Capítulo 3
Lo máximo que lo había visto era a uno o dos metros de distancia, pero jamás a diez centímetros de mi cuerpo. Fue terrible. Lo primero que noté fue el calor que desprendía su cuerpo y esa fuerza de magnetismo que me arrolló como un huracán todo el cuerpo, pero después, noté con gran intensidad esa mirada radiante llena de... ¿Ira?
Me bajó la mano con lentitud como si en vez de una peligrosa botella de agua, agarrara un cuchillo de doble filo. No me importó, ni siquiera me molestó. El ardiente tacto, que me quemaba con fuerza me dejó tan inútil que deseé que esa piel se quedara pegada a la mía para toda la vida.
– ¿Crees que podías hacer el favor de calmarte un poco? –ronroneó con mucha educación.
Lo tenía tan cerca que en una aspiración para poder mantener la cordura, su aroma entró con fuerza por mis fosas nasales y la etiqueta que relacionó mi cabeza para distinguir su olor con algún parecido de aromas o de mi lista de fragancias, fue tan desconocido como desconcertante, ya que, me había provocado un ligero mareo y el cuerpo comenzó a cosquillearme como si fuera alérgica a él. Pero de todo, ese era el error más grande que podía pasar por mi cabeza.
Ese hombre se podía convertir en mi enfermedad como en la misma cura. Por desgracia, esa cura se acercaba perversamente a mi cumbre de pecados y la necesidad de sentir algo caliente y duro entre mis piernas. Y mi cabeza parecía encajar esas ambas necesidades con una sola, él, ya que de pronto, mi nuca me empujó hacia delante, como obedeciendo la orden de mi cerebro en necesitar el jarabe de inmediato.
Me di, con la frente contra su pecho, ese cuerpo se tensó y sentí su barbilla chocar contra mi cabeza en un pequeño temblor.
Retírate.
Escuché esa orden fuerte y rebotando por cada capa de mi cabeza, y no supe diferenciar si ese sonido había salido de mí o de él, pero...
Me retiré de inmediato tras el grito que dio mi voz interna al darse cuenta de lo que estaba haciendo, pero su mano continuaba alrededor de mi muñeca, impidiéndome, completamente que me alejara mucho más. Miré esa mano y luego a él de nuevo.
– ¿Crees que podías hacer el favor de devolverme mi mano?– pregunté sin voz. Por suerte la música resonaba fuerte y ese dato no fue tan patético como mi anterior comportamiento.
El desconocido dio un paso hacia delante, tuve que inclinar el cuello para poder mantener su mirada
– ¿Puedo fiarme de ti?
Si sigues acercándote de esa manera... Lo dudo.
Terminé asintiendo con la cabeza, y las rodillas me temblaron cuando él, lentamente sonrió de lado. Mi mano fue liberada con la misma lentitud que un policía quita las esposas de un criminal peligroso. Nada más me vi libre, abrí esa brecha, marcando una distancia entre los dos.
Cuanto más lejos mejor, su aroma aun contaminaba todo mi cuerpo y era un peligro volver a caer en esa sensación de manjar nocturno.
En silencio, el desconocido miró ese gesto y arrugó la frente. Después, al toparse con mi mirada, pude percibir un destello de ira, pero pasó tan fugaz ante él que pereció en mi imaginación como una simple ilusión.
–Este no es tu ambiente ¿verdad?– preguntó con educación, e incluso demasiada.
Que era esto ¿una secta?
– ¿Y qué sabrás tú? No me conoces...
–Ni pretendo hacerlo –interrumpió.
Mi cara de póker podía decir claramente que me había dado un corte de miedo, de esos que te estampan contra una pared cuando un tío bueno, te envía directamente a la mierda. Me recompuse como pude, diciéndome a mí misma que no había tratado de ligar con él en ningún momento, con lo cual, ese corte no era tan terrible como imaginaba -No, era peor-, y alcé el mentón desafiante.
–Ni yo –repuse a la defensiva.
Él, sin embargo, ni se inmutó.
–Por eso te agradecería que abandonaras el local antes de que el circo en el que lo has convertido nos rodeé y paguemos el pato las personas que menos lo merecemos.
– ¿Perdón?– pregunté incrédula.
Cada palabra que salía de su boca era un auténtico puñetazo directo a la boca del estómago.
–Estás perdonada. –Ahora se burlaba, su mirada mostraba que esto le hacía gracia–. Igualmente, insisto. Ya has demostrado lo muy capaz que eres, ahora demuestra un poco de educación, y sal por la puerta con la cabeza alta.
– ¿Me culpas a mí?
Esto era el colmo. Todas las sensaciones que ese hombre me había producido ahora eran ceniza, sí, continuaba sintiendo como mi respiración a veces se cortaba y como mi corazón, desde que él había aparecido no encontraba la forma adecuada de palpitar con el doble latido tranquilo de una persona normal, pero su sentido de etiquetarme, perjudicaba seriamente mi salud y su perfecto físico.
–Por supuesto– respondió tranquilamente y muy seguro de sí mismo–. Es difícil pensar que la culpable sea otra persona en cuanto tú, ya ibas agredir.
Los dientes me castañearon.
–Para tu información, la culpa no ha sido mía.
Al tiempo que lo decía le dediqué una mirada a la morena que se había mantenido callada, observándome con una lustrosa victoria tanto en su mirada como en esa sonrisa. Una neurona revolucionada de mi cerebro me empujó con violencia e insistencia a que se la arrancara de una vez.
Para su suerte, no lo hice.
–Lo dudo, –don ojazos, atrajo de nuevo mi atención sobre él–, y como conozco a los de tu calaña, te volveré a pedir que, abandones el local sino quieres que te saquen a la fuerza.
– ¿Y quién lo va hacer? ¿Tú?
Negó con la cabeza.
–Yo no me rebajaría a tanto por ti, ratita –dijo con arrogancia y señaló, con una lenta mirada a mi derecha.
Seguí la dirección que me mostraba para ver como dos gorilas similares a los cuatro por cuatro que custodiaban la puerta de Marisa, se acercaban con paso firme y gesto serio al círculo que continuaba rodeándonos.
Apreté los puños y me fijé en esos ojos, tratando de mostrarle lo furiosa que estaba.
–Eres un payaso engreído que se ha equivocado de persona, pero tranquilo, tu idiotez es normal tratándose de un niño rico sin sentido de la inteligencia moral.
Di media vuelta, con la barbilla alta y abrí un hueco para pasar por el medio de tanto atontado, pero al segundo paso, noté como me ardía el brazo por sentir unos dedos presionando mi carne y me vi impulsada a gran velocidad por todo el local.
En el momento que me fijaba en la persona que se dedicaba arrastrarme como si fuera menos que una muñeca de trapo, mi voz y todas las quejas que debía pronunciar se atascaron en mi garganta.
Demoledor e impecable pasó por cada cuerpo como si él fuera un ser supremo, y lo más gracioso es que cuando lo veían acercarse, los bailarines se retiraban abriendo pasillos como si de una cremallera se tratara. La misma clientela que se retiraba a un lado para dejarnos pasar, no lo miraban a él, me miraban a mí con preocupación y lástima, como si ese hombre fuera mi novio y yo hubiese cometido una estupidez, algo tan rotundamente loco como para que ahora, esas mentes retorcidas pensaran que iba a recibir un castigo de mi pareja celosa...
No me tengáis compasión, cabrones, la paliza se la va a llevar él.
La mole cabreada que llevaba delante no me soltó cuando salimos, no, continuó avanzando, llamando la atención y atrayendo los mismo síntomas de preocupación sobre mí, en todas las personas que estaban fuera fumando o hablando tranquilamente. Él siguió hacia delante, dejando atrás a la multitud, las luces, los sonidos y los coches, prácticamente dejando atrás a todo ser viviente y sumergiéndose en una zona oscura y peligrosa.
Oh, oh.
Darme cuenta de eso, del detalle de que se alejaba para que nadie pudiera escuchar mis gritos cuando él...
¿Qué tenía pensado hacer conmigo?
La tensión se apretó contra mis costillas y los pulmones se quejaron cortando el paso del aire. Tiré, tratando de frenarlo, y él se giró, miró su mano sobre mi brazo y después mi rostro.
Leer algo en unos rasgos que de por si eran afilados y que ahora se le añadía la poca luz reinante me resultó imposible, pero al menos había conseguido pararlo, aunque, observando el lugar donde estábamos; una especie de jaula metálica llena de arena, prefería mil veces más que continuara. El peligro era tan alto como el reconocer que una parte de mí, se sentía excitada por pensar... Muy mal.
– ¿Acaso tu papi rico no te ha enseñado los modales de cómo tratar a una dama?– pregunté tirando con fuerza de su amarre.
– ¿Tú eres una dama?
–Soy tan dama como tu caballero –dije con la barbilla bien alta. Él ladeó su cabeza y una sonrisa petulante apareció en su boca.
–En ese caso, me parece que los dos somos un auténtico fraude –rasgó, desafiante con una voz helada.
Peligro.
Tiré de nuevo, inútilmente. Ese hombre me sobrepasaba por todos lados y eso que no era como los gorilas del club, pero, para mi desgracia, estaba bien cultivado en la materia de tener un cuerpo bien cuidado. Por lo tanto, y visto lo visto, llevé mi otra mano libre a su muñeca y me encargué de utilizar toda mi fuerza para abrir esos dedos. Otra tontería porque, su mano libre pensó lo mismo y de pronto, me vi en una peor situación cuando, aparte de que mi brazo continuaba bajo su fuerza, el otro fue sometido a lo mismo y sin pretenderlo -todo lo contario-, él me tenía.
Debía de estar al límite porque aun sabiendo las pocas oportunidades que tenía de huir, lo intenté, tiré hacia atrás con masoquismo, porque no se podía llamar de otra manera , provocando que de nuevo, tras recibir el impulso en un efecto rebote, me estrellé contra su pecho.
–No hemos terminado, todavía quiero que te disculpes.
Alcé mi mirada de su pecho a su rostro, sus ojos estaban oscuros y la mandíbula que casi llegaba a mi frente tan tensa como una piedra.
–No... Yo no– me di cuenta de que estaba balbuceando, así que decidí dejarme de rodeos–. Yo no tengo que disculparme con na-nadie.
No.
Del balbuceo había pasado al temblor y todas esas muestras sé expusieron, desgraciadamente, cara él. Con lujo de detalles el desconocido había visto cómo me había temblado el cuerpo, cómo respiraba de una forma ahogada y si se percataba de cómo me latía el corazón, estaba realmente jodida.
–Yo creo que sí –sentenció él con voz firme.
A continuación, soltó la última adquisición de la que se había hecho dueño, se retiró para darse la vuelta con un arte de prepotencia suprema y comenzó a caminar de nuevo, conmigo a rastras detrás de él, y tan dominante como si fuera mi dueño.
– ¿Qué haces? ¿Dónde me llevas?
Tropecé y ni se preocupó en girarse para ver si estaba bien, continuó tirando sin importarle una mierda que al estar subida encima de unos tacones de diez centímetros pudiera comerme la cera por culpa de esos arrebatos repentinos.
–A un lugar más íntimo, no quiero que nadie me vea hablando contigo –pronunció al tiempo que daba otro tirón más.
– ¿Te doy vergüenza?– pregunté ahogando un grito y mirando fijamente el suelo para no caerme.
–Bastante.
El grito esta vez no me molesté en ahogarlo, lo solté espantada.
El muy bastardo.
Puede que me hiciera temblar de pies a cabeza, puede que interrumpiera mi capacidad de pensar, de respirar hasta de menearme, pero mi mente yel reconocimiento básico de saber que me insultaban estaban, al menos al cincuenta y cinco por ciento, así qué no perdía tantas facultades como me creía.
–Tú sinceridad me conmueve– dije al tiempo que miraba rápidamente esa espalda tensa–, pero reconozco que tu comportamiento me asusta– bajé la vista porque tropecé de nuevo, mi captor presionó fuerte e impidió que me cayera, por suerte se dio cuenta del loco paseo al que me estaba obligando y aunque no frenó, bajó el ritmo–, ya que no entiendo qué demonios te impulsa a continuar arrastrándome como si fuera un perro cuando temes que te vean hablando conmigo. Suéltame y...
Me choqué contra su espalda cuando se frenó en seco. Retrocedí torpemente hacia atrás y me di cuenta de que me había liberado.
–Aquí nadie nos verá.
Me había llevado al interior de un callejón sin salida, las fincas que nos rodeaban daban prácticamente a zonas desérticas ya que desde la azotea hasta el suelo el ladrillo era lo único que estaba a la vista en ambas paredes paralelas, al fondo, la misma decoración.
Noté como el abismo de una pequeña punzada de terror me atravesaba la columna vertebrar, y se hizo más profunda al tiempo que él se daba la vuelta y me miraba. Me observó de arriba abajo.
Tragué aire porque ya no me quedaba saliva, todo el interior de mi boca se había secado tanto como un río en el desierto. Retrocedí buscado la luz a mi espalda y nada más notar el calor que desprendía una de las cortinas que alumbraban el suelo, me clavé debajo como si fuera una zona segura. No me importó que la farola se sostuviera sólo a un metro sobre mi cabeza. Prefería achicharrarme el cerebro que esconderme a la sombra con ese hombre.
– ¿De qué quieres hablar?–Para mi sorpresa inicié la conversación con una educación, fría, pero sorprendentemente tranquila.
Impresionante, ¿quién me lo iba a decir?
–De tus modales– dijo fríamente dando un paso hacia delante.
Recapacité lo de huir, pero, lo mejor sería enfrentarme directamente a él, ya estaba harta de que me mangoneara.
– ¿Qué le pasan a mis modales?
–No lo sé, tal vez porque exhalas dulzura por todos tus poros. –Su frente se arrugó, un gesto vital diferente a su voz, y metió tranquilamente las manos en los bolsillos.
– ¿Eso es sarcasmo?
–Deliberado –pronunció con una nota calculada.
–Dime una cosa, de toda mi dulzura, ¿cuál ha sido el cariño que más te ha gustado?
–El momento que has decidido insultarme delante de todo el mundo. –Dio dos pasos más. Ya lo tenía a un metro de distancia–. A mí, nadie me falta el respeto y se va de rositas.
– ¡Sorpresa!– Hice una imitación, con un movimiento de brazos y manos extendidas de bufón de la corte y sonreí con falsedad–. Ya conoces lo que se siente.
–Asumes que has hecho un buen trabajo. –Sacó las manos del bolsillo para cruzarse de brazos y negó con la cabeza en un gesto de incredulidad–. Ratita, te lo tienes muy creído.
Quien fue hablar.
–Miter mundo me da lecciones– bufé–. Impresionante.
Escuché un chasquido, y de pronto, al girarme lo tenía delante de mis morros, sólo nos separaba unos cortos centímetros, una breve separación donde ninguno de los dos nos tocábamos, pero lo sentía pegado contra mí, notaba su calor arrastrarse por todo mi cuerpo, su fuerza rodearme y su aroma llevarme a la locura.
–Canalizas muy mal tu inteligencia –ronroneó ronco, dibujando con su mirada todo mi rostro.
– ¿Qué?
Mis exhalaciones salían en meros susurros, esos labios estaban muy cerca, casi podía sentir su sabor en mi boca, deslizándose por mi lengua con lentitud, y mi imaginación, que lo había descrito como delicioso ya formaba parte de la obligación trazada por mi cabeza para probarlo con desesperación.
Oh, sí. Me moría de ganas por saber si su sabor sería dulce como su mirada o agrio como su carácter.
Él se tensó y esa mandíbula que tenía fija como una diana se endureció.
– ¿Hablo por encima de tu nivel intelectual?– preguntó con una ceja alzada.
Algo hizo clic en mi mente como una estrepitosa canción que lo rompió todo.
Debería parecerme algo sexy, puede que si de su boca la pregunta hubiese salido de otra forma hasta mi excitación habría aumentado pero, estaba clara su mofa; yo era suelo y él me pisaba.
Genial.
–Eres un puto gilipollas –dije como si fuera un halago.
A don perfecto no le sentó nada bien. Todo su cuerpo se tensó y la presión de sus brazos contra los laterales hizo que sus puños se cerraran. Su cabeza bajó ligeramente y su mirada se clavó en mí peligrosamente bajo unas pestañas pesadas.
–Baja el ritmo, zorra, –el insultó fue prolongado intencionadamente y me provocó el tic principal en el ojo que desencadenó el tic completo por el cuerpo–, que te vas a quedar sin expresiones.
Bufé con fuerza, tirando el aire, un aire que estaba cargado de tanta rabia que salió en forma de vaho. Apreté mis puños y el ruido del plástico aplastarse tintineó en mis tímpanos como una mala idea.
Disimuladamente y llevándome mis manos a la espalda, abrí la botella de agua que aún conservaba...
Mala idea... No lo hagas... No estás loca.
Pasé olímpicamente de los consejos que me lanzaba mi cabeza y terminé levantando el brazo por encima de todo él y derramé el agua por su cabeza.
–Pero qué...–pronunció, muy sorprendido.
Se echó para atrás llevándose las manos al cabello y se las miró, antes de que volviera abrir la boca y quejarse, comencé a lanzar el agua como si la botella fuera el mango de un látigo y el agua que salía el cordón de piel.
Al principio blasfemó mientras hacía todo lo posible por esquivar el agua, pero finalmente se dejó mojar. Para mi mala suerte, el agua se terminó antes de que el juego se pusiera divertido.
Tiré la botella al suelo, lejos de nosotros, él miró el lugar de caída durante unos segundos, después observó el daño ocasionado y soltó una maldición. Finalmente levantó la mirada en mi dirección.
No pude deducir mucho, no se leía nada en esa cara completamente vacía.
–Te gusta armarla –dijo, sacudiéndose el agua de su traje de diseño.
–No, precisamente soy más mansa de lo que te crees.
Dejó las manos suspendidas en la zona del cinturón y arrugó la frente, su rostro continuaba tan inexpugnable como antes.
A continuación se dio un silencio terrible. Sus brazos cayeron pesados a sus lados y su pecho se hinchó tomando una intensa bocanada de aire, lo interpreté como un método de autocontrol porque, entonces y después de unos segundos, él por fin me mostró las repercusiones de mi acto.
Estaba acorralada.
Ahora me arrepentía de haber cometido tal locura.
– ¿Enserio?– el sonido de su voz me puso los pelos de punta.
Asentí con fuerza con la cabeza marcando ese sí, él se miró el traje de nuevo y el destrozo quedaba plasmado como una señal de guerra... Dios, me iba a matar, ese hombre estaba que echaba fuego por las orejas.
– ¿En serio eres tan tonto como para preguntarlo?
Pero, ¿por qué le provocaba?
Porque eres tonta.
Pues sí, un poco, porque el terremoto levantó una ceja con puro salvajismo.
–Una lástima, imaginaba que serías otra clase de mujer.
– ¿Qué clase?– pregunté retrocediendo porque, el desconocido daba pasos en mi dirección y la precisión felina se acentuaba en su mirada de una forma peligrosa.
¿Cómo me matará?
–Te definiría como; una loca que apuesta fuerte en imaginar que, al ser una mujer no te tocaría ni un pelo de la cabeza.
Palidecí al ver su expresión. No era la primera vez que estaba sola con un hombre cabreado. Luther tenía muy mala leche y acojonaba cuando se lo proponía, lo había visto como un lobo por defenderme o defenderse a sí mismo, pero esta vez yo era el blanco de esa violencia.
– ¿Piensas golpearme?
Lo miré y evalué a ese hombre en términos del daño físico que podía llegar a infringirme, y el resultado fue; el desconocido podría matar a una persona sólo con un revés de la mano, y alguien como yo, de cincuenta y cinco kilos, debería evitar a toda costa esa mano.
–Si fueras hombre te estrellaría el puño en los morros. –Fue muy sincero.
Tragué saliva y choqué con el peor obstáculo que me podía encontrar, una pared. Ahora me arrepentía de no haber salido corriendo como ya lo hice al verlo en el ascensor, pero dudaba mucho de que alcanzara un salvavidas, aparte de qué; los tacones arruinarían mi salida y él no tardaría en pillarme, tal vez a la tercera zancada...
La garganta se me atascó y sentí un estremecimiento que me golpeó con fuerza la espina dorsal. Había comenzado avanzar hacia delante, en mi dirección como un león acechando a su presa; silencioso, cuidadoso y directo.
–Pero no lo soy –murmuré aterrada, deseando ser Spiderman para subirme por las paredes–. Soy una mujer.
–Por eso te voy a estrellar otra cosa en los morros –amenazó frío como el acero.
Oh, Dios.
– ¿El qué?– murmuré débilmente delatando mi temblor.
Cerró la distancia completamente, en sumo silencio, como si tuviera una estrategia secreta en la mente, una forma de combate y yo me convirtiera en su enemigo.
Mi-mi-mierda.
– ¿E-el qué?– repetí nerviosa, aterrada por esa intimidación.
Me tomó la cabeza entre las manos y me obligó a mirarle.
–Mis labios –sentenció con una voz sacada del infierno.
Inmediatamente se estrelló contra mí, como él había dicho, duro y salvaje, y me besó.
Sentirlo fue aún más grave de lo que me imaginaba. Jamás un hombre con un simple roce había conseguido calentar tanto mi piel, ni Lloyd, después de tantos años había conseguido una entrega así, y darme cuenta de eso bastó para que la sangre volviera a correrme por las venas y me ayudara, en una necesidad básica a abrir los labios impaciente para darle la bienvenida.
Él gruñó y se aplastó contra mí, contra todo mi cuerpo haciendo que me clavara la piedra desigual a mi espalda, después, sin más demoras introdujo su lengua dentro de mi boca y de nuevo, soltó otro gruñido más grave que yo atrapé en mi garganta.
De repente, cuando había conseguido entrar en su brutal beso, él se echó para atrás y el gris de sus ojos fundido como el acero se clavó en mi mirada.
–No. –Una pausa, un juramento, un jadeo ahogado y una mirada penetrante–. No me imaginaba que supieras tan bien –farfulló rabioso por la sorpresa, como si eso no le gustara.
–Bueno, a mí también me ha sorprendido...
Mis palabras murieron cuando sus ojos se abrieron como platos. Retiró esa cárcel que me rodeaba la cara y apoyó sus manos en la pared a mi espalda, después bajó la vista y con la respiración acelerada volvió a maldecir mientras negaba con la cabeza.
– ¡Joder!– repitió–. Esto es una putada... Estoy...– otra pausa, un ligero temblor por su cuerpo y más negación.
Estaba alucinada y no podía quitar la mirada de esa cabeza que caía hacia delante.
Sus manos seguían flanqueándome, una a cada lado de mi cuerpo, las gotas del agua caían por las puntas de su cabello, algunas en su nariz, otras, más perversas en el centro de mi canalillo. Y eso me pareció de lo más erótico y provocador.
Me encontraba en medio de una encrucijada de las graves, y a mí jamás me había sucedido eso. Deseaba salir de ahí y correr como nunca lo había hecho, pero también deseaba que él volviera a besarme, sin embargo, en su estado eso parecía más lejano que pronunciar una palabra.
–Esto no puede estar pasando, –parecía mantener una conversación consigo mismo más que conmigo–. No puedo haberme empalmado contigo –murmuró débilmente como si fuera una desgracia.
Abrí la boca pero sólo conseguí soltar el aire y el cuerpo que había encorvado encima del mío tembló.
Cuando su mirada volvió a cruzarse con la mía, pareció estar observando los rincones más recónditos de mi ser. Me ruboricé sintiendo como ese calor se repartía por toda mi cara hasta las orejas.
– ¿Quién eres?– Eso fue lo único que conseguí decir.
Él sonrió irónicamente. Sus ojos estaban llenos de furia y asqueo.
–Para ti, la mala suerte.
Ah, pues vale, pensé...creo.
Se despegó completamente de mí retrocediendo hacia atrás, luego me dio la espalda y se pasó ambas manos por el pelo deshaciéndoselo.
–Será mejor que te vayas. –Era una sugerencia formulada en una orden seca–. Tus amigas te estarán buscando–. Y eso fue una excusa.
Me tensé por ese cambio de humor repentino. No sabía si me echaba la culpa a mí o se la echaba a él, pero me molestó muchísimo que actuara así, de esa manera. Momentos antes me estaba diciendo que mi sabor le gustaba, hasta que se había excitado, y ahora, me largaba de su lado como si fuera una ramera.
–Vete –repitió con la orden más marcada.
Me tensé como si me hubiera pegado una patada en el estómago. Apreté los puños y me dirigí fuera del callejón, pero al llegar al límite de esa entrada, me frené y lo miré por encima del hombro. No se había movido, continuaba dándome la espalda.
–Sabes una cosa –esperé a que me mirara y nada más lo hizo, alcé el mentón desafiante–, espero no volver a verte en la vida, atontado.
–Yo también lo espero, vagabunda.
Después de esa cruda contestación, me di la vuelta y caminé sin volver mi mirada mientras, sentía mis tripas revolverse y las horribles ganas de partir por la mitad lo primero que se me presentara delante.
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