo muy caliente que estaba, yo ardía y ese pene entró con gran facilidad hasta vibrar dentro de mí.

Andreas contuvo el aliento, y no le hizo falta respirar más porque luego me besó con fuerza los labios, marcando su piel a la mía mientras deslizaba sus manos por mi cuerpo. Mi cuerpo cooperaba en todo, se ofrecía a él como si fuera mi dueño, como si esos dedos blandieran mi piel y manejara mis movimientos a su antojo.

Era sutil, lento y agradable.Ahora comprendía lo de amar con su cuerpo, ahora lo notaba. Sentía esa rendición, esa adoración como si tocara oro, se maravillaba, alucinaba y luego temía romperlo, atacaba con suavidad, con cuidado desde mis caderas, los muslos hasta mi espalda.No había suficiente en sus caricias, él no tenía suficiente, utilizaba todo su cuerpo con la necesidad de tocar más, casi deseando meterse dentro de mi piel.

Muestras de amor, al menos hasta que dejó de besarme y se incorporó.

De un salvaje movimiento me dio la vuelta colocándome de espaldas a él y luego, con los mismos movimientos salvajes me puso a cuatro patas.

Gruñí por lo violento de la situación, pero con Andreas todo resultaba impredecible.

– ¿Esto es personal? –pregunté, echando mi cabeza hacia atrás. Me estremecí al notar como las simples caricias de las puntas de mi cabello cayeron por mis hombros.

–Más de lo que te puedas imaginar –dijo, de forma animal.

Sentí un profundo vértigo de pasión. No llegaba a ver su rostro, pero sentía su aliento acelerado, su tacto duro y escuchaba el latido de su corazón. Cerré los ojos y lo imaginé; desnudo, con las rodillas hincadas al colchón, justo detrás de mí.

–Sí –murmuré, sin aliento.

–Sí, ¿a qué, Estela?

Me mordí la lengua conteniendo otro gruñido.

– ¿Q-qué piensas hacer? –pregunté, sin voz.

–No lo sé, está vista está causando estragos en mi forma de pensar.

Pues si no se daba prisa, con el movimiento que ejecutaban sus dedos sobre mis nalgas, me correría sin él.

–Andreas...

Su nombre murió en mis labios en el instante en que dos de sus dedos rozaban todo el interior de mis nalgas, deteniéndose lentamente y de forma tortuosa en mi ano.

–Te gusta que te toqué por aquí –lo afirmó, no era una pregunta.

Lo sintió tanto como yo.

Para no notarlo, con el impulsivo movimiento que había nacido de mi cuerpo la cama entera vibró en función, como si un terremoto de escala media atravesara todo el hotel y alrededores.

Sus dedos trazaron de nuevo la misma línea y se detuvieron crueles en el mismo lugar. Vi el universo entero. Apreté las sábanas porque casi no podía contenerme, e encorvé la cabeza cuando la puntita de ese dedo entró un poco.

Grité de puro placer, y Andreas lo sacó de inmediato. Quise gritar de frustración, no quería que se detuviera por nada del mundo, así que, utilizando mi cuerpo de penitencia, me eché un poco para atrás y choqué con su pene.Excitada me rocé y grité algo inteligible.

–Estela, para –pidió entre dientes.

–Hazlo –farfullé.

No me podía creer que le estuviera suplicando sexo anal.

Andreas me tomó de las caderas y frenó ese frenesí de movimientos, después dejó caer su cuerpo sobre mi espalda y tiró su aliento en mi oreja.

– ¿Qué quieres que te haga?

–Ya lo sabes, me has amenazado muchas veces con hacerlo.

–Dímelo.

No quería que lo suplicara, no utilizaba esa voz profunda de amo, su voz era suave, cariñosa, se pronunciaba con cuidado y mantenía sus caricias, masajes finos de erotismo sobre mis caderas.

Todo eso me hizo desearlo más.

–Quiero que seas el primero.

Andreas aguantó el aliento y la presión de sus dedos se hizo más efectiva.

–Nadie...

–Nunca.

–No quiero hacerte daño...

–No lo harás –interrumpí–. Hazlo, Andreas, por favor.

–Estela...

–Te quiero –rogué, con voz llena de sufrimiento.

Lo deseaba, deseaba su marca por cada zona de mi cuerpo.

–Si te duele, me detengo. Únicamente pronuncia cualquier palabra y pararé.

–Si te detienes te arranco las pelotas. Procura y te mato.

La vibración de su isa se repartió por todo mi cuerpo del mismo modo que si descansara en un sillón hidromasaje.

Gemí, gruñí o grité. Ni idea, pero algún sonido raro salió de mis cuerdas vocales.

–Vale.

Se incorporó retirándose de mí, todo lo contario de lo que le acababa de decir.

– ¿Qué haces? –espeté.

–Voy a lubricar la zona.

– ¿Cómo? No hay...ajj...

Su lengua, esa cosa alargada, plana que se asemejaba a una serpiente fue lo que utilizó para mojar la abertura. El éxtasis me embargó y pensé que no podía volverme más loca de lo que estaba, me equivoqué.

Mientras atormentaba ese hueco para dilatarlo, sus dedos acariciaron mi vagina, dando mayor interés al clítoris. Comencé a respirar con la boca abierta, cerré los ojos sin poder controlar cada sonido que salía de mi garganta.

Una frenética sensación hacia que se me enrojeciera la piel, que se erizara cada cabello y que burbujeara mi sangre corriendo a gran velocidad dentro de mi cuerpo. Andreas me dejaba sin aliento, me mataba de una forma dulce a la vez que salvaje. Su ritmo era rápido pero con truco, como un mago sacaba nuevas sensaciones de mi cuerpo que jamás había experimentado con nadie.

Mis pensamientos, mis recuerdos, las palabras y todo cuanto me rodeaba desapareció, lo único que no se evaporaba con la misma velocidad era él. Tan pronto como las sensaciones se adueñaron de la situación, de ese loco momento, mi deseo creció sin parar hasta que ya no pude respirar.

La explosión estalló en mi corriente sanguínea de una manera repentina y devastadora. Grité su nombre, grité un sí, y grité un te quiero. Y antes de que tomara la siguiente bocanada de aire -si es que me quedaban fuerzas para hacerlo-, Andreas se preparó detrás de mí, con su pene rozando aquello en lo que había trabajado.

– ¿Estás preparada?

–Sí...

Me mordí la lengua con fuerza. Ya estaba entrando. Los dedos de los pies, de las manos se me engarrotaron. No me dolía, era una simple molestia, así que, lo ayudé meneándome un poco y él empujó un poco más...

Sentí un terrible dolor que me obligó a caer hacia delante. Me ardía y la presión era insoportable. Andreas, sin retirarse de mi interior apoyó su pecho húmedo sobre mi espalda, y acarició mi cuerpo entero, traspasándome tranquilidad.

– ¿Quieres que me detenga? –Lo estaba pasando mal, muy mal, e incluso peor que yo, su voz denotaba cierta ansiedad y control que, aun en mi estado no se me pasaba desapercibido.

Tragué saliva y abrí los ojos.

–No. No te pares.

Andreas respiraba de forma agitada pero consiguió rodearme con un brazo y comenzó acariciarme el clítoris, como antes, siguiendo el mismo ritmo. Se mantuvo quieto, dejándome a mí que me adaptara a esa nueva invasión. Poco a poco mi ano se relajó, se preparó para darle un poco más de espacio a él.

–No puedo más, Estela –avisó y me reparé.

Relajé todo mi cuerpo y sentí como entraba entero, completo hasta el fondo. El dolor se sumó a todo pero el placer, un extraño placer que jamás había sentido comenzó a gobernarme. Andreas esperó un poco, tensó con los músculos duros. Después de unos segundos se movió, dentro y fuera. Despacio.

–Joder, es tan bueno, cariño, tan perfecto. Estás temblando.

La voz de Andreas era casi un gruñido irreconocible. No me dio tiempo cuando él abrió cada nalga para entrar más. No me negué, gemí entre la molestia y el placer, entre la locura y el ardor, entre una mezcla deliciosa que me levantó a las nubes y me dejó flotando, inconsciente de todo lo que sucedía.

Una mano me volvía loca la vagina, la otra se deslizó por mis hombros hasta llegar a mis pechos y atormentarlos de la misma forma. Lujuria animal. En ese momento me levantó un poco y comenzó a besar, lamer y morder mis hombros, intensificando mi locura.

–Seré el primero y el último. Ningún cabrón te penetrará por detrás jamás –susurró al oído mientras la bomba crecía, ascendía y se multiplicaba en mi interior.

Dejó de acariciarme el clítoris y gemí en señal de protesta. Andreas mordió mi cuello, salió de mí y se hundió en lo más profundo al tiempo que clavaba dos dedos en mi vagina.

–Sí, Andreas, sí.

Me aferré a sus caderas clavando mis uñas, él tembló e incrementó sus embestidas. Las sensaciones crecieron todavía más. Andreas maldecía y se introducía en mí una y otra vez. Yo lo acompañe, al principio, moviéndome a conjunto con sus embates, pero el deseo me abofeteó de nuevo y perdí el ritmo.

Miles y miles de descargas me recorrieron el cuerpo entero, desde el clítoris, el interior de mis paredes vaginales, el estómago, cuello, la espalda hasta el culo, el interior que Andreas ya estaba gobernando.

Fue un orgasmo bestial, una corriente que se unió al mismo clímax de Andreas quien gritó como un animal, haciendo que su sonido vibrara por todo mi cuerpo, haciendo que me zumbaran los pezones y me estremeciera de pies a cabeza. El cataclismo fue total, me dejó la mente en blanco, me oprimió la garganta y consiguió que el mundo desapareciera cuando caí a la tierra.

Durante unos segundos nos mantuvimos unidos, recuperando la respiración, la cordura y a nosotros mismos. Fue él quien se recuperó antes y cayó rodando en la cama. Yo a su lado.

–Vas a matarme, literalmente –dijo.

Alcé la vista y lo miré. El pelo lo llevaba más desecho que de normal, todavía le brillaba el rostro por el esfuerzo empleado y las pupilas continuaban muy dilatadas.

–No le digas a nadie esto.

Él se volvió un poco y me miró.

–Tranquila, guardaré el secreto de lo muy depravada que eres.

Sonreí, él también.

Él sí que era malo.

Andreas me agarró por debajo de los brazos y me volvió, después se tiró en la cama como un tronco recién cortado y me atrajo hacia él, sobre su cuerpo, hasta que quedamos cara contra cara.

–Monta a tu hombre, mi pequeña ratita vagabunda –dijo con voz ronca y dominante.

No pude resistirme a esos ojitos grises.

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