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Capítulo 23

ANDREAS

De vuelta al principio.

Ahí me encontraba, parando el coche justo delante de su puerta y como en la vez anterior, mi cuerpo estaba frío.

Habíamos desayunado y se había tomado, por segunda vez la pastilla, desde entonces, bueno, exactamente desde que le diera mi opinión, ella había desaparecido; no me habló, prácticamente no me miró y sus ojos, siempre brillantes ahora estaban como apagados. Y mierda. Me sentía culpable.

–Gracias –dijo ella, sin dedicarme una mirada y saliendo del coche.

De nuevo me vi saliendo detrás y caminando hacia ella.

– ¡Estela!

Ella se frenó tensa pero con la cabeza gacha. Me acerqué con cuidado y deseé girarla para que me mirara, no obstante no me atreví. Sentía que había plantado un muro entre los dos, y era algo incoherente. Debería sentirme alegre e incluso aliviado por ese repentino comportamiento de desinterés pero no era así.

Prefería mil veces a la guerrera que a la vulnerable Estela. Quería a la mujer que me picaba porque así la tendría un rato más.

–No estoy de humor, Andreas.

–Pues mala suerte ratita, yo sí que estoy de humor y no tengo nada mejor que hacer.

–Seguro que tienes alguna lamparita fundida, de grandes pechos en casa esperándote...

–No, porque me has jodido una cita con la camarera, así que, ahora tú me prestaras atención sí así yo lo quiero.

El cuerpo de Estela se hundió y resoplando bajó la cabeza. No quería comenzar una discusión, pero era la única forma que tenia de poder llamar su atención, así que, le di un poco más duro. Total, de locos al río.

–No es que me emocione mucho verte la cara, pero me gusta hablar con una antes que con la joroba de un dromedario.

Se giró rápidamente y me fulminó con los ojos. Ya estaba de vuelta, la ratita recuperaba la vida.

–Te encanta ponerme de los nervios, ¿verdad?

–Sí, adoro discutir contigo. –Quise utilizar el sarcasmo, pero me salió de lo más sincero, e incluso añadí una sonrisa. Ella negó con la cabeza.

–Eres imposible.

–Correcto. No soy capaz de canalizar mi humor sin alterar el tuyo. Todas las mañanas me levanto temprano para estudiar por donde te puedo dar por saco.

–Eres como un niño con su muñeco, sino consigue que su papi se lo compre, no se va a casa contento.

Era más bien como un perro con un hueso, pero eso ella no tenía por qué saberlo. Bastante ingenio tenía en su cabeza como para darle más munición.

–La verdad es que siempre me he ido a casa contento –vacilé.

Estela levantó la barbilla desafiante.

–Se te nota en la cara, una egoísta y carroñera princesita de dibujos.

–No puedo decir lo mismo de ti, vagabunda.

Su boca hizo una mueca que no disimuló y sus ojos chispearon, pero simplemente resopló y cerró los ojos unos segundos mostrando un rasgo de fastidio.

–Que majo eres.

–Todo carisma y encanto –presumí con sarcasmo.

Con frialdad, su mirada se clavó en la mía.

–Te hace falta enfrentarte a la vida real.

Fruncí el ceño y me acerqué un poco más a ella. Sin intimidarla, Estela se cruzó de brazos.

–Se lo que es la vida real, no soy tan especial como tú te crees.

Ella soltó una risa burlona y puso los ojos en blanco.

– ¿Qué te pasó? ¿Te hicieron un rasguño en el coche? ¿Cogiste un berrinche porque no te cortaron las puntas del pelo a tu gusto?

Su mofa era total, eso ya no era ni sarcasmo, ni ironía, era algo mucho peor. ¿Pero tan infantil y caprichoso me veía? Esta mujer no tenía tope, y lo peor de todo es que odiaba la idea de que me viera tan superficial.

Joder.

Puede que en esta vida las cosas me salieran bien, que mi familia estaba bien situada y que mi apellido dejaba marca allá donde iba, pero yo también había sufridomis momentos y mis desgracias:

Mi madre había muerto cuando yo era un crío.Mi hermana, una cabeza loca,desaparecía de casa una temporada, dejando marcado y preocupado a mi padre, para terminarapareciendo en lugares que acojonaban, e inclusocasi muere de una maldita sobredosis.Y la mujer que había amado con toda mi alma, me había abandonado pocos días antes de nuestra boda, así que, conocía lo que era la vida real.

–... ¿Te perdiste tu baile de fin de curso por que no sabías que ponerte? –No, y continuaba, y le daba, subiendo mi mala leche–, ¿o fue porque sufrías una resaca de campeonato en una isla paradisiaca y tu jet privado salió sin avisarte?

Exploté.

– ¡No tienes ni puta idea de mi vida...!

– ¡Ni tú de la mía! –me interrumpió igual de furiosa que yo–.Así que antes de volver a juzgarme o a criticarme, piénselo bien.

Apreté los puños. Mi respiración, como la suya se había alterado. La gente que paseaba a nuestro alrededor se nos quedó mirando y me dio exactamente igual. Mi atención y mi furia la tenía completamente Estela y a ninguno de los dos nos importaba una mierda que nos miraran, ya que parecía no existir nadie a nuestro alrededor.

–Eso ha sonado un poco amenaza –siseé con los dientes apretados.

–Con toda la razón, cabronazo.

Me tensé. Bien, había conseguido que Estela espabilara pero con ello, mi gorila interno también se había desperezado y ahora tenía ganas de zarandearla hasta que se desnucara.

–Lo mismo te digo...

–Oh. Estela, menos mal que apareces.

Un hombre mayor, regordete y con una camisa estampada que perfectamente podía convivir con la nueva colección de los sesenta en Hawái, apareció detrás de ella agitando los brazos. Estela se giró y todos sus rasgos se suavizaron.

– ¿Qué pasa, Sonic?

–Tu piso...está lleno de agua.

Sus ojos se abrieron y entonces ese rostro que me había acribillado se llenó de preocupación y pánico.

– ¿Qué? –El hombre no contestó. Directamente se metieron los dos en el edificio y yo, los seguí.

Lo que vi me dejó helado y enfrió totalmente mi enfado y el de ella.

El desastre era monumental. El agua no me llegaba al tobillo, por suerte había encontrado algún lugar por el que salir y escapar, pero lo que había arrasado a su paso había dejado huella.

El suelo, que en parte estaba enmoquetado en parte mármol de color antiguo y espantoso, brillaba y se podía llegar a ver en muchos lugares como el agua lo había levantado e incluso agrietado. La pared marcaba de un color marrón amarillento el límite que alcanzó cada charco y muchos de los muebles habían perdido su color y se desplazaban hasta quedar caídos en el suelo o simplemente arrinconados en una esquina, lo que confirmaba que el piso variaba hacia un lado, el fondo.

Pasé de la cocina al salón,que casi convivía en el mismo hueco y, seguí a Estela, que maldecía y lloriqueaba hasta la habitación. Me quedé plantado observando la cama con ojo crítico.

¿Cuántos hombres la habían probado? ¿Qué afortunados tendrían un hueco en ese lado? ¿Dónde dormiría ella...y ellos?

Apreté los dientes y los puños. No me gustó hacia donde se dirigían mis pensamientos, pero me gustó mucho menos pensar que eso me molestaba tanto como para desear destrozar esa cama a golpes y traerle la mía para que solo pudiera olerme, sentirme y dormir conmigo...

Frena el carro.

No muestres emociones, son espejismos nada más. No sientes nada por esa mujer...

Sacudí la cabeza y entré en el baño. Estela no estaba...

Estaba dentro de la bañera, tumbada, con los ojos cerrados y las manos apoyadas a cada lado de la repisa. Me senté delante de ella y me dediqué a mirar la marca de gel, champú y mascarilla que utilizaba, todo colocado perfectamente en una balda junto con una esponja de color naranja.

Retiré la tentación de cogerla y ponérmela debajo de la nariz para saber si el olor a melocotón era del gel o de ella.

– ¿Qué quieres,princesita? –preguntó, con un tono apagado que me conmovió–. No ves que estoy en mi santuario, podías hacer el favor de irte y dejarme sola.

Por un momento sentí que me despellejaban la piel al escuchar lo derrotada que se le veía.

Pero qué demonios.

Había estado tan pendiente de ella estas últimas semanas que era la primera vez que no me preocupaba de organizar mi fin de semana, es más, ni me apetecía.

– ¿Qué vas hacer? –pregunté con dulzura y me sorprendí.

Nunca le había hablado en ese tono, ni siquiera cuando me había disculpado por lo de anoche. No, no había sonado tan convincente.

–No te preocupes –bufó y se pasó las manos por la cara.

–No lo hago, supongo que tienes a muchos hombres encantados en ofrecerte un puesto en su cama... –me interrumpí antes de que me diera cuenta de lo que decía. Esto ya era más normal, pero me arrepentía.

Abrió los ojos y me dedicó una mirada rabiosa.

– ¿Qué clase de mujer te crees que soy?

–La mujer que me ha dicho que no tendría tiempo de decirme con cuántos hombres ha estado –repliqué entre dientes.

Estela se sobresaltó y parpadeó, e incluso, en uno de sus movimientos de pestañas me pareció ver un rasgo de dolor, pero tenía que ser mi imaginación.

–Para tu información, solo he estado con dos... con tres –rectificó y me di cuenta que ese tres era yo–. El único hombre que tengo en mi vida es Luther, y...–cambió su voz por una con más derrota–; no puedo, no quiero pasar unos días con mi hermano –las últimas palabras las pronunció como si fuera una desgracia.

Volvió a dejar caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

– ¿Y Cody?

–Cody no es mi novio y...

–Pero es uno de los de la lista –interrumpí secamente.

Estela abrió los ojos tan abruptamente como antes.

–Que te den, mendrugo. Acabas de joder mi lugar preferido de la casa.

Se incorporó, salió de la bañera dándome una patada floja, pero que casi me tira, y maldiciendo, de la misma forma que había entrado salió a su habitación. Salí detrás de ella.

– ¿Y tus amigos? –insistí.

Estela se crispó.

– ¡Déjame en paz y sal de mi casa!

–Primero dime con quien te vas a quedar.

Soltó una cadena de grititos histéricos, algo como: ñi-ñi, ñi-ñi...ñiñiñi(los últimos fueron más seguidos) y continuó con unos pequeños saltitos que movieron todo su cuerpo. Era una especie de baile del verano.

Pero... ¿Qué hace?

No pregunté, la cosa ya de por si era rara y preferí mantenerme callado antes de que esos gestos, gritos y saltitos fueran a más.

Se tensó alzando los hombros, pegó un golpe con el pie contra el suelo y se hundió igual que si se acabara de desinflar.

– ¿Por qué? ¿Para qué lo quieres saber? –preguntó, susurrando y sin fuerzas.

Medité durante unos segundos esas preguntas. Podía decirle a ella e incluso a mí mismo que realmente me daba igual, pero la respuesta correcta y más sincera es que no me gustaba mucho la idea de que se fuera en busca de algún cerdo para pedirle una cama donde dormir, conociendo a los hombres y observando a Estela sabía lo que sucedería...Joder.

Tenía ojos, esa mujer era impresionante por fuera como por dentro, un auténtico pastelito al que hincar el diente, nadiesería tan idiota como para tenerla por casa, corriendo en braguitas y no tratar de montar a la fiera.

Tomé una intensa respiración y dije algo de lo que me arrepentiría, pero sí se tenía que quedar con un hombre, el único con el que se lo permitíaera yo. Nadie más.

De pronto me vi diciendo, con los dientes apretados:

–Porque si no tienes un lugar donde ir, te puedes quedar en mi casa.

Sus ojos se abrieron como platos y juro que me pareció ver que dejaba de respirar. Yo me quedé mirándola, esperando una contestación o al menos una señal de vida en ese pálido rostro.

Y esperé.

Y esperé.

Y desesperé.

– ¿Y bien? –espeté.

–Es que...estoy todavía flipando.

Joder. ¿Tan increíble le parecía mi proposición?

Puede que un poco, yo también estaba flipando pero en este momento la sangre no me llegaba al cerebro y mi paciencia se estaba agotando.

Ratita, no tengo todo el día.

Estela bufó con lentitud y se tiró en la cama.

–No logro poner mis ideas en orden.

–Déjalas desordenadas, no es tan grave.

De golpe giró su cara y me miró.

– ¿Qué insinúas?

–Que tu cabeza es un maldito desorden, así que, ya te digo yo que no te preocupes, estás loca desde que te conozco.

Negó y volvió a bufar, pero esta vez balbuceando algo que no comprendí, e incluso me pareció escuchar la palabra en otro idioma, algo imposible. Esa mujer ni tenía acento ni me la imaginaba estudiando idiomas.

Miré a mi alrededor y tuve que reconocer, bajo el desastre que había dejado el agua en el salón, la cocina y el pasillo, que el piso era como mi coche de grande, pero bien decorado, un poco cantarín para mi gusto ya que las cortinas rosa fucsia no eran mi estilo, pero realzaban los colores amarillos, verdes y morados de los muebles, la ropa de cama y los cojines.

– ¿Alguna vez te han rechazado? –La miré directamente.Esa pregunta me sorprendió.

Levanté una ceja, me crucé de brazos y me apoyé en un mueble que crujió al sentir mi peso. Pensándolo mejor, terminé apoyándome en la pared.

– ¿Amplias las relaciones de nuestra confianza? –insinué.

Se incorporó, apoyándose con los codos.

–Si me voy contigo a tu casa, no quiero que nos impliquemos emocionalmente.

– ¿Me ves cara de loco?

Arrugó la frente y por un momento me pareció que me escondía algo o que se aguantaba para no decirme lo que realmente pensaba, un dato extraño, esa mujer no secortaba ni un pelo, acaso que se estuviera pensando lo de mi oferta, entonces puede que sí necesitara controlarse para que no me echara atrás.

Cosa que extrañamente no tenía pensado.

– ¿Me puedo fiar de ti si me pillo un pedo? ¿O al dormir? ¿Puedo dormir tranquilamente sin tener miedo a que te metas en la habitación para cobrarme un alquiler?

Di un respingo.

– ¿No me lo vas a perdonar?

– ¿Me puedo fiar de ti? –repitió sin contestar a mi pregunta.

–Sí.

Se levantó pero se mantuvo sentada en la orilla de la cama. Como una niña pequeña; recta y con las manos en su regazo. Esa escena me dio escalofríos.

–Implantaremos unas normas.

–Por supuesto –accedí.

Claro que sí y la principal y más importante: Nada de ligues en mi casa.

Esa mujer tenía prohibido estar con un hombre el tiempo que viviera conmigo. Y si necesitara una visita entre las piernas ya encontraría la forma de ser yo el que llamara a la puerta.

– ¿Por dónde empezamos? –pregunté, dando una palmada para animarla.

–Tengo que hablar con Sonic para pedirle que se haga cargo...

–Déjamelo a mí. Yo hablaré con él. Tú encárgate de recoger lo que necesites para un par de semanas. Viendo el desastre puede que tarden una mes...–me interrumpí al escuchar el bufido de Estela. Lo pasé por alto y continué, organizándolo todo para que le quedara claro–. Mañana si quieres puedo enviar a alguien y que se encargue del resto. Tengo un local vacío en el puerto, puedes dejar el resto allí guardado.

–Andreas.–Me frené antes de salir de esa habitación y me giré para mirarla–. Gracias.

Estaba sentada en la cama mirándome, con gesto desconsolado. Necesitaba una dosis de ánimo y lo que mejor se me ocurrió fue darle una delicada prosa de las mías.

Sonreí con picardía y le guiñé un ojo.

–Eso te ha dolido, ¿verdad?

Ella simplemente contestó con el dedo corazón en alto. Solté una carcajada y me fui en busca de Sonic.

Media hora más tarde ya lo había dejado todo claro con Sonic y con mi gente. Ellos se encargarían de recoger las cosas de Estela y guardarlas en mi local, después, llamé a Aaron.

– ¿Qué te pasa? ¿Aun estás con la ratita peleona? –Soltó una carcajada.

–Necesito tu ayuda –pedí con claridad.

–Dime.

Se lo expliqué brevemente. Mi amigo, un buenísimo arquitecto que trabajaba con William Steal, argumentó algunas opciones junto con bromas de las suyas, y después aceptó.

–No te preocupes, déjalo en mis manos. Pero tendrás que darme su teléfono...

– ¿Para qué? –interrumpí.

–Tendré que ponerme de acuerdo con ella en los cambios.

Ni de coña. Lo de darle el teléfono estaba fuera de su alcance. Es más, me dio la imperiosa sensación de dejarle las cosas claras.

–Se va a quedar en mi casa –expuse con sequedad–.Si quieres algo, vienes y lo hablamos.

– ¿Qué tienes con ella?

–Lo que tenga con ella no os importa, pero si lo dices porque alguno está interesado en Estela...Está prohibida, es intocable.

Escuché la risita de fondo de Aaron.

–Intocable, ¿eh?

–Hablamos el mismo idioma, ya sabes a que me refiero.

–Que estás pillado, colega. La cuestión es si ella lo está de ti.

Apreté el teléfono con fuerza.

–Interprétalo como quieras Aaron, pero avisa a las figuras.

–Les vas a romper el corazón.

Les rompería otra cosa si intentaran acercarse a ella.

–Ya hablaremos.

Aaron soltó otra carcajada.

– ¡Andreas!

– ¿Qué? –espeté con aburrimiento.

Aaron, el más joven de los tres y con gran carisma, conseguía sacarme de vez en cuando de quicio. A veces pensaba que él, verdaderamente todavía no se había enfrentado a la vida, ya que su primo Darío, siempre le sacaba las castañas del fuego y solía rechazar a casi todas las tías buenas que se le arrimaban, con lo cual, las chicas desconsoladas terminaban en los brazos de su primeo pequeño, o sino en ambos.

Sí, Aaron tenía suerte de compartir la sangre con Darío, ambos eran diferentes pero juntos, formaban una curiosa pareja.

–Tenlo claro, voy a visitarte muy a menudo.

Colgué escuchando la carcajada que soltaba, un sonido que me puso de mala leche. Mierda.

Mis amigos eran de confianza, unos extremos en sus casos, pero gente genial y en la que poder sentarse a hablar. Adoraba salir con Joe, era mi mano derecha. Aaron, un loco empedernido en volvernos locos a todo, pero para consejos, anteriormente hubiera acudido a Tim, ahora solo acudía a Darío, y desde luego -aunque me di cuenta tarde-, era el mejor porque siempre pensaba fríamente y sus palabras conseguían hacerme sentir bien.

–Andreas.

Me volví y me encontré a Estela en medio del pasillo, con una pequeña maleta en la mano, cambiada de ropa y una coleta alta. Controlé el fuerte impulso de tirarme encima de ella y empotrarla contra una pared y decidí, que era mejor mostrarme cariñoso, así pues, levanté la barbilla y hablé con serenidad.

– ¿Estás lista?

–No, estoy aquí porque te echaba de menos –espetó con sarcasmo y echando a caminar.

Ratita, vamos a empezar a llevarnos bien, nuestra convivencia depende de ello.

Mis palabas se quedaron en el aire porque esa mujer y su descarado desparpajo ya estaba bajando los escalones.

¿En qué lío me había metido?

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