Capítulo 29
ESTELA
Un fin de semana inolvidable, hasta la noche fue fantástica. Había puesto a prueba a Andreas, en todo. Él me pedía una relación, todavía no lo tenía muy claro, necesitaba una rendición de su parte, una muestra de todo aquello que él decía y esa noche lo volvía a poner a prueba una vez más.
Después de practicar un sexo de miedo.Más omenos había resultado ser: yo montándolo, como una loca -igual que él dijera- y él soltándome tantas guarrerías que me había corridos dos veces antes de que me la metiera dentro.
Era un capullo pero debía reconocer que tenía una buena lengua.
Nos encontrábamos en la cama, yo ya había recuperado el aliento, él tiraba de la sábana para taparnos a ambos, en ese momento decidí levantarme y vestirme. Andreas me miró con ceño.
– ¿Adónde vas?
–A la cama, a dormir –contesté sin interés.
– ¿Por qué no duermes aquí?
–Porque no quiero dormir contigo.
Frunció el ceño.
– ¿Qué? ¿Por qué?
–Por qué, por qué, por qué. Que pesado eres... –me interrumpí porque Andreas había alargado el brazo para atraparme. Me tomó de la muñeca y tiró, me resistí–. Quita, estate quieto.
–Quédate conmigo.
–No.
Conseguí soltarme y Andreas se quedó sentado en medio de la cama, observándome como si fuera un niño pequeño.
–Dime que te impulsa a irte del calor de esta increíble y grande cama. De este formidable hombre.
Sonreí, se había atrevido hacerme pucheros y fue adorable. Controlé el impulso de tirarme encima de él y devorarlo de nuevo, rogarle que me hiciera el amor. No. Me mantuve en mis trece. Necesitaba otra demostración.
–A parte de que me pone los pelos de punta que hables de esa forma, roncas –dije, sin más.
Andreas se tensó.
–Yo no ronco –se defendió y esa carita de niño desapareció.
–Sí que lo haces. Anoche, pensé que vivías al lado de un asentamiento de pruebas del ejército. –Hice un gesto dramático con las manos y luego lo señalé–. Me asusté cuando descubrí que esos sonidos venían de ti.
–Y una mierda.Noronco.
–Tranquilo, nena, eres demasiado perfecto, algún defecto tenías que tener.
El joven muchacho se cruzó de brazos molesto.
– ¿De verdad? –Asentí–. Pues tú te tiras pedos. Yo también me acojoné.
Abrí la boca. Que vengativo tenía que ser pero yo era más.
–Y tú te los tragas...
No pude terminar la frase porque, la cara de póquer que se le quedó Andreas me obligó a soltar una carcajada y partirme por la mitad.
–Que guarra eres.
–No te enfades, Sexyneitor, es una broma.
–Lo mío no.
–Buenas noches.
Le mandé un beso y me fui a mi cuarto. No tardó ni un minuto cuando ya estaba cruzando el umbral. Se metió entre las sábanas, arrastrándose por la cama hasta quedar completamente pegado a mi espalda. No me moví.
– ¿De verdad que ronco?
Sonreí. Había sonado tan dulce que por poco me derrumbo y me giro para ampararlo en un abrazo de consuelo.
–Mmm, no. Duérmete princesita –mencioné sin mucha convicción.
Andreas me rodeó con un brazo y comenzó a buscar mi mano, se la ofrecí y entrelacé mis dedos con los suyos. A cambio recibí un beso en la nuca que me sacó un suspiro.
Un fin de semana sin discusiones, sin atacarnos, sólo sexualmente, por supuesto, y todo había cambiado. Mis sentimientos se establecían con peligro por todo mi cuerpo. Lo anhelaba con cada suspiro, mis ojos no podían retirarse de su cuerpo, de su rostro y me sentía dichosa de cada sonrisa que me dedicaba, de cada mirada furtiva llena de deseo que me hacía y cada roce de su cuerpo o de sus labios.
Provocaba emociones tan fuertes en mí que sentía ganas de llorar. Era tan feliz que casi sentí miedo de tenerlo ahora mismo detrás de mí. Temí perder aquello que comenzaba amenazar a mi corazón en conquistarlo como un rey un imperio.
–Ratita, odio esos apelativos, ¿no puedes buscar otro?
Me sobresalté, él lo notó y su brazo se presionó más fuerte haciendo que me fundiera con su cuerpo. Tragué saliva y escondí mis sentimientos. Él no podía notar lo mucho que me afectaba, no al menos hasta que sufriera los mismos sentimientos que yo.
– ¿Qué te parece Hércules?
–No.
– ¿Nenita?
Bufó. De nuevo me estremecí al sentir su aliento.
–No –contestó, y volvió a darme otro beso en la cabeza, uno más largo, más intenso y más fuerte.
– ¿Sexyneitor? –continué, tratando sobre todo en disimular mi estado vulnerable.
–No. Y ¿de dónde sacaste ese?
–De la oficina. Las mujeres te llamas así.
Soltó un suspiro acompañado de una risa leve que me levantó el cabello e hizo que se me erizara el cabello.
– ¿Qué dices? ¿Por qué? –preguntó, y sentí la risa en su voz.
–Por lo bueno que estás. Creen que eres una fiera en la cama. Que arrasas con todo lo que se te cruza por delante.
– ¿En serio? –peguntó un poco molesto.
–Lo eres –admití.
Y lo aseguraba con sangre si hiciera falta. Andreas era una maquina sexual.
–Impresionante –pronunció con sarcasmo–. Odio que me juzguen por unos errores que cometí en el pasado.
– ¿En el pasado? –Recordé lo que su padre me había contado en la entrevista sobre el despido acelerado de sus secretarias y quise reírme–. ¿Cuántas secretarias has jodido laboralmente?
Andreas se tensó y sentí como su cuerpo se movía inquieto detrás de mí.
–Vale, olvídate de esa definición –esquivó el tema de forma radical–, preferiría un apelativo que solo compartamos los dos.
Lo acepté, tampoco me apetecía saber cuántas mujeres habían disfrutado de la sala de reuniones ni de su despacho, la verdad es que de sólo imaginarlo me estaba poniendo enferma.
De repente me entró la necesidad de practicar sexo con él, como una leona en la mesa de su despacho, ser embestida y marcada en la alfombra y correrme a tope en el sofá. Sí, marcar el territorio de todas las esquinas de su despacho con mi esencia para que únicamente yo, estuviera a su alrededor.
–Y ¿Mala suerte? –continué, olvidando el tema completamente.
Andreas se relajó.
–Está claro que ese apodo ya no me pega.
Fanfarrón.
Pensé otras opciones, otros nombres pero lo que me quedaban eran insultos y las palabras ofensivas se habían quedado atrás, en nuestra tregua del jacuzzi. Mis labios se alargaron al recordar la noche.
Me había parecido un sueño, es más, fue tan distinto e intenso que unas cuantas lágrimas de felicidad cayeron de mis ojos al tiempo que alcanzaba el primer orgasmo, el segundo, tan fuerte y fascinante como el primero, también consiguió derrumbarme, pero el sueño escondió esa dicha.
Suspiré.
–Bien, pues ya se me ocurrirá algo –mencioné sin fuerzas.
– ¿Qué tal;maquina?
Sonreí. Menudo cabrón, que creído se lo tenía.
–No.
– ¿Y,mi amo?
¿Qué?
–Menos.
–Pues...
– ¿Vas a seguir así toda la noche? –interrumpí soltando un bostezo.
–No, si va a perjudicarme.
–Va a perjudicarte.
Se me cerraban los ojos. Realmente estaba sumamente agotada.
–Me callo.
–Buenas noches, Andreas.
Noté la presión de su cuerpo, más pegado al mío y entonces me dio un beso debajo de la oreja.
–Buenas noches...Estela –susurró contra mi oído.
Prueba superada...
Hasta unos días después.
La nevera continuaba tan vacía como el día que entré dentro de su casa. Le dije de ir a comprar, me ofrecí, pero él insistió en que se encargaría. Bien, tres días después, la cosa continuaba igual. Así pues,aproveché el miércoles, que salía pronto y fui a su despacho.
–Necesito tu coche –dije sin más.
Andreas levantó la cabeza de los papeles que tenía delante y me miró con ceño.
– ¿Para qué?
Respiré después del impacto de esa mirada gris, y recuperé la conciencia para continuar hablando.
–Para comprar –carraspeé–. No tengo coche y voy hacer una súper compra. Tu nevera me da pena, la pobre se ha puesto a llorar conmigo esta mañana. Está desolada.
Frunció el ceño y sonrió de lado.
Me lo comería. Era tan delicioso ver esos gestos coquetos en su rostro que sentía como se me mojaban las bragas.
–Vale, ¿quieres mi coche?
–Sí, eso acabo de pedirte.
Tomándose todo el tiempo del mundo se levantó, caminó hasta el enorme ventanal que daba al pasillo de las oficinas y cerró las persianas venecianas. Fruncí el ceño; confundida, no sabía qué demonios pretendía. Se frenó delante de mí y con los ojos entrecerrados se cruzó de brazos.
–Ábrete la camisa –ordenó.
Mis ojos se abrieron como platos.
– ¿Qué?
–Que si quieres las llaves de mi coche, ábrete la camisa.
Me quedé tan estupefacta que tardé unos segundos en comprender lo que me acababa de decir, y la sorpresa fue total.
–Eso es acoso laboral.
–No, cariño, eso es pedir un poco de atención de mi chica. La mujer que no quiere que me acerque a ella en el trabajo.
–No quiero que me despidan.
– ¿Te has dado cuenta de que soy yo quien te paga?
–Es tu padre...
–Ratita, ¿quieres el coche o no?
Respiré y apreté los puños.
– ¿La camisa a cambio de las llaves?
–Esa es mi oferta.
Al ver el brillo divertido en los ojos de Andreas me pregunté; cómo demonios conseguía pasar de ser un hombre implacable de negocios a ser alguien tan juguetón y salvaje cuando se trataba de sexo.
–Eres un cabrón.
Andreas se encogió de hombros y se acercó un poco más a mí con gesto intimidatorio. Olía a perfume caro y ropa nueva. Era como un furgón de seguridad lleno de erotismo, lujos, oro y corazones rotos de mujeres.
–No, soy un buen negociante, y que sepas que siempre consigo el contrato que deseo. Soy el mejor en mi campo –presumió con su alter ego.
–Yo no soy un negocio.
–Pero en este momento tenemos un negocio entre manos.
Una ardiente llamarada de excitación atravesó mi cuerpo al ver el deseo en los ojos de él.
Ya sabía mi opinión sobre mostrarnos cariñosos en la empresa, pero en ese momento estaba más que cariñosa y muy mojada. ¿Qué daño podía hacerme jugar un rato?
Pero eso sí, a mí manera.
Lo miré por encima del hombro con gesto altivo y muy descarado.
Te vas a enterar.
– ¿Quieres que utilice mi cuerpo como moneda de cambio? –pregunté.
–Eso quiero, sí.
– ¿Quieres ver lo que escondo debajo de mi camisa?
–Cariño, me encantaría.
Ese tono de voz, ronco y enfermizo me arrasó como una ola de calor.
Conteniendo una sonrisa me llevé los dedos a la camisa y comencé a desabrocharme los botones, con mucha lentitud.
–Caliente, caliente –murmuró Andreas, sin dejar de mirar mis movimientos.
Muy caliente.
Jugaba con fuego, lo sé, pero me encantaba cuando le pegaban sus puntazos dominantes.
Me tomé mi tiempo con cada botón, provocando la alteración en su respiración y en el movimiento de sus puños. Se controlaba por no arrancarme la camisa. Terminé y, agarrando las solapas la abrí dejando al descubierto un sujetador de encaje negro a conjunto con la camisa.
–Te he dicho lo muy sexy que me resulta tú ropa interior, ratita.
–Continuamente, y ahora, ¿me das las llaves?
Sus ojos, con las pupilas dilatadas se arrastraron por mi escote, el cuello y terminaron en mi mirada. Se habían oscurecido mucho más.
–Te mereces las llaves, pero...ahora supongo que querrás el mando de la puerta de la entrada...
–No me jodas.
Andreas levantó una ceja.
–Quítate el sujetador –ordenó de forma cortante.
La suave piel de mis pechos se erizó bajo el encaje, y juro que mis pezones se estiraron hacia delante de forma provocativamente dolorosa.
Sonreí y negué con la cabeza al tiempo que acariciaba la aureola de los pezones por encima de la tela.
–Estoy muy duro, cariño, no hagas que te arranque esa pieza yo mismo.
–Olvídalo.
–Una lástima que pienses así. –Sacó las llaves del bolsillo y, con exagerada inocencia, las balanceó en sus dedos.
Alargué el brazo para arrebatarle las llaves, Andreas, más listo y con unos reflejos de miedo, se retiró a tiempo. Luego sonrió diabólicamente y ladeó su cabeza.
–Mala idea. No me provoques.
–Dame las llaves y verás cómo me estoy quieta.
Su sonrisa se amplió más.
–Tú o yo, tú decides, pero si haces lo que te digo, no resultaras gravemente herida. –El ronco susurró de Andreas no era amenazador, pero hizo que me pusiera a temblar.
Sonreí, o lo intenté. En dos movimientos me desprendí del sujetador dejando en libertad mis pechos. Él contuvo el aliento y un músculo de su cuello saltó frenéticamente tirando de su piel.
–Dan ganas de comérselas.
Ese cumplido me hizo sentir la mujer más hermosa del mundo.
– ¿Suficiente? –pregunté ronca.
Me miró de golpe a los ojos. Su expresión me dejó completamente quieta, ardiendo y sin respiración.
–Más que eso. Te mereces el putoparking entero.
En dos pasos me tomó entre sus brazos. Bajó la cabeza con rapidez y me cubrió la boca con la suya. Se dedicó por completo a torturar mis labios con hambre, estaba famélico, ansioso por arrancarme la débil piel de esa carne.
Me centré en su respiración; tan acelerada como la mía.En los ruidos que emitía; un idioma de otro planeta. Cómo contraía los músculos; tensos, blandos y calientes, como los míos. Y en su aroma; embriagador, un deseo afrodisíaco que me volvió loca.
Se retiró y con la respiración agitada me observó durante unos segundos.
–Creo que te sobra ropa.
–No quiero las llaves del maldito edificio entero...
Su boca me cortó, pero no se mantuvo mucho tiempo allí. Su lengua me recorrió la mandíbula y fue bajando por la columna de mi cuello al paso que me quitaba la camisa y el sujetador, ambas prendas se deslizaron por mis brazos hasta caer al suelo.
Sentí como se me aceleraba el pulso, se me contraria la respiración y cómo se me enrojecía la piel bajo su tacto. Andreas continuó hasta tomar en sus labios un pezón.
Comenzó a lamer, morder y jugar con ese botón. Caí contra la puerta y cerré los ojos. Sus manos se deslizaron por el interior de mi falda y sus dedos no tardaron en encontrar la humedad que escondía. Es más, Andreas soltó un rugido atroz en el momento de descubrirla y sin perder tiempo, introdujo dos dedos en mi interior.
–Sí... ¡Oh, sí! –rugió.
Sí, sí.
Me agarré a sus hombros y abrí mis piernas para facilitarle la penetración...
De repente, noté un golpe a mi espalda y un violento movimiento que me empujaba contra el cuerpo de Andreas. Parpadeé confundida, Andreas dejó de tocarme y miró sobre mi hombro, la puerta.
De nuevo, otro golpe y otra sacudida. Hacia delante y caída. Entonces lo comprendí: alguien intentaba abrir la puerta.
–Mierda–masculló Andreas, frustrado.
– ¿Andreas? –Era una voz masculina, pero exactamente no pude diferenciarla porque continuaba sumida en el deseo.
–Mierda–repitió, irritado.
– ¿Q-qué? –murmuré.
Dieron otro golpe, y ese último me espabiló del todo.
–Maldita sea. –Andreas se retiró de encima de mí y sostuvo la puerta con fuerza–. Vístete.
–Andreas –repitió el hombre al otro lado–. ¿Qué pasa...? Pero...
Los golpes y las maldiciones no cesaron al otro lado. Me abroché, con dedos temblorosos el sujetador y cogí la camisa del suelo.
–Date prisa, Estela –ordenó entre dientes.
Le regalé mi más envenenada miradamientras me abrochaba cada botón con rapidez. Él y sus malditos juegos, ahora no estaríamos en esa situación si el riego sanguíneo le llegara un poco al cerebro, pero por lo visto eso era, últimamente, un milagro.
–Es culpa tuya –dije.
Andreas me dedicó una mirada de desdén y cuando se aseguró de que mis pintas eran lo más decentes posibles, abrió la puerta.
Un hombre alto, atractivo y atlético cruzó el umbral. Me quedé embobada mirándolo porque me resultó de lo más familiar, aparte de que, no estaba nada mal. Era sexy con un toque perverso en su mirada y el cabello, casi rapado le daba un aspecto de malote total.
– ¿Qué haces aquí? –exigió saberAndreas, con tono helado.
–Hola, ¡he! –espetó el recién llegado–. ¿Se puede saber qué...?
El desconocido se interrumpió al dar conmigo. Me miró de arriba abajo, cuando terminó en mi mirada sonrió.
–Ella es Estela Nyven –presentó Andreas, luego me miró–. Él es mi hermano Leon.
¡Ah! Por eso me resultaba familiar, por el parecido, sólo que Leon era unos pocos años mayor que Andreas.
–Encantado –dijo Leon, ofreciéndome la mano. La estreché–. He oído hablar mucho de ti.
Fruncí el ceño.
– ¿En serio?
Él asintió y continuó con esa amable sonrisa en sus labios.
–Mi padre dice que eres la mejor adquisición en mucho tiempo. Y eso es todo un mérito. –Me ruboricé–. Para Víctor, encontrar a una secretaria que le guste es tan difícil como encontrar una aguja en un pajar. Sofía lleva tanto tiempo en la empresa que prácticamente es más familia que empleada.
– ¿Qué haces aquí? –interrumpió Andreas, de nuevo, con un tono frío.
Vaya, Sexyneitor todavía continuaba cabreado, y estaba claro el por qué. El bulto de sus pantalones era muy evidente.
–Amapola me ha enviado a buscarte por si no recordabas que tenemos que ir a comprar el regalo para el cumpleaños de Irene.
–Lo recordaba. Es imposible olvidar tal cosa. Dante me ha llamado esta mañana para refrescarme la memoria. Me parece increíble, esa niña no cumplirá dos años hasta de aquí un mes y ya me estáis...
–Hacen todo eso para que no organices ningún viaje.
Andreas, se pasó lamano por el pelo, retirándoselo hacia atrás y soltó un largo suspiro.
–Se cuándo cumple años mi sobrina.
Di un paso adelante, de pronto me sentí incómoda. Era un asunto familiar y mi presencia ahí sobradaba.
Carraspeé y los dos hombres me miraron, Andreas, incluso me miró sorprendido, como si ni siquiera se hubiera percatado de que aún estaba ahí. Ese gesto me bajó el calentón de golpe, sin embargo, supe escurrir el bulto antes de que se marcara en mi rostro cualquier síntoma decepcionante.
Plasmé un rostro educado, casi ficticio y, con educación me dirigí a mi jefe.
–Señor Divoua, si no quiere nada más de mí...
–Claro, puedes irte, Estela.
Sonreí y miré a Leon.
–Ha sido un placer.
–Igualmente –respondió con amabilidad.
Con la vista bajá salí del despacho. Me acompañó una extraña mala sensación que se repartía por toda mi espina dorsal. Sacudí al cabeza e intenté alejar esos malos pensamientos. Continué caminando hasta que alguien me frenó.
–Estela, –me volví y me topé con él, sonriendo perezosamente y con las llaves colgando de sus dedos–, se te olvidaba.
Avancé y alargué el brazo, tomé las llaves.
–Gracias.
Andreas, de repente, me tomó del brazo y de un tirón me pegó a su cuerpo, luego apoyó su boca contra mi oreja y me soltó el aliento. Temblé de pies a cabeza.
–Te has salvado, ratita, pero no por mucho tiempo. No tardes o iré a buscarte y seré letal.
Luego, para mi sorpresa se inclinó y me dio un beso, allí mismo. Me paralicé, él sonrió y se alejó. Tragué saliva y para mi alivio no nos había visto nadie... Menos su hermano, que con una sonrisa de oreja a oreja meneó su mano, despidiéndose de nuevo, antes de entrar en el despacho.
Dios, Andreas...
Bajé al sótano con una sonrisa tonta en los labios, una sonrisa que se amplió al ver ese precioso coche plateado, un Mercedes SLS AMG, el problema es que, las llaves que Andreas me había dado no abrieron ese coche, es más, el sonido del interruptor al abrirse el desbloqueo, sonó a mi espalda, y el coche era un Land Rover dorado, muy bonito y excepcional como el otro, sólo que... no tenía el potencial del exuberante deportivo.
Andreas, no se fiaba. Igualmente me dio igual, al montar en el dorado, lo que vi ante mí, esos cambios a su gusto, me llenó de ánimo.
Mi buen humor desapreciócuando en mi móvil parpadeó el nombre de Luther.
No.
No lo pensé muy bien, y antes de darme cuenta de lo que hacía, descolgué. La voz estrepitosa de Luther se coló en mis tímpanos como el sonido irritante de un cuchillo de metal contra la cerámica de un plato. Casi me sangran los oídos.
–Cálmate, Luther. No entiendo nada de lo que me dices.
Mi hermano dejó de balbucear y escuché como tomaba una larga y profunda respiración.
– ¿Dónde estás? –preguntó calmado, pero nada lejos de la verdad.Me lo podía imaginar; con los puños cerrados y el labio inferior temblando. Mi hermano se controlaba.
–En el supermercado.
– ¿Con quién estás? –Y el tono subía.
–Ahora mismo sola.
– ¡No me tomes el pelo!
Y ahí estaba el Luther histérico y controlador que yo conocía. Lo malo es que no comprendía a que se refería.
–Sé que estás enfadado porque no te he llamado. Lo siento, Luther.Han surgido unos problemas...
– ¿Quién es el hombre con el que te estás viendo?
Varios impulsos se quedaron atascados por el camino. El paquete de arroz voló de mis manos al suelo y las luces sobre mi cabeza parpadearon.
Sólo llevaba con Andreas una semana. Una única semana y mi seguridad en informar a terceros fue breve. Poca gente lo sabía, porque con poca gente me había cruzado, y era imposible que una foto mía con Andreas revistiera alguna revista. Ni de coña. Andreas era del todo muy celoso de su intimidad y prácticamente no habíamos salido de casa. Así que...
– ¿Cómo lo sabes? –exigí en voz alta.
–Eso no viene al caso. Dime quien es él –exigió con autoridad.
Pensé en Samanta pero a la vez me dije que era imposible que ella me hubiera traicionado de esa forma...Sienna.
– ¡Estela! –insistió, con un grito que me puso los pelos de punta.
–Se llama... –Me interrumpí. No podía decirle quien era, tampoco negar nada, debía decir algo y lo primero que salió de mi boca, fue una mentira–; Luc...Luc Dipper.
– ¿Es tu novio?
Mmm...
–Más o menos.
–Quiero conocerlo.
Mierda.
La alarma saltó por mi cabeza con fuerza.
–No es unabuena idea...
–Estela, no lo estaba preguntando. Quiero conocer a ese tío. Si no lo traes tú, iré yo.
Insoportable, muy insoportable.
Porque era su hermana, sino, hacía tiempo que lo hubiera enviado a la mierda.
–Vale, pero ahora está fuera...de viaje...
–Pues nada más venga –interrumpió.
Por favor, era insufrible.
–De acuerdo.
–Y haz el favor y llámame.
Colgué al mismo tiempo que sentí la jaqueca.
Había ganado tiempo, un poco. Luther era muy persistente y era capaz de ir él mismo a conocer a mi novio.
Maldita sea. ¿Por qué me metía en estos problemas?
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