Capítulo 26
ANDREAS
Necesitaba un respiro y acepté la idea de salir a comprar algo para la cena, aunque todavía quedaba parte de la pizza que había pedido. Estela, prácticamente no había probado bocado y durante la comida, después del bestial sexo que habíamos practicado, casi no me había mirado a la cara, y me lo merecía.
Pero, ¿qué podía hacer?
Había mostrado unos celos patéticos, después mi forma de someterla...Sí, estaba celoso, odiaba la idea de que se viera con Cody, pero ella no era mía. No era quien para exigirle nada.
No obstante, al ver el pasotismo que me dedicaba me sentí rabioso. Tuve que controlar los impulsos que me dieron por zarandearla, por pedirle perdón, por volver a someterla, flaquear ese cuerpo con mis caricias...
Maldita mi suerte, me estaba volviendo loco, un maldito maniaco que no podía dejar de pensar en ella, de desear volver a penetrarla y besar sus labios. Me moría de ganas.
Y aun así, no hice nada de todo aquello que me rondaba la cabeza, y me costó lo mío, ya que a paso que se sucedían las horas, todo se complicó.
El problema es que, a media tarde, decidió ponerse cómoda y ese pantaloncito a conjunto con la camiseta de tirantes que desvelaba unos pezones erectos, alteró mi postura y mis ganas de volver a montarla como una caballo desbocado.
Con lo cual, la mejor opción y antes de que fuera demasiado tarde, me largué, me arreglé la entrepierna en el ascensor y ahora estaba en la barra del mexicano que había cerca de mi casa esperando nuestra cena con el tercer wiski en la mano.
Genial. Casi recé porque tardaran una eternidad en preparar mi pedido, y por suerte, cosa que no, mis platos estaban listos antes de lo normal.
Bendita suerte. Estaba claro que hoy no era mi día o que mi destino apuntaba a la realidad que yo intentaba retrasar. Volverme loco de deseo por ella.
Me tenía que enfrentar, tarde o temprano a ella y a mis sentimientos por Estela.
No tenía muy claro lo que sentía, tan solo ese rasgo posesivo y descontrolado que me empujaba una vez detrás de otra a ella, esa necesidad incompleta y que nunca se satisfacía, quería más, y más. No me cansaba. Y estaba claro que, no podía verla con otro. Eso ya era algo, fuerte pero no amor. Sabía reconocer el amor y no era lo que palpitaba en mi corazón.
Con una tercera bocanada, casi interminable, entré en casa. Encontrarla no me resultó difícil, en ese momento se incorporaba en el sofá y me miraba sin sentimientos.
–Ya estás aquí –dijo, sin mucho interés.
Lo he intentado todo, pero hoy no es mi día, pensé al sentir las pocas ganas que tenía de verme la cara.
En la tele, Estela tenía puesto un programa de bricolaje, parecía que el presentador mostraba paso a paso como construir una especie de cajonera pequeña. Dejé las bolsas encima de la barra central de la cocina y me acerqué a ella.
–Al final he traído burritos, fajitas de pollo y nachos.Espero que tengas hambre...
–La verdad es que... –se interrumpió.
Levanté una ceja y me crucé de brazos.
– ¿No tienes hambre? –pregunté con un bufido. Estela se tensó.
–Sí que tengo, es lo que iba a decir, pero como no dejas hablar...
–Te has interrumpido tú sola. Yo no he dicho nada.
–Para no decir nada me has vuelto a interrumpir –se quejó, y el fuego ardió en su mirada.
Dejé caer mis brazos y me hundí de hombros. Esto no es lo que tenía planeado, puede que fuera hora de relajarme un poco. Estela estaba a la defensiva, todavía cabreada y puede que fuera culpa mía.
No debí salir de la habitación con tanta prisa, pero mis sentimientos me estaban dando por saco y lo preferí antes de cometer el error de pasar mi brazo por esa cintura y pegar su cuerpo al mío.
No podía mostrar debilidad ante esa mujer, ante una mujer que parecía tener tantos hombres como yo números de teléfono.
–Lo siento –dije–, ¿qué querías decir?
Alzó el mentón y se levantó del sofá. La imagen de esos pantalones comenzó hacer estragos por debajo de mi cintura.
–Que me encantan las fajitas. Por suerte esta vez has acertado, la mierda de pizza que has pedido no había forma de tragársela.
Pasó por mi lado, como si nada, altiva y descarada. Bien, la ratita quería fiesta.
–Si no te gustaba, podías haberla pedido tú.
–No me has dado tiempo, pero a la próxima espero que te quede claro y al menos tengas la cortesía de preguntar por mis gustos.
Me quedé sin palabras, pero no por la ofensa, fue el hecho de comprender que no sabía nada de ella. Puede que comprendiera su cuerpo, que acertara a la hora de darle placer. También que le encantaba discutir y soltar tacos a punta pala, y los colores llamativos al recordar cómo había decorado su piso, pero de lo normal...nada.
Sentí una inmensa curiosidad por saber más.
–Tal vez sería bueno que me indicaras que te gusta...
–No.
Bien, pues tendría que saber más de ella otro día. Hoy Estela no estaba de humor.
– ¿Puedes poner la mesa? Voy a cambiarme de ropa.
No contestó, simplemente se encogió de hombros, después, comenzó a sacar los envases de plástico de las bolsas. Entré en mi habitación y me puse uno de los pijamas más anchos que tenía. Debía esconder esa erección como fuera.
Al salir, Estela ya estaba sentada en uno de los taburetes altos. Me miró solo unos segundos, los suficientes para que notara esa pupila dilatada, y clavó los ojos en el plato que tenía delante.
– ¿Te gusta? –pregunté, nada más llegué a su lado. Estela me había esperado antes de empezar. Pero una de sus fajitas ya estaba preparada en su plato.
–Aun no la he probado.
–Come –ordené.
Con chulería cogió la fajita y se la llevó a la boca, tras su función de comer algo alargado quise meter mis dedos en su cuerpo para comprobar si ella se había excitado tanto como yo. Mordió lentamente sin retirar sus ojos de los míos y me arrepentí de haber observado tan detenidamente esa boca atacando la comida.
Tragué saliva y me acomodé mejor en el taburete, tratando de esconder y retirar la erección.
–Y bien –me aclaré la garganta y continué–; ¿te gusta?
Esperó a tragar y asintió con la cabeza.
Cada segundo me matas más...
– ¿Prefieres vino, agua o un refresco? –insistí, mientras me dirigía a la nevera, sin embargo, había una cerveza al lado de mi plato. Ella ya la había sacado.
–Solo tienes cervezas y vino, así que me he servido agua del grifo.
Fruncí el ceño.
– ¿No había agua en la nevera?
Realmente no sabía lo que escondía mi nevera, sí que era cierto que solo la utilizaba para la bebida. Para comer utilizaba las fiambreras que Leon preparaba, mi hermano tenía un arte para la cocina, y si no, solía comer fuera, que eso era de lo más rutinario. Por eso no me sorprendió la respuesta de Estela, como tampoco me ofendió.
–A parte de todas las botellas de alcohol y telarañas. No.
Sonreí y me senté delante de ella.
–Mañana iré al súper...
–No lo hagas por mí –interrumpió pero no me miró–. Déjame una lista e iré yo misma. Conozco un mercado con comida fresca y buena.
Si estuviéramos en el Polo Norte, esa mujer, con su afilada voz lo hubiera derretido. En si no era el tono, era el sentimiento que le había puesto a sus palabras; duro, frío y rencoroso.
Genial.
–Puedes dejar a tu doble, la arpía a un lado y manteneruna amistosa conversación conmigo. No te estoy atacando.
– ¿Para qué?
–Para conocernos. Para hablar como dos personas adultas que comparten una cena.
Durante un largo segundo me miró, sus ojos se pusieron en los míos estudiando mis gestos, impasible no le mostré nada, pero tampoco escondí lo que en ese momento sentía y era que necesitaba conectar con ella, que realmente me apetecía hablar.
–No me interesa –respondió secamente y continuó comiendo.
Me fascinaba la rapidez con la quese recuperaba. Momentos antes estaba desinteresada y ahora parecía cabreada.
–Sabes, a veces no te entiendo cuando te enfadas.
Se detuvo abruptamente, quieta y supe, antes de que levantara su rostro que la bomba estaba a punto de reventar.
–No lo estoy.
– ¿Entonces?
–No quiero que te hagas una idea equivocada como: ponernos en plan buenos amigos por unos polvos.
– ¿Polvos?
La fajita que se estaba comiendo se quedó en el aire, muy cerca de su boca.
–Eso es lo que opinas.
–No opino que solo te hecho polvos, opino...
Su móvil comenzó a sonar y controlé el impulso de tomarlo de su lado y estamparlo contra la pared. Por suerte para ella, lo cogió a tiempo, pero no se lo puso en la oreja. Era un mensaje.
Leyó en la pantalla y frunció el ceño, después, pasó el dedo por ella y sonrió. Me tensé y la ola de malas sensaciones se expandió por mi cuerpo como un veneno.
– ¿Quién es? –pregunté repentinamente.
–Cody.
Claro que sí. Ese mierdecilla presentía mis momentos con ella. Cody, sin pretenderlo se metía dentro como una maldita mosca, molestando y jodiendo.
Estela, con la vista fija en la pantalla comenzó a traquetear con el móvil. La sensación fue en aumento y se acopló, como una sanguijuela el sentimiento de los celos.
– ¿Qué haces? –espeté.
–Quedar con él para mañana...
– ¿Es una broma?
El cuchillo que tenía en mi mano se clavó en la palma y mi rostro reflejó la rabia que ardía en mi voz. Ella me miró con los ojos entornados.
–No.
Tragué saliva; de repente sentí una gran presión en el pecho. Sin embargo, encontré la forma adecuada de controlarme y no clavar ese cuchillo en su delicada piel. Tomé una intensa bocanada de aire y hablé con mi estilo pertinente de carácter educado pero autoritario.
–Después de lo que ha pasado hace unas horas, ¿piensas quedar con él?
–Sí.
Esto ya era el puto colmo.
Joder.
Entre su discurso anterior sobre los polvos, y esto, comenzaba a sospechar que esa mujer me utilizaba.Por supuesto, era lo que había querido hacer desde un principio, pero si mi pene, loco por tomar lo que quería no se hubiera metido en mi forma de pensar, puede que hasta le hubiera salido bien, es más, me la imaginaba con una sonrisa de victoria en la boca y yo, con un terrible e inaguantable dolor testicular.
No obstante, el raciocinio de mi cabeza estaba en mi contra. No quería que estuviera con nadie más, no quería que se acostara con otros hombres, ni siquiera quería que quedara a solas con otros y ese sentimiento era tan abrumador que me dejaba sin aliento. Y era aterrador, porque si tenía que ser sincero conmigo mismo, ella podía destrozarme la vida.
Joder.
¿Qué me sucedía...?
–Te prohíbo que quedes con él.
Ella abrió mucho los ojos y también la boca asombrada. No era la primera vez que le dejaba muda, pero sí la primera vez que aparte de dejarle así, la dejaba petrificada.
Y entonces me di cuenta: otra vez sacaba mi lado celoso.
Joder.
–Tú no me prohíbes una mierda.
Dejé el cuchillo en la mesa y apoyé los codos. Con intención y descaro me vencí hacia delante sin quitarle la mirada de encima.
–Tienes mi polla para cuando quieras –dije con voz socarrona–. Estoy disponible las veinticuatro horas. Sólo tienes que pedirlo–. E incluso llegué a mostrarme generoso con un rostro falsamente cariñoso–. De verdad, por muy cansado que esté, te puedo esperar sentado en el sofá, tú únicamente tienes que ponerte a cuatro patas y chupármela. No le hago ascos a nada.
Su rostro adquirió el tono ruborizado que reflejaba lo furiosa que estaba.
– Ya te gustaría a ti que me la metiera en la boca –farfulló con la respiración acelerada.
–Sé que te complacería de la misma forma, ratita.
–Eres un capullo.
Me mostré, dramáticamente ofendido.
– ¿Capullo? Pero si soy generoso. Estoy dispuesto a ponerte de cara, con tu mejilla aplastada contra el cristal en la mesa de mi despacho y metértela por detrás, de una embestida, seguro que tu culo no se queja.
Saltó de un brinco y tiró el taburete al suelo. Su furia estaba en todo lo alto pero la mía, no se quedaba corta.
– ¡Que te den por el culo a ti y te lo revienten!
Se volvió y salió disparada por el pasillo. Escuché el atronador portazo que dio al cerrar la puerta de su habitación.
Un millón de pensamientos cruzaron por mi mente en ese precioso segundo. No era natural ni sano. No podía seguir así. Tenía que seguir adelante o parar. Obedecer mis instintos o retenerlos y olvidarlos, algo que parecía completamente nulo.
Cerré los ojos mientras me retiraba el pelo de la cara con un bufido de frustración, pero la imagen de Estela haciendo la maleta de nuevo se presentó en mi cabeza. No.
No importaba cuánto intentara engañarme, yo sabía lo que quería, lo que necesitaba. No podía dejarla ir.
Llegué a su habitación y abrí esa puerta con una fuerza desmesurada. El metal chocó contra la pared y ella, que estaba en medio de la habitación dio un brinco y me miró con los ojos abiertos.
–Déjame en paz.
– ¡No puedes decir algo como eso y después esperar que te deje ir sin más!
– ¿Qué no puedo? Pues lo hecho, ¿no me has visto?
Estaba llorando y nerviosa, me quedé tenso mirándola. Agitó los brazosy después se metió en el baño. La seguí y, dándome la espalda, ella se apoyó en el mármol del lavabo.
–Estela, deja de huir de mí –pedí, con amabilidad. Mi enfado personal se había quedado en la cocina
Me miró a través del espejo.
– ¿Qué más quieres de mí? ¿Otro polvo para demostrarme lo bueno que eres?
Negué con la cabeza y me aproximé a ella. Necesitaba consolarla, pero no como una obligación, esa emoción nacía de mí, lo necesitaba de verdad. Abrazarla, besar sus mejillas para borrar cada lágrima y decirle que...que...
No lo sabía, pero cualquier cosa que la animara.
Quedé a centímetros de su cuerpo, de su cercanía. Cerré los ojos e inspiré su aroma. Adoraba el melocotón.
–No quiero que quedes con él –dije con sinceridad.
Estela me miró a los ojos a través del espejo, durante unos segundos, leyendo mi ser más interno y luego, bajó la cabeza. Coloqué una mano en su espalda, con suavidad y noté el ligero temblor que dio cuando la toqué.
–Cuando estoy cerca de ti me siento extraña –murmuró con la voz rota–. Es como si nada importara, no recuerdo mis problemas y a la vez me convierto en otra persona, una que se ve inferior a todo cuanto la rodea. No me gusta...
Le di la vuelta, y tomé su rostro entre mis manos, adueñándome de su debilidad y de ese gesto vulnerable. Sentir su cálido aliento chocar contra mis labios fue como si me inyectaran adrenalina directamente en las venas, pero todavía había mucho de qué hablar.
–Yo, desde que te conozco, nunca me he sentido tan vivo.
– ¿Soy tu diversión? –preguntó en un mero susurro.
–No sé qué eres, no tengo ni idea de que le has hecho a mi vida, pero, hay algo en ti que... No quiero dejar ir. No quiero que desaparezca.
Ella se quedó mirándome durante varios segundos, sus ojos brillaban y sus pupilas se dilataron. Y entonces, con un suave sonido de súplica, levantó los brazos y me atrajo hasta ella. Nuestros cuerpos chocaron y en cuestión de segundos ya estaba ardiendo.
Bésame...bésame.
Tomó el aire, como si lo hubiera aguantado minutos enteros y se puso de puntillas para acercarse todo cuanto pudiera a mí.
Mis labios eran duros e implacables, pero ella no se retiró, es más, apretó todas sus curvas contra mí. Ya estaba perdido, perdido en ella.
La tomé de la cintura y levanté su cuerpo para apoyarla en la repisa, luego me hice un hueco entre sus piernas. Completamente desesperado tiré de su cabello. Ella comenzó a gemir contra mis labios. Su cuerpo me parecía poco para mis caricias.
La deseaba con locura, pero conseguí recuperar el control y retirar mis labios de ella, solo un segundo para hablar y respirar.
–No quedes con Cody, llámalo y dile que... –me interrumpí.
– ¿Qué?
Su respiración continuaba acelerada y el latido frenético de su corazón chocaba contra mi pecho al ritmo del mío.
–Dile que has conocido a otra persona.
Sus brazos dejaron de presionar y su rostro reflejó decepción. No era la respuesta que quería escuchar.
–No voy a decirle nada de eso.
Dejé caer los brazos y mis hombros se hundieron. Retrocedí unos pasos hasta chocar contra la pared del baño y me apoyé.
– ¿Por qué tienes la necesidad de quedar con él? ¿Te gusta?
Estela se lamió los labios y de un salto, bajó al suelo.
Estaba completamente confundido, ya fuese por esa bolaque me secaba la boca, como porque, era la primera vez que, después de una de nuestras disputas, no acabamosmetiéndonos mano, los dos completamente en pelotas. Puede que deseara volver a subirla encima del mueble y metérsela hasta que se corriera, hasta convencerla, físicamente de que se quedara conmigo y no quedara con el otro, pero su rostro, esa preocupación que solo había visto en su casa-esa cajonera-, lo cambiaba todo.
–Antes de que se fuera de viaje le hice una pregunta y, necesito dejar las cosas claras –comenzó.
– ¿A qué te refieres?
–Él espera algo de mí y yo...ya no quiero dárselo.
Una pequeña, reducida, casi minúscula emoción de esperanza me animó a continuar.
–Pues queda aquí y díselo.
– ¡No!
–Está bien. –Me pasé la mano por el pelo y una bombilla se encendió en mi cerebro–. Abajo, justo enfrente, hay un restaurante. Queda con él ahí, yo esperaré en la barra por si las cosas se complican...
–No –interrumpió, pero ese "no" salió leve, suave y en forma de súplica.
–Estela, es lo único que acepto.
Ella negó con la cabeza con insistencia.
–No pienso hacerle eso a Cody. Puede que sea borde, grosera y atrevida, pero no soy una bruja...
–No estás con él, no tienes que ser respetuosa con ese idiota –espeté. De nuevo me sentía furioso.
–Que tú trates a las mujeres como si fueran trapos no significa que todo el mundo trate a la gente igual.
Me giré abruptamente cara ella.
–No creo haberte tratado mal. Gritaste, rogaste y gemiste como una autentica guarra. Te di lo que me suplicaste. Deberías estar agradecida.
–Me trataste como a una ramera.
Levanté una ceja con sarcasmo y juro que, mi rostro fue diabólico.
–Sólo te di lo que pediste.
–Me obligaste.
–No te amenacé con una pistola. Salió de tus labios perfectamente bien, claro y alto. Joder. Lanzaste un buen grito.
Estela se tensó.
–Y encima te sientes orgulloso de ese comportamiento –dijo incrédula.
–Vivo cada día de mi vida al máximo. Disfruto de todo aquello que se me da y me doy por satisfecho.
Su labio inferior tembló y me miró como si fuera lo peor con lo que se cruzaba.
–Me follas y me halagas, un polvo genial, ¿verdad? Qué suerte tengo de encontrar un entretenimiento tan bueno...
–Eso es lo que te ha jodido, ¿verdad? –fui brusco y letal. Ya estaba hasta los cojones–. Por ese motivo te has comportado como una zorra hoy conmigo, porque no me he quedado a tu lado en la cama.
– ¡No te necesito! –gritó crispada.
Me crucé de brazos con completa naturalidad, encima tuve el valor de mostrar una sonrisa burlona en mis labios.
–Por supuesto que no me necesitas, ya tienes a otros para calmar tus calentones.
–Por supuesto –escupió con sarcasmo y continuó en la misma línea–; como me abro de piernas para todos los tíos buenos con los que me encuentro...
– ¡Lo abres todo para quien te lo pida!
– ¡Cabrón hipócrita!
– ¡Zorra embustera!
Su cuerpo se tensó, prácticamente se sacudió hasta quedarse recto como un palo. El labio que momentos antes le temblaba ahora se aplastaba contra el otro y esos ojos comenzaron a parpadear. Bajó la cabeza tras soltar un doble suspiro que fue más un sollozo. No dijo nada, negó con la cabeza y se produjo el minuto más tenso y largo de la historia. Después, pasó por mi lado y salió a la habitación.
Desconcertado y lleno de emociones dolorosas me di la vuelta y salí, siguiendo sus pasos. Estela recogía sus cosas y las tiraba, como si fueran bolas de papel, dentro de la maleta.
Un loco vértigo se apoderó de mí y la ansiedad al verla salir por la puerta me llevó a cualquier movimiento imprudente.
En un loco impulso atrapé su mano y tiré de ella para apegarla a mi cuerpo.
–No...
Ella comenzó a forcejear mientras los sollozos se produjeron más sonoros. Me gritó y me pidió que la dejara, pero insistí hasta tomarla por completo. Mis brazos rodearon su cuerpo, atrapando sus brazos hasta tenerla inmovilizada.
–Lo siento –dije contra su oído. Estela se detuvo–. Lo siento mucho.
–Estoy harta –lloriqueó–. Esto no puede seguir así.
–Pues no te vayas –rogué.
Dios, estaba rogando. Hasta ese punto me tenía loco, hasta el punto de desear con todas mis fuerzas mantenerla ami lado.
Levantó la vista y me miró. Se quedó mirándome durante varios minutos llenos de silencio y dolor, claramente luchando consigo misma.
–No me quiero ir a ninguna parte, pero... No puedo continuar así.
–Me comportaré –dije y recé porque esas simples palabras la convencieran–. Dame una oportunidad.
Ella suspiró, tomó una intensa bocanada de aire y la soltó contra mi pecho.
–Tengo que hablar con Cody.
La solté, con delicadeza. Me quemaba, me fastidiaba, pero todo dependía de ella. Con ojos entrecerrados la miré, rezando sólo porque comprendiera mi amenaza.
–De acuerdo –pronuncié con frialdad–. Habla con él, pero cuando regreses, recuerda esto –levanté el mentón y apreté los puños–, tú y yo mantendremos una conversación, donde yo hablaré y tú escucharás.
Acto seguido me di la vuelta, cogí su maleta medio llena y me la llevé. Llegué hasta mi habitación y escondí esa pieza en un lugar donde ella no lo encontraría, eso measeguraría que Estela no se largaría mientras estuviera fuera. Cuando salí fuera, esa mujer me esperaba en el pasillo.
– ¿Qué haces? –preguntó, mirando sobre mi hombro.
–Asegurarme de que no te iras.
Pasé por su lado para entrar en la cocina de nuevo.
–No voy a ir a ningún lado. Eso era innecesario. A parte, tengo ropa en casa.
Me volví y la miré directamente a los ojos.
–En ese caso deberé confiar en tu palabra.
Tomé las llaves del coche, las de casa y mi chaqueta que estaba apoyada en un brazo del sillón. Después me dirigí a la salida.
– ¿Dónde vas?
Me frené pero no me giré.
–Necesito que me dé el aire.
Sin más salí de casa, tomé el coche y pisé el acelerador al máximo.
Esa mujer sacaba lo peor y lo mejor que había en mí. Con ella había explotado mi carácter al máximo, pero también me había reído, sentido cosas extraordinarias que nunca antes había logrado sentir con otra mujer después de lo de Renata, y el sexo era una maravilla. Estela conseguía que no pudiera pensar en otras y que no deseara a otras más que a ella. Pero me trastornaba. Perdía el juicio y poco a poco lo perdía todo.
Puede que la solución para encontrar un camino correcto fuera la misma que me había hecho perder el rumbo del mío, ella.
Hacerme dueño de ella. Pero, ¿podía confiar en una mujer como Estela?
Solté el aire y frené. Sin darme cuenta había llegado a casa de Darío, el sumo todopoderoso en cuanto a consejos. El problema es que, quien me abrió la puerta fue Joe, con una copa de contenido dorado en la mano.
Claro, hoy era sábado, mis amigos se preparaban para pegarse la fiesta.
– ¿Qué haces aquí?–saludó–. Pensábamos que estarías ocupado
–Desconectar –respondí, con el mismo tono afilado que le había hablado a Estela. Joe levantó las cejas.
– ¿Qué? La ratita te da caña ¡eh!
Lo empujé y pasé dentro.Darío y Aaron estaban cómodamente sentados en el sofá, con sus respectivas copas en la mano, en el televisor se veía el partido de fútbol en silencio, y en la cadena musical estaba puesto el grupo favorito de mi amigo, una mezcla entre el rock y el jazz, se escuchaba como un fondo agradable.
Antes de sentarme en uno de los sofás que gobernaban la mitad del salón, no pude evitar echar un vistazo al pasillo, e inmediatamente recordé la maravillosa noche que había pasado con Estela hacía muy pocas horas.
Mi humor empeoró.
–Joder, Andreas, que mala cara tienes –halagó Aaron.
No contesté, saludé con un movimiento de cabeza y tomé asiento en la esquina muy cerca de Darío.
–Me parece que nuestro amigo necesita salir a despejarse –dijo Joe, sentándose a mi lado.
Todos rieron menos yo. Darío me miró y casi pude leer todo lo que me decía, prácticamente me preguntaba si estaba bien, negué con la cabeza.
–Eso está hecho –comentó Aaron, sin enterarse de nada–, ¿Qué dices, Andreas? ¿Te animas?
No respondí, volví a levantarme del sofá.
Ésta vez sí que bebería hasta terminar muerto total.
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