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Capítulo 30

ANDREAS

Todo iba a las mil maravillas. Mi relación con Estela mejoraba cada día. Ella se había convertido en la primera mujer, después de Renata que me involucraba en un futuro, es más, me lo imaginaba, no sé como pero imaginaba una vida con ella.

Era todo lo que necesitaba. Me hacía reír, me hacía sentir vivo, con energía y con ganas de desear terminar mi horario laboral para acabar mi día con ella. Y en el sexo...Eso era demasiado.

Un grito triunfal.

No me cansaba, cada vez que la veía solo pensaba en ello. A veces hasta temía de mí mismo. Sin razón, en muchas ocasiones mi polla se empinaba, se endurecía y cuando me giraba, Estela se acercaba.

Joder, era como si la bestia que tenía entre mis pantalones la sintiera o la oliera de lejos e inevitablemente la saludara.

¡Tenía un radar!

En casa me recibía con un beso, un abrazo y una espléndida cena. Y la virgen, como cocinaba. Cada día me sentía más loco por ella.

Los fines de semana ni siquiera me preocupaba en hacer planes, no me apetecía salir de casa, tan solo quería estar con ella; en el sofá, en el suelo, en la ducha, en el jacuzzi, en la piscina, en la cama...en todas partes, pero con ella, ya fuera dentro o fuera.

Me dormía con la imagen de su rostro y despertaba con la misma imagen. En el trabajo después del numerito de las llaves, nuestros encuentros eran más que nada profesionales, puede que esos momentos eran los que peor pasaba, pero ella había insistido tanto en que nadie se enterara, que acepté.

Lo único que me fastidiaba era ese maldito trabajo en el club Calipso. No me entrometí estos tres últimos fines de semana, pero este...sencillamente, ya no lo soportaba. Había quedado con el grupo, Joe, había planeado una estrategia bastante creíble, sólo rezaba por qué la ratitano se enterara.Después del número, me encargaría de llevar a Estela a casa y consolarla porque la despidieran.

Todo ejecutado como una misión al golfo. Pero las cosas nunca salen bien, y el desastre apareció a mitad de la mañana, cuando el señor Doug llegó a la empresa.

El mujeriego, que arrastraba tres matrimonios fallidos y un hijo al que ni veía, provocó que rompiera mi promesacon la ratita de nada en la oficina, y una discusión más tarde que desembocó al peor día-noche de mi vida.

Pero ese hombre era lo peor.

Mi hermana, con educación lo había enviado a la mierda muchas veces, pero el hombre se lo tomaba a risa y le enviaba un ramo de flores al día siguiente. Nunca se sobrepasaba de los halagos, pero resultaba molesto y pesado.

Con Dana fuera, Doug le echó los ojos a otra y esa otra resultaba ser que era mía.

Al principio la reunión había comenzado con buen pie, dejando a un lado los comentarios de Doug hacia Dana y las bromas que hacía sobre Dante y sobre que cuidara a su mujer. El resto resultó ser beneficioso.

–Sofía, dile a Estela que me traiga los informes del señor Farawest.

–Enseguida, señor.

Mi padre apagó el interfono y se apoyó en la mesa para entablar una conversación con Doug. Yo esperé cómodamente a que mi ratita apareciera por la puerta.

– ¿Qué tal la pequeña Danatella? ¿Ya ha dado a luz a su segundo hijo?

–No, le quedan menos de cuatro meses –contestó mi padre, a una de tantas que dieron comienzo.

Doug se recostó en su sillón. Se encontraba sentado delante de mí, al lado de su mano derecha, Patricia, una elegante mujer que destacaba en todo; belleza, clase, dinero, poder, valentía y cuerpo perfecto. En otras circunstancias le hubiera devuelto esas miradas que me dedicaba, ahora, tan sólo me crispaban. Y todo por Estela.

Llamaron a la puerta y la conversación se interrumpió, a los segundos entró Estela con una carpeta en las manos.

–Buenos días –saludó, y sentí como todo mi cuerpo respondía a su voz.

Si cerraba los ojos me la imaginaba perfectamente en la mente:

Hoy Estela había optado por el vestido blanco de su primer día de trabajo. Lo sabía con tanta seguridad porque había sido yo quiensubiera su cremallera esta mañana después de besar y acariciar su espalda. También, lo sabía con seguridad porque antes de que saliera de mi coche, mi mano, con desesperación, azotó ese trasero respingón.

Pero me abstuve de cerrar los ojos. En directo siempre era mucho mejor. Eso sí, respiré hondo para llenar mis pulmones con el aroma a melocotón que expulsaba y el cual me volvía loco.

Estela le entregó la carpeta a Víctor e inmediatamente, con un educado movimiento de cabeza, salió por la puerta. Disimulé y controlé el impulso de no girarme y quedar embobado mirando las curvas de esetrasero en movimiento, algo que hubiese funcionado si mis ojos no se hubieran topado con otra mirada que sí se había quedado anclada a ese trasero.

No era tonto, se reconocer la mirada hambrienta de un hombre en una mujer, y Doug, parecía famélico al observar a Estela.Por ese motivo y por muchos más, cuando su mirada se deslizó, sin pretenderlo a la mía, mis ojos delataron cierta amenaza que le hizo fruncir el ceño. No obstante y muy a mi desgracia, sus ojos se apartaron de mí para fijarse en su socia.

Se acercó a ella y le murmuró algo en laoreja. Deseé tener súper poderes, que mi sentido del oído estuviese súper desarrollado porque Patricia, sonrió de una manera que me inquietó y después, con educación y en voz baja salió de la sala de juntas. Cinco minutos después, ella y esa misma sonrisa se sentaron en el mismo sitio y, del mismo modo que había actuado Doug actuó ella, diciéndole algo que lo animó ya que, sus ojos no dejaron de brillar durante la siguiente hora.

Debí sospechar desde el principio, es más, mis sentidos estaban tan alerta que cuando la reunión terminó me fui en busca de Estela, pero mi padre y su inoportuna forma de meterse en mis asuntos, frenó mi propósito tomándome del bazo.

– ¿Podemos hablar?

–Ahora no –contesté con frialdad.

Mi padre insistió y supo cómo llamar mi atención.

– ¿Debo preocuparme por Estela?

Tú no pero yo sí.

–No –contesté, e insistí en retirar esa mano.

–Andreas, he notado ciertos cambios, no en ella, pero sí en ti.

Fruncí el ceño.

– ¿Cambios?

–Te veo más...feliz de lo normal. Y por supuesto, no se me ha escapado como miras a Estela.

Resoplé y dirigí mi mirada al pasillo.

– ¿Eso es malo? –pregunté.

–Supongo que para ti no, pero ¿lo es para ella?

Me giré con una ceja alzada cara él.

– ¿La vas a despedir?

Víctor me miró sorprendido.

–No –expresó, directo y se mostró ofendido –por supuesto que no.

Eso me calmó, sólo un poco. Desde luego que no deseaba ser yo el culpable de que Estela se viera en la calle, no obstante, eso no duraría mucho. Tenía poder y con el simple movimiento de unos pocos hilos y una buena carta derecomendación, Estela estaría trabajando en cualquier lado aptó para ella.

No obstante, lo que no me gustó, es que ese lugar fuera a estar lejos de mí, donde no pudiera controlarla. Por eso, insistí;

– ¿Diga lo que diga?

–Pasé lo que pasé,sé que no será culpa suya, –por supuesto, estaba claro de quien sería la culpa–, ella hace su trabajo, estoy muy contento con su labor.

–Me alegra escuchar eso, porque me gusta. Yo también estoy contento con ella.

– ¿Cuánto llevas con ella?

Mis ojos se abrieron como platos.

– ¿Cómo lo sabes?

–Soy tu padre y tengo mis años de experiencia. ¿Va en serio?

Me ruboricé.

–Supongo que sí, por mi parte sí –contesté y él frunció el ceño–, no te preocupes –añadí con rapidez porque mi padre ya estaba abriendo la boca para replicar– nuestra relación no se entrometerá en su trabajo, ella no quiere. Te aseguro que se muestra muy profesional en la oficina. No te daremos ninguna clase de espectáculo para crear un rumor ofensivo en la oficina.

Víctor asintió. Después prosiguió:

–Puede que por ahora no influya en su trabajo o en el tuyo, pero más adelante puede causar problemas. Más cuando, tú te hayas aburrido...

–No adelantemos acontecimientos. Los dos sabemos lo que hay...

–No me interrumpas Andreas, no he terminado.

Decididamente mi padre no es que haya cambiado, su estado daba tumbos. En ese instante sus mejillas se ruborizaban tanto como su nariz, tan igual a un hombre alegre después de tomarse su copa de fin de comida.

La diferencia es que Víctor no había bebido nada y yo no estaba de humor para su ataque de mala leche, por no mencionar que estaba buscando a la ratita.

–Disculpa –dije, con sinceridad y Víctor se relajó.

–Te conozco, yo te he criado, yo he visto cómo has roto corazones a diestro y siniestro, y he visto a muchas mujeres, las cuales has asegurado estar convencido, salir por esa puerta llorando. Quiero estar tranquilo, pero conociendo tu historial, debes comprender que me preocupe...

Mi padre continuó hablando, quise reírme y contradecir su forma de sermonearme o amenazarme pero acababa de dar con Estela y, mi premonición se hizo realidad cuando observé que el hombre con quien hablaba era Doug.

Cabrón viejo verde.

Dejé a mi padre balbuceando sobre no sé qué de las normas, las mujeres, los desenlaces desastrosos, y avancé por el pasillo hasta ellos. No me corté ni un pelo en tomar del brazo a Estela, que sobresaltada soltó un leve grito, e igual que, despedirme de Doug con la voz tan fría como el hielo.

No me quedé para escuchar a ese hombre, lo último, que se lo dedicó a mi ratita, fue lo que me motivó a tirar de ella hasta el baño.

La metí de un empujón, cerré la puerta y me giré cara ella. El control no estaba muy arraigado a mi carácter en ese momento con lo cual, la conversación se inició tan calurosa como de costumbre entre los dos.

– ¿Qué demonios te pasa? –exigió saber ella.

– ¿Qué hablabas con Farawest? –exigí yo, a mi manera. Con autoridad.

–Nada interesante...

– ¿Qué te ha dicho? –repetí con el mismo tono de voz.

–Venga ya. Sabes que tu botella dewhisky vale muy cara para tomártela como si fuera agua.

Lo que daría por haberme dado un trago de esa bebida antes de mantener esta conversación.

Respiré, cogí una intensa bocanada de aire que no me hizo absolutamente nada y me acerqué a ella, con intimidación. Me aproximé tanto que Estela tuvo que alzar la vista.

–No me cambies de tema, ratita, no estoy de humor. Quiero que me digas inmediatamente que te ha dicho Farawest.¿Por qué se ha despedido de ti esperando una llamada tuya?

Antes de que me la llevara, ese viejo había mencionado que; se lo pensara, y algo parecido a que;esperaría el tiempo que hiciera falta su llamada.

–Por trabajo. Es publicista y me ha ofrecido ser la imagen de un producto cosmético con el que está trabajando...

–Ni de coña.

Estela frunció el ceño.

–Esa decisión es mía, ¿no te parece?

No pude evitar hacer una mueca tras escuchar esa amenaza.

–En eso te equivocas, estamos juntos, con lo cual, la decisión es de ambos, y como aparte de ser tu novio soy tu jefe, te prohíbo que aceptes esa oferta.

Esos ojos azules me fulminaron y todo su cuerpo se tensó a la vez que comenzó arder. Estaba furiosa.

–Haré lo que me dé la gana –incitó, con el mentón en alto.

Me vencí un poco para delante y apoyé cada mano al lado de su cabeza, flexionando mis brazos. La tela de la americana de tensó y sentí que la costura trasera se quejó a punto de reventar.

–Prométemelo ahora mismo o juro que lo llamo y se lo prohíbo a él a mi manera, indicándole, sutilmente el por qué no se puede acercar a ti –amenacé, con seriedad.

Estaba dispuesto a matar a ese hombre si se acercaba a ella.

Estela, impactada, abrió la boca, después la cerró y terminó parpadeando. Cuando sus ojos se encontraron con los míos de nuevo, había cierto brillo en su mirada.

– ¿Estás celoso?

Por primera, vez sentí el efecto que causaba la gente al mostrarse tan egocéntrica, Estela se mofaba de mí y me echaba en cara mi debilidad sincortarse ni un pelo, como si estuviera orgullosa de ese detalle.

–No –mentí.

Se encogió de hombros pero, supeque no se lo creía.

–Ni siquiera me atrae. Escucharlo hablar ha sido tan molesto como escuchar tu forma de tratarme como tu esclava.

–No te trato como una esclava, cuido de lo que me pertenece.

Ese ceño se frunció tanto que, junto con las chispas de sus ojos, presentí que terminaría fundido como continuara por ese camino.

– ¿Te piensas que soy una farola que se deja mear por cualquier pata levantada?

–No le hagas a un griego preguntas de ese tipo. Tenemos por costumbre poseer y dejar nuestra huella en el cuerpo femenino, no mearnos en una mujer para marcarla.

Bufó.

–Discrepo...

–Discrepa cuanto quieras, ratita, pero no te he encerrado en el baño para discutir.

– ¿Y qué hacemos aquí?

Por primera vez, desde que la encerrara, la miré. De arriba abajo, con intensidad y mucha lentitud, observando cada centímetro de ese apetitoso cuerpo.De la forma en que su pelo rubio, casi dorado, absorbía y recogía la luz de los focos anchos, los espejos puestos con intención en lugares estratégicos y las pequeñas bombillas del suelo. Toda esa luzrodeaba su rosto como un halo de fuego. De su piel, bronceada y brillante a causa de esa crema corporal que se ponía después de cada ducha, un ungüento que aumentaba su aroma a melocotón. Y por supuesto, en el momento que mi mirada se la comió, mi pene, tan voraz como mis sentidos, se endureció.

Dios, ese vestido complicaba mi forma de pensar.

–Estoy cabreado. No me ha gustado ver cómo le sonreías a ese viejo. –Levanté una mano, con delicadeza y con los nudillos rocé su pezón–. Estaría bien que fueras buena y me ayudaras a recuperar la compostura...

–Ni se te ocurra –amenazó ella, advirtiendo mis retorcidos pensamientos y dándome un empujón para quitarme de encima–, quítate eso de la cabeza.

Ladeé mi cabeza y dejé escapar una risa desdeñosa.

¿Quitármelo de la cabeza?

–No –pronuncié firmemente.

–Deja de comportarte como un psicótico.

Arrastrándola hasta la pared, le recorrí el brazo desnudo con la mano. Sus ojos brillaban con una extraña intensidad.

–Estoy cachondo.

–Hazte una paja.

–Házmela tú, o tu boca o tu coño.

La tensión ente nosotros como siempre, electrizaba el ambiente. Nuestros altercados tenían algo de incendiario. Incluso la conversación más sencilla, como la de ahora, tendía a convertirse en una tensión sexual que crepitaba hasta el más allá.

Y ahora, después de mi descarado comentario, su lenguaje corporal indicaba todo aquello que Estela se encargaba de camuflar en las expresiones de su rostro.

Ese cuerpo no podía engañarme.

Su espalda recta mostraba claramente lo muy tensa que estaba. Sus pechos se elevaban cada vez que respirabaprofundamente, lo cual que,era muy consciente de mí. Sus ojos brillaban del mismo modo que un fuego ardiendo, su piel suave estaba caliente, sin tocarla lo sabía. Y en medio de todo eso, el inconfundible olor almizcle de una mujerpreparadapara el sexo.

Sonreí.

–Te mueres por tener mi polla dentro de ti. Estás caliente, temblorosa ytus ojos me ruegan que me folle ese coñito con salvajismo.

–Claro, lo que tú digas –dijo, ronca, nerviosa y sin aliento.

Vamos nena, que poco te queda.

–No estamos negociando. Quiero algo y lo que quiero, que es penetrarte, me lo darás.

Incliné mi cabeza e, instintivamente, Estela cerró los ojos, se humedeció los labios,alzó el rostro y se estremeció. Podía sentir su cálido aliento contra mis labios y sentí como mi pene se llenaba de venas a punto de explotar. Solté un largo suspiro.

La deseaba, la anhelaba, la adoraba y era mía.

Mía...

Estela abrió los ojos de golpe y clavó ese azul en mí con fuerza.

–No vas a doblegar mi voluntad. Ya te lo dije la noche del jacuzzi...

–No lo hago. Necesito esto–dije, le apreté el hombro a la vez que me acercaba a ese tentador cuerpo.

Estela me frenó colocando una mano en mi pecho.

–Para.

Le acaricié la mejilla delicadamente con el dorso de la mano. Estela, brindándome esa miradaretadora, retiró mi mano de un manotazo. Sonreí, por el gesto y sin nada de ternura volví apegarme a su cuerpo, y esta vez sí que mi cuerpo quedó encajado en esas curvas.

–Andreas –ronroneó. Le restregué mi dureza, para que notara lo muy caliente que estaba–. No me hagas esto. Aquí no.

–Sí. Es el mejor lugar, yme deseas.

Tomé su cara entre mis manos y la besé. Un beso que pudierahaber sido dulce, suave, pero al recordar la sonrisa que le dedicó ella a Doug, mis labios se volvieron locos y ese beso se propulso a lo más agresivo y salvaje de mi ser. Mis labios estaban como locos por marcar a esa mujer, por firmar mi nombre en ella y mi aroma en todo su cuerpo.

–No –insistió, en el momento que me separé de ella para que cogiera aliento. Sin embargo, volví a besarla y no se retiró.

–Sí –rugí contra su boca.

–No –murmuró.

Sus respuestas ya morían, se perdían. Bastaba con que le diera la oportunidad de traicionarse a sí misma, el calor del sexo, la promesa de un buen sexo prometedor para que ella dejara caer todas sus defensas.

–Sí. Vas a dejar esa tontería de nada en el trabajo y someterte a mí de una maldita vez...

Sin previo aviso, Estela me soltó y me empujó, luego me miró perpleja y con los ojos furiosos.

– ¡No!

Antes de que terminara el grito volví apoderarme de ella, con fuerza, tomando sus muñecas con mis manos y arrinconándola contra la pared.Puede que fuera demasiado agresivo, pero con ella eso nunca me parecía suficiente.

La idea de atarla y castigarla, ya no me parecía tan radical para una mujer que te podía arrancar los huevos sin que te dieras cuenta.

Joder. Que fuerza tenía, casi no podía con ella. Maldita sea.

–Como no te estés quieta, está noche te meteré en esa jaula que tanto miedo te da, completamente desnuda y después me meteré yo, en pelotas, te encadenaré a mí y me pasaré toda la noche metiéndotela sin parar.

Ella se tensó.

–Desnudos, encadenados y dándome toda la noche, eso me ha gustado, e incluso puede que estuviera dispuesta a dejarme hacer, pero has tenido que soltar lo de la jaula, y me has enfriado.

–Me cuesta de creer, ratita. Comienzo a conocer esa truncada cabeza y sé, que te encantaría –dije, arrogante, acariciándole al oreja con mi aliento, ella se estremeció por tercera vez–,te encantaría que te encadenara a mí ya esa jaula, con los bazos y las piernas bien abiertas. Te encantaría tenerme dentro de ti para poder controlar el vicio que tienes.

– ¿Vuelves a llamarme ramera?

Negué con la cabeza y sonreí.

–Mal interpretas mis palabras. Te gusta el sexo, a mí también, pero, desde luego que a ti...es demasiado y estoy dispuesto hacer realidad todas tus fantasías.

– ¿Las mías o las tuyas?

Mi sonrisa se amplió. La ratita estaba cabreada, su respiración acelerada ya no era debida al calor del momento, era al cabreo del momento.

–La de ambos. Los dos lo necesitamos.

Me empujó de nuevo con fuerza y evitó que la tocara.

–No, tú necesitas la seguridad de meterte entre mis piernas para obtener mi rendición y la satisfacción de pensar que me posees hasta el límite de poder hacer conmigo lo que te dé la gana. Esa es tu psicótica fantasía, mantenerlo todo bajo tu yugo.

Y su cuerpo, evitando mi cercanía también consiguió cabrearme a mí.

–Estela, eres mía.

Ella apretó los puños y yo, después de comportarme como un auténtico ser superior, le dediqué una mirada airada y constante donde Estela, con claridad, pudiera leer la verdad de mis palabras.

–No se puede poseer a una persona.

–Todo cuanto me rodea es mío, es más, tu aceptaste esa definición la misma noche que aceptaste estar conmigo.

Estela se cruzó de brazos y alzó la barbilla en un gesto que yo conocía bien. Significaba que estaba dispuesta a entablar una lucha conmigo sin miedo al final. Nunca lo pensaba, jamás se detenía a pensar un segundo en sus contestaciones. Puede que me gustara, que adorara ese detalle de ella, pero en ese instante no. La quería a ella, deseaba su cuerpo, enterarme entre sus piernas y dejar claro que era mía y de nadie más.

Ella debía saberlo, acostumbrase y comprenderlo.

¿Por qué lo hacia todo tan difícil?

–Acepté estar contigo, no ser tu esclava.

–Si fueras mi esclava, Estela, ahora estarías; con la falda subida hasta la cintura, a cuatro patas y yo detrás de ti metiéndotela sin piedad. Sin embargo estamos aquí, discutiendo y perdiendo el tiempo.

–Tú haces que perdamos el tiempo. Yo tengo cosas que hacer...

–Cariño, me tienes que hacer a mí.

Insistí en acércame, algo que se convertía en un problema, ella de nuevo me empujó.

–Estate quieto.

–No puedo.

–Déjame...

–Te necesito, y tú me necesitas mucho más. Estás rabiosa y sabes que solo yo sé cómo relajar ese temperamento.

Sus ojos se abrieron incrédulos al tiempo que se frenaba de golpe, del mismo modo que una de mis manos la hubiera detenido.

–No tienes límites, no me respetas, te piensas que porque me he criado en una familia desestructurada, con un adolescente problemático y viviendo milibertad demasiado joven, puedes tomarme como una tonta e inútil mujer a la que puedes manipular a tu antojo. Pues no, tengo más personalidad de la que te crees.

La sola mención de esa palabra me hizo estremecer y sentir como un aire frío me cortaba la respiración, pero oculté la irritación con una sonrisa de lo más diabólica.

–Se la personalidad que tienes –dije, con arrogancia–, como te gusta provocarme con otros hombres y como disfrutas sacándome de mis casillas. Se lo mucho que te gusta que te folleny he visto que no tienes moral para elegir a cualquiera que te anime un rato...

–Estoy contigo y te soy fiel. Completamente fiel, porque no puedo pensar en otro hombre que no seas tú.

Hice un gesto de desdén. En aquel momento ella comenzó a caminar mientras negaba con la cabeza y seguí sus pasos, dándome una vuelta. Cuando la vi detenerse en la puerta, controlé el impulso de tomarla y arrinconarla contra la misma pared. Pero ese comportamiento me estaba cabreando y no me veía muy capaz de controlar mis manos en el cuerpo de esa mujer.

–Por supuesto, no puedes pensar en nadie más –mencioné con sarcasmo–. Todo un halago si fuera verdad.

Tuve la satisfacción de ver a Estela palidecer.

–Dejé a Cody por ti –murmuró, con una nota de voz dolida. Toda una artista, no me podía engañar.

–Y lo valoro, pero, debo decirte que tengo mis dudas con esa relación. ¿Puedo tener la tranquilidad que no me dejarás por otro que te la meta mejor?¿De que no saldrás corriendo en busca de alguien que te de calor cuando yo me vaya de viaje?

–No quiero estar con nadie más...

– ¡Tengo mis putas dudas!

Mi severo grito se clavó dentro de su piel, la vi perder el equilibrio y dar un paso hacia atrás. Bajó la cabeza y tras unos segundos de sumo silencio, la mirada que me dedicó me cortó el aliento.

–Pensaba que confiabas más en mí.

–Es difícil confiaren una mujer que me ha tratado como una mierda siempre y, que cuando conoce a otro hombre, se muestre tan cariñosa.

–Yo no me he mostrado cariñosa con Doug.

¿Qué?

Todo el pesar que me había infundido esa cara, se rompió.Exploté.

– ¡No me jodas! Pero si lo llamas por su nombre de pila. ¿Qué pasa? ¿Te ha mojado las bragas en esos diez minutos que has hablado con él? No me extraña, el viejo es un Casanova. Todo coño que le gusta, consigue llévaselo a la boca. Y tú, por supuesto, estarás encantada de ofrecerle ese jugoso...

– ¡Que te jodan! –gritó enfurecida, descontrolada. Por un segundo pensé que se me echaría encima.

–Por supuesto. Que me jodan a mí, a Doug, a Cody y ati también. Que nos jodan a todos.

–Sabes, ahora sí que te voy a darrazones para pensar mal de mí.

De nuevo se me cortó el aliento, me ahogué y el frío por mi espalda se intensificó tanto, que una pequeña nota de miedo me invadió de repente.

– ¿Q-qué quieres decir?

–Que te vas a enterar. –Estela se dio la vuelta y abrió la puerta del baño, pero antes de salir se detuvo y me miró–. Por cierto, no me esperesdespierto esta noche. Cuando me dé la gana, iré a tu casa.

Y salió corriendo.

No. No. No.

–Estela...Estela. –Salí detrás de ella y la vi al final del largo pasillo–. ¡Estela!

No me hizo ni caso, desapareció. Intenté que los de seguridad la detuvieran en la entrada, pero tardé demasiado y cuando me puse en contacto con el jefe, Estela ya había salido del edificio.

Y entonces comenzó la peor tarde-noche de mi vida. Estela no cogía el teléfono, no estaba en su apartamento, ni en mi casa. No sabía dónde estaba y el miedo, miedo a perderla me consumió con cada hora que pasaba.

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