Capítulo 22
No sabía cuánto tiempo había pasado desde que se mencionara por última vez, pero durante todo ese tiempo yo me lo había pasado maldiciendo, pegando patadas a la pared, caminado de un lado a otro arrastrando los pies y agitando los brazos como si fuera un pájaro entrenando el vuelo.
–Estela.
Me giré y lo miré. Por la manera en que se apoyaba elegantemente a la pared, con los brazos cruzados y el pie encogido, como un rey ante la plebe, era difícil reconocer alguna preocupación por lo que me acababa de decir.
Exploté al ver su postura tranquila.
–Tú eres tonto, retrasado, inútil, alelado, imbécil, gilipollas...
–Vale –me interrumpió–, está claro –asumió.
–No, de verdad, tú no tienes remedio, en serio. Y, ¿tú estás a cargo de una empresa?
Se despegó de la pared y con gesto apaciguador levantó las manos en alto.
–Ya vale, te estás pasando de la raya, ¿no crees?
– ¡Te mereces una paliza!
Sus manos volaron a su cabello, despeinándoselonerviosamente, bajó hasta la cara y se restregó los dedos con ansiedad.
–Lo sé y lo siento. –Dejó caer las manos y la angustia se reflejó claramente en su rostro–. Lo siento mucho.
Ajj.
Apreté los puños con fuerza.
– ¿Te dan comisión por las pastillas; aborto fácil? –continué, atacándolo sin piedad.
–Joder, lo siento vale. Me pudo la lujuria.
–Deberían castrarte, cortarte el pene parafrenar esaafición que te estás tomando como unacostumbre –farfullé, escuchando como perdía poco a poco la voz.
–Solo me ha sucedido contigo –espetó–. No es algo que le haga a todas las mujeres borrachas que se abren de piernas... es más, jamás se me había pasado por la cabeza hasta que te vi desnuda y...
Se silenció abruptamente, yo me ruboricé notando como el calor me cosquilleaba el cuerpo entero...
Otra imagen: en el salón, a mí caminado mientras lo acorralaba contra la puerta...
Por Dios.
–Eres mucho peor de lo que me imaginaba –gruñí sin saber muy bien a quien se lo decía.
No.A mí no.
Comencé a desinflarme, como si ese grito se llevará todas mis fuerzas.
– ¿Y cómo soy?
–Basura que por superarse destruye todo lo que se le pone delante sin sentir el mínimo respeto por aquellos que son inferiores a él. Una princesita que golpea, ridiculiza y encima se cree con derechos a tomar todo lo que le dé la gana. Pero la verdad es que; no vales nada y careces de arrepentimiento. Dices que lo sientes, pero...no sientes nada.
Andreas palideció.
– ¿Eso crees?
–No es lo que creo, es lo que es.
Sus ojos se abrieron y su rostro reflejó el síntoma que formaban unos rasgos después de ser brutalmente golpeado.
Le di la espalda y la pared me aportó el deseo de dejar caer mi frente en ella varias veces.
Pero ¿Qué podía hacer? Desde que lo conocía no me había hecho ningún favor, al contrario, con él mi estabilidad emocional había descendido. Me comportaba como una arpía, irritada pasaba el día y comenzaba a sospechar que sufría brotes esquizofrénicos.
–Mierda –me lamenté–, otra pastilla, esto me va a joder el reproductor de mamá...
– ¿Qué?
–...no puede ser tan bueno –murmuré sola, preocupada realmente por esa maldita costumbre–, mis ovarios se pondrán en mi contra.Los estoy torturando... ¿Y si luego me crea problemas para tener hijos?
– ¿Tú quieres hijos?
Alcé la cabeza a punto de tirarme encima de él, mi aspecto fue tan salvaje que Andreas se echó hacia atrás.
–Ni se te ocurra vacilarme, desgraciado.
–Vale, perdona.
Sumiso, completamente sumiso. Realmente parecía arrepentido, así que, dejé a un lado ese brutal comportamiento de mi parte y me centré en el problema real.
Necesitaba consejo, y él no me podía ayudar.
–Haz algo bueno y llévame a un lugar. Necesito consultar esto.
Media hora más tarde, nos encontrábamos en la clínica privada de Samanta, un rollete de mi hermano.
– ¿Qué hacemos en la consulta de un dentista?
–Tu espera aquí –le ordené a Andreas, antes de entrar en la consulta.
La doctora, que se encontraba arreglando unos utensilios, cuando cerré la puerta se giró y me miró, al darse cuenta de que era yo sonrió y se acercó para darme un abrazo.
Samanta era lo más parecido a una novia que tenía mi hermano, o al menos la mujer con la que más lo había visto, tampoco lo tenía muy claro, pero de todas las tías con las que se revolcaba Luther, era la que mejor me caía del harén.
Era una de esas mujeres predispuestas y elegantísimas que probamente aparentaría menos edad de la que tenía e incluso, continuaría aparentado juventud cuando alcanzara los cuarenta,por ese rostro cariñoso que expresaba cuando sus labios se ampliaban en una sonrisa. Aunque era de estatura mediana, su esbeltez y la postura que solía adoptar te engañaban haciéndote pensar que era mucho más alta.
En ese momento me observaba con dulzura bajo la luz blanca del techo, una luz que sacaba destellos de su cabello rojo.
– ¿Qué pasa, cielo?
Los hombros se me hundieron y prácticamente me arrastré hasta una pareja de sillas que había delante de su mesa. Samanta me siguió y se colocó al otro lado, en una silla mucho más cómoda.
–Tengo un problemón enorme encima...
La puerta se abrió y Andreas apareció por ella. Samanta lo miró con ceño, yo hundí mi cabeza entre mis manos mientras soltaba un bufido.
–Perdone, caballero, pero ahora estoy con un paciente, si espera fuera...
–Vengo con ella –interrumpió Andreas, anteponiendo su tono de jefe ante ella.
Negué con la cabeza sin fuerzas y completamente frustrada.
– ¿Estela?
–Ajj. Déjalo –le dije a Samanta–. Es don toca-pelotas. No le gusta que le den órdenes.
–A ti tampoco, cariño –dijo Andreas, con tono cortante.
–No soy tu cariño –espeté crispada.
A él le dio exactamente igual, avanzó y tomó asiento, tranquilamente a mi lado.
–Estela, ¿me puedes explicar que está sucediendo? –preguntó Samanta.
Levanté la cabeza y la miré, estaba de pie, mirándome con ojo crítico y los brazos cruzados.
–Se nos ha roto el preservativo por segunda vez –fui directa con mi mega mentira.
Samanta arrugó la frente.
– ¿Por segunda vez?
–Sí, nos lo hemos tomado como una costumbre –susurré con depresión.
–Despectivamente como se mire, cariño –provocó Andreas dedicándome una sonrisa falsa.
Lo estampo.
– ¿Miráis en la caja la fecha de caducidad antes de comprarlos? –preguntó ella, y pude notar una pequeña nota de mofa.
Era una profesional y había escuchado muchas de mis historias como para acostumbrarse y tomárselo con calma, pero esa risa de ahora sobraba.
–No, aquí, sabe-lo-todo, los tira en el carrito como si fuera pan recién hecho.
– ¿Perdón? ¿Es que la culpa es solo mía? –se quejó él, fijando una mirada acusatoria en mí.
–Será una pregunta retórica.
–No –se venció un poco hacia delante y sus ojos se mantuvieron amenazantes en la misma línea que los míos–, es una pregunta sería. No la meto en un agujero en la pared, te la meto dentro a ti, así que...
–Por favor –interrumpió Samanta, con un tono de voz que; dejaba claro lo muy incómoda que le resultaba nuestra conversación.
Ninguno de los dos la miramos, ambos manteníamos un pulsoconstante.
–Pero el que controla los condones, los lugares donde la quiere meter y si estoy consciente o no eres tú, así que, es culpa tuya.
–Aunque tú no lo recuerdes, yo te vi muy consciente y muy espabilada como para mencionar cualquier detalle importante.Recuerda que no leo la mente y no puedo traducir de un: <<Jódeme a tope, Andreas>> a un:<<No me tomo la píldora, Andreas>>
–Ah, pero sin embargo yo sí que puedo traducir de un: <<Te voy a partir por la mitad de lo honda que te la voy a clavar>>a un: << ¿Tomas la píldora, zorra? Es que me gusta hacerlo a pelo. Soy un depravado>>
–Estela... –interrumpió de nuevo mi amiga, con un intenso carraspeo. Nada, no consiguió nada.
Ésta batalla quería ganarla yo.
–Muy buena, pero eso no contesta a mi pregunta de sí me crees el único responsable...
–Sí, eres el maldito responsable de todo, de que mi vida se derrumbe, de que me despierte desnuda en camas ajenas, de que pierda horas de trabajo, de que mi estrés sea como cortar aire con una navaja y sobre todo de lo de anoche. Algo que no te perdonaré en la vida. –Andreas cerró la boca de golpe y su mandíbula se tensó. Bien, un punto para mí–.Y haz el favor y mantente calladito, ¿vale?
Con la barbilla alta me giré hacía Samanta. Mi amiga estaba completamente espantada. Le sonreí y ella tuvo que sacudir la cabeza varias veces, después se centró.
–Vale, veo que tenéis discrepancias y la situación es bastante complicada.
–No lo sabes tú bien –murmuró el armadillo que tenía al lado.
–Es bastante mala –reconocí.
Nos miró primero a uno y luego al otro, analizando nuestras posturas.
Bien, se lo podía decir yo; los dos estábamos aguantando el control de no arrancarnos las extremidades poco a poco.Después, juntó las manos encima de la mesa y tomó una intensa respiración mientras pasaba su mirada de esas manos a mi rostro.
–Resúmelo y ahórrateel ochenta por cien de los datos –hizo hincapié en ese por cien y continuó–, y dime en que te puedo ayudar yo.
Brevemente y muriéndome de vergüenza, se lo expliqué todo a Samanta pero añadiendo mi versión de los hechos.
Andreas a mi lado se mantuvo callado pero no pude hacer nada con esa risita, esos estornudos y esa forma de expulsar el aire, cada vez que contaba una mentira más.
Cuando terminé estaba tan de los nervios que solo pensaba en coger la lima eléctrica que Samanta tenía encima de un mueble con ruedas y clavársela en el cabeza.
–Mi opinión médica es que; no es bueno que te la tomes una segunda vez en un periodo tan corto. No puedes abusar, no es un paracetamol o un ibuprofeno que te eliminará el dolor de cabeza, es una pastilla con efectos secundarios que te altera el ciclo menstrual y muchas cosas más.
Oh. Dios. Para inspirar confianza. Así da gusto.
– ¿Y tu opinión personal? –pregunté.
–Es la misma, Estela. No te la tomes y arriésgate.
Un enorme pánico me pesó como un tráiler cargado de arena. La preocupación añadido con un extra de violencia me propulsó a una exagerada forma de apretarme los nudillos, luego, cuando mis dedos estuvieron lo suficientemente relajados, vino el segundo golpe de pánico.
Luther...mentido, traicionado y engañado...Genial.
–Mi hermano me mata.
–Yo no le diré nada, pero si ese acto conlleva regalo, me parece que sería bueno que le presentaras tu novio a Luther, para que se haga a la idea antes de darle la buena noticia.
Mi hermano y un Divoua. Un encuentro magnífico.
Estás muerta.
Me giré y miré a Andreas, estaba completamente pálido, cogido a la silla como si estuviera colgado de veinte pisos de altura con el cuerpo no tenso, engarrotado. Y así se mantuvo la siguiente hora.
Me despedí de Samanta, prometiéndole que iría pronto a casa a comer. Despuésarrastré al zombi por la calle hasta llegar a una cafetería. A parte de que no tenía fuerzas, su estado meestaba poniendo de los nervios, necesitábamos hablar.
Joder, yo también estaba preocupada, era a mí a quien le nacería un niño dentro, no a él, era yo quien debería ser arrastrada por la calle y no ese cabrón que había perdido el control dos veces.
–Andreas –lo llamé, pero nada. Chasqueé los dedos delante de sus narices y ni parpadeaba–. Andreas, tenemos que hablar.
Nada.
Comencé a preocuparme. Llamé a la camarera y le pedí una tila mezclada con algo fuerte, a ver si así espabilaba, pero por si acaso y con ilusión, le pegué un tortazo.
Había sido abducido por un mundo oscuro y tenebroso, su mente estaba atrapada en el más allá...
Ja, ja, ja.
Le pegué otro, y otro, y otro, y el quinto, fue el más fuerte, me dolió hasta la mano, pero ya le había pillado el tranquillo y la cosa no se me daba tan mal, aparte de que; estaba consiguiendo retirar mi miedo y el estrés repentino que me había dejado el cuerpo después de hablar con Samanta, también,conseguía que una parte de mi enfado se esfumara.
Lo malo es que, el sexto golpe fue parado por su mano en mi muñeca y mi súper juego se terminó en el mejor momento.
–Yo creo que ya te lo has pasado bien hostiándome en la cara.
–No creas, unas veinte veces más y te digo que hasta consigo que me caigas bien.
–Ahórratelo, si esa es la opción que tengo para llevarme bien contigo, prefiero los insultos.
Le sonreí con falsedad y tiré de mi mano, algo que no me costó porque la camarera traía el pedido. Lo dejó delante de él y con una coqueta sonrisa lo miró.
–Te lo he preparado por separado –dijo con dulzura, señalando la copa de hielo, y la taza humeante.
–Gracias –la voz que le salió Andreas me puso en alerta.
–Es un placer tener a clientes tan simpáticos por la mañana.
Estuve a punto de meterme los dedos en la boca e improvisar unas arcadas.
–Bueno, la simpatía es la recompensa de tratar con chicas tan guapas.
Buaj. Dedos en la boca y los otros en mi pelo tirando con fuerza. Tenía que estar soñando.
La chica, descaradamente se balanceó de un lado a otro, prolongando ese baile y dejándome flipada con todo eso. Estaba claro que se lo estaba camelando y Andreas, un conquistador rematado se sentía de maravilla. El muy cerdo aprovechó ese contoneo para mirar fijamente ese trasero.
Lina, como indicaba una tarjeta que colgaba de su camisa, se colocó de una manera que ese trasero prácticamente se le quedó en la cara a Andreas, quien parecía un hombre encantador que le ofrecía, en agradecimiento-maldito cabrón- una amplia y perezosa sonrisa y una mirada apreciativa.
No obstante era normal que la chica actuara así. Andreas era un espécimen en peligro de extinción, irresistible, guapo, con un cuerpo magnífico, una voz sensual y unos gestos que te dejaban babeando. Y más, cuando se comportaba con tanta simpatía. Si conocieran a la fiera...
Pero que actor que eres.
–Si quieres, te puedo traer algo para acompañar eso –aconsejó Lina, ronroneando como la camarera de un club nocturno.
–Me encantaría... ¿Qué tienes?
La chica dictó el menú de desayuno que ofrecían ese día y después, unos extras que tenían escondido detrás del mostrador.Como no, Andreas optó por ese regalo mientras le guiñaba un ojo...
Cerdo.
Experimenté una punzada de celos al ver que Andreas parecía gustarle la compañía de la camarera más que la mía. Ignoré ese sentimiento tragándomelo. Con resignación enderecé los hombros y me acomodé mejor a la silla.
–Yo tomaré un zuño de naranja y una tostada...
– ¿Quieres que le añada crema a esos pastelitos? –le preguntó ella, sin apuntar mi pedido.
–No. Me gusta solo –ronroneó él.
Pasaban olímpicamente de mí.
Esto ya me superaba. Bien que nos odiáramos, bien que no fuésemos nada, pero estaba delante de él, sentada y tomando la decisión de tomarme una segunda pastilla gracias a que su salchicha no se había podido mantener dentro de sus pantalones.
Me cansé.
Carraspeé y la sensual camarera parpadeó, con lentitud. Quise vomitar al ver la sonrisa que se dibujaba en los labios de él.Oh por favor.
– ¿Interrumpo algo? –pregunté jocosa.
–No, hermanita –contestó Andreas, dirigiéndome una sonrisa desafiante–, Lina y yo estamos conociéndonos.
¿Hermanita?
Mentalmente saqué mis dedos de la boca y del nudo que me había formado en el pelo, y las imaginé en su cuello, con las manos retorciendo ese pescuezo con lentitud. Como si esa visión fuera suero.Me relajé.
–Termino el turno en dos horas...Si quieres, te puedes pasar –dijo Lina.
–Sería una buena forma de pasar el día, pero, hoy estoy un poco ocupado.
Siendo un cerdo y un arrogante. Terminé por él mentalmente.
Hoy había comenzado con mal pie, no había desayunado y me habían dado una mala noticia detrás de otra. No estaba de humor para soportar tanta gilipollez; adornada de bolas de colores y purpurina, y menos de ese hombre.
Me incliné hacia delante y le di una palmadita en la mano que Lina tenía apoyada en la mesa.
–Eres una buena chica, cielo –dije–. Se ha mostrado muy tímido con las mujeres últimamente desde que le diagnosticaron ese problema médico.
Andreas se tensó, la camarera también, que actuó con despecho al mirarme de arriba abajo y después dedicarme una amarga sonrisa, yo se la devolví, igual de estúpida pero al hombre que tenía delante. Andreas me miró con curiosidad. Yo parpadeé y volví a mirar a Lina.
–Yo no hago más que decirle que los antibióticos hacen milagros y que no debe preocuparse por esas molestas enfermedades de transmisión sensual. –Me giré, y con una sonrisa comprensible en mis labios miré Andreas, quien de la curiosidad había pasado a la vergüenza–. Ves, hermanito, seguro que a Lina no le importa.
Lo último lo dije mirándola a ella, quien de pronto estaba más pálida que el papel.
–Estela –mencionó Andreas entre dientes.
–O vaya, no lo sabía, pero... – se interrumpió la joven.
Genial. Andreas mosqueado y Lina sin palabras.
– ¡Ay! –exclamé– Ahora que recuerdo –con fingida preocupación le devolví la vista a él, que ya me miraba con ganas de matarme–, ¿Quieres que vaya ya a por tu medicina? Compraré tu pomada de paso, a ver si esa irritación testicular se arregla un poco.
Del rojo pasó al purpura, un color más y me parece que Andreas no lo contaba hoy. Ella abrió los ojos, se dio la vuelta y se marchó casi corriendo.
– ¿Era necesario eso, inmadura?
– ¿Te he jodido el rollito, Sexyneitor? –dramaticé con una mano en el pecho, Andreas levantó una ceja y yo continué con sarcasmo–; Cuanto lo siento.
–Estoy casi seguro de que lo lamentas –Él fue mucho más sarcástico–. Eres insufrible y retorcida.
Me encogí de hombros y me acomodé mejor a la silla. Mi mirada se fue directa a la farmacia que había justo delante.Por eso había elegido esa cafetería, aparte de que no podía soportar llevar más ese cuerpo muerto a rastras, en la otra calle estaba una parte de mi salvación.
– ¿Qué vamos hacer? –pregunté, repentinamente sin andarme con rodeos.
Él alejó la taza de tila atrás y tomó el vaso de cubitos para llevárselo a los labios.
– ¿Ahora cuentas conmigo?
Andreas, el desagradable estaba devuelta, dándole tragos largos a su copa y clavando su dura mirada en mí.
–Mira, eres el ser más despreciable del planeta...
–Gracias...
–...no eres la primera persona con la que me apalancaría en una bañeraa contarle mis penas mientras; me tragó la saga entera de Paranormal Activity y engullo un bote de aceitunas, pero ahora mismo eres el único con el que puedo hablar de esto y aunque no me hace gracia, estoy abierta a cualquier sugerencia.
Las cejas de Andreas se alzaron y hasta me pareció ver una sonrisa en sus labios.
–Te consuelas de una forma rara de cojones –dijo con tono afable–. La mayoría de mujeres se apalancan en la cama o en el sofá, rodeadas de almohadas y bien calentitas. Comen chocolate y no se ponen una saga de terror en la tele.
–Las siliconadas Nancys con las que sales puede que hagan eso, pero hay mucha mujer que se consuela de formas diferentes. Mi amiga se consuela con sexo: ya sea con un trío, una orgía o unos cuantosconsoladores. Gary se va a la peluquería y después de compras. Mi prima, se va de viaje, le pega el puntazo y se larga...Bueno, ella es modelo y se lo puede permitir, pero una vez, cuando su prometido la dejó tirada, desapareció siete meses y regresó de buen humor, pero físicamente daba pena.
–Entonces eso no fue un consuelo.
–Sí que lo fue, olvidó a ese cerdo y se enamoró de un hippy.
– ¿Y se casó y fue feliz?
–No, lo dejó por un italiano de ojos negros y acento marcado... –me interrumpí.
No solo había conseguido que me relajara y mantuviera una conversación tranquila con él, sino que también comenzara a balbucear, como una cotorra eclipsada, mostrando mis emociones.
Carraspeé y borré mi sonrisa.
– ¿Dónde lo habíamos dejado? –pregunté de repente.
–En ese italiano que te tenía a ti como a tu prima, tan encandiladas –dijo con sequedad.
Me tensé y la ligera brisa de rabia comenzó hacerme un masaje por la espalda.
–No pienso contarte mi vida. Quiero solucionar esto.
–Estoy de acuerdo. No me interesan todos los hombres que han pasado por tu vida sexual;física e imaginariamente.
–No tendría tiempo de darte todos los nombres –presumí.
Algo completamente ilógico. Tan solo había tenido dos relaciones serias y, con once años, no había hecho mucho. Lloyd fue quien me enseñó y quien me inició a todo. Sin embargo, el único que me había vuelto loca era el mismo gilipollas que tenía delante.
Deprimente.
–Me lo imagino, se te ve muy aplicada en ese asunto –farfulló estirándose y mirando hacia un lado, el lugar exacto donde se había metido la camarera.
–Lo mismo que tú. Dime, ¿te has aprovechado de muchas mujeres borrachas?
Andreas dirigió su atención abruptamente hacia mí y en su rostro se reflejó un sentimiento que no conseguí diferenciar, pero no era enfado.
–Estela, no ha sido un comportamiento muy acertado...
–Ha sido despreciable.
Recibí un bufido y una mirada furiosa por parte de Andreas al verse interrumpido, además de atacado.
–No me siento orgulloso de ello, no es lo que uno guarda para el recuerdo de una buena experiencia...
–Para ti...
–...pero –interrumpió subiendo el tono de su voz –por muy descabellado que parezca e incluso horrible, no me arrepiento–. Abrí la boca alucinada–. Y por mucho que me veas como un cerdo, un monstruo o algo peor, tengo al menos el recuerdo de que fue algo completamente diferente.
Una profunda ola de fuego pasó por mi cuerpo dejando una deliciosa vibración. No podía interpretar esas palabras, escondían más de lo que decían, pero su tono, delicado e incluso educado, fue toda una sorpresa que me dejó momentáneamente muda.
–Discrepamos –conseguí decir después de recuperar el manejo de mis pensamientos.
Andreas se encogió de hombros.
–Cada uno tiene su forma de verlo. Por eso existe la libertad de expresión, y la república independiente de cada uno en sus pensamientos.
–Sobre todo tú, que te crees medio mierda y no llegas a zurraspas.
–No es así –corrigió cruzándose de brazos–, es;no llegas a pedo –corrigió como si mi insulto fuera de los más normal recibirlo.
–Lo he reinventado, a mi estilo. Libre expresión, tú lo has dicho.
Levantó una ceja, luego otra y después de unos minutos de intensas y estudiadas miradas, se descruzó de brazos para comenzar a mirar a nuestro alrededor hasta, finalmente poner sus ojos de nuevo en mí, mucho más calculados.
Me tensé.
–Tú puedes y yo no, ¿verdad? Así son las cosas –dijo, de forma amenazante.
Le aguanté la mirada, pero todo lo que leía era oscuro, y no me gustó.
–Al margen de todo eso,–mi idea principal era cambiar detema, tanto su tono como su mirada estaban adquiriendo un reflejo extraño que no me gustaba. Podía defenderme de un Andreas en pleno subidón, pero no con uno delicado...No era de fiar–. Necesitamos solucionar esto de inmediato.
Andreas dejó la copa encima de la mesa y con un dedo movió el plato pequeño con la taza y me colocó el té delante de las narices. Fue una invitación, por lo visto él había optado por una dosis más fuerte, yo también la hubiera preferido al cálido té, pero agradecí el gesto. Necesitaba llevarme algo a la boca.
–Yo no quiero familia, Estela.
Una respuesta directa, escueta y completamente emocional. Lo había dicho con sinceridad e incluso implorando.
–Yo tampoco –dije y sonó con rencor.
–Entonces la decisión está clara. No hay nada más de que hablar.
Era un día caluroso, pero llegué a estremecerme sin motivo, o eso pensaba.
La última vez que mantuvimos una conversación similar sobre niños, me había dolido el resultado, pero finalmente había conseguido quitármelo de la cabeza.Esta vez, el resultado parecía mucho mejor, y sin embargo, me dolió mucho más que el anterior.
No me lo podía explicar. Me molestaba que Andreas me rechazará, me molestaba que no quisiera tener hijos, y me molestaba que, dentro de mí, después de lo sucedido la noche anterior, no sintiera rabia por él.Ya no estaba tan cabreada, es más, deseaba recordar cada segundo de todo lo sucedido...
Ahora el dolor se agrandó.
Bajé la vista para dejar de observar esos ojos grises, y disimulé que bebía de la insípida taza para poder esconder los ojos y las ganas de llorar que de pronto, me afloraron.
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