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Capítulo 31

ESTELA

–Estoy harta de sus malditos celos.

Sienna me miró con ceño y disimuló una sonrisa que se escapaba claramente a sus labios. Apreté los puños y le di un trago largo a mi Martini de manzana.

–No seas exagerada, –me incorporé de golpe y la miré–, ese hombre te desea tanto que se ha vuelto loco.

–Se cree que soy una posesión más, no una mujer. Se piensa que es mi dueño–le recodé, con los ojos abiertos.

Le acababa de contar toda la historia a mi amiga, cada paso y como me había hablado. Andreas se había comportado como un cerdo, puede que al principio me hicieragracia, pero ese sentimientose habíaenfriado cuando esas palabras posesivas se infiltraron en lo más remoto de mi cerebro.

Maldita sea.

No sólo había actuado como un cabrón sin corazón, me había insultado, faltado el respeto de tal forma que, la percepción de que estaba hablando con él, con el hombre con el que había compartido casi dos meses maravillosos, se había esfumado.

Eso fue lo más rastrero que me había hecho desde que lo conociera, y eso que el muy dotado en artes para jodera una mujer, sabía bien como joder, literalmente.

Bufé exasperada.

Encima, después de todo, me había pedido el fin de semana libre en Calipso para pasar unas noches locas con ese hombre, ahora me arrepentía.

Sabía que no le gustaba mi trabajo, no me lo había dicho directamente pero su presencia en la barra, las miradas que le dedicaba a los clientes que me decían tonterías y un repentino ataque a un borracho que me tomó de la cintura cuando había salido de la barra para ir al baño, me mostró que mis sospechas no eran infundadas, Andreas odiaba mi trabajo y contaba los días para que explotara y fuera sincero al respeto.

La cuestión era que, yo no tenía muy claro que hacer o decir tras ese ataque.

–Tan dramática como siempre –dijo Sienna, mirándome por encima de su copa.

–No, está vez es peor, y no lo entiendo –farfulló Gary, con los ojos en blanco, después, su carita de ángel me dedicó una sonrisa–. Hablasbien de ese hombre y de repente, lo odias–, su sonrisa se hizo más amplia–. ¿Sabes cómo se le llama a eso?

Mi amigo, mi amiga y todo el mundo que me rodeaba quedaron en un segundo plano, en murmullos y en un vacío que me dejó sin palabras.

¿Sabes cómo se le llama a eso?

Sí, lo sabía. Al igual que sabía que era un maldito error pero ya era demasiado tarde para arrepentirme. Muy tarde.

Reconocer eso me hizo que apretase los dientes. Inexplicablemente se había infiltrado en mi vida, mi libertad y mi mundo como un ejército invisible, condicionando mis pensamientos y mis preocupaciones.

Cerré los ojos y suspiré pero entonces, recordé la mañana, el despertar y verlo a él, como lo primero del día.

Sus ojos, su tranquilidad, su cuerpo y su más dulce apariencia.

Jamás había visto nada tan perfecto en mi puta vida.

Eso es lo primero que pensé y lo siguiente era que...

Lo amaba.

Impulsada por tocar su belleza, una masculina pero perfecta e inmaculada, alargué mi mano y acaricié su mejilla. Mis dedos se arrastraron por su mandíbula marcada y subieron hasta sus labios, con lentitud mientras pensaba lo mucho que lo necesitaba y lo mucho que me gustaba esa clase de perfección, o lo mucho que lo quería en mi vida. Andreas, día a día se había introducido tan profundamente, con tal voracidad que me convertía en un pájaro encerrado en una jaula.

Andreas se despertó, pero no fueron sus ojos los que me advirtieran, éstos se mantenían cerrados, fueron sus labios, al dar un beso en los dedos que acariciaban su boca lo que me indicó que ya estaba despierto.

–Haz eso un poco más abajo y verás que no soy el único que te da los buenos días.

Un despertar de buen humor, genial.

No es que se levantara cabreado todas las mañanas, pero sí a gritos. Andreas tenía la equivocada idea de que, yo quería que él llegara tarde a trabajar todos los días. Bueno, ese cansancio extra era debido a que;

Me montaba por la noche como un loco y después, me despertaba con su pene dentro de mí, a veces creía que soñaba con los orgasmo y cuando gritaba me daba cuenta de que; el muy salido, me había estado penetrando mientras dormía.

Era normal que por las mañanas me costara levantarme un poco con tanta fiesta de noche y día.

–Esta vez soy yo la que te despierta.

Ratita, yo lo hago mejor –ronroneó orgulloso, y no lo dudaba. Me encantaba despertar penetrada por su palo duro.

–He sufrido un lapsus. Antes de poder ponerme a la faena de espabilar a tu pene...

–Sabes que no tienes que hacer mucho esfuerzo. Desde que sé que duermes a mi lado, me levanto empalmado y con ganas de fiesta todas las mañanas.

–Lo sé. –Esa afirmación era indiscutible.

Andreas apartó el pelo de mi cara.

– ¿Y qué te lo ha impedido?

–Me que quedado embobada mirándote –murmuré poco después.

– ¿Has descubierto algo interesante?

Él me acarició la mejilla, la barbilla el cuello y, despistadamente -seguro que sí- el pezón. Me estremecí y lo siguiente que salió de mis labios tuvo más fuerza de la que me hubiera gustado.

–Que eres precioso.

Andreas frunció el ceño.

– ¿Eso ha salido de tu boca?

Sonreí, porque a mí también me resultó de lo más extraño soltar tal barbaridad.

–Sí, me he vuelto una chica decente.

Inmediatamente unos morritos sexis aparecieron en sus labios.

–No, por favor –gimoteó, con falsedad a la vez que se tiraba de nuevo a la cama, a mi lado, luego se pasó las manos por la cara y continuó con esa dramática interpretación–; no, yo quiero a mi loquilla, mi chica grosera, impertinente y atrevida–, solté una carcajada y me incorporé de lado, apoyándome con un codo para mirarlo. Andreas se quitó las manos de la cara y miró al techo–. Devuélveme a mi vagabunda...

Lo golpeé con el puño y me vi arrastrada contra su cuerpo. Andreas volvió a tirar de mí y me subió a su cuerpo. Me acomodé encima, apoyando mis pies en sus empeines. Después, apoyé los codos en su pecho. Él me apretó contra su cuerpo, con típica arrogancia masculina.

–Te crees muy gracioso, ¿verdad?

–Sólo un poco, pero no más que tú. Tranquila, cariño, es imposible superar tu ingenio.

Le di un beso, largo y profundo, un beso que se complicó de tal modo que escuché, con satisfacción como Andreas soltaba un gemido y su pene se endurecía contra mi estómago. Me abrí de piernas, dejando caer cada muslo al lado de sus caderas y terminé quedando a horcajadas, así, de ese modo, noté mucho más esa erección.

– ¿Quieres jugar?

–Para eso te he despertado –respondí.

Gemí al sentir sus manso deslizarse por mi trasero. Sus dedos descendieron y las yemas rozaron desde mi ano, hasta mi vagina. Me mordí el labio y recé en que volviera acariciar esa misma zona de nuevo.

Por desgracia no actuó como deseaba, es más, de pronto, rodeó con su brazo mi cintura y me dio la vuelta hasta quedar encima de mí. Luego se detuvo y durante unos interminables segundos, se me quedó mirando fijamente.

–Eres una mujer muy guapa –alabó, como si fuera una diosa.

–No hace falta que me lo eches en cara.

Andreas sonrió y mi corazón comenzó a latir a toda velocidad, el aire apenas llegaba a mis pulmones. La elemental masculinidad de Andreas era irresistible. Cuando comenzó a besarme se desató un incendio entre mis piernas y una ola de deseo me consumió al sentir el peso de su cuerpo.

No podía escapar, jamás, estaba sometida a esa intensidad, la necesitaba como un enfermo su morfina. A mí me completaba igual.

–Eres soberbia –murmuró, con voz ronca, llena de pasión–, mi perdición y mi salvación.

Gruñí tanto por sus palabras como por sus manos, que ya estaban en movimiento y por todo mi cuerpo.

Él sabía perfectamente lo que me excitaba, y cuando encontró el capullo escondido, con unos dedos expertos y conocedores de todos mis puntos débiles, me llevó a la cima del despertar completo y del aviso de todo lo que venía a continuación.

–Así es como te veo en mi mente –murmuró con cruda satisfacción–. Enloquecida por todo el placer que te doy. Loca por mis caricias.

–Sí, está claro que tienes una imaginación muy guarra.

–Un poco, como tú. Será que todo lo malo se pega.

Mmm, pues si se pegara, yo ya estaría dentro de ti, no perdiendo el tiempo con tonterías que no nos llevan a...

Se enterró en mí como siempre, con fuerza y delirante de deseo. Lo recibí contrayendo los músculos para no dejarlo ir. Mi necesidad de él era dolorosamente intensa. Muy intensa...

Sacudí mi cabeza eliminando ese rastro de recuerdos, las maravillosas imágenes que guardaría siempre de él.

Lo quería, contra eso no podía luchar, e incluso me atrevía a pensar que lo amaba tanto o más que en su momento había amado algún novio de los dos que habían pasado por mi vida.

A Lloyd lo quise, de una forma diferente, no fue tan puro como lo era ahora con Andreas.

Lloyd era la necesidad de beber agua para tranquilizarme, para secar mi sed, para sentir mi piel renovada.Dormir en sus brazos, besar sus labios o sentir su mirada, todo ello no me llenaba como ahora lo hacía Andreas. Él no solo era agua, también aire, luz y vida.

Amor. Curiosa palabra.

¿Se puede amar de diferentes formas?

Estaba claro que sí.

A mi hermano y mis padres los amaba porque daban su vida por mí. A mis amigos los amaba porqueformaban parte de mi vida. A Lloyd lo amé porque fue el primer hombre que me hizo estremecer y volverme loca. Pero a Andreas, lo amaba porque lo necesitaba, él tenía razón.

Andreas era todos mis amores hechos uno.

Sentí una lágrima caer por mi ojo al darme cuenta de que, la ruptura con Lloyd fue terrible, no soportaría una ruptura de nuevo. Debía romper con esto antes de que, el dolor me rompiera a mí en pedazos.

Me sequé la lágrima bruscamente y miré a mis amigos. Ambos me miraban con expresión llena de confusión.

–Necesito beber –dije.

Fruncieron el ceño pero ninguno dijo nada para contradecir mi petición, ya que más que una sugerencia, había sonado como una súplica y mis amigos me conocían tan bien como para comprender lo que en ese simple instante me hacía falta.

Tres horas más tarde ya no recordaba ni quien cantaba, sabía que era un grupo que le gusta a Gary, él nos había arrastrado a este concierto alternativo, y aunque la música en sí, era una mierda, conseguía animarme a mí y a todos lo que nos rodeaban, cosa que parecía increíble. La calle que en un principio había estado completamentevacía, según pasaba la noche, te quedabas más encerrada contra cuerpos desconocidos que al aire libre.

De pronto, sentí claustrofobia de esa cárcel de: piernas, brazos y torsos sudorosos en movimiento. A trompicones conseguí salir de ahí y dirigirme a una zona exterior, hasta la verja que señalaba el final del recinto preparado para albergar a un público exigente.

Apoyé la cabeza en ese alambre cuadricular y cerré los ojos.No me aclaraba muy bien, había mezclado tantas bebidas y chupitos de sabores que creía ver a Andreas delante de mí.

Andreas.

Pensé en él, en su cuerpo, en su voz y sin darme cuenta, me eché a llorar. Nerviosa golpeé la verja y abrí los ojos, pero de pronto me mareé y tuve que sentarme en el suelo. Me abracé laspiernas con los brazos y me di cuenta de que no podía dejar de llorar, tenía un nudo en la garganta que no dejaba de crecer con cada segundo.

Tenía que terminar con este sufrimiento de una vez. Esto me lo causaba él, mi vida se había complicado por culpa de él. Debía terminar con el problema.

Abrí el bolso y saqué el móvil, estaba apagado, lo había apagado nada más salir del edificio Divoua. Lo encendí y nada más me dio línea me encontré con un montón de llamadas y mensajes de Andreas, olvidé cada sobre y marqué un número.

Al segundo tono contestó:

– ¿Dónde estás? –preguntó con voz angustiada.

–Supongo que en algún lugar del mundo porque todavía late mi corazón, pero el destino exacto...mmm...ni idea –balbuceé y escuché un suspiro por la línea.

–Estela...

–Quiero dejarlo –interrumpí con brusquedad.

– ¿Qué?

Tragué saliva y miré al cielo. Notaba mis lágrimas caer por mis mejillas, el dolor en el pecho y la tristeza consumiéndome.

–No puedo estar contigo, no soy feliz –me interrumpí para tapar un sollozo–. Lo mejor es dejarlo ahora. Puedo soportar el dolor, pero más adelante...No creo que lo soporte.

–Estela, ¿dónde estás?

–Andreas, hay que dejar esta locura de relación...

–No –cortó–. Te deseo.

Y yo, pero...no soy para ti... ¿Por qué?

Porque Andreas era todo lo que yo no era, lo que no sería nunca. No tenía un problema de autoestima, simplemente no podía ignorar el hecho de que él me superaba en todos los sentidos. Era sofisticado, educado desde la cuna, guapísimo, rico, el producto de un mundo priviliejado. Yo era el producto de un desastre humano sin control y sin nada que ofrecer.

No era para mí.

–A veces, dos personas que se desean demasiado colisionan con tal fuerza que destruyen todo cuanto les rodea –dije sin fuerzas.

–O colisionan y forman uno solo.

–Tú y yo nunca. Somos tan diferentes...

–Los polos opuestos se atraen –interrumpió, con una argumentación buena para una película, pero no para la vida real.

La vida real era una mierda.

–Se atraen para terminar en un infierno.

–No me siento en el infierno cuando estoy contigo, ratita. Tú eres mi vida, ¿Cómo eso puede significar el infierno?

Me estremecí y me dije que esas bonitas palabras no eran de él, sino de mí, del efecto del alcohol y de las inmensas ganas que tenía de escuchar tal cosa.

Continua, no pierdas más tiempo.

–Lo que nos ha sucedido hoy, volverá a suceder. A ti te gusta tenerlo todo controlado, a mí me encanta respirar libre, no darle cuentas a nadie, ni tener que dar explicaciones de todos mis actos. Soy así, y necesito a mi lado a alguien que confié tanto en mí como para no estar preguntando siempre...

–No quiero dejarlo, Estela. No puedo soportar la idea de que me dejes.

–Soy poco para ti –sollocé. Ya no aguantaba el desasosiego–. Te mereces algo mejor que yo.

– ¡Deja de decir esa gilipollez! –voceó–. Tú eres más de lo que merezco...

–Adiós, Andreas –corté. No podía continuar con esto, me estaba matando–. Eres el mejor amante que he tenido...

–Estela, espera, dime dónde estás.

No sabía si la angustia nacía de mis sentidos o de su voz. La ignoré, como todo.

– ¿Para qué?

–Para hablar tranquilamente, cara a cara.

–No hay nada de qué hablar.

–Lo siento, siento mucho comportarme de esa forma... Estela, perdóname y habla conmigo, por favor...

–Es demasiado tarde. –Otro sollozo, un suspiro, y terminé de hablar–. Olvídame, aunque yo no pueda, al menos pensaré que mi corazón ha querido a un hombre tan impresionante como tú.

Colgué.

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