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Capítulo 32

    Me desperté, de un sueño o una pesadilla. No recordaba nada, después de la llamada a Andreas todo se vino abajo. Me parece que terminé en el suelo, completamente tirada llorando como si fuera una niña a la que le acaban de robar su muñeca preferida, y lo más gracioso es que, yo la había entregado, regalado como si no significara nada.

Mi muñeco preferido, el mejor que he tenido en mi vida, fue entregado de mi mano a todas las mujeres floreros que existían.

Solté un sollozo o un suspiro o una lamentación. Me dolía todo; el cuerpo, el pelo, el pecho, la vista y el interior de mi alma, y eso que en un pasado no muy lejano, hubiera pensado que de eso no tenía. Pue sí, había algo dentro de mí que me estaba pateando el culo con fuerza.

También debía añadir que mi cabeza daba vueltas, pero no las normales de resaca, mi cráneo parecía sufrir un penoso proceso de rehabilitación cruel.

Intenté pasarme la mano por la frente, solo por si acaso podía relajar una mínima zona de mi cuerpo castigada, perono pude menear ni un músculo. No porque mi cuerpo fuera una tonelada muerta, más bien algo me impedía menearme mucho.

Estiré mi cuello, doblando mi cabeza para mirar por encima de mí...

Mis muñecas estaban atadas al cabezal de la cama con una cuerda blanca llena de nudos.Repentinamente bajé la vista y mis pies sufrían la misma consecuencia, la diferencia es qué estaba muy abierta de piernas.

Otra vez no. Otra vez no.

Con la respiración acelerada, comencé a mirar a mí alrededor. Suspiré aliviada. Reconocía el terreno. Era la habitación de Andreas, donde llevaba durmiendo estos dos últimos meses...

¿Qué hacía aquí?

Nadé en mi cabeza buscando la informaciónprecisa que me indicara cuales habían sido mis movimientos la noche de antes. Nada. Sufría la típica laguna que me dejaba la típica noche en la que ahogaba mis lamentaciones, fracasos y el reconocimiento de mi mierda de vida en el alcohol.

De pronto, la contestación a mis peguntas apareció por la puerta, sin camiseta, con pantalón de chándal y sudado.

Dios, como estaba.

Andreas se pasó la mano por el pelo y entró directamente al baño. Tres segundos tardó en darse cuenta de que estaba despierta. Asomó al cabeza y fijó sus ojos en mí.

– ¿Estela?

Ronco, suave y peligroso. Así era el sonido de su voz.

No sabía si asustarme, si tomármelo como una invitación o despertar de mi sueño, porque si recordaba algo claramente era que mi última conversación con Sexyneitor había sido eso, la última. Sin embargo, estaba aquí, en su cama, atada de pies y manos y desnuda, con una simple sábana cubriendo mi cuerpo.

– ¿Qué hago aquí? –pregunté ronca.

–Yo te traje.

Tragué saliva mientras él, con su toque intimidatorio y egocéntrico avanzó hacia mí.

– ¿Cómo me has encontrado?

–Darío es un buen rastreador. De su división era el mejor.

El Martillo era soldado. Bien, no me equivoqué en ponerle su apodo.

Me miraba a los ojos, yo miraba su cuerpo, sintiéndome dichosa, feliz de estar en su cama, pero a la vez no entendía el porqué, me resultaba tan extraño que llegué a imaginar que todavía continuaba borracha.

–Siento cierta confusión en mi mente que me está llevando a pensar que; o todavía continuo pedo, o soñando. ¿Me lo puedes aclarar?

–Ni estás soñando y no creo que continúes borracha, aunque por tu aspecto y el ambientador que has dejado en la habitación cuesta de creer.

–En ese caso, es verdad. Estoy en tu casa y consciente.

–Sí.

El temblor, ligero de felicidad me sacudió el cuerpo. Dios, había venido de verdad a por mí.

– ¿Por qué?

–Porque fui a por ti.

Tragué saliva y me arrepentí. Un sabor amargo a menta me regaló una arcada.

Vale, al menos sabía que había mezclado mucha bebida, por eso lo de la laguna mental.

– ¿Y por qué viniste a por mí? –insistí.

–Me llamaste y me dijiste que me dejabas.

Sí, eso lo recordaba...¿Por qué estaba tan frío?

No dejaba de mirar mis ojos, evitaba mirar mi cuerpo desnudo a su exposición. Me moví inquieta y noté como se me aceleraba la respiración. Andreas mostraba siempre sus sentimientos en su rostro, era claro, sincero, pero ahora mismo, no tenía ninguna pista que me reflejara en que estaba pensando.

Aflojé mi tensión e intenté que mi siguiente comentario saliera con naturalidad. Desgraciadamente no fue así.

–Y aun así, has venido a por mí –murmuré.

Andreas se cruzó de brazos y ladeó su cabeza ligeramente hacia la derecha.

–Sí. Eso hice.

Por favor, no decía nada.

– ¿Por qué?

Durante unos segundos se mantuvo en silencio, quieto, sopesando la idea de contestar o simplemente sopeando la idea de que contestar. Cuando habló, cosa que me pareció eterna-ya que se tomó su tiempo; gesticulando y descruzándose de brazos-, fue para decir algo que me calentó el pecho de forma sobrecogedora.

–A parte de que me gustas mucho, me resulta muy difícil, por no decir imposible; renunciar a ti. Y menos después de lo que me dijiste anoche.

– ¿Qué te dije?

Andreas se sentó a mi lado, me retiró unas greñas de mi cara y sonrió con ternura.

–Muchas cosas, pero –se interrumpió, le dirigió un rápido vistazo a la ventana y cuando me devolvió la mirada, su sonrisa había desaparecido–, lo que más odié fue que todavía pienses que no eres suficiente para mí, en cuanto, eres más de lo que te imaginas, e incluso mucho más.

–No recuerdo mucho.

–Estabas completamente borracha, era de esperar.

–Lo siento.

No reflejó nada, continuó tan improvisto de emoción como un dibujo animado en blanco y negro.

–Aunque estabas borracha, no te lo perdono –dijo con tono suave–.Tuvimos una discusión y huiste, me amenazaste y, te encontré borracha, perdida y completamente sola, rodeada de tíos melenudos. Estoy cabreado, Estela, pero no por ello pienso romper nuestra relación.

Tomé una intensa bocanada de aire.

– ¿No vas a dejarme?

–No es mi estilo solucionar las discusiones de esa forma.

– ¿Y mi conversación de ayer?

– ¿Quieres dejarlo conmigo, Estela? –Negué con la cabezay él asintió–. ¿Volverás hacer la tontería de anoche? –Negué de nuevo–, bien, me alegra oír eso–. Andreas con una sonrisa asintió y se levantó. Rodeó la cama hasta colocarse justo delante de mí.

– ¿Por qué estoy atada?

–Te portaste muy mal, ratita. Pero que muy mal.

Sentí temblar cada una de mis células, pensar perversamente que me mantenía así por una de sus locuras.

– ¿Qué me vas hacer?

Una sonrisa diabólica se dibujó en sus labios. Después, sin decir ni una palabra más, retiró la sábana de mi cuerpo, dejándome completamente desnuda.Elcontraste del aire frío por lo ardiente de mi piel provocó que mis pezones se endurecieran.

Andreas, con ojos famélicos me miró, observó como esos botones se hinchaban y como la piel se me erizaba. Tomó una intensa respiración al tiempo que yo me mordía el labio por esa mirada.

Me ardía todo. Únicamente podía pensar en lo que sería capaz, en lo que me haría para castigarme y rezaba porque fuera cruel, en ese momento lo necesitaba más que el simple aire para respirar.

–Sinceramente, tenía muchas cosas en mente. Quería joderte viva, joderte hasta el fondo y hacerte daño, pero veo que hasta con ello disfrutarías, serías feliz e incluso reventándote el culo –solté un gruñido. Él sabía que todas esas guarradas me excitaban, me encantaba escuchar al educado empresario Divoua soltando obscenidades por la boca–. Mírate. Seguro que si meto mi mano en tu coño está mojado...

–Tus ganas.

–Y las tuyas, ¿quieres que hagamos la prueba?

Tras esa pregunta el muy cerdo se lamió los labios, de forma puramente provocativa y literalmente empapé la cama.

... –gruñí sin darme cuenta.

Andreas soltó una carcajada carente de humor y terminó tan seco como esa mirada puesta en mí.

–Por supuesto –declaró con un tono que me puso los pelos de punta.

Hasta ese terror que reflejaba me mojó más. Un juego, era un juego terrorífico que podía hacer perfectamente que tuviera un orgasmo con tan solo escuchar lo muy cabrón egocéntrico que podía ser, pero ese era mi Andreas, mi amor, mi loca princesita en la que no podía dejar de pensar...

Dios, cuanto lo quería.

¿Cómo fui capaz de dejarlo? ¿Por qué se me cruzaron los cables de esa forma?

– ¿Quieres que te acaricie, cariño?

–Sí –siseé.

Andreas asintió y comenzó a gatear por la cama, como un león peligroso; lento y paciente, como si tuviera todo el maldito día mientras yo, nerviosa me movía, observando ese delicioso torso desnudo.

–Tienes la vagina más hermosa que he visto en mi vida –halagó y después soltó su aliento.

–Es lo mejor de mi cuerpo –dije sin aliento.

–Estoy de acuerdo. Es mi afrodisiaco preferido –ronroneó

Mi cuerpo, se alzó hacia arriba, impulsado locamente. Andreas sopló de nuevo, más largo y mucho más intenso. Volví arquearme y él, colocando una mano encima de mi estómago me mantuvo pegada a la cama.

– ¿Te gusta?

–Mucho.

–Claro que te gusta –fanfarroneó.

Otra vez, otro azote de su aliento, caliente contra una zona de mi cuerpo que ardía.

–Andreas –supliqué.

De pronto sacó su lengua y lamió, una simple caricia que me hizo encoger los dedos de los pies, de las manos y poner los ojos bizcos.

Otro igual y me correría sin más.

No obstante ya no hubo más. Andreas se incorporó, me miró y sonrió.

–Este es tu castigo –aun temblando fruncí el ceño, o lo intenté–. Voy a provocarte placer, a excederme con tu cuerpo y cuando estés a punto de correrte, te dejaré con las ganas.

– ¿Qué? –la pregunta salió de mi boca como un penoso grito.

–Que voy a volverte loca y no te voy a satisfacer, tú tampoco lo harás. Te ataré a donde sea para que no te puedas masturbar. Voy a ser cruel, Estela, no tendré piedad. Traumatizaré tanto ese cuerpo que terminaras rogando, y aun así, no te daré lo que quieres. Únicamente te la meteré dentro cuando el enfado se me pase, así aprenderás que conmigo no se juega.

Se dio la vuelta y se marchó, dejándome atada a la cama con un calentón que bien podía haber prendido fuego a toda la casa.

Será cabrón.

Si se pensaba que pediría clemencia es que no me conocía bien. Podía estar sin sexo, podía aguantar esa tortura, podía soportar todo lo que me hiciera porque era un tía fuerte, que digo fuerte era difícil de joder.

Sí, puedo hacerlo. Sí.

Las siguientes horas las conseguí pasar durmiendo gracias al terrible dolor de cabeza, al cual debía añadir un dolor más; insatisfacción. Y ese era uno de los que peor estaba llevando.

Andreas me había dado de comer, el muy cerdo no me soltó y mi primer fin de semana sin trabajar lo había pasado en cama, viendo la tele, escuchando murmullos fuera y observando a ese hombre en calzoncillos paseándose por toda la habitación como si nada.

Mi tarde resultó ser igual, la diferencia fue que él, la pasó a mi lado, sin dirigirme la mirada y metido en la pantalla de su ordenador. El único momento donde me dirigió la mirada fue cuando me preguntó que quería de cenar, yo, con educación le dije que mierda, él soltó una carcajada y media hora después me metía una hamburguesa por la boca.

Después de terminar de cenar, lavarme los dientes -algo muy raro- y ver un poco la tele, llegó el segundo raund del castigo.

En ese momento estaba de los nervios, tenía tantas ganas de estrangularlo como de besarlo. El muy cerdo, apagó la luz, me dio un beso y luego con dulzura, me susurró al oído:

– ¿Estás húmeda, cariño?

–A tope, gilipollas. Desátame.

Mis dientes castañeaban y no entendía el porqué.

–No.

–Me duelen las muñecas.

Él se estiró para examinarlas.

–Estás bien.

–Eso no lo sabes. Tengo calambres.

–Mientes. Estás cachonda, deseosa de que te desate para montarme sin parar.

–No. Lo que deseo es dormir boca abajo, tranquilamente sin el cuerpo estirado...

Me interrumpí. Andreas, de improvisto se montó encima de mí. Al notar que estaba completamente desnudo se me cortó el aliento.

–Estás empapada –dijo, separándome con su miembro endurecido los labios del sexo y frotándose contra mí de una forma que me provocó un chispazo de placer en la vagina.

–Deja de hacer eso.

Andreas, como el cerdo egocéntrico que era, volvió a moverse contra mí.

–Esto te gusta...

–No lo hagas –gruñí.

Me sentí infantil al decirlo, pero no pude evitarlo. Estaba en seria desventaja, y me veía obligada a recurrir a cualquier táctica que se me ocurriera. Que no eran muchas. Sufría una carencia extrema de instrumentos para esta batalla.

– ¿Quieres tener mi pene dentro?

Sí. Joder. Ya te digo que sí.

Grité mentalmente, sin embargo, me encogí de hombros.

Élrió entre dientes e inclinó la cabeza hacia mis pechos, haciéndome cosquillas en el cuello con el pelo. Espiré hondo, inhalando su aroma e intentando no suspirar de placer.

Me volvía loca, aun después de comportarse como un maldito sádico, estaba loca por él.

Y cuando él volvió a descender por mi cuerpo, ya no lo soporté, gemí.

Lamió, besó y mordisqueó todo mi cuerpo hasta detenerse entre mis piernas.

– ¿Qué haces?

–No te suena, ratita.

– ¿Otra vez, desgraciado? ¿Es que no sabes hacer nada nuevo?

Se detuvo y elevó la vista hacia mí con ceño.

–Sí lo que intentas es despistarme, no lo vas a conseguir. Estoy metido muy bien en mi tortura.Pero si lo que intentas es cabrearme, te aconsejo que evites esa molestia. Cuando estoy enfadado suelo hacer daño, mucho daño, y todo esomezclado con tu necesidad de desfogarte, no te va a gustar nada.

En ese momento prefería mil veces el dolor que el placer, hasta el dolor me causaría un grandísimo orgasmo. Pero ante todo, o que también era una zorra mala, no dije nada como respuesta.

Soporté el dolor, la necesidad y las ganas, como una campeona.

Mi loba interna aullaba como una loca por darle una lección y demostrarle que no podía conmigo.

Así pues, con descaro me encogí de hombros.

–Haz lo que tengas que hacer, pero que sea rápido, tengo sueño. – Bostecé dándole más énfasis a mis palabras.

–Tranquila, pronto te quitaré las ganas de dormir –dijo, y volvió a sonreír con total malicia antes de dejar caer su cabeza entre mis piernas.

Siempre, con Andreas el sexo oral eran una locura, pero esta superaba todas las anteriores. Su boca me cubrió el sexo y su lengua me lamió el clítoris con golpes implacables. La presión se fue elevando como una tetera sobe el fuego. Alimentó mi temblor, endureció mis pezones y revoloteó por mi estómago. Sus manos se apoyaron en mi barriga, controlando con la fuerza de sus dedos mis locos movimientos.

Sacudí con fuerzas las ataduras que me sujetaban, clavándome yo misma esa cuerda en la piel, ese dolor me gustó e incrementé el tirón, mientas él me llevaba al mismo borde de la locura, trazando círculos alrededor de mi clítoris, hasta que me vi suspendida justo al borde del precipicio del orgasmo.

Entonces él se detuvo. Levanté la cabeza yvicómo se arrastraba por mi cuerpo, como un depredador a punto de saltar. Se detuvo a mi altura, quedando su cara frente a la mía, luego se lamió los labios, con lentitud, dejando que su lengua limpiara mis restos.

Ratita, ese coñito sabe a gloria –dijo con sinceridad–. Por hoy es suficiente. Intenta dormir, te desataré cuando lo hagas.

Me dio un beso y se dejó caer a mi lado. Apreté los puños tan fuerte que deseé clavarme las uñas.

¿Cómo podía quedarse tan tranquilo?

Estaba empalmado, ardiendo como yo y loco de deseo.Lohabía notado, sentido e incluso notaba como su cuerpo temblaba a mi lado, sin embargo lo disimulaba, lo escondía y sufría porque quería. Él mismo también se fastidiaba.

Era masoca.

–Te voy a odiar por esto.

–Mmm...No. No lo harás. Todo esto es por una razón. No quiero que vuelvas hacerme lo de anoche.

–No lo haré.

–Ya lo sé. Pero lo acontecido no puede quedarse sin castigo. –Andreas se dio la vuelta y clavó los ojos en mí–. Intenta dormir un poco, cariño. Mañana no estarás atada a la cama y si te portas bien no volveré atarte.

– ¿Y si me porto mal? –pregunté por simple curiosidad. No me esperaba una semana así.

–Me he pasado el día entero limpiando la jaula, preparándola con cadenas por si acaso.

Me estremecí.

–Has perdido el tiempo, no la usarás.

–Ya veremos.

–Cabrón.

–Buenas noches.

Me dio un beso y luego, con una sonrisa en los labios se dio la vuelta.

Podía soportar hasta el final, en algún momento se cansaría de comer, tocar, acariciar u observar, él era un hombre que le gustaba el sexo, e incluso más que a mí. Andreas terminaría cayendo, él sería quien no pudiera aguantar la tortura.

Sí, yo era más fuerte que Sexyneitor. Él terminaría suplicando, entonces yo mandaría.

ANDREAS

Las cosas no funcionaban como yo deseaba, para nada, al contrario, todo se me complicaba por culpa de la locura de someter a Estela de esa forma, pero lo necesitaba, necesitaba demostrarle que a mí nadie me chulea. Y necesitaba que ella me demostrara aquello que me había dicho.

Puede que estuviera enfadado un poco con ella. Cuando la encontré, sentí que las tripas se me revolvían.

Rodeada de hombres, dejándose sobar por otras manos. Deslizando su cuerpo, su trasero por miembros agradecidos de tener a una mujer con ese encanto personal tan entregada a ellos.

Maldita sea. Ella era mía.

Darío me controló, tomándome del brazo y decidiendo por mí en ir él a buscarla. Yo estaba a punto de matar al engendro que metía su mano en ese muslo y a ella por dejarse tocar. Aunque después de que mi amigo, a empujones me trajera a Estela, la cosa se relajó.

Ella se me tiró en brazos llorando, y de nuevo, me dijo la palabra que creí imaginar momentos antes por teléfono:

Te quiero.

Al principio me había quedado a cuadros, impactado y sin respiración, e incluso mi amigo, quien lo había escuchado perfectamente, abrió los ojos como platos. Pero de pronto, como una luz en el horizonte me di cuenta de muchas cosas.

Su forma de mirarme había cambiado. Ese azul brillaba con algo que un simple color aparte, eran estrellas, luz y calor, un sol mío y para mí. Pensé que eran ilusiones o mi esperanza de que fuera real.

Pero no, todo fue real, ella me quería.

No estaba seguro de estar enamorado de ella, pero sí sabía que no queríaapartarme de su cercanía. La deseaba de una forma obsesiva, pura y cariñosa. Que ella me amara me hacía feliz y puede que escuchar esa declaración de sus labios, enfriara la rabia que momentos antes sintiera al verla con otros hombres, al pensar que ella me quería dejar, al pensar por un segundo que la había perdido por una simple riña, por ser tan rematadamente celoso, compulsivo e idiota.

Esa realidad, esa confesión, lo cambió todo.

Llevé a Estela a casa. En un principio no tenía muy claro que hacer con ella, la dejé en la cama desnuda, con una sábana por encima y me tomé un café tranquilamente. Después de meditarlo, la idea de torturarla sexualmente se me presentó como algo genial.

Debía domar a la fiera.

Pero, después de tres días, mi tortura me dio en todas las narices.

Lo que me parecía un castigo para la ratita se estaba convirtiendo en un castigo para mí. Aparte de que me dolían los huevos terriblemente, esa mujer había conseguido darle la vuelta a la tortilla. Era ella la que provocaba.

Yo había continuado atándola a la cama, masturbándola con mis dedos, mi aliento y mi lengua, cortando el placer cuando sabía que estaba a punto de correrse.Pero el día era para mí y su venganza era maquiavélica.

Al principio se paseaba por casa en ropa interior, mostrándome los modelitos sexys de picardía que tanto me gustaban. Como me controlaba y disimulaba mi estado, pasó a algo más fuerte; directamente desnuda.

El techo se me caía encima. Y más cuando, veía ese cuerpo desnudo nadando en la piscina del techo, que daba al salón.

Me moría.

No me aliviaba masturbarme, nada, y le daba tanto que tenía agujetas en las manos, en ambas. Joder. Era increíble. Esa mujer me estaba volviendo loco y ella también se estaba volviendo loca. Estaba claro que no podía alagar esto mucho más.

Por el bien de los dos, antes de que termináramos en un hospital, debía darle lo que necesitábamos. Solo que de formas diferentes.

Sería salvaje a la vez que cariñoso.

El jueves llegué a casa un poco más tarde de lo normal. Estela había salido dos horas antes. Mi plan era tomarme las cosas con calma. Iba a penetrarla durante toda la noche, pero antes me implicaría de tal forma que la obligaría a suplicar a ella. No contaba con un meditado esquema en el asunto, forzar las cosas con ella jamás funcionaba, pero se debilitaba tanto como yo, la razón de que no cayera es que era cabezona, yo orgulloso, pero esta noche la ratita se sometería a mí.

En el momento que se abrieron las puertas del ascenso, un intenso y delicioso aroma a galletas recién hechas me inundó las fosas nasales.

Mierda. Con eso no había contado.

Había hecho galletas. Adoraba sus galletas caseras de chocolate.

¡Joder!

Cerré los ojos y transformé mi cara de niño tonto en la del hombre que era. Entré en casa con la barbilla alta, con decisión, pensando únicamente en castigar a la niña mala que estaba cocinando. Fui directo a la cocina, Estela no estaba a la vista. Dejé mis trastos encima de la mesa y le eché un vistazo al horno...

¡Dos bandejas, dos bandejas enteras!... Aquí había gato encerrado.

Me quité la americana y la tiré encima del sofá. Una copa, algo fuerte, eso mataría la desesperada petición en comer chocolate que tenía en el estómago.

–Pensé que dormirías en el despacho.

Su voz, el simple sonido de su timbre me la puso dura como una roca. Me serví la copa, doble -lo necesitaba-, y me di la vuelta...

La leche.

No estaba desnuda, no era un picardías y no era un traje de látex tipo sado. Era algo peor, excitante y que dejaba ver tanta carne como todo lo anterior mencionado.

El pulso se me aceleró y juro que la sangre dejó de circúlame.

– ¿Qué cojones llevas puesto? –exclamé, casi gritando.

– ¿No te suena? –peguntó, coqueta y se dio una vuelta entera con mucha lentitud.

Sí que me sonaba pero, literalmente me había dejado sin palabras.

Estela se había disfrazado, con colita y bigote fino, e incluso llevaba las orejitas de lo que se podía decir claramente; RATITA.

La leche.

–Sí –murmuré, pero difícilmente podía decir mucho después del primer impacto.

– ¿No te gusta?

¿Gustarme? Los pantalones me iban a reventar.

– ¿A qué viene esto?

–Por nada, me apetecía disfrazarme y animar nuestro mal humor. –Levanté las cejas y la miré sorprendido–. ¿No me crees?

–Ni un poco. –Absolutamente nada.

Ella se encogió de hombros, se dio media vuelta y se fue a la zona de la cocina. Desde mi sitio pude ver cómo esecuerpo se inclinaba hacia delante y asomaba su cabeza por la pantalla del horno. La perfecta redondez de su culo embutido en unatrasparente braguita pequeña me cortó la respiración, pero el vaivén con sus caderas, algo completamente premeditado, me obnubiló la mente y la satisfacción de poder jugar a buenas hoy.

– ¡Estela! Ven aquí –ordené.

Tras mi grito se sobresaltó, pero tras mi orden frunció el ceño y no se meneó de la cocina.

–Tengo que sacar las galletas...

–He dicho que vengas aquí –ordené con más rudeza.

Inhaló aire llenándose los pulmones, algo similar a contar hasta diez y borró su ceño por una mirada envenenada.

–Si me quieres para algo, ven tú. Yo tengo que sacar las galletas.

Observé el cúmulo de sensaciones que cruzaron su cara al decir eso; incertidumbre, algo de miedo, incluso cólera y por último decisión. Mantuvo la barbilla en alto con obstinación, como si me retara.

–Si voy yo, será a las malas, Estela, y lo sabes.

–Estoy aterrada, princesita. El ogro malo viene a por mí –se mofó, con ese tono falsete que me ponía de los nervios.

Bien ratita, que empiece el juego.

Fui a por ella, directamente y tan decidido como un león a por una gacela, e igual de efusivo, hambriento y loco. Mi presa me había provocado con su postura inicial, sus movimientos despampanantes y sus colores llamativos. Mi animalillo quería jugar y yo deseaba entrar en batalla.

Llegué hasta ella y la tomé del brazo. Con fuerza tiré de ella y la atraje hacia mi pecho.

– ¿Qué haces?

–Tú has querido jugar sucio –afirmé, inclinándome hacia su bocaaspirando el olor a melocotón mezclado con el dulce de chocolate que salía del horno.

Estela soltó un grito que se apagó en el primer contacto con su boca, un contacto que fue como un reguero de pólvora.

Dios, un día sin besarla y no me preparé para lo condenadamente caliente que era ella. No había olvidado su sabor, era imposible y peor, entró tan dulce y tan satisfactorio como la primera vez.

Gemí y ella.

Mi corazón se me puso a cien por hora cuando moví los labios sobre los suyos, hundiendo los dedos en la suavidad de su cabello, devorando su boca y su lengua como si fuera néctar de dioses. Mi miembro se convirtió en una lanza dura que empujó contra la cremallera del pantalón, empeñada en quedar libe. Me dolían los testículos más que nunca y me hormigueaban los dedos por tocar todo lo que escondía esa mini falda.

Ansioso no perdí el tiempo, bajé mi mano por toda su espalda y la dejé apoyada en una de sus nalgas. Ella se tensó e inmediatamente colocó sus manos sobre mi pecho.

¡No! pensé, gruñí o grité.

Ni idea, estaba perdiendo el juicio y mi control sobre ella.

Me obligué a disminuir la intensidad de mi beso y traté de reducir la velocidad suicida de mi pulso hasta que se convirtió en algo máscontrolable. Era el momento de recuperar el juicio y controlar la situación antes de que esa mujer se enfriara para declararme la guerra.

Interrumpí el beso y me aparté de ella que abrió los ojos y me miró con el ceño fruncido.

– ¿Me deseas, Estela?

–No tanto –ronroneó ronca–, puedo pasar unos días más a pan y agua.

Sonreí porque eso no se lo creía ni ella.

–Una dieta muy estricta, ¿no crees?

–Soportable...

Metí mi mano entre nuestros cuerpos para llegar al centro de sus piernas, fui rápido, muy rápido e inmediatamente mis dedos se mojaron por sus flujos. Ella se estremeció y vi, con claridad como su labio inferior tembló.

– ¿No me deseas? –provoqué, con una ceja alzada.

–No –gruñó.

Que cabezona es.

Me incliné hasta llegar a su cuello y lo besé al mismo tiempo que volví a acaricia su sexo húmedo, luego susurré en su oreja.

–Mientes –dije de forma provocativa, luego saqué mi lengua y lamí todo el lóbulo de su oreja. La ratita se derritió en mis brazos. Sonreí–. Tú puedes poner fin a todo esto si quieres.

Me retiré de ella para mirar su rostro. Me observaba con curiosidad.

– ¿Parar el qué?

–El celibato.

Ella tragó saliva. A mí se me contrajeron los músculos.

– ¿Qué quieres que haga?

Le dediqué una sonrisa salvaje.

–De rodillas –ordené.

Estela parpadeó.

– ¿Perdona?

–Ya me has oído. –Me solté el botón del pantalón y mi pene palpitó de impaciencia–. Ponte de rodillas.

Estela miró la cremallera, observando cómo se bajaba lentamente, luego me miró a mí con los ojos bien abiertos.

–Estás de broma.

– ¿Te parece que bromeo?

Comencé a desabrocharme los botones de la camisa y me la quité, luego la lancé a la encimera que estaba de espaldas a ella.

–Lo que me parece es que te estás pasando.

–Yo te lo como siempre, con placer. No te vas a morir por darme a mí ese mismo placer.

Su respiración se aceleró, sus ojos comenzaron a lanzar chispas de color en mi dirección, chispas que me parecieron dardos furiosos directos a mí. No me importó. Iba a disfrutar de cada jodido momento doblegándola a mi voluntad, a ella le gustaba porque sabía que en lo más profundo ese trato la calentaba, siempre lo había hecho.

Cuando la trataba de ese modo me encontraba con una mujer tan excitada que se convertía en arcilla en mis manos y yo adoraba esa arcilla, la deseaba, la anhelaba y en lo más profundo de mi corazón, la quería.

–Estela, no te has movido, ¿a qué esperas?

–No pienso hacerlo. Obligarme a que te haga una mamada para que me perdones me parecedegradante...

–No, cielo –interrumpí cogiéndola de la muñeca y arrastrándola hacia mi cuerpo. No me conformé con eso, con pasos lentos, casi sin que se diera cuenta la conduje a la zona de los sofás y me detuve–. Somos una pareja. Has cometido un error que tienes que enmendar, no te pido nada fuera de lo normal, solo una de mis locas fantasías que todavía no he cumplido contigo.

Dio un tirón y se soltó.

–No...

De nuevo la interrumpí, pero esta vez la empujé, un poco, detrás de mí, e insistí en un último tirón al mismo tiempo que me sentaba en el sofá. Le di la vuelta para terminar dejándola encima de mis piernas boca abajo. Antes de que se levantara, la tomé del pelo, enredando su cabello en mi mano y empujé su cabeza hacia abajo a la vez que colocaba mi codo en su espalda y presionaba con fuerza. Estela se quejó de dolor, pero ese grito murió en el mismo momento que alcé esa corta falda y le di una palmada en el trasero. Luego, para apaciguar el golpe acaricié esa nalga y le di un beso.

–Adoro ese trasero, ratita. Es firme, delicado y perfecto. –Lo apreté con los dedos, ella se encogió–. Impresionante –gruñí, a la vez que, tras coger la goma de esa braguita transparente, tiraba y la arrancaba desgarrándola por la mitad.

Estela gritó una blasfemia y yo volví a lamer, mordisquear y acariciar esas nalgas mientras deslizaba un dedo por la raja de su trasero, bordeando el aro de su ano y bajando hasta la humedad de su vagina. Gruñí en contacto con ese charco, ella también, es más, se arqueó deliciosamente bien encima de mis piernas.

Le metí un dedo, con soltura, entró a la primera y muy bien. Hice círculos y pareció que le gustó, su trasero se ofreció más a mí.

– ¿Por qué has hecho galletas de chocolate? –pregunté, al tiempo que sacaba, como de un bote de nata, el dedo para de nuevo, volver a meterlo.

–Porquesé que te gustan.

– ¿Querías satisfáceme?

–Sí –gruñó.

Contento con su respuesta acaricié con delicadeza, desde su clítoris hasta el ano, después bajé e introduje esta vez dos dedos, una entrada y salida limpia. Estela ladeó el cuello y gimió.

– ¿Por qué te has vestido así?

–Porque me ha dado la gana...

Mi entrada fue salvaje, pretendía hacerle daño, castigar su forma de hablar. Yo mandaba, yo dirigía la excitación y ella debía portarse bien si deseaba el placer que podía darle.

–Error. Cariño, contesta adecuadamente.

Durante esos segundos que dudó, le di un azote fuerte en el trasero y de nuevo, introduje dos dedos sin piedad; duro, fuerte y hasta el fondo. Estela me apretó los gemelos e inmediatamente contestó.

–Porquequería ponerte como una moto.

Sonreí orgulloso de mí mismo.

Ratita, no tienes escapatoria.

–Y lo has logrado, Estela, me has vuelto loco.

Cuando quería podía ser toda una adorable mujer sumisa.

En agradecimientos por su respuesta, acaricié su clítoris, su ano e entrujé los dos dedos. Utilicé un ritmo suave, toques y embestidas delicadas, cuando sentí como las paredes vaginales se ceñían cada vez más a mis dedos aumenté mi ritmo y el orgasmo estalló con uno de sus gritos, un grito que clamó mi nombre y solo mi nombre.

Ahora me tocaba a mí.

Antes de que se recuperara de su orgasmo me puse en movimiento.

La aparté de mi regazo y la puse de rodillas en el suelo, justo delante de mí, entre mis piernas, luego enredé mis dedos en su cabello y me bajé los pantalones hasta por debajo de las caderas. Mi pene quedó completamente libre yerecto como el palo de una bandera.

Estela, al contemplarlo no pudo evitar lamerse los labios y lo observó como la primera vez, con esos ojos que parecíansalirse de su cuencas. Contuve el aliento. Si continuaba mirando así me correría sin que ella hiciera nada.

–Chúpala –ordené con una voz animal.

Estela se estremeció ante la orden, ni siquieraretiró su mirada de mi pene.

–Que te follen –contestó sin mucha convicción.

–Cariño, eso no tardará en llegar. De momento vas a chuparme la polla.

Me sujeté el miembro con la mano libre y le unté los labios con el líquidonacarado de la punta.

Su respiración se aceleró tanto que me pregunté si sufría un ataque. Luego se lamió los labios y soltó la respiración con la boca abierta.

–Hazlo –ordené con una voz que no parecía mía. Me estaba volviendo loco.

Con lentitud, mucha lentitud abrió la boca y sacó la lengua. Comenzó lamiendo, desde la punta, con toques suaves, provocativos hasta bajar definiendo todo el largo de mi miembro. Me mareé y perdí más de la mitad de mis fuerzas pero me mantuve recto, no quería perderme ningún detalle de esa boca.

La respiración de Estela se volvió jadeante cuando rodeó con su lengua mi pene, cerró los labios en torno a él e introdujo el miembro en el calor de su boca.

¡Jodeeeer! –aullé, abriendo un poco la mano que sostenía su pelo. Me había quedado sin fuerzas–. Eso está muy bien, cariño. Sigue chupando.

Se echó hacia delante, introduciendo cada gloriosocentímetro, acariciando con sus dientes cuando lo sacaba y llevando el ritmo también con la mano cuando se escondía en su boca.

Los ojos seme emborronaban, mis dedos que engarrotados trataban de sostener su cabeza, prácticamente se enredaban en su pelo como si fueran plumas.

Era impresionante, jamás, nunca en mi vida había sentido tal maravilla en una mujer. Estela me fundía, meconsumía y me hacía sentir emociones nuevas, muy buenas, buenísimas.

–Esa boca, esos labios dulces...y llenos, y esa lengua, fueron hechos para comerme...Sí, Estela, cada centímetro de ti está hecho para mí. Sí. Para mí y para nadie más.

Mis palabras parecieron animarla, succionaba con intensidad, llevándome al cielo, a la locura se sentir mi orgasmo, pero no. Deseaba correrme con ella, en su interior.

Tomé su cabello y la retiré, ella se quejó y me miró con los ojos obnubilados por la pasión.

–Para –grazné. Me aclaré la garganta y continué–. No quiero correrme en tu boca. Quiero correrme en tu interior.

La tomé con violencia y la subí encima de mí. No la desnudé, no había tiempo para tonterías, necesitaba sentir sus flujos cayendo sobe mí, necesitaba llenarla, con lo cual, desgarré la braguita completamentey se la clavé de una sola estocada, después apoyé mis manos en sus caderas y miré esos ojos azules que me martirizaban desde el primer día que la conocí.

Sus pupilas estaban dilatadas, casi gobernaban todo su iris y el resto brillaba de pasión, descontrol y necesidad.

Yo también la necesitaba.

–Cabálgame, Estela, móntame y exprime todo de mí.

Se movió, subió y bajó, metiéndosela entera y sacándola. Con lentitud, hasta que consiguió adaptase al ritmo y comenzó a trotar como una amazonas.

Deslicé mis manos por su cuerpo, abarcando todo cuanto me era posible, deseándola para mí. No era suficiente. Bajé el top y dejé al descubierto sus pechos, no tardé ni un segundo enllevármelos a la boca, primero uno luego el otro e inmediatamente el otro de nuevo. No me aclaraba, deseaba tener la boca más grande para poder abarcar los dos a la vez.

Estela no frenó, es más, mis caricias le volvieron salvaje y sus embestidas se tomaron un tanto violentas. Me encantó y con movimientos de cadera la ayudé.

Me corrí con ella, los dos a la vez y en su interior, pero esta vez no me preocupó. Estela hacia un mes había vuelto a tomar la píldora y eso era una auténtica maravilla, la sentía con gran intensidad, fuerza y me maravillaba de toda la energía que podía sacar al sentir cada trozo de su carne. Mis orgasmos eran más fuertes, más vividos y mucho más intensos.

Como el de ahora. Me corrí con ella, compartiendo esa dicha, esa gloriosa sensación que tanto había necesitado.

Ella cayó encima de mí. Durante unos segundos ninguno de los dos se movió. Ambos necesitábamos recuperar el aliento. Yo continuaba dentro de ella y no me sorprendióvolverme a hinchar como un globo de helio.

Con ella era siempre igual, nunca tenía suficiente.

–No volveremos hacer esto. Las torturas tendrán final feliz, nada de dietas –dije.

–Estoy de acuerdo –susurró ella contra mi cuello.

Estela se levantó y me miró con una pícara sonrisa en los labios.

Oh, mi Estela. Me tienes loco.

–Señor, ahora ya estoy debidamente castigada. ¿Puede hacer el favor de volver a empotrarme?

Sonreí de oreja a oreja.

– ¿Quieres otro orgasmo, ratita?

–Quiero que me dejes escaldada, señor, por favor.

–Encantado.

La tomé de las caderas, me la subí a la cintura y la llevé a la habitación. El resto de días me los pasé obedeciendo ese cuerpo y compensando todos los días perdidos.

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